13| Declaraciones
Stephen me observa extrañado al ver mi expresión de susto por lo que pueda ocasionar su repentina presencia. Mentalmente, me regaño a mí misma por no haber considerado esta posibilidad sabiendo de lo que es capaz.
Cielos, ¿cómo es que no lo pensé? Él me tiene en la mira, ¿cómo no iba a vigilar todos mis movimientos? Sobre todo, si es que es Ale quien está conmigo, ya que es ella quien le interesa realmente. Pero no en el lado romántico, sino en todo lo contrario. Eso me lo dejó muy en claro ayer cuando me explicó con detalles lo que quería que yo hiciera.
—¿Qué te pasa? Te has puesto pálida.
—Nada, necesito aire.
—Todos los humanos lo necesitan —escupe, levantando ambas manos como si fuera algo obvio—. Está bien, salgamos entonces.
De alguna manera, el hecho de que haya aceptado salir del centro comercial, me calma un poco. Pero solo un poco. Sé que no le he avisado a Ale que su peor enemigo está aquí y eso podría ser crucial para ella si es que se le ocurre salir a buscarme, principalmente porque Stephen aprovecharía esto para su propia conveniencia y trataría de chantajearla con la posibilidad de divulgar su trabajo o molestarla.
Tomando en cuenta esto último, decido fingir que ya me estoy retirando. A veces evocar una simple tos en repetidas ocasiones o hacer un ademán de estar mareada, ayuda bastante en situaciones como la que estoy pasando en este mismo instante. Cualquiera que me viera, pensaría que estoy mal o que por poco voy a desmayarme, pero lo que en realidad sucede es que estoy usando mi plan A para alejar a Stephen de aquí lo más que pueda.
—¿Qué te pasa? —pregunta al ver que me apoyo en algunos carros del estacionamiento para avanzar con dirección a la salida de todo el predio del centro comercial. Estoy exagerando, lo sé, pero creo que todo está saliendo bien. Estando ya cerca de la reja que separa el estacionamiento de la calle, escucho que añade—: Si quieres, te llevo a tu casa.
No escatimo en pensar en las consecuencias que esto me puede traer, ni considero recordar que los favores que Stephen hace siempre son con segundas intenciones, ya que él busca sacar provecho de todo lo que hace para ayudarme, pero desechando todo lo que mi subconsciente me grita trayendo consigo las reminiscencias que incluyen sus recientes acciones, me digno a responder.
—Por favor —cedo con la respiración agitada, simulando que me falta el aire después de haber tosido a más no poder. Se la ha creído toda, tal vez debería considerar la posibilidad de ser actriz—. Me siento muy mal.
Me siento muy mal por ti, por haberme creído.
De acuerdo con mi plan, me subo al carro de Stephen, que está estacionado fuera del centro comercial, como si mi vida dependiera de ello, mientras agradezco mentalmente que todo haya salido bien. Él no sospecha nada y se dispone a conducir mirando al frente; eso, de algún modo, me tranquiliza, pero no del todo. Sé y estoy casi segura de que su repentino silencio se debe a que tal vez está maquinando el próximo favor que me pedirá por haberme ayudado hoy. Ni siquiera debería poner en tela de juicio esa posibilidad, sobre todo después de lo extraño que se ha estado comportando conmigo. Es como si me considerara un medio para conseguir un fin, como si me viera como un puente para llegar a Ale.
Pero no estoy dispuesta a permitir que lo cruce.
Le doy mi dirección para evitar que a cada momento me pregunte si está yendo por el camino correcto o no, porque, sinceramente, no me interesa hablar. Sé que, si lo hago, es bastante probable que algo se me escape, como la otra vez con lo del diario. Cuando se trata de mentir, puedo hacerlo sin ningún problema, siempre y cuando nadie me esté mirando, ya que si mientras miento y alguien me observa, al ser demasiado transparente, suelo ponerme nerviosa y mandar todo al tacho. Para mi buena fortuna, después de lo de mi dirección, el mejor amigo de Raph no hace ningún intento por entablar una conversación conmigo, lo cual debería alegrarme. No obstante, no lo hace. No me alegra, porque sé que dicho silencio se debe a algo.
