08| Posiblemente mañana sea mi muerte
Calificar de "exabrupto" a lo que acaba de pasar hace un momento podría ser una buena opción considerando lo incómodo del ambiente. De hecho, no encuentro otra manera de describir la situación. Como si no fuera suficiente que la aparición tan inesperada de Raph en la entrada casi me arranca un grito del susto, ahora tengo que lidiar con el hecho de que acabo de ser calificada tácitamente como una simple conocida que solo va a recibir sesiones de matemáticas a la casa de su compañero de clases, alguien que no es nada más que eso.
Sí. Ya sé que es cierto —por ahora—, pero ¿cuál es la necesidad de aclararlo frente a todo el que pregunte lo mismo? Pudo haber dicho que soy una amiga, digo, para no quedar como una tonta frente al señor que vino de visita.
Después de la contestación de Raph, solo atino a sonreír queriéndome hacer un ovillo para rodar lejos en ese mismo momento. Me siento tan incómoda que no me molestaría cancelar nuestra sesión del día de hoy.
—Creo que llegué en un mal momento, será mejor que me vaya.
Intento escapar de esa embarazosa situación, pero no sale como esperaba.
—Nada de eso, jovencita —intercede el hombre con una sonrisa—. Yo solo vine de paso a saludar. Adelante, bienvenida.
La expresión en el rostro de Raph me dice que él no piensa lo mismo con respecto a mi presencia, y por un segundo dudo en entrar, no deseando estar en un lugar si no soy bienvenida. Al final, termino haciéndolo rindiéndome a las circunstancias, pasando por el lado del sabelotodo después que el señor y chocando a propósito mi hombro con el suyo para mostrarle mi indignación. Él ignora mi acción y se limita a sostener la puerta en silencio.
A un lado, sentada en el primer peldaño de las escaleras de la casa de Raphael Thompson, permanezco sin moverme mientras lo veo pasar desde la cocina con dirección a la sala. Lleva un jugo de naranja en mano que, por supuesto, no ofreció, pero que debe invitar a su tío ya que este, amablemente, lo pidió, ofreciéndome uno a mí también. A regañadientes, Raph tuvo que obedecer. Casi sospecho que de seguro su odio hacia mí se acrecienta a cada segundo que pasa, principalmente por la oportunidad que tengo de verlo así, incluso cuando aún no me considera una amiga.
Digamos que, después de que haya coincidido con su tío en la entrada de su casa, muy a su pesar, tuvo que dejarme entrar a mí también. Tampoco es que lo considerara lo suficientemente malévolo como para dejarme afuera, pero después de su abrupta aparición ya no sé qué pensar. ¿Acaso le caigo mal o algo así? Pues supongo que aún no ha olvidado lo del cartel pegado en los pasillos de Midtown y seguramente me sigue atribuyendo esa falta a mí. Desde ese día ha estado más frío y distante de lo normal, exceptuando lo que pasó en la sesión de italiano, pues en esa clase dio el primer paso y cumplió algo de mi lista.
No lo entiendo.
Qué más da, él siempre es igual conmigo. No, corrección, siempre es igual con todos, menos con sus amigos. Claro, con Sabrina sí es el más atento del mundo, con ella sí se siente a gusto y no anda diciendo simples monosílabos, en cambio a mí, si fuera posible me pondría una orden de alejamiento.
Con ese humor que se carga me pregunto si alguna vez llegará a sentir afecto por alguien, si es se enamorará alguna vez. Lo veo imposible, parece un ser sin emociones o sentimientos.
Nadia, ¿estás con fiebre? Ya estás empezando a decir tonterías.
Con esa actitud tan borde que él tiene; si eso llegara a pasar, me gustaría estar en primera fila para verlo derretirse frente al único sentimiento que puede derretir a una persona fría: el amor.
Ese sentimiento que tampoco yo he experimentado, pues hasta la fecha no puedo decir que he estado enamorada, porque no me he sentido así, como lo describen en miles de libros y canciones: en las nubes, mariposas en el estómago y esas cosas. He tenido algunas citas, pero nunca pasamos del primer nivel. Esa es la Nadia que nadie conoce (a excepción de Ale), que era lo más cercano a una chica rebelde y despreocupada.
Hoy, con casi diecisiete años, puedo decir que he dejado atrás esa etapa de mi vida. Ale a veces ni me reconoce. Ha sido un cambio drástico y eso lo tengo bastante claro, pero sinceramente estoy considerando volver a mis días negros para enfrentar al sabelotodo que tengo por compañero. Aunque supongo que no me atrevería, aún.
Apoyo mi cabeza en mi brazo y este en mi pierna antes de emitir un bostezo. Llevo... ya no sé ni cuánto tiempo llevo sentada aquí, pero supongo que bastante rato.
—Nadia, ¿verdad? —Frente a mí aparece el tío de Raphael y me invita a pasar a la sala. Mientras avanzamos, aprovecha para presentarse—: Por cierto, soy Michael, pero todos me dicen Jema. Larga historia.
—El gusto es mío, gracias.
Vaya, este es más considerado que el sobrino, dueño de la casa.
Apenas pongo un pie en la sala, lo primero que veo me deja sorprendida. Lentamente camino acercándome casi sin poder creerlo. El estupor en mi expresión es de lo más evidente, pero tengo mis razones. Raphael Thompson está sentado frente a una consola de Play Station 4 jugando un juego de carreras con total ahínco, que casi no lo reconozco. Todo eso hasta que nota mi presencia.
Su mirada y la mía coinciden por una milésima de segundos.
Y de seguro alguien podría pensar, ¿cuál es lo extraño aquí? Pues, sucede que todo Midtown sabe que este chico prefiere los estudios antes que cualquier cosa, sin exagerar; y yo siempre viví con ese pensamiento. Siempre lo tuve en cuenta cada vez que cuchicheaban de él en el comedor sobre su particular forma de ser, así que nunca pensé que en vez de ayudarme con matemáticas —tos, conveniencia, tos— estaría jugando.
Ah, claro, a eso ha venido su tío. Acabo de comprobar que este ser es el que lo lleva al lado oscuro.
Avanzo un par de pasos más hasta posicionarme a su lado. Al pie de la mesilla que sostiene la consola, veo el estuche del juego llamado NFS. Conozco muy bien ese juego. Mi hermano mayor solía jugar conmigo cuando todavía quedaba algo de bondad en él. Desperdiciábamos horas y horas jugando, desbloqueando lugares, desbloqueando carros, etc. La mayoría de las veces yo le ganaba, razón por la cual dejó de permitirme jugar con él y desapareció de su ser todo rastro de solidaridad para con su hermana menor.
Pero ¿por qué me habrá invitado a estar aquí si es que el sabelotodo no me va a dar una clase? No puedo perder mi tiempo si no obtendré algo de provecho, lo que sea que me ayude a levantar mi promedio que está por los suelos.
Como si de una respuesta se tratara, el celular del señor Jema empieza a sonar. En un par de segundos, la sala se inunda completamente con la melodía de Instant Crush, hasta que el señor sale un momento para contestar.
Raph permanece sentado frente al gran televisor, compitiendo con los demás carros. Dejando de lado mi presencia. Entonces me percato del otro mando que permanece a un lado de la consola.
¿Y si...? No, claro que no.
—Debo irme, sobrino, el trabajo llama. —El señor Jema aparece nuevamente en la sala y recoge el maletín de trabajo que trajo. El sapiente chico dueño de la casa solo atina a asentir—. Ha sido un gusto, señorita. —Esta vez se dirige a mí, que respondo con una tímida sonrisa.
Unos minutos después, los únicos que quedamos en la casa somos el sabelotodo y yo.
