12| Enamorado
La sonrisa que Stephen me dedica cuando acepto escucharlo es tan escalofriante como la de Ale cuando por su mente cruzan cosas realmente malas, tanto que no puedo evitar tragar saliva temiendo por mi vida. En verdad ha logrado intimidarme. ¿Cómo es que terminé aquí? De acuerdo, tampoco es que estemos en un descampado alejado de la ciudad en el que fácilmente podría deshacerse de mí sin dejar algún tipo de rastro, pero en estos momentos desearía poder teletransportarme lejos del mejor amigo de Raph y asegurar así mi feliz existencia en los próximos años.
Sucede que Stephen me ha expresado sus intenciones con lujo de detalles antes de solicitar mi ayuda con cierto asunto. Y, cabe resaltar, dicho "asunto" posee nombre y apellido. Ale, exacto.
—¿Por qué crees que aceptaría ayudarte? —inquiero levantando la vista de lo que estoy escribiendo. Hace unos pocos segundos que él ha terminado de hablar y lo hizo con tanta seguridad, como si diera por hecho que voy a hacer algo por él, que me vi en la obligación de cuestionarle por qué tendría que hacerlo.
—Porque me lo debes. Gracias a ti, pelirroja, estoy metido en este problema —acusa de manera sarcástica. Luego, se calla y observa el cuaderno que tengo en manos—. Un momento, ¿qué estás escribiendo? ¿Acaso transcribes cada cosa que digo?
—Claro que no.
—¿Entonces qué, es un diario? —insiste, tratando de leer lo que he estado escribiendo. De un momento a otro se me ocurre algo para decir y no lo pienso dos veces.
—Si así lo fuera, lo usaría para cosas más interesantes y no para escribir sobre mis experiencias urinarias.
Stephen hace una mueca de disgusto ante mi comentario, seguramente recordando lo de hace unas horas en el comedor. Está claro que no esperaba algo así de mi parte, ya que yo siempre suelo mostrarme cauta ante reacciones como las de él, pero digamos que tenía que decirlo.
—Mira, si tú no me ayudas, le diré a Raph que fuiste cómplice de que tu amiga husmeara en mi casillero —advierte, jugando con el palo de Lacrosse que usó para impedir que me cayera el pelotazo en plena cara—. Recuerda que soy su mejor amigo y lo conozco bastante bien, así que, tratándose de ti, ¿a quién crees que creerá?
Por un lado, tiene razón. Enfrentarme a Stephen en un duelo sobre a quién prefiere Raph solo significa una cosa: derrota. Si trato de competir con él, yo tengo todas, todas las de perder. Es decir, sé que el sabelotodo no me elegiría a mí, ni aunque fuera la última persona en el mundo además de él. Apenas me conoce, al contrario que con Stephen, ya que la amistad que comparten lleva varios años. Este último sabe muy bien su posición y la está usando para su propio provecho.
Tarado chantajista.
Ya van dos con el profesor, simplemente increíble.
—Yo... no, no sé.
—Te daré tiempo para pensarlo, pelirroja —enuncia, volviendo a colocarse su casco para regresar con al entrenamiento con los de su equipo.
De regreso a mi casa, esta vez con mi celular en una mano, me debato entre considerar la posibilidad de ayudar a Stephen o simplemente dejar que haga lo que se le dé la reverenda gana sin ponerme a pensar en las consecuencias. No puedo dejarme chantajear, ¡no señores! Tal vez si voy y lo enfrento con determinación, él sabrá que no estoy para esa clase de amenazas.
Pero ¿y si me dice que me quitará el sitio que estoy ocupando actualmente al lado de Raph (el cual es suyo, por cierto)? Conociéndolo, es bastante probable que lo haga solo para molestarme. Quizá sabe que mi intención es hacerme amiga de Raph a como dé lugar.
No importa. Tengo que encararlo...
O quizá pueda dejarlo para después, cuando Ralph no esté en la puerta de mi casa, comprobando el número de mi vivienda con el que debe estar apuntado en el papel que lleva en mano. ¿Cómo sé que es él y no Raph? Fácil, por su forma de vestir y peinado. Mientras que Raphael usa colores que van acorde con su personalidad adusta, Ralph se inclina por tonos como el rojo y el azul claro.
Además, siendo realista, Raph no vendría a buscarme.