Ale me lo dijo la primera vez que se sentó a su lado, que él es bastante locuaz, por lo que el hecho de que esté callado sí debe preocuparme. Tal vez debería considerar la idea de huir de aquí, saliendo rápidamente por la puerta del copiloto aprovechando un semáforo en rojo. Ruedo los ojos descartando esta opción. No quiero arriesgar mi vida una vez más, porque sé que para correr no soy lo suficientemente buena y Stephen me atraparía sin hacer ninguna clase de esfuerzo.
Mientras cavilo sobre mi próximo movimiento, mi cabeza está apoyada sobre el cristal de su ventana mirando la ciudad a la velocidad en la que Stephen conduce.
En este momento yo debería estar eligiendo con Ale mi vestido para la fiesta de bienvenida de Ralph, no aquí, pensando en cómo librarme de las garras de Stephen.
—Eh, tú —me llama el anteriormente mencionado, disminuyendo la velocidad del auto, quien al ver que no le estoy prestando atención me zarandea levemente—. No te duermas en mi carro, no estoy dispuesto a cargarte hasta la puerta de tu casa.
Qué caballero. Me acomodo sobre el asiento para hacerle ver que estoy y he estado despierta.
—No estoy durmiendo, ni tampoco quiero que me cargues.
—Eso dicen todas al principio —bromea con una sonrisa socarrona, esperando que la luz del semáforo cambie a verde. Yo hago un amago de golpearlo por egocéntrico—. De igual manera, no me gusta cargar a nadie.
De repente recuerdo que, a pesar de sus comentarios, nunca lo he visto coquetear con alguna chica de la escuela, ni tampoco ha llegado a mis oídos algún rumor de que estuviera saliendo con alguien años atrás. Con la única chica con la que he tenido la oportunidad de verlo andar ha sido con Sabrina, pero eso porque ella es como una hermana para él. ¿Será que Stephen Boward nunca ha tenido novia?
No, imposible. Con ese rostro tan atractivo, dudo mucho que no haya estado por lo menos con una chica.
El sonido de un claxon ajeno me obliga a concentrarme de nuevo y percatarme de donde estoy. Bien, debería aprovechar esta oportunidad. Mientras disimuladamente intento desabrochar el cinturón de seguridad para tratar de escapar, oigo que el chico que está conduciendo a mi izquierda vuelve a dirigirse a mí.
—Mañana va a haber una fiesta de bienvenida en mi casa en honor a Ralphale. Si quieres, puedes ir.
Me quedo en completo silencio al escuchar su nombre, pero luego me doy cuenta de que algo no encaja.
—¿Ralphale? —interrogo, ya que su nombre completo no me lo sabía. Ante mí el gemelo de Raph se presentó simplemente como «Ralph». Claro que eso no quita que su nombre sea bonito. Evito poner cara de boba cuando lo menciona.
—Sí, el hermano de Raph —explica, aunque yo ya sé bien de quién me habla—. Aunque todos lo conocen como Ralph. Ya sabes, ¿quién querría llamarse "Ralphale"?
—Te estoy escuchando, Boward.
Ralph aparece por la ventana del conductor justo cuando Stephen termina de decir eso, y se sorprende al verme, tanto o más que yo. Pasados unos segundos, esboza una amplia sonrisa, parecida a las de su padre cuando sale en Tras la Huella. Yo quiero desaparecer.
—Tercer encuentro, Valiente.
Lo observo directamente a los ojos, pero aparto la mirada cuando una vez más empiezo a sentirme rara por el simple hecho de tenerlo cerca. Es que una vez es coincidencia, hasta dos veces podría pasar, pero con esta ya son tres. ¿Estoy destinada a encontrarme con Ralph cada tanto? A pesar de que la idea no me molesta, me genera incomodidad estar frente a él sin saber qué hacer o decir.
