09| Acciones impulsivas
El silencio después de haber expresado mi pregunta se expande por varios segundos en que Raph se mantiene mirándome con una expresión indescifrable. Es como si mi pregunta no hubiese sido la que él esperaba. Claro que eso no quiere decir que siquiera haya deseado que le hiciera una en primer lugar, pero ahora que se la he hecho debería responderla, no quedarse pensativo como si le hubiese hecho una de cultura general o razonamiento matemático.
No entiendo.
¿Por qué es tan difícil responder? Me debato entre tronar los dedos o chasquear la lengua para que me preste atención, pero la repentina sensación que me ocasiona oír su voz me detiene antes de querer intentarlo.
—No las considero necesarias.
¿Y ya está? Su lacónica respuesta me suena tan esquiva que inevitablemente suelto un resoplido de frustración. Raph no se inmuta al verme. Su expresión seria de siempre está en todo su esplendor sobre su rostro.
Frente a mí, el insufrible adolescente que ahora es una especie de profesor para mí, se limita a encogerse de hombros antes de tomar su mochila y colocársela en el hombro.
—¿Eso es todo? —insisto al ver que avanza con dirección a la mesa de la sala. Él se detiene apenas escucha mi voz y permanece de espaldas a mí durante unos segundos.
—Ella es mi mejor amiga, muy especial para mí.
Eso ya lo sé, lo saben todos, de hecho. Sabrina Accio es conocida en todo Midtown como la mejor amiga y hermana mayor de Raph y Stephen. Esto porque además de llevarles algunos meses de ventaja, es la que siempre deambula por los pasillos de la escuela con ellos a cada lado. A ese grupo me refiero cuando digo El Triángulo. Ellos tres lo conforman.
Sí, incluso alguien tan bruja como Sabrina logró ganarse la simpatía de Raph.
El sabelotodo sabe muy bien que lo que acaba de decir no es algo nuevo para mí y que no responde del todo a mi pregunta, pero eso es lo último que dice antes de llegar a su objetivo y sacar sus libros, en señal de que acaba de terminar la ronda de preguntas y que vamos a empezar a estudiar. No obstante, yo no me rindo y camino de manera decidida hasta él. Claro que toda mi seguridad se va al tacho cuando este se vuelve sin prever mi acto, lo que ocasiona que casi choque mi pecho con el suyo.
Ante esto, ambos nos apartamos al mismo tiempo.
No es nuestro deseo estar uno cerca del otro y eso lo tengo bastante claro. El día que fuera lo suficientemente masoquista como para intentar ver a Raph con otros ojos sería el día en que empezaría mi tortura.
Eso lo doy por hecho.
Debido a lo que acaba de pasar, mi mente se ofusca un poco y olvido lo que pensaba decirle. Claro, aquí es cuando yo misma me abofeteo mentalmente por despistarme a causa de algo tan simple como estar bastante cerca de él. Raph aprovecha esto para pedirme que le preste atención en el tema que está dispuesto a enseñarme, soslayando lo que pasó hace un rato. A pesar de que me niego internamente, no me queda más remedio que obedecer y sentarme a su lado para atender sus explicaciones. Él hace como si nada hubiese pasado.
Pero si nada ha pasado.
Está bien, ya sé que es así, pero ¿en serio no le ha despertado nada el estar cerca de mí? Es decir, no creo ser tan indiferente ante los chicos, porque no soy de mala presencia ni nada... ¿A quién engaño? Si no fuera porque llevo el cabello largo, me confundirían con un chico por mi manera de vestir.
¿Será posible que mi inteligente compañero en verdad me odie y haga lo que está haciendo solamente por compromiso, porque ya me había dado su palabra? ¿Cabe la posibilidad de que sea así? Supongo que no lo sabré si no se lo pregunto.
—Raphael —digo de un momento a otro. El tono de voz que utilizo para mencionar su nombre me sorprende hasta a mí. Ha sonado tan seco, tan cortante. Normalmente siempre mi voz desprende entusiasmo, pero esta no es la ocasión para mostrarme así después de todo.
—¿Qué?
Lo miro a los ojos. Los suyos también me observan.
—Todavía me odias por lo del anuncio, ¿verdad? —cuestiono—. Porque si es así, permíteme repetirte que yo no fui y que además...
—Ya te dije que no te odio.
Su interrupción ocasiona que me calle al instante. ¿Es posible que eso sea cierto? Si analizamos nuestra para nada común relación de amistad-enemistad, cualquiera pensaría que está mintiendo; principalmente, porque desde que empezamos a hablar se mostró bastante cortante conmigo. Sus respuestas la mayoría de las veces no han sido más que simples monosílabos y ni hablar de la manera poco amable con la que se ha referido a mi persona frente a sus amigos. Por otro lado, aunque mi suspicacia no me permite creerle del todo, en el fondo sé que él no tiene motivos para odiarme.
Desde hace un tiempo que no me meto con nadie, por lo que es imposible que alguien pueda odiarme, claro, esto excluyendo a Sabrina Accio del grupo de referencia, porque a ella definitivamente sí que no le caigo y hasta ahora no entiendo por qué. Supongo que el hecho de no estar en el tercio superior es el motivo inequívoco para no tener la simpatía de la castaña. De todas maneras, yo solo me conformo con obtener la amistad de uno de sus amigos.
Mirando nuevamente a Raph, lo único que hago a modo de respuesta es asentir. No creo que haya algo más para decir.
Cuando finalmente termina la lección del sabelotodo, guardo mis cuadernos de manera rápida y me dirijo diligentemente hasta la salida. Raph no me sigue. Ni siquiera se despide de mí al ver que me alejo de donde está.
Pero claro, ¿cómo se va a despedir de ti si no le has dicho nada? Ni siquiera un «gracias».
¡Es cierto!
Una de las cosas que caracterizan a Raphael Thompson es que nunca, nunca, nunca da el primer paso, sobre todo cuando se trata de alguien que no conoce demasiado. Y tampoco es que yo sea lo suficientemente extrovertida como para hacerlo, pero, por alguna razón, con él no tengo problemas en actuar con total libertad sin ningún tipo de vergüenza. Muy en el fondo de mí, considero a Raph como un amigo, aunque él todavía no me vea de esa manera.
Así que, sin más, me doy media vuelta y camino segura hacia donde está. Él me observa mientras lo hago, y retrocede un poco a medida que me acerco.
—¿Qué haces? —pregunta sin mirarme cuando me detengo a un paso de él y lo observo con los ojos entornados.
—Solo quería decir gracias —aclaro y le doy un beso en la mejilla. Mi acción le sorprende tanto como a mí, mas no dice nada. Literalmente, se queda inmóvil.
No espero una respuesta de su parte y me giro para esta vez poder salir de su casa.
Entonces, cuando ya he bajado hasta el primer piso y salido del ascensor, y además cuando mis dos pies ya están sobre la acera frente a su edificio, me doy cuenta de lo que acabo de hacer. ¿Acabo de despedirme de Raphael Thompson de beso? Abro la boca de estupefacción.
Por más extraño que suene, eso es más grave que desaprobar un examen de matemáticas. Creí, por un momento, que éramos amigos y que una despedida de esa forma era algo normal; no obstante, acabo de recordar que no es cualquier persona. Es alguien que no me considera ni siquiera una amiga, lo cual es deprimente.
—No puede ser —me doy un golpe en la frente y cubro mi rostro de la vergüenza—. Seguro mañana me dirá que ya no me ayudará por ser tan impulsiva o haber invadido su espacio personal.
Conociendo como conozco a Raphael Thompson —y vaya que lo conozco desde que llegué a Midtown—, sé que es capaz de eso y más. Hasta el momento todas sus acciones me han dejado muy en claro lo que tanto me temía: él no se complace enseñándome.
Pero tengo que cambiar eso, o de lo contrario, dejaré de llamarme Nadia Hussel.
Doy un último vistazo hacia el balcón del departamento de mi compañero antes de emprender mi camino de regreso a casa. Me pregunto si es que mi hermano estará allá, ya que él prefiere estar fuera de casa la mayor parte del tiempo, pues no es que disfrute de mi compañía y yo tampoco de la suya. Además, el hecho de que él esté en casa supone que su mejor amigo también lo esté. Sobra decir que este no es alguien con quien quisiera cruzarme en este momento.
Cuando finalmente llego a casa, abro la puerta usando mis llaves y me encuentro con lo que menos esperaba. Al parecer, mi hermano está en problemas.
—Ya llegué... —anuncio pasando por delante de mis padres, posicionándome a un lado de la sala para poder ver la escena completa.
No obtengo respuesta, aunque tampoco la esperaba. Hay demasiada tensión en el ambiente como para que me presten atención.