Justo cuando su hermano está a punto de tocar el aldabón de mi casa, me acerco hasta donde está para impedir que lo haga. Si alguien toca la puerta, el que saldría a abrirla sería mi hermano y prefiero que la presencia de Ralph en mi casa quede solo entre nosotros dos.
Sé perfectamente que Zach montaría una escena solo con el único fin de molestarme la existencia. Como siempre suele hacer.
—¿Ralph? —cuestiono algo confundida viendo que ya ha notado mi presencia—. ¿Qué haces aquí?
Él me sonríe al ver mi gesto de sorpresa, mientras que yo quiero me reprocho a mí misma. Mi pregunta no ha sonado tan bien como esperaba, pareciera como si le acabara de increpar por el hecho de venir a buscarme. Afortunadamente, él soslaya mi torpeza para elegir un tono adecuado y esboza otra sonrisa.
—¡Valiente! —exclama a modo de saludo—. Vengo a invitarte personalmente a mi fiesta de bienvenida. Le pedí tu número a Raph, pero me dijo que no lo tenía, ¿cómo es eso posible? ¿Y así son amigos?
—No somos amigos.
Vaya, he sonado como Raph.
—¿Cómo que no? Pero si hasta fuiste a buscarlo hasta su casa.
—Era una orden del profesor...
¿Por qué estoy haciendo esto? Es como si, después de todo lo que he hecho para tratar de ganarme la amistad de Raph, me diera por vencida y aceptara que no somos ni llegaremos a ser amigos. ¡No puedo hacer eso!
—Oh, ya entiendo —manifiesta él de un momento a otro, llevándose una mano a la barbilla, como recordando algo—. Si la memoria no me falla, Raphita pertenece a un grupo un poco exigente de la escuela, ¿no es así? Un tal...
—El Triángulo, así se llama esa asociación. Allí están su mejor amigo y él, además de Sabrina, por supuesto.
No puedo evitar mencionar el nombre de la castaña con cierto desagrado que, aparentemente, el gemelo no nota. Después de haberla oído ese día hablando mal de Ale y luego haberme mirado de pies a cabeza desaprobando mi imagen, no estoy dispuesta a intentar que me caiga mejor. No se merece siquiera que le dé una oportunidad después de haberse mostrado tal cual es. Es cierto que a veces me pregunto por qué Sabrina Accio es así con las demás del salón, que nada le hemos hecho y siempre llego a la conclusión de que tal vez sus padres son igual de estirados que ella. Quizá la han consentido en todo sin enseñarle modales. ¿Quién sabe?
—Por eso no te deja ser su amiga...
Eso es lo que musita Ralph, interrumpiendo mi diatriba mental contra la mejor amiga de su hermano. Ha sonado como si estuviese resolviendo un caso de Criminal Minds sobre un asesinato y hubiese hallado la pista crucial.
—¿Por qué?
—¿Que no es obvio? —pregunta más al aire que a mí. Niego con la cabeza no entendiendo ni un pepino de lo que se refiere. Después de meditarlo unos segundos más, alza ambas manos exponiendo su conclusión final—. ¡Está enamorado de Sabrina!
Oír esa posibilidad me genera una extraña sensación en el estómago.
***
Al día siguiente en la escuela, no puedo evitar observar cada movimiento de Raph para constatar si es que en algún momento su mirada se desvía hasta donde está Sabrina.
¿Será posible que lo que dijo Ralph sea cierto? Pensándolo bien y mirándolo desde una perspectiva objetiva, no suena como algo gravísimo o sorprendente. Es decir, no sería sorprendente que haya desarrollado esa clase de sentimientos por ella, pues ambos se conocen desde hace bastantes años, por algo ella es su mejor amiga. Y no lo digo yo, lo dijo el mismísimo Raphael Thompson aquel día que le pregunté por qué nunca ha buscado más amigas además de la bruja de Sabrina.
«Ella es mi mejor amiga, muy especial para mí».
Muy. MUY. ¿Cuál era la necesidad de usar ese adverbio de cantidad? Podría haberme dicho simplemente que ella es una amiga especial, pero no, él quiso dejar en claro que su cariño por Sabrina sobrepasa lo normal. Como si a mí me hubiera interesado conocer ese detalle.
No es como que me importe demasiado, tampoco. Yo solo quiero ser amiga suya, independientemente de la novia que él elija para sí.
—¿Por qué me estás mirando? —pregunta el sabelotodo de repente, encontrándome observándolo in fraganti.
Trato de disimular que no sé a qué se refiere, pero creo que a veces soy demasiado obvia, ya que casi todo mi cuerpo está girado en su dirección y mi cabeza se encuentra apoyada sobre mi brazo. También en su dirección.
—¿Yo? No te estaba mirando a ti. Estaba viendo el...
Vamos Nadia, piensa en algo.
—Seguro —interrumpe, sabiendo que no le estoy diciendo la verdad y que, en efecto, lo estaba escudriñando a él. Me hundo en mi asiento, muy avergonzada. No quiero que piense que lo estoy mirando con otras intenciones ocultas, porque no es así. Todo se debe a simple curiosidad.
Para mi buena fortuna, el timbre del receso suena y prácticamente salgo disparada de mi asiento con intenciones de buscar a Ale.
Camino los metros que me separan de su asiento; aprovechando que Stephen no está, me acomodo a su lado. Ella, al verme, rápidamente nota que tengo ganas de decirle algo, pero no sé si deba hacerlo. Stephen fue muy claro y ahora menos que nunca necesito que envenene a Raph contra mí.
—¿Qué te traes, Nadia? —pregunta, viendo mi inquietud.
—Nada —miento. Dios mío, perdóname por esto—. Ayer te estuve buscando, ¿dónde estabas?
Nadia cambiando de tema desde tiempos inmemorables, claro que sí.
—Por culpa del baboso de Boward tuve que ir a mi casa a cambiarme de ropa, pero... —empieza a relatar y, al parecer recuerda algo porque se queda callada antes de seguir hablando—, no fue ahí a donde fui.
Su rostro se torna a uno de fastidio e intuyo que lo que sea que tenga que contarme tiene que ver con su enemigo jurado: Stephen Boward. ¡Pero claro! Solo alguien como él puede hacer enojar a Ale a grados nunca antes vistos.
—¿Qué?
Ale toma una bocanada de aire antes de seguir relatándome su odisea de ayer. Odisea que sucedió mientras yo era testigo de cómo mis demás compañeras hablaban de ambos sin saber nada.
—Stephen tomó mis llaves y no había nadie en mi casa que me abriera la puerta para poder entrar y cambiarme, así que fuimos a su casa.
—¡¿Qué?! —pregunto sorprendida por lo último que escucho.
—Te dije que no me lo ibas a creer si te lo decía.
—¡Oh, por Dios! ¡Usaste su ropa!
—Cállate, idiota —me reprocha ella al darse cuenta de que lo he dicho en voz alta y que los pocos compañeros que se han quedado en el salón nos observan—. Ni muerta usaría su ropa.
—¿Entonces?
—Me dio algunas prendas de su hermana.
¿Stephen Boward tiene una hermana? Nunca se me hubiera pasado por la mente. ¿Cómo es que jamás he escuchado de ella ni la he visto por los pasillos de Midtown?
—¿Tiene una hermana?
—Según me dijo, sí.
Ella luce despreocupada, como si no tuviera importancia lo que me acaba de contar, pero para mí sí la tiene. Ale no sabe lo que Stephen planea y yo no soy una mala amiga como para hacer algo a su costa, sin decírselo, siendo ella mi mejor amiga.
Por esa razón, decido que no voy a ayudarlo. Haga lo que haga. Sacrificar una amistad ya forjada dolería más que sacrificar una que todavía ni siquiera construye sus cimientos.
Después de que ella termina su relato, yo empiezo a contarle el mío que incluye a Raph y a su carismático gemelo de nombre Ralph, desde que el chantajista profesor me mandó a entregar un trabajo a la casa del sabelotodo hasta que me encontré a su gemelo con el cabello mojado y sonriente. La existencia de este último le sorprende a Ale tanto como me sorprendió a mí y no puedo evitar reír cuando sugiere que me gane la amistad del hermano primero, ya que únicamente así podré llegar más rápido a Raph. Lo que ella no sabe es que eso ya ha pasado por mi mente.
De un momento a otro, Alessandra Turner, tan realista y directa como siempre, me advierte que no confunda la amabilidad de Ralph con un posible interés hacia mi persona.
—Por supuesto que no lo he hecho.
—Lo que tú digas, "Valiente" —responde, claramente burlándose del apodo que este me ha asignado. Rayos, debí omitir esa parte.
La miro entrecerrando los ojos justo cuando el timbre que indica que el receso ha terminado se escucha por toda la escuela.
—Ale —la llamo, cuando todavía Stephen no ha llegado para echarme de su sitio—. ¿Sabías que del odio al amor solo hay un paso?
Dicho esto, me escapo hasta mi asiento antes de recibir un golpe de su parte.
Apenas me siento en mi respectivo lugar, la profesora de Literatura ingresa al salón. Ella es una de las más temidas de todo Midtown y está de sobra decir que todos la respetan. Sí, ella es otra de las tantas que adora a Raph por su responsabilidad y destaque.
Después de haberse acomodado sobre el escritorio de los docentes, se dirige a todos nosotros:
—Buenos días, alumnos. Dejen sobre mi escritorio el ensayo que les mandé a escribir.
Dios, ¿en qué momento dejó esa tarea?
Y sí, como siempre, todos entregan su trabajo, excepto yo. Acabo de recordar que ese trabajo lo dejó antes de que anunciaran que los exámenes bimestrales serían la próxima semana después de esta que viene. Simplemente genial.
—¿Hussel? —Me llama la profesora—. Solo falta que usted entregue su ensayo.
Por enfocarme solo en los exámenes olvidé que aparte de eso tengo otras responsabilidades. Mi cara lo dice todo y la señorita termina intuyendo que no hice el trabajo.
—¿Cómo espera aprobar mi curso, entonces? En este momento solo un milagro en el examen podría salvarla de tener que llevarlo el próximo año —explica y en su tono se pueden apreciar la desaprobación que siente hacia mí—. Asegúrese de llamar a su ángel a tiempo.
Todo el salón se ríe por lo último que dice la profesora, pero yo solo puedo pensar en una persona. Miro por sobre mi hombro al sabelotodo que tengo al lado y no puedo evitar sonreír.
Ya cuando las clases terminan, Ale y yo nos alejamos de la escuela lo más rápido posible. Ella, porque no quiere que Stephen haga su molesto acto de presencia y yo porque... Bueno, tampoco quiero que el ya mencionado se aparezca y comience a cuestionarme sobre su propuesta-chantaje-amenaza. Todavía no le he dado mi respuesta a su pedido de ayuda —claro pedido—, pero ya la tengo y esa es un rotundo «no».
Ale y yo caminamos juntas hasta el centro comercial donde ella trabaja, porque tengo planeado comprarme algo decente para asistir a la fiesta de bienvenida de Ralph que será nada más y nada menos que en la casa de Stephen.
Solo que ella no lo sabe. Y pienso invitarla.
Esta última se aleja un momento de donde yo estoy, ya que tiene que ir a ponerse su uniforme y confirmar su asistencia para recién poder venir hasta donde me encuentro y fingir que me está guiando en el área de ropa femenina. Mientras lo hace, voy mirando las distintas prendas que están en oferta y con descuento. Elijo una linda blusa crema con una V por la parte posterior, pero al instante la dejo en su sitio al ver que lo único que no está lindo es el precio.
¿Qué no están aquí las supuestas "ofertas"? Me cruzo de brazos, indignada.
Entonces, de repente alguien toma la blusa que escogí y la mira como si pensara en comprarla. Luego, comprueba el precio, me mira y expresa:
—Sí, te queda bien, combina perfectamente con tu cabello. Es tuya.
Stephen extiende la prenda hacia mí después de decir aquello. Sé muy bien las consecuencias que implicarían el aceptar algo proveniente de él, así que retrocedo un paso.
—No, gracias. Prefiero comprármela yo misma... —Él alza una ceja, desafiándome a hacerlo—. Cuando esté en oferta.
Al escucharme, se ríe de mi desgracia, y probablemente también de mi situación financiera.
—De acuerdo, como quieras. Vi que viniste aquí con la gruñona de tu amiga, ¿dónde está ella?
¿Acaso nos siguió? Madre mía, Stephen no sabe que Ale trabaja aquí, y ella puede venir a buscarme en cualquier momento sin sospechar nada. Si él se llegara a enterar, sería el fin de mi amiga.
Debo conseguir sacarlo de aquí.
•••
¡No olviden pasarse por la historia de Alessandra y Stephen!
PREGUNTA DEL DÍA: ¿Por qué algunas personas no responden la pregunta del día? xD
Ok no. ¿Qué les parece la historia hasta ahora? ¡Dejen sus opiniones! Me ayudarían muchísimo.
Capítulo dedicado a un gran lectora, es nueva leyéndome, pero ha estado ahí constante, así que denle la bienvenida a la familia de algodones <3
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