07| Adiós, empatía

Después del —no diré robo, porque es una palabra muy degradante y porque, por obvias razones, yo cuento como cómplice— préstamo (esto queda mejor) del diario de Stephen no pude concentrarme mucho en las lecciones que me dio Raph esta tarde. Presté casi nada de atención y, por ende, no entendí absolutamente nada. Es más, estuve como ausente haciendo miles de ideas de lo que pasaría si se daban cuenta de lo ocurrido o de cuánto tardarían en hacerlo. ¿Midtown tiene cámaras de seguridad? Sí, pero no creo que la persona que esté detrás de las cámaras lo haya tomado como un hurto, ¿no?

Digan que no, por favor.

Gracias.

En este momento me encuentro en mi casa esperando a que lleguen mis padres. Estoy con tapones en los oídos por eso de la estridente música de mi hermanito. No tengo deseos de enojarme, porque ahora lo único que me preocupa es que algo salga mal. Hace un rato llamé a Ale y ella me dijo que aún no ha revisado el diario de su víctima porque ha estado trabajando (sí, mientras yo trato de aprender matemáticas colmando la paciencia de Raph, mi mejor amiga trabaja para juntar lo necesario y poder solucionar sus problemas) y por esta razón no ha tenido tiempo. He intentado convencerla de que desista de su plan de venganza contra el chico más codiciado de la clase, pero ha sido inútil.

En parte la entiendo, pues la pulsera que tiene Stephen en su poder es el único recuerdo que tiene de su madre, quien falleció cuando ella era una niña. Cosas así, estoy segura de que Ale no las comparte con gente que no considera de su confianza. Tuvieron que pasar dos años para que decidiera contármelo.

A diferencia de mí, que suelo entrar en confianza muy rápido cuando de amistades de mi mismo sexo hablamos, Alessandra Turner tarda un poco más de tiempo en dar alguna señal de que confía en alguien. Esa es una de las miles de diferencias que existen entre nosotras, pero aun así, sé que ella en lo más recóndito de su corazón me tiene mucho aprecio. Aunque no me lo diga.

Conociéndola como la conozco, sé que mañana posiblemente se desate el caos por la ausencia de un diario. Y espero salir bien librada, ya que cualquier cosa puede perjudicarme en estos instantes.

—Nadia. —Escucho que me llama mi hermano mientras toca insistentemente la puerta de mi habitación. Por un segundo pasa por mi cabeza la idea de ignorarlo y hacer como que no lo escucho; sin embargo, decido hacer caso a sus gritos cuando lo oigo mencionar que alguien me busca.

—¿Qué le digo al tipo de afuera? —pregunta. Por fin me digno a abrirle la puerta y apoyo mi espalda en ella al momento de cerrarla—. Dice que quiere hablar contigo.

—¿Quién es?

—No le pregunté su nombre, bueno, tampoco se veía con ganas de querer decirlo.

—¿Y lo dejas pasar así como si nada?

—Estoy preparado. Además, salta a la vista que en una pelea cuerpo a cuerpo yo ganaría, así que no hay de qué preocuparse.

Al oír esto, una sola persona se me viene a la mente, basándome en lo que me ha dicho. ¿Será posible que la persona que estoy pensando sea quien ha venido a buscarme? Antes de poder siquiera preguntar más sobre el misterioso visitante, y como si tuvieran vida propia, mis piernas me guían raudamente hasta el balcón de las escaleras.

Me detengo en seco y creo que casi dejo de respirar al comprobar que mis sospechas no han sido erróneas.

Raphael Thompson está en la sala de mi casa, ha venido a buscarme. Lleva puesta una camisa azul y un pantalón negro. Y yo estoy toda despeinada, en pantuflas y con una camiseta que dice «soy una princesa», regalo de mi papá.

Excelente atuendo, Nadia.

Antes de bajar las escaleras, arreglo un poco mi aspecto y finjo serenidad.

—Hola Raphael —Es lo primero que le digo para llamar su atención y que deje de mirar las fotos familiares de la estancia en las que salgo terriblemente mal—. ¿Pasa algo?

El frío sabelotodo de mi clase se gira al escuchar mi voz. En cuanto sus ojos se encuentran con los míos siento una extraña sensación en el pecho. Intento convencerme de que es simple sorpresa por su presencia y que por nada del mundo se debe a que se ve bastante atractivo con esa camisa y esos jeans tan oscuros como su personalidad.

Hago a un lado lo llamativo de su imagen y me concentro en prestar atención.

—Olvidaste esto hoy en mi casa —informa, extendiendo hacia mí una bolsa. Al recibirla y ver lo que contiene, casi me desmayo. Dentro de ella está el cuaderno donde suelo anotar todo lo que sé de las personas que conozco.

No, Dios, no.

Ignoro la cara que pongo ante tan fatídico suceso, pero Raph me observa con curiosidad al ver mi semblante. Sobre todo porque intento inútilmente esconder de sus ojos el cuaderno sosteniéndolo por detrás de mí, cosa absurda porque él ya lo ha visto.

—¿Te ocurre algo?

A pesar de ser una pregunta sencilla y nada fuera de lo normal, viniendo de él me parece lo más amable que he escuchado el día de hoy.

—Sí. Quiero decir, no —Intento encaminarlo hacia la salida aún con mis brazos colocados hacia atrás—. Muchas gracias por venir.

Ante mi para nada disimulada acción de dirigirlo a la puerta para que se marche, él asiente y se va. Resoplo cuando estoy nuevamente sola, aunque al instante me arrepiento de lo que acabo de hacer. Genial, seguro ahora él pensará que soy una maleducada que no se digna ni siquiera a ofrecerle un vaso con agua a sus visitas. Creerá que soy de lo peor y jamás querrá volver a dirigirme la palabra. No lo culparía, pero la idea de que hubiera encontrado mi cuaderno secreto me tomó por sorpresa.

Cuando el sabelotodo ya se ha ido, abro el cuaderno y lo primero que encuentro es mi lista. Y, por supuesto, no cualquiera, ¡es la lista que escribí con las cosas que sé de él!

¿Será posible que Raph la haya leído? De solo pensar en la posibilidad quiero esconder la cabeza debajo de la alfombra de mi casa.


***



El pisar los corredores de la escuela se me hace tan extraño que lo hago como si estuvieran hechos de lava. A diferencia de mi amiga, me provoca cierto pavor estar aquí.

Siempre que suelo hacer cosas como las que hice con Ale el día de ayer —o sea, extraer algo sin permiso—, suelo tener remordimiento de conciencia. Como ahora.

He estado muy intranquila, pero por supuesto, por algo Ale y yo somos opuestas. Ella puede ser más fría que el hielo y mostrarse indiferente ante cualquier situación que se le presente, pero yo soy tan sensible como un vidrio, tan cristalino y a la vez tan transparente, que dudo mucho que pueda calmarme en lo que resta del día..

En estos momentos solo estoy deseando no meterme en problemas de nuevo. Ya dejé mi vida problemática de hace unos meses, volver a lo mismo sería un gran error.

—¡Chica de los guantes! —exclama una voz a mis espaldas mientras camino con Ale por los pasillos de la escuela.

Es receso y ninguna de las dos ha querido quedarse en el aula, digamos que más yo, por temor a que nos reprendan por tomar algo prestado. Aún Stephen no ha mostrado algún indicio de que busca algo, lo cual me calma de cierto modo. Sin embargo, mi mejor amiga piensa decirle que tiene su diario hoy en la salida y yo no quiero estar ahí cuando se desate lo que sea que tenga que desatarse entre esos dos.

—¿Chico de la bufanda? —digo a modo de respuesta cuando reconozco a la persona que se ha dirigido a mí. Ale se muestra recelosa ante el sonriente chico que yace frente a nosotras.

—Ese mismo —contesta. Aunque ahora no lleva la bufanda, no hace falta ser un genio para recordar que es el mismo chico de ese día que llegué tarde, solo que ahora trae unos lentes puestos—. No pensé encontrarte de nuevo tan pronto, ya sabes, con eso de que Midtown es enorme.

Sonrío inevitablemente. Ale permanece seria.

—Eso sí, lo importante es que aquí estoy. —El chico mira a mi amiga. Qué torpe, ni siquiera los he presentado—. Ah, por cierto, ella es mi mejor amiga Ale; y Ale, él es...

Acabo de darme cuenta de que no sé su nombre. Nunca me lo dijo, entonces, ¿cómo debería presentarlo?

Él, al darse cuenta de esto, se dispone a presentarse.

—Edward Vebber, pero pueden decirme Ed. Mucho gusto.