Zach me observa con el rostro serio cuando amago una sonrisa de satisfacción, pero el de papá está el doble de serio, incluso más que el de mamá que siempre le ha consentido todo a su primogénito.
Esto lo que he estado esperando desde que Zach y yo empezamos a llevarnos mal, que ambos sepan que no es un santo.
—Y bien, ¿qué tienes que decir a lo que acabamos de decirte? —pregunta papá casi gritando.
Mamá se sobresalta al escuchar su voz; yo, en cambio, aplaudo a papá intermanente.
—No es lo que parece.
Es inevitable que me ría al escuchar a mi queridísimo hermano decir eso. Hacerse el inocente es algo habitual en él, no solo con mamá, sino también con papá. Por muchos años la hija rebelde fui yo, la que hacía cosas malas era yo, mientras que Zach llegó a ser considerado un ángel, un ejemplo a seguir para mí. ¿Cómo es posible eso?
—No, claro que no, la directora nos quiso jugar una broma al decirnos que has estado faltando a clases casi toda la semana —ironiza papá, visiblemente enfadado.
—Cariño...
—No, Lennie, por favor —interrumpe él al ver que mi madre piensa abogar a favor de mi hermano, como siempre hace.
—Tu comportamiento así empezó desde que empezaste a juntarte con los chicos de esa escuela a la que estás asistiendo, y ni creas que no me he enterado de que desaprobaste tres materias el bimestre pasado, pero se acabó tu vida relajada. —Su vista se dirige hasta donde yo estoy de pie disfrutando la situación con una media sonrisa—. Estudiarás en la escuela de tu hermana a partir del lunes. Ya he solicitado tu traslado, a ver si así aprendes a ser responsable.
Mi sonrisa se disipa súbitamente.
—¡¿Qué?! —Nos exaltamos Zach y yo al mismo tiempo.
Esto no puede estar pasando.
—Dile adiós a tu escuela. Y no quiero objeciones de parte de ninguno de ustedes.
Dicho esto, se da media vuelta y sube hacia su habitación. Mamá se queda un rato más consolando a Zach, mientras que yo me consuelo a mí misma. Llevo una de mis manos a mi cabeza ideando en mi mente en lo que se convertirá mi vida con mi hermano en la misma escuela que yo, pero eso no es lo más grave de todo el asunto, sino que con él cerca de mi entorno es mucho más probable que mis días de paz se terminen.
No, no, no, por favor.
Llevo toda mi adolescencia evitando estar cerca de mi hermano, evitando confraternizar con él, porque lo conozco y sé que uno de sus pasatiempos favoritos es molestarme la existencia, ¿y ahora papá me está diciendo que lo voy a tener que soportar todos los días?
—Todo esto es por tu culpa —me acusa, cuando mamá ya se ha ido tras papá para intentar convencerlo de que desista de su precipitada decisión.
—¿Mi culpa? Yo no me he escapado de la escuela. Esto es todo por tu culpa.
Mi respuesta parece enojarlo aún más de lo que está. Su hostil mirada hacia mí me lo confirma. Zach me odia, al igual que Raph y posiblemente igual que Stephen.
—Si no te hubieras quedado callada y me hubieras ayudado, nada de esto habría pasado.
—No les habría mentido a nuestros padres, además, sabes muy bien que nunca he apoyado lo que haces.
—Entonces tendrás que soportarme todos los días en la escuela, aunque ninguno de nosotros esté de acuerdo con eso, porque escucha esto, querida hermanita. —Camina a mi alrededor dando pasos firmes, deteniéndose detrás de mí—: Te haré la vida imposible allá.
Es mi fin.
•••
—¿Entonces tu hermano, el malvado y despiadado Zach, como tú lo pintas, estudiará aquí en Midtown y además de eso ha prometido hacer de tu vida una miseria? —recapitula Ale, mientras camino con ella hasta el comedor.
Asiento a modo de respuesta.
—Exacto, es más, si mis padres no estuvieran y él tuviera la oportunidad de dejarme en la calle, créeme que lo haría.
—No exageres, Nadia, no debe ser tan malo.
Tan pronto como acomodamos nuestros traseros en una mesa con nuestras bandejas en mano y nos disponemos a empezar a comer, Stephen Boward hace su aparición a un lado de nosotras y se acomoda a la diestra de Ale.
Esta rueda los ojos. Él se gira en dirección a mi mejor amiga y, omitiendo alguna clase de prólogo, comienza a hablar.
—No pienso ser tu maldito sirviente —replica de manera enervante apenas se acomoda.
No entiendo a qué viene su comentario, pero tampoco pienso en detenerme a preguntarle a qué se refiere, ya que después de lo de ayer no estoy en condiciones para hacerlo. Es más que obvio que Stephen ya no me sonreirá como hizo la primera vez que hablamos.
—Qué pena, el puesto todavía no lo ha ocupado nadie si es que te lo preguntas.
Miro a Ale cuando dice esto, está disfrutando de la situación.
—No me importa, ni pienso obedecerte.
—Repite eso, Boward —lo reta ella, como si estuviese cien por ciento segura de que su contrincante no lo va a hacer. No obstante, sucede lo contrario.
Stephen lo repite sin darse cuenta de lo que ella planea.
—¿No que no me ibas a obedecer?
A la izquierda de Ale, inmóvil y en silencio, viendo la escena, estoy yo. Casi comiéndome las uñas sospechando que esto no va a acabar nada bien. Al parecer, ella todavía no le ha hecho entrega de su diario y eso supone una serie de enfrentamientos entre ambos, que estoy segura, no van a acabar en nada bueno.
—Lo que pido es sencillo, Boward, y no es más que un castigo que tú solo te has ganado tras intentar meterte conmigo —expone mi mejor amiga con una solvencia que me deja pasmada—. Serás mi sirviente solo por un mes, no es como que vayas a serlo toda la vida.
—No lo seré tan siquiera un segundo.
—¿Ah, no?
En ese mismo instante, Ale se pone de pie con sus cosas muy decidida y, tocando un vaso con una cuchara, consigue llamar la atención de los demás. Todos tienen puestos sus ojos en nosotros. Al ver que incluso Raph nos mira, me hundo en mi asiento al recordar lo de ayer en su casa.
—¿Qué haces? —cuestiona Stephen. Ale no contesta.
—Escuchen todos, hace poco encontré un libro muy curioso que no se imaginan a quién pertenece —desvía disimuladamente sus ojos hasta su víctima y saca una hoja arrugada de su bolsillo—, pero lo sabrán en su momento. Ahora les voy a leer un fragmento que empieza así: "Cuando tenía diez años, todavía no podía controlar mi organismo y seguía mojando la cama, también..."
—Alessandra, basta —la interrumpe Stephen, bufando.
—No seas aburrido, todavía no termino de leer y mira que se viene la mejor parte.
Antes de que mi amiga siga leyendo y, para sorpresa de todos, Stephen toma a Ale en sus brazos y se la lleva cargada como si fuera un saco de box y en contra de su voluntad hasta afuera del comedor, mientras que esta se intenta librar de sus garras.
Yo me quedo ahí, soportando las miradas de todos los que creen que todavía no se ha terminado el espectáculo y, viendo esto, decido tomar mis cosas para ir detrás de ella.
—Nad, ¿qué se trae tu amiga con ese tipo?
Ed se acerca a mí, claramente confundido ante lo que acaba de pasar.
—Bueno, digamos que no le cae y está ejecutando su venganza contra él.
Claro, Nadia, claro. Bien sabes que la palabra «venganza» se queda corta ante lo que Alessandra Turner tiene pensado hacer.
Sé que todavía no le perdona a Boward el haberse burlado de ella frente a todos ese día en clase de gimnasia. O al menos, de haberla dejado en ridículo. Es cierto, ella quiere que Stephen sea su sirviente, ¿en qué está pensando? ¿Acaso no se da cuenta de que eso puede terminar en algo verdaderamente malo? Empezando porque detrás de Stephen está el ejército de chicas que lo consideran un ídolo y no escatimarían en tomar represalias en su nombre.
—¿Entonces a ella no le interesa? Qué alivio —expresa Ed, frotando su frente como si estuviera sudando.
—¿Cómo dices?
—Nada, ¿te parece si nos vamos de aquí?
Vuelvo a mirar a mi alrededor, creo que marcharnos será lo mejor.
—Era justo lo que te iba a decir.