Mi santa madre siempre dice: "Cuando te sientas incómoda, actúa natural, que los demás no noten que lo estás". Lamento decirte, madre, que te estoy fallando. ¿Actuar natural? ¿Cómo? Mi incomodidad se nota a kilómetros.
—¿Se conocen? —pregunta Stephen cuando Ralph ya se ha subido al vehículo y reposa en los asientos traseros, mirando el techo, usando ambos brazos como almohadas. Gracias a Dios que no me subí ahí, porque de lo contrario estaría a su lado y eso sería el doble de incómodo.
Según Ralph, hace rato quedó con Stephen en encontrarse precisamente por aquí para ir a hacer —dijo y citó— cosas de hombres, pero al ver que este no se aparecía decidió esperarlo sentado en una banca, hasta que vio su auto estacionado en la esquina frente al semáforo y, según expuso, decidió acercarse a comprobar que fuera él quien condujera antes de subirse como si nada. Así que heme aquí, acompañada de dos chicos que estoy segura mis demás compañeras se morirían por conocer.
—Sí, nos conocimos en mi casa —afirma el gemelo por mí. Asiento para respaldar su respuesta, sin darme cuenta de que eso puede malinterpretarse.
—Conque en su casa, ¿eh? No lo pensé de ti, pelirroja...
—Cuida tu lengua, Boward —le increpa Ralph, con un poco de grima en la voz. Stephen ríe haciéndome muecas mientras conduce, molestándome con su amigo. Lo último que me faltaba es que algo así sucediera.
El resto del camino hacia mi casa es silencio puro. Stephen porque conduce, Ralph porque descansa y yo porque... literalmente me he quedado sin palabras. Después del comentario del chico que reposa detrás de mí, no he podido pensar con claridad. ¿Ralph me estaba defendiendo? De solo pensarlo, el corazón se me estruja.
Alto, alto. ¿Qué estoy diciendo? Por un momento, pareciera como si un angelito disfrazado con cabeza de Ale se posara sobre mi hombro y con un golpe me devolviera a la realidad. No debo permitir que pensamientos como los que acabo de tener se repitan en mi cabeza. Ale tiene razón, no tengo por qué confundir la amabilidad de Ralph con un posible interés hacia mí. Estoy segura de que cualquier chico educado hubiese hecho lo mismo que él hizo frente a lo que Stephen planeaba decirme. Incluso Ed. Ahora la pregunta es: ¿Raph lo habría hecho?
¿Me habría, él, defendido?
—Llegamos, pelirroja.
Stephen se detiene frente al jardín de mi casa.
—Se llama Valiente.
—Mi nombre es Nadia, y gracias, no me había dado cuenta —espeto con un poco de sarcasmo, bajándome del auto tan rápido como puedo. Sin querer mirar atrás, apresuro el paso hasta la entrada de mi casa, pero me detengo cuando escucho a Ralph llamar mi nombre desde su posición.
No sé qué es lo que me vaya a decir, pero me veo obligada a volverme porque es de mala educación darle la espalda a alguien cuando se dirige a una persona. Lo primero en lo que me fijo es en su imagen y en como el viento hace flamear su cabello, mientras saca esta vez su cabeza por la ventana del copiloto para dirigirse a mí.
—¿Siempre sí te veré mañana?
Mañana es su fiesta. Todavía tengo dudas sobre si ir o no, pero... Cómo decir que no a unos ojos como esos.
***
Por fin he conseguido un vestido decente para lucir mañana.
Mamá me dio uno que, según ella, usó cuando se presentó como candidata a Miss Primavera en su escuela, donde salió ganadora. Es uno de color granate, bastante elegante, a decir verdad, que fácilmente podría hacerme pasar desapercibida si es que las demás invitadas también van así. No quiero ser el centro de la atención, mucho menos ahora que voy a tener a Ale a mi lado. Ella, por medio de alguna fuente que todavía desconozco, se enteró que la reunión iba a ser en casa de su peor enemigo y casi se tienta a rechazar mi invitación, pero para sorpresa mía, terminó aceptando solo para hacerle ver al dueño de la casa que su presencia no la logra amilanar. Así que lo más probable es que esta noche haya un enfrentamiento entre ambos.