A pesar de que llevo poco conociéndolo, puedo decir que se ve buena gente. Digo, no es que haya hecho algo malo, al contrario, se mostró muy alegre y risueño. Esas amistades que me gusta tener, exceptuando a Raph, claro.
Después de que lo encontramos en los pasillos, quedamos de vernos en la salida junto a Ale, quien no dijo ni «sí» ni «no», así que lo tomé como lo primero.

Estuvimos hablando un buen rato hasta que el timbre sonó indicándonos que debíamos volver a nuestras aulas, aún así, el tiempo que hablamos fue suficiente para dejar la timidez de lado, poner en práctica mis dotes de periodista aficionada y obtener la siguiente información:

Edward Vebber. Diecisiete años. Penúltimo año. Tercera clase. Amante del Lacrosse. Miembro de la banda de la escuela. Muy social. Enemigo de la clase de Sociales, irónicamente. Segundo puesto en su salón. Soltero. Muchas pretendientes. Admirador de las chicas preguntonas...

Sobre lo último... tardé exactamente siete segundos en darme cuenta de ese comentario. Reí como boba, sintiéndome avergonzada, y no supe qué decir, entonces Ale, quien casi no había dicho nada, cambió de tema.

Eso es todo lo que sé de "El chico de la bufanda" por ahora. Algo que me gusta hacer es apuntar siempre lo que sé de las personas. No porque la memoria me falle, sino porque es algo que he hecho desde que tengo memoria y ya no puedo parar con ese hábito. Apunto todo en una libreta y, cuando estoy a punto de cerrarla, aparece la hoja en la cual anoté las cosas que pretendo lograr con Raphael Thompson. Todavía me queda la duda de si es que llegó a leer lo que escribí.

Hasta ahora he logrado parte del punto cuatro, lo cual me emociona de sobremanera.

Una vez llegamos a nuestro salón, Ale cambia de idea y su resolución final es que no le dirá a Stephen de lo de su diario hasta que él no se lo pregunte. Es una orgullosa empedernida.

No me queda de otra que asentir y dirigirme a mi asiento junto a Raph, quien se encuentra leyendo un libro, que si no me equivoco es "Persecución en Holanda", un libro que el de Historia nos mandó a leer.

El profesor aún no llega, así que puedo poner en marcha mi plan.

Como he visto que hacen en las películas, froto ambas manos antes de dirigirme a él.

—Oye, Raphael.

No se inmuta. No me mira. Me ignora.

—Estoy leyendo.

—Lo sé, no es como que te esté tapando los ojos.

Él despega su vista del libro y la desliza hasta donde estoy. Le saco la lengua, burlándome de su gesto serio.

—¿Siempre eres así? —interroga, tomándome por sorpresa.

—¿A qué te refieres?

—Olvídalo.

Pienso en insistir, pero determino no hacerlo al ver que vuelve a centrar su atención en el libro.

Ruedo los ojos y apoyo mi cabeza en el pupitre, frustrada. Debo acostumbrarme a esto. Aunque, a decir verdad, ya me voy acostumbrando. Estos diez días seré una invisible frente a sus ojos, como siempre.

Decido recostarme en el pupitre mirando al lado contrario, pero para mi mala suerte el profesor llega y soy obligada —es obvio por quién— a prestar atención.

Cuando el reloj de mi celular y la voz del profesor indican que es hora de marcharnos, guardo mis cosas rápidamente para ir hasta Ale, pero no la encuentro. ¿En qué momento se fue? Ay, Dios, no quiero imaginar lo que piensa hacer. Camino rápidamente por el pasillo que conduce a la salida, dispuesta a buscar a Ed, pero me detengo unos segundos al oír maldiciones provenientes de Stephen, quien en este preciso momento se encuentra a tan solo cuatro pasos de mí. Él se gira para verme y yo como buena persona que sabe disimular —en realidad todo lo contrario—, acelero el paso hasta la salida. Sin embargo, no puedo lograr mi cometido, pues alguien me retiene del brazo.

Santo cielo. ¿Dónde rayos está Ale cuando más la necesito?

—Yo tenía una libreta muy importante aquí, algo me dice que sabes algo.

Stephen pasa uno de sus brazos por encima de mis hombros y me coloca frente a su taquilla para que entienda a lo que se refiere.

—¿Yo? —pregunto, alargando la última vocal—. No, ¿por qué crees que yo sabría algo de tu viejo diario que quizá fue sacado de ahí por venganza?

Acabo de estropearlo. Irremediablemente.

Casi puedo imaginar cómo Ale se habría pasado la mano por toda la cara si hubiera escuchado lo que acabo de decir. Qué estúpida.

—Déjala —interfiere Ed apareciendo a nuestro lado. Stephen me suelta sin ningún problema, yo me posiciono detrás de quien ha venido a salvarme.

La víctima en cuestión pasa una de sus manos por su cabeza, perdiendo la paciencia. ¿Qué de grave hay en que Ale haya tomado su diario? No es como que ella lo vaya a leer en público utilizando el micrófono del auditorio. Aunque hablando de Ale y de lo que es capaz... ¡Madre mía! Por un momento me pongo en sus zapatos y no puedo evitar empatizar con él.

—Mira, necesito que me lo regreses, es muy importante para mí.

—Ella no lo tiene.

Ale hace su aparición frente a su enemigo. Con un aire altivo que casi nunca suele usar, se acerca hasta él, quien le enseña la pulsera que se le cayó. Ella intenta agarrarla nuevamente, pero es en vano.

—Primero lo primero, gruñona.

Observo a Ale extenderle el diario, mas mientras lo hace, me lanza una mirada que tardo en interpretar, pero que al final descifro y, en un rápido movimiento aprovechando el descuido de Stephen, le arrebato de la mano la pulsera de mi amiga, sin que esta le haya hecho entrega de su diario.

Ni modo, adiós empatía.

Sin mediar palabra, se la lanzo a Ale, quien, después de recibirla, le dedica una sonrisa triunfante a Stephen. Reparto mi vista en ambos durante un corto periodo de tiempo en que puedo sentir toda la tensión del mundo. Escucho todo tipo de maldiciones provenir de los labios del castaño y considero desaparecer. Él y mi mejor amiga deciden quedarse un rato más dedicándose miradas retadoras y escalofriantes, pero yo no puedo esperarlos. O digamos que no siento deseos de hacerlo, porque algo me dice que ahora después de lo que acabo de hacer, Stephen no me sonreirá como hizo cuando apenas lo conocí.

No, al contrario, sé que en este momento debe estar maldiciendo mi existencia y tal vez la de Ale también.

Así que me dirijo hacia la entrada caminando de espaldas. Lentamente. Para no llamar la atención. Aun así, choco con un tacho de basura que ocasiona que trastabille y pierda el equilibrio. Ed consigue sostenerme en el aire antes de dar de lleno con el gélido suelo del pasillo. Desde la salida de Midtown, me despido de Ale y una vez que salimos hago lo mismo con Ed antes de emprender rápidamente mi camino hasta la casa de Raph. Rayos, ¿cómo pude olvidarlo? Tampoco es que me haya hecho tan tarde, apenas me pasé quince minutos, pero ¿será eso suficiente para que el sabelotodo decida dejar de ayudarme?

Me detengo a respirar un momento en la acera, frente a su edificio.

Cuando tomo todo el aire necesario para encaminarme hasta la entrada, me dirijo al ascensor mientras sigo pensando qué podría decirle como motivo de mi demora. El ascensor se detiene, finalmente, en el piso que he marcado. Retomo la marcha hacia el departamento de Raph, pero en el camino me encuentro con un señor que sonríe al ver que nos hemos detenido frente a la misma puerta.

Bueno, esto no es nada fuera de lo normal. Quizá sea un familiar.

Bien, Nadia, supongo que este es el momento en que debes mostrar tu mejor sonrisa y usar los buenos modales inculcados por tu padre, que todos creen que no tienes.

—Hola. ¿Eres la amiga o novia de Rapha? —Es lo primero que me pregunta el hombre. Antes de que pueda responder firmemente con la verdad y sin haber tocado el timbre, la puerta se abre, apareciendo frente a nosotros el sabelotodo, quien solo atina a pronunciar una palabra:

—Ninguna.


•••

Walaaaa, ¿qué tal? Hoy tenía programado publicar este capítulo más temprano pero conste que aquí en mi país todavía es domingo xd

PREGUNTA DEL DÍA: ¿Creen que Raph haya leído la lista de Nadia? '︿'

¡No olviden votar y comentar!

Muchísimas gracias por leer <33

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