Cuando la hora del almuerzo termina, todos debemos volver a nuestras aulas para continuar con nuestras clases hasta la hora de salida, pero por alguna razón los asientos que deben ocupar Ale y Stephen están vacíos. No los veo desde el escándalo del comedor, y mis compañeros no paran de cuchichear sobre ellos dos, intentando explicarse por qué Stephen haría algo como eso, exponiéndose al interactuar con alguien fuera de su círculo amical. Algunos dicen que quizá han empezado un romance o que estaban saliendo y las cosas no resultaron como esperaban, otros aseguran que en efecto han terminado una supuesta relación, pero ninguno se acerca ni tan siquiera un poco a la verdad.
—¡Es que yo de verdad no puedo creerlo! —Esa voz tan molesta solo puede pertenecerle a una persona. Sabrina. Ella se posiciona muy colérica frente a Raph, quien se encuentra a mi costado, sentado en su respectivo asiento—. ¿Cómo puede Steph hablar con una tipa como esa? ¿Has visto lo salvaje que fue? ¿Y cómo está eso de que se han ido juntos?
—¿Por qué te sorprende? —habla Raph, tan sereno como siempre—. Tú los viste yéndose.
¿Qué? No creo que Ale haya hecho algo como eso, a no ser que haya sido por su conveniencia.
—No lo puedo creer... —su voz se va apagando, al parecer, cuando nota mi presencia al lado de su mejor amigo—. ¿Con quién te estás sentando?
Ella le hace esa pregunta a Raph como si yo no hubiera estado aquí escuchando lo que dijo de mi amiga.
—Con Nadia —No. No ha sido él quien ha hablado, sino yo misma. Después de oírla decir todo lo que ha dicho de Ale no voy a intentar tener un mejor concepto de ella—. Ese es mi nombre.
Sus ojos verdes claros inciden en mi imagen, observándome recelosamente de pies a cabeza cuando hablo. Por supuesto que no escatima en disimular su desaprobación ante mi aspecto.
—¿Por qué te sientas aquí?
—Raphael me está ayudando en algo —respondo a medias para encender su curiosidad.
—¿Ah?
¿Eh?
—Es solo un favor.
No, Raph, ¿por qué le das explicaciones?
Sabrina enarca una ceja ante su aclaración.
—¿Y para eso es necesario que te sientes con ella, Raph?
Me enoja de cierto modo que ella sí le pueda decir así con total normalidad.
—Lo es —contesta el sabelotodo y casi quiero aplaudirle por decir, por primera vez, algo a mi favor. O bueno, algo que yo quería escuchar.
Sabrina Accio no es una chica que odie a todo el mundo, sino que se considera estar en una escala más elevada que los demás y eso no nos agrada ni a Ale ni a mí. Hasta ahora no sé cómo hacen Stephen y Raph para soportarla.
Cuando ella finalmente se va encolerizada después de oír la respuesta de Raph, este abre un libro y comienza a leerlo. Hago un intento por leer el título de este, pero sus manos me lo impiden. Es entonces cuando oigo de nuevo su voz, aunque esta vez es para dirigirse a mí.
—Hoy no podré ayudarte, pero...
—Es por lo de ayer, ¿verdad? —interrumpo antes de que termine de hablar—. De verdad, lo siento. No es que acostumbre yo a despedirme así de todo el mundo, solo que pensé que te debía agradecer de alguna manera lo que estás haciendo por mí, aunque no hayas sido la persona más amable del mundo, por cierto. Aun así realmente necesito de tu ayuda, prometo que no me volveré a dormir en la clase de Smith nunca más, o al menos haré mi mejor intento por no hacerlo. Si es posible me tomaré dos tazas de café antes de venir los días que nos toque curso con él, y también...
Dejo de hablar cuando un vestigio de sonrisa aparece en los labios de Raph ante mi discurso disparatado de disculpa. Al darse cuenta de que me he callado por verlo, vuelve a tomar su expresión de siempre.
—Iba a decir que tenía algo importante que hacer hoy y que, si quieres, podrías recuperar la lección el sábado, pero hay un problema.
Oh.
—¿Cuál?
—Ya no estaremos solos y en silencio en mi casa.
•••
¡BTM estrena nueva portada! ¿Qué les parece? Yo estoy enamorada, sinceramente (づ ̄ ³ ̄)づ
PREGUNTA DEL DÍA: ¿Quién será el/la nuevx personaje que estará de inquilinx en la casa de Raph?
Quien acierte o esté cerca de hacerlo tendrá una bonita dedicatoria <3
¡Gracias por leer!
No olviden votar y comentar.
¿Ya tienen un shipp en la historia? Y si es así, ¿cuál es?
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