—¿Ya estás lista? —pregunto a Ale, a través de la línea telefónica.
—No.
—Ale, no podemos llegar tarde.
—¿Quién dice que no? —cuestiona, claramente fastidiada—. Acabo de salir del trabajo, ya voy para tu casa.
Antes de poder responder, oigo el sonido que indica que me acaba de colgar. Resignada, dejo el móvil sobre la mesa e intento peinar mi cabello. Decido hacerme un moño sencillo y colocarme unos aretes pequeños de color plateado. Finalmente, salgo de mi habitación y bajo las escaleras para esperar a mi amiga en la sala. Papá, para aceptar darme permiso, me ha impuesto una hora de llegada y me ha advertido que, si no llego a la hora indicada, no me dejará salir la próxima vez que pida permiso. Así que por el momento puedo quedarme en la casa de Stephen hasta las 11. Y son las 7.
Zach está enterado de la fiesta, pero al parecer hoy no estaba con ganas de molestar, porque me vio vestida lista para ir, pero no hizo ninguna clase de comentario. Al contrario, se encerró en su cuarto desde que avisé que saldría.
No me he detenido a pensar en el giro que dará mi vida cuando este comience sus clases en Midtown este lunes que viene. A partir de ese día, ha prometido hacerme la vida imposible y eso no es lo peor, sino que le creo. Zach me odia y sé que es capaz de hacer lo que ha dicho.
El sonido del aldabón de la entrada de mi casa hace que esos pensamientos previos se esfumen. Por ahora no quiero pensar en eso. Hoy tengo que olvidar todo lo que aqueja mi mente y tratar de relajarme, aunque no creo que la palabra «relajarme» encaje con todo el asunto de Stephen y su famosa propuesta-chantaje-amenaza.
Después de tomar una bocanada de aire, abro la puerta encontrándome con mi mejor amiga, quien está vestida de manera informal. Esta me observa de pies a cabeza y niega en desaprobación.
—Nadia, estás yendo a una fiesta de bienvenida, no a una boda.
—Lo sé, pero creí que estaba bien.
Ella hace un sonido de negación con la boca. Luego, se adentra en mi casa y camina hasta el inicio de las escaleras.
—Ven, te ayudaré a escoger un atuendo —propone, guiándome de vuelta hasta mi habitación. Ahí escoge por mí unos jeans azules, una camiseta blanca y unas zapatillas gastadas que descansan bajo mi cama.
De verdad que pareciera que estoy yendo a cualquier sitio, menos a una fiesta.
—Ya estás lista.
Decido dejar mi cabello como está, es decir, en un moño y bajo con ella hasta la entrada dispuestas a salir. Mis padres ya saben que saldré, así que no hay ningún problema. Una vez que lo hacemos, caminamos con diligencia rumbo al paradero. Ninguna de nosotras tiene auto y esta es nuestra única manera de llegar, además de que papá no me presta el suyo ni por un milagro. Solo puedo acercarme a las lunas para limpiarlo y, créanme, eso ya es bastante.
Debido a que Ale conoce actualmente la casa de Stephen, no nos toma mucho tiempo llegar a ella. Sobre todo, porque es la única casa, en toda la calle, de la que se desprenden luces de colores y sonidos retumbantes de música. Los alrededores están llenos de parejas adolescentes besándose, también hay algunos chicos conversando con unos vasos azules en mano y uno que otro recostado en el jardín. ¿En serio esto es una fiesta de bienvenida? Empiezo a arrepentirme de haber venido.
Afuera de la entrada, hay otros chicos que están sentados en el pórtico riendo y libando licor, quienes, al vernos, nos ofrecen sus vasos con una expresión extraña en sus miradas. Ale se encarga de ponerlos en su lugar, arrojándoles el líquido encima y pasando de frente. Después de esto, logramos entrar. No sé dónde está peor, si aquí adentro o afuera.
Con mucho esfuerzo, logramos atravesar el mar de personas para situarnos cerca de la escalera donde está casi vacío. Todavía no veo ni la sombra de Ralph ni la del dueño de la casa y no sé si eso sea porque están entre toda la gente que abarrota la sala de la casa de Stephen o porque simplemente nos hemos confundido de lugar. Y de fiesta. ¿Quién sabe? Ale no soporta más y se sienta en uno de los peldaños de la escalera dispuesta a usar su teléfono móvil.
De acuerdo, esto no se parece en nada a lo que yo había imaginado. ¿Acaso todos los que están aquí son estudiantes de Midtown o qué?
—Valiente, viniste.
Ralph aparece en mi campo de visión, justo cuando empezaba a considerar la opción de irme con Ale de aquí. Por primera vez desde que lo conocí, me saluda con un beso en la mejilla que me pone los pelos de punta. Algo que me sorprende mucho es que en vez de oler a alcohol (como pensé que sería), lo único que percibo al estar cerca de él es su perfume. Aunque no me centro en su aroma, sino en lo cerca que se queda de mí.
Retrocedo un poco, debido a que Ale tira de mi brazo para poder ver bien a Ralph y comprobar con sus propios ojos que Raphael Thompson tiene un gemelo. Cuando por fin lo comprueba, sigue como si nada hubiera pasado.
—Tú debes ser...
—Alessandra.
—Un gusto —Le da la mano a mi amiga, quien se tarda un poco en dársela—. Espero que disfruten la fiesta.
Dicho esto, sigue su rumbo para saludar a los demás invitados que acaban de llegar.
—Creo que me agrada más la roca con cerebro, este se parece más a Boward.
—¿Me llamas, preciosa?
Stephen hace acto de presencia, por detrás de Ale, quien rueda los ojos y se levanta dirigiéndose a la mesa de bebidas. Ante esto, él va tras ella comentándole sobre "las fachas en las que ha venido". Me río escuchándolo, pero en vez de acompañar a Ale, decido esperarla sentada en la escalera. Desde aquí se puede ver a la gente que se mueve al ritmo de la música, sin tomar en cuenta la cantidad de alcohol que debe llevar en la sangre. Recuerdo que en una clase Raph me estaba explicando por qué los adolescentes no deberían tomar alcohol descontroladamente, ya que eso afecta el rendimiento académico de estos y por un momento pensé que, indirectamente, me estaba llamando alcohólica. Ya saben, mis notas no son las mejores.
Un momento.
Raph. Se siente como si no lo hubiera visto desde hace una eternidad y de repente siento deseos de verlo. Esta es la fiesta de su hermano, él debería estar aquí, ¿no es así? Al recordarlo, me pongo de pie y empiezo a buscarlo entre todos los invitados presentes. Mi vista viaja en cada uno de ellos, pero incluso Sabrina (que es una de las personas con quienes él podría estar) está acompañado de otro chico. ¿Será por esta razón que Raph decidió no venir, porque le afecta ver a la castaña con otro?
Tal vez es momento de que me olvide de todo e intente divertirme. Claro, eso es lo que debo hacer. De pronto, casi sin darme cuenta estoy caminando hasta la mesa que está llena de bebidas de todo tipo. Hay desde cerveza hasta coñac. Opto por tomar un poco de vino para no embriagarme, pero se me hace delicioso el sabor y me tomo otro y otro y otro.
—Hey, tranquila —me interrumpe Stephen, arrebatándome el vaso con vino de la mano, que pensaba beber—. No quiero borrachas en mi casa.
—Necesito ir al baño. Tengo ganas de orinar.
—Eh, no des mucha información —manifiesta entre risas—. El baño está arriba.
No pregunto más y me encamino hasta la escalera. Ale me observa mientras camino casi en zigzag y con la mirada le indico que estoy bien y que no voy a tardarme.
Llegar al segundo piso se me hace la prueba más difícil que pueda haber atravesado en toda mi vida. Con ayuda de la baranda, consigo hacerlo sin caer de espaldas. Arriba, lo primero que veo es un gran pasillo con un sinnúmero de puertas. Ahora que recuerdo, el segundo sabelotodo de la clase no me dio la ubicación exacta del baño. ¿Cómo espera que lo encuentre estando como estoy? Pues supongo que tendré que probar con todas las puertas. La primera resulta ser una habitación con una gran cama matrimonial, que supongo, es la de sus padres; la segunda, es otro cuarto con una cama más pequeña; la tercera igual. ¿Cuántas personas viven aquí?
Al final del pasillo hay una puerta que está semiabierta, tiene la luz encendida y dudo mucho que sea el baño; sin embargo, algo dentro de mí me induce a constatar qué es lo que se oculta tras esa puerta. Dando pasos sigilosos y apoyándome de las paredes, logro empujarla lentamente hasta conseguir ver qué es lo que hay ahí.
Siento como si me teletransportara a otra casa o como si estuviera imaginando lo que veo, pues la persona que está recostada sobre la cama que hay dentro es quien menos esperaba: Raph. Tiene un brazo flexionado y apoyado sobre su cabeza, mientras que sus ojos están cerrados. Por alguna razón, aunque una parte de mí quiere salir corriendo, otra me pide que me quede. Por mi mente pasan miles de cosas, pero todas se resumen en la pregunta sobre qué hace Raph aquí. Hasta donde sé, él odia las fiestas.
¿Cómo es que puede dormir en una?
Con pasos torpes, debido a que todavía no logro orientarme del todo, me acerco más hacia donde está mi compañero para observarlo mejor. Oportunidades como estas solo se presentan una vez en la vida y no quiero desaprovecharla. Además, no creo volver a ver a Raph así nunca más.
A medida que se acortan los metros que nos separan, empiezo a sentir miedo. ¿Qué pasa si me descubre? No, no quiero pensar en eso.
El semblante de Raph mientras duerme es tranquilo, sus labios forman una línea recta, casi como siempre y me tomo la molestia de admirar los lunares que tiene en su rostro mientras camino. Una vez que estoy a menos de un metro de él, Raph abre súbitamente los ojos, quizá sintiendo mi presencia, provocando que ahogue un grito y caiga de trasero sobre la alfombra del piso de la habitación. Ante esto, no me queda la menor duda de que he quedado al descubierto.
—¿Nadia? ¿Qué haces aquí?
—B-buscaba el baño.
Me ayuda a levantarme del piso y me sienta al pie de la cama al ver que no soy capaz de estabilizarme. Luego, como un padre enojado, camina de un lado a otro con ambas manos dentro de los bolsillos.
—¿Has bebido? —pregunta con implícita decepción en la voz. Seguramente lo ha notado por la manera en la que he hablado o actuado. Su tono me hace sentir culpable y, por un momento, me invade el deseo de darle una explicación detallada de cómo es que terminé mareada y llegué hasta aquí donde me quedé mirándolo mientras dormía.
Supongo que puedo omitir esa información y centrarme en lo que realmente quiere saber.
—Solo un poquito —Hago una seña con la mano, juntando el dedo índice y pulgar, dejando un centímetro de diferencia entre ambos—. Quería disfrutar de la fiesta para que Ralph viera que la paso bien, es que él me invitó personalmente. Me sonrió tan bonito, que no pude decirle que no, por eso yo...
—¿Te gusta mi hermano? —pregunta sorprendido, deshaciendo lo que pensaba decir. ¿Qué iba a decir? Me quedo en silencio un buen rato, pensando cómo debería responder a eso.
—No lo hace —digo, al fin y al cabo, recostándome en la cama, entrebostezos. Ni siquiera advierto que no estoy en mi cama como para acomodarmecomo se me plazca; simplemente lo hago, y agrego después—: Él no.
•••
PREGUNTA DEL DÍA: ¿Qué opinan de Ralphale?
Mich <3
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