Sopeso la posibilidad de dirigirme a él y me siento a su lado, dejando un gran espacio entre nosotros. En tanto lo veo jugar, amaso las palabras que pienso usar para dirigirme a él. ¿Debería recordarle que vine aquí a recibir una clase de números no a verlo jugar mientras me mosqueo en silencio o simplemente dejarlo en el lado oscuro y sacar a relucir mis dotes de jugadora científicamente comprobados?
Llevo una mano hasta mi mentón y acaricio mi barbilla para decidir lo que hacer.
Bien. Ya lo tengo decidido. Supongo que puedo hacer una excepción por hoy e intentar caerle mejor.
—No sabía que jugabas. —Hago acopio de mi buen humor. Nuevamente asiente a modo de respuesta sin despegar la vista de la pantalla. Me hundo en mi asiento ideando algún otro comentario—. ¿Sabes? Yo también soy muy buena en ese juego.
Esta vez se detiene.
¿Será buena o mala señal?
—¿Por qué debería creerte?
—Puedo probarlo.
—Paso —afirma sin despegar su vista de la pantalla.
—Por favor, Raph.
Él suelta un suspiro de resignación, pero luego hace espacio en el mueble en el que está sentado.
Lo miro rebosando de alegría. ¿Acaso es una insospechada invitación a que juegue con él? Esto definitivamente me ha subido el ánimo.
Con seguridad tomo el otro mando del piso y me preparo para demostrarle que las chicas también sabemos jugar. Antes de empezar, ato mi cabello en una coleta y acomodo mi cerquillo, de tal forma que no me impida ver la pantalla mientras jugamos.
Una vez que estoy lista, Raph y yo comenzamos a jugar. Debo admitir que pensé que él no sería conocedor de los atajos que tanto me costó encontrar en dicho juego, pero la verdad es que se sabe todos. Bien, supongo que me conviene que dé todo de sí en la carrera porque detesto cuando un chico deja ganar a una chica solo para "no hacerla sentir mal". Me parece una excusa barata.
Para sorpresa suya, me encuentro en el primer lugar y ya falta poco para llegar a la meta, pues es la última ronda. No obstante, estando a pocos metros de dar por finalizada la carrera, otro de los carros me tira un barril de petróleo que me quita velocidad, permitiéndole a Raph tomar mi lugar y coronarse como el ganador de la partida; dejándome a mí en el tercer lugar, pues el que me tiró el barril se apoderó de mi oportunidad para obtener el segundo.
Decepción. Eso es lo que siento. Soy tenedora del penoso tercer lugar. No lo puedo culpar, no ha sido trampa.
Raphael Thompson es el primer lugar en el tablero de notas y también en el juego.
A diferencia de mí, que estoy mordiéndome la lengua para no chillar de frustración, Raph se mantiene sereno a pesar de haber ganado, no muestra ningún aire de superioridad —eso déjenselo a Stephen— ni nada de eso y aunque siento deseos de pedirle una carrera más, no lo hago, pues él se encarga de quitar el juego y apagar la consola, dejándome en claro que no piensa seguir jugando conmigo.
Ante esto, sin más que decir, deposito el mando en su sitio con delicadeza, todo esto en silencio mientras pienso cómo continuar con la conversación —si es que se puede llamar conversación a los monosílabos que suelo recibir de él— para no estar sumidos en el incómodo silencio.
Después de la partida, me encargo de seguirlo hasta la mesa donde solemos hacer nuestras prácticas de matemáticas. Aún no estoy segura de si es que me va a ayudar o si simplemente está recogiendo sus cosas para marcharse a su habitación como hace cada vez que venimos, pero tampoco me voy a quedar cruzada de brazos si esta extraña relación que tenemos no avanza hasta transformarse en una sólida amistad.
—Disculpa la tardanza —manifiesto, sabedora de que me tardé más de lo previsto y que él fue muy claro conmigo respecto a eso—, tuve un problemilla en la salida y posiblemente hoy sea el último día que me dictes una lección.
Stephen va a matarme.
—¿Hablas en serio?
El tono de alivio en su pregunta me borra la sonrisa. De verdad que este tipo no entiende las indirectas. ¿Qué le costaba preguntar un «por qué»?
Muerdo nuevamente mi lengua antes de dejar salir a mi queridísima alter ego —o sea, la Nadia impulsiva con un toque de grosera— y no sé si debería tomarme a mal la pregunta que acaba de escupir cruelmente. De acuerdo, vamos, bastante masoquista he salido y no me voy a dejar amilanar por algo como esto. Además, sé perfectamente que la causa de su trato hacia mí de esta manera se debe a que desde que entró a la secundaria su única amiga ha sido la irritante Sabrina.
Pobre de él. ¡La ha soportado por más de dos años!
En cambio, yo he tenido un círculo de amigos igual de reducido que el de él, pero más variado. A pesar de que la mayoría dejó Midtown para irse a otras ciudades, mi única mejor amiga no me abandonó. Lo cual agradezco.
—No, era una broma —decido enunciar finalmente, él asiente dándose la vuelta para dirigirse hacia la mesa y sentarse, pero antes de que logre lo que se propone hacer, me atrevo a decir algo más—. ¿Te puedo hacer dos preguntas?
Es mejor ser sincera desde el principio, ya que la mayoría de las personas siempre suele decir «¿te puedo hacer una pregunta?» y hacen diez, así que como sé que una no será suficiente para mi abundante curiosidad sobre él, y diez no me va a responder, decido que sean dos.
—Una —asevera, llevando el vaso de jugo de naranja, que su tío dejó sobre la mesa, hasta la cocina. Bueno, esto es mejor que recibir silencio de su parte como ya se le estaba haciendo costumbre responderme.
Mientras espero a que regrese a la sala pienso muy bien lo que le voy a preguntar. Tengo miles de preguntas para él, empezando sobre el porqué de su comportamiento tan distante y reservado o por qué no intenta hacer más amistades siendo tan popular, pero supongo que también me interesa saber cuál es su secreto para estar en el maldito primer lugar todo el tiempo.
Una vez que Raph pone un pie sobre el piso de mayólica de su sala, me aclaro la garganta para empezar a formularle mi pregunta.
Él apoya su trasero en el reposabrazos de uno de los muebles esperando que empiece a hablar. Me toma un lacónico segundo darme cuenta de que la expresión seria de siempre ha desaparecido de su rostro. Bueno, tampoco está sonriendo, solo me está mirando expectante, como si ansiara ya oír mi interrogante o le diera curiosidad.
La verdad es que todavía no sé muy bien qué preguntar. Que tal algo como «Oye Raph, ya que eres más serio que estatua tallada en mármol, si te golpeas el meñique del pie, ¿no te sucede nada, verdad?»
No, no.
Definitivamente mi mente está nublada y no soy capaz de idear alguna buena pregunta. Nunca había tenido una oportunidad como esta, él siempre me había ignorado cada vez que le dirigía la palabra. No obstante, a pesar de la maraña de pensamientos que hay en mi cabeza, al final me decido por una sola pregunta. La que siempre me ha generado más curiosidad que las demás, la que siempre ha merodeado por mi cabeza desde la primera vez que lo vi y decidí dirigirme a él.
—¿Por qué nunca has buscado más amigas además de Sabrina?
•••
PREGUNTA DEL DÍA: ¿Ya tienen personaje favorito? Y si es así, ¿cuál es y por qué?
Pregunta curiosamente curiosa de esas que te dejan con la curiosidad: ¿Cuántas de aquí saben a quien se refirió cuando habló del señor Jema? (coff DDC coff)
El próximo capítulo se llamará "Acciones impulsivas". ¿Qué creen que pueda pasar? 7u7
Gracias por soportarme a mí y a mis locuras ❤
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