06| Juego sucio

—¿Por qué sonríes como boba? —cuestiona Ale mientras estamos en clase de gimnasia.

A decir verdad, su pregunta no me sorprende demasiado, pues soy consciente de que no es muy normal que a cada rato se forme una sonrisa en mi cara, sobre todo tomando en cuenta que no estamos en mi clase favorita. La cuestión es que incluso después de que me ha llamado «boba», la sonrisa no desaparece de mi rostro. Sé que ella se debe estar preguntando por qué, pero lo que me llama la atención es que recién se haya dignado a preguntarme el motivo. Desde que empezaron las clases estuvo, como siempre, muy callada y ahora que he empezado a sonreír, recién se ha dignado a hablarme.

La razón es evidente.

Al menos para mí, ya que, sin querer, paso a paso estoy logrando lo que me propuse. Tal vez, con un poco más de esfuerzo, puedo conseguir volverme amiga de Raph. Me gusta lo difícil y, en verdad, ser su amiga era un imposible asegurado para mí hace un par de días. Mas ahora, una chispa de esperanza se ha encendido en mí, principalmente por lo que pasó en nuestra última conversación.

¡Raphael dijo que no me odia! Aunque en ese instante no le tomé mucha importancia, me pasé toda la noche rememorando ese momento, y también cuando omitió el hecho de que lo había insultado en italiano. Siempre había pensado que Raph odiaba a todos, al menos a los que no son de su grupo, pero él ha dicho que no es así. Eso es un gran avance, pues por un momento llegué a pensar que era de esa manera, porque, vamos, nadie en el salón de clases es tan displicente como él. No obstante, creo que el hecho convertirme en su amiga no está muy lejos de realizarse.

Esto, cabe recalcar, no significa que mis amigos actuales sean insuficientes para mí. Nada de eso. Lo que pasa es que quiero demostrarle a ese sabelotodo que nosotros —los que no pertenecemos a "El Triángulo"— también somos buenas personas y buenos amigos. Además, ¿cómo puede soportar estar en ese grupo si tiene que verle la cara a la tal Sabrina a diario?

Eso de por sí debe ser más martirizante que tener que enseñarme matemáticas.

—Ayer Raph dio el primer paso de mi plan —enuncio con emoción palpable en la voz—, a este ritmo conseguiré hacerlo mi amigo muy pronto, hasta podría ser el mejor. ¡Pronunció más de cinco palabras! Créeme que eso, si de él hablamos, es mucho.

Ale niega con la cabeza haciendo un sonido con la boca.

—¿Aún no son amigos y ya lo quieres mandar a la friendzone?

Ahora la que niega con la cabeza soy yo. No lo he dicho en ese sentido, además, solo puedo ver a Raph como un amigo; precisamente eso es lo que estoy buscando de él. Su amistad.

—Si no hay sentimiento de por medio, como en este caso, no existe friendzone.

Mi mejor amiga presta poca o nula atención a lo que he dicho, pues desde el otro lado del gimnasio aparece Stephen, más conocido como el tormento personal de Ale, quien capta toda la atención de las chicas presentes. Está al lado de otros miembros no oficiales de su dichoso grupo, entre ellos distingo a Raph, quien no presta ni la más mínima atención a la situación. El líder del grupo, después de unos minutos de haber hecho acto de presencia y de haber causado suspiros desenfrenados entre mis demás compañeras, menciona el nombre de mi mejor amiga para después mostrarle una pulsera. Aquella que Ale siempre lleva en la muñeca izquierda y que es muy preciada para ella. Seguramente se le cayó mientras hacíamos los ejercicios hace un rato.

Ella revisa sus muñecas y, al comprobar que no la lleva encima, se levanta dispuesta a recuperarla. Camina dando grandes zancadas hasta posicionarse frente a él. Todos los presentes se han quedado en silencio observando la escena. Mucho más las chicas, pues saben que Stephen no suele molestar a gente que no conoce. Ya todos lo saben, él sigue el protocolo ese de "no hablar con quien no sea de El Triángulo o no tenga una reputación respetable", pero, al parecer, hoy lo está rompiendo de nuevo.

Las personas que están con él, a excepción de Raph —quien acaba de alejarse de los demás—, permanece en silencio hasta que se oye nuevamente la voz de su líder.

—¿La quieres? —pregunta. Ale asiente. Stephen extiende la pulsera y mi amiga trata de arrebatársela de la mano derecha; sin embargo, él lo pasa a su otra mano en un rápido movimiento.

La está molestando. ¿Por qué yo sigo aquí mirándolos como tonta?

Estoy a punto de levantarme para ir a hacer algo. Digamos que nunca he peleado con alguien ni tengo experiencia en eso de dar golpes, pero puedo ayudar si es que se está metiendo con alguien tan importante como lo es ella para mí. En este momento sí que tengo ganas de moler a golpes el perfecto rostro de Stephen.

No obstante, Ale me pide con la mirada que no lo haga.

—Dámela.

—Alcánzala —ordena con tono amable, mientras lleva la pulsera hasta lo más alto, extendiendo su brazo.

Mi compañera trata en vano de llegar hasta ella, pues, aunque quisiera, Stephen es mucho más alto, casi del mismo tamaño que Raph y eso no la ayuda mucho. Es este quien se divierte junto a sus amigos de la situación. Y yo aquí sin poder hacer nada. ¿Por qué querrá Ale encargarse ella sola de Stephen? Fácilmente podría yo tomarlo desprevenido por la espalda y acabar con esto de una buena vez. Mientras me hago una idea de cómo ayudar a mi amiga, el timbre que indica que la hora de gimnasia ha terminado, suena, provocando que todos los estudiantes expectantes salgan prácticamente huyendo del gimnasio. Cuando Ale se enoja, nadie quiere estar cerca. 

Ni siquiera yo, pero en esta ocasión decido quedarme.

En una esquina del gimnasio, permanezco mirando la escena esperando que, ante la ausencia de testigos, mi mejor amiga pueda poner en práctica sus habilidades contra el adolescente que la está molestando en este momento, pero, para sorpresa de todos —incluido Stephen—, Ale decide darse media vuelta, tomar sus cosas e irse. Yo voy detrás de ella, no sin antes advertir al castaño de lo que le espera después.

No soy buena amenazando, pero hago mi mejor esfuerzo.

Consigo alcanzar a Ale de camino a los servicios higiénicos. Al llegar, lo primero que hace es gritar de frustración —como siempre cuando se contiene de hacer algo— y lavarse el rostro con agua, mucha agua. La expresión en su cara y sus cejas fruncidas me hacen dar cuenta de que está enojada. Más que eso, furiosa. Esto no es bueno.

Años atrás, cuando recién nos conocimos y tuvimos nuestra primera pelea (donde obviamente perdí) decidimos hacer las paces contando un chiste para aminorar la tensión. No es algo común que se vea todos los días, pero la ayudó en su momento iracundo. No obstante, considerando que en este momento sé que tiene deseos asesinos de matar a Stephen, debo hacer algo más que contar un chiste para que se calme.

Bien, Nadia, aquí vamos.

—Lo odio —sisea antes de que pueda decir algo.

—Odiar no es bueno, Ale, mejor di que te cae mal.

Yo y mi benevolencia.

Lo único que recibo de su parte es una mirada que interpreto como «mejor, cállate». En ocasiones, y más cuando está muy enojada, Ale puede reaccionar mal. No conmigo, sino con la persona que la ha hecho reaccionar así. La venganza suele ser su pasatiempo favorito cuando se meten con ella.

Conociendo a Alessandra, es muy probable que en estos instantes esté maquinando un plan de venganza contra Stephen, porque, admitámoslo, este último se lo tiene bien merecido. ¿Qué gana molestando a Ale? ¿Por qué después de seguir tanto tiempo el Protocolo de El Triángulo se digna por fin a desobedecerlo siendo Ale la primera víctima? Oh, no.

Como mejor amiga de Alessandra  Turner puedo afirmar que eligió a la peor persona con quien divertirse.

Observo a mi amiga atándose el cabello en un moño rápidamente y eso solo me da indicio de algo: pretende hacer una fechoría.
En efecto, acaba de salir del baño en este momento.

Ahí vamos de nuevo.

¿Qué es lo que tendrá pensado? En cualquier cosa que decida hacer, siempre contará con mi apoyo, incluso cuando eso atente contra mi boletín de notas.

Así que la sigo como si fuese su sombra, recorriendo pasillos de Midtown, pasando por el comedor y deteniéndonos frente al desafortunado casillero de Stephen.

Un momento, un momento. ¿Qué piensa hacer?

Una sonrisa realmente escalofriante surca sus labios en cuanto se cerciora de que, en efecto, es la taquilla de su —ahora— enemigo declarado y en menos de un pestañeo consigue abrir el candado dejando al descubierto las cosas que el chico sexy pueda guardar ahí. De esto me declaro firmemente culpable, yo le enseñé a abrir candados con unos simples clips hace tiempo, pero no pensé que se volvería una profesional.

Nadia, ¿en qué estabas pensando?

Seguramente se preguntarán cómo es que una adolescente de dieciséis años le enseña a otra adolescente de diecisiete a abrir un candado con clips? Bueno, eso tiene una explicación. No es que Ale y yo hayamos dedicado parte de nuestra juventud a realizar actos vandálicos, pero sucede que anteriormente nosotras dos éramos lo que se podría resumir en tres simples palabras: rebeldes sin causa.
Por esta razón, nos dedicábamos a aprender cualquier cosa cuando no teníamos nada que hacer, es por eso que una vez, para vengarnos de alguien que nos había ofendido a Ale y a mí, tuve que aprender a abrir candados con el objetivo de descubrir lo que esta persona guardaba en su casillero.

Y vaya que lamentó haberse burlado de nosotras...

El sonido de la taquilla de Stephen Boward abriéndose me hace volver a la realidad. De un momento a otro, mi frente ha empezado a sudar, pues sé que no estamos haciendo algo bueno.

—Él tiene algo muy preciado para mí —anuncia rebuscando entre las cosas de Stephen. Su voz todavía muestra rencor a pesar de haber sonreído previamente—, yo también tendré algo suyo.

—¿Estás segura de lo que estás haciendo?

En este momento me toca ser la voz de la razón, ya que esto puede traerle consecuencias luego. Que «puede», ¡podría traernos consecuencias luego! Sin embargo, lo único que recibo como respuesta es que me obligue a cargar las cosas que va sacando y que no le sirven.

La búsqueda se prolonga unos cuantos segundos más hasta que la observo extraer un libro más o menos pequeño, como una libreta, con cubierta marrón. Parece muy antiguo, en realidad. Ale lo analiza, quita el broche para abrirlo y al leerlo vuelve a sonreír.

—Ya lo tengo. —Guarda rápidamente lo que tenía en brazos hace un instante, cierra el candado, entrelaza su brazo con el mío y al regresar a los servicios higiénicos, exclama triunfante—. ¡Su diario!

Oh, oh.




•••

¡Nuevo capítulo!
¿Qué les está pareciendo la historia?

PREGUNTA DEL DÍA: ¿Creen que Ale hizo bien en rebuscar las cosas de Stephen?

Les presento a mi bebé Stephen ↓

Espero que les esté gustando.

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Gracias por leer ❤

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