03| Primera lección - Parte 2
Mientras Raph me explica por enésima vez uno de los teoremas más confusos de matemática se me escapa un bostezo, y eso solo ocasiona que él se enoje conmigo. No debería culparme, estoy totalmente justificada, porque lo que me estaba explicando trataba sobre esos ejercicios del tipo difíciles, que te hacen pensar y preguntarte cómo una persona que vivió hace muchísimos años atrás, en un siglo en que no existía la tecnología ni nada divertido como lo que hay hoy en día, pudo pensar en algo tan complejo que en la actualidad te deja con más interrogantes que respuestas.
Como, según él, estoy en falta, me pide que avance por mi cuenta los primeros cinco ejercicios utilizando el teorema de geometría que me estuvo explicando y que debería haber entendido. Cuando le comento lo de la hoja de Trigonometría que me dio Ale, se niega a enseñarme porque considera que es un nivel un poco avanzado y, como si supiera el intervalo en el que se encuentra mi coeficiente intelectual, pide que empecemos por lo básico.
¡Pero si lo "básico" para él siempre es lo más difícil! A pesar de eso, me sorprendo al ver que me está obligando a hacer ejercicios de primer año, a pesar de que estamos en penúltimo. Insultante. No obstante, para mi mala fortuna, no me está yendo tan bien que digamos a pesar de que, supuestamente, son los más fáciles. Resulta que no me sale el problema número tres. Esto no está saliendo bien, o tal vez no estoy poniendo todo de mí para aprender.
Oh sí, claro, pero Raph tampoco se ha mostrado tan paciente conmigo que digamos; no pensé que cumplir con mi plan sería tan difícil.
Luego de decirle que me encantaba su padre —lo cual sonó un poco extraño, debo admitir— y que él me respondiera tan cortante, no pude decir más porque él empezó a abrir los libros y posteriormente me llamó para que empezáramos con la primera lección.
Desde entonces comenzó a explicarme hasta hace unos minutos en que me ha dejado sola. A mi alrededor, todo permanece en silencio. Es como si estuviese sola en todo el departamento dúplex, ni siquiera se oyen pasos por el piso superior. Nada.
Jugueteo con el lápiz en un intento por concentrarme y dejar de lados los pensamientos superfluos; sin embargo, de un momento a otro se me viene algo a la mente. Si Raph se harta de mí porque no aprendo nada en sus clases, nuestro acuerdo terminará sin más. Si el pacto se rompe, la única perjudicada seré yo. A Raph cualquier persona de la escuela aceptaría gustosamente ayudarlo con el curso de idiomas, en cambio a mí, apenas pude conseguir que me aceptara, y con condición incluida. No puedo permitir que eso pase, tengo que dar todo de mí.
Mientras me doy ánimos mentalmente, cerrando los ojos con mis manos en puños, escucho que alguien entra en la sala.
Me vuelvo solo para comprobar que es mi flamante compañero de clase llegando hasta donde estaba antes de abandonarme.
—Raph...ael —me corrijo yo misma. ¿Acaso voy a hacer esto siempre que se me olvide llamarlo por su nombre completo porque no soy su amiga? Ruedo los ojos y niego la cabeza regañándome a mí misma—. Si no te puedo llamar "Raph", ¿cómo te llamo?
Él solo atina a encogerse de hombros y revisar lo que estaba resolviendo yo hace unos instantes. ¿Qué significa eso? Además de que, evidentemente, me acaba de ignorar, podría tomarlo como «puedes llamarme como quieras, Nadia».
Sí, me conviene interpretarlo de ese modo.
A pesar de su inquietante mutismo, reúno todo el buen humor que aún permanece instalado en mí como reserva y me dirijo a él. Seguramente si le menciono que para mí es un iceberg andante, me preguntará por qué lo digo y, de esa manera, empezará una interesante conversación entre nosotros. Él me preguntará muy sorprendido: «¿Por qué me llamas así, Nadia?» y yo le diré con un tono bastante tranquilo: «Es que eres un témpano de hielo, Raph, pero no te preocupes, hasta ahora me caes muy bien», entonces él responderá: «Me halagas, Nadia» y yo le diré complacida: «¿Qué cosas dices, Raph?».
Ese sería el primer paso de lo que yo llamo el plan "Cómo conseguir la amistad de Raphael Thompson en diez días y no morir en el intento" (nombre original, lo sé).
Me lanzo entonces con el paso uno establecido en mi plan.
—¿Sabes? Eres un iceberg andante.
Vamos, sigue con lo estipulado. Dentro de mí ruego para que así sea.
No obstante, la realidad es muy diferente y se encarga de voltear mi cara como si me hubiesen tirado una bofetada en ambas mejillas cuando él se mantiene en silencio absoluto. No pregunta ni siquiera porqué o hace un intento por entablar conversación conmigo. Lo único que se dispone a hacer es revisar si es que he avanzado con los problemas, casi como lo haría el viejo profesor Parrish.
Resignada a ser ignorada, apoyo mi cabeza en una mano y miro en otra dirección. Mientras lo hago, mi mente divaga en lo que habría pasado si no le hubiese pedido este favor a Raph. Tal vez seguiría él igual de serio como siempre y yo igual de enemiga de las matemáticas. Bueno, esto último no ha cambiado mucho, pero al menos sé que con el sabelotodo ayudándome voy a aprender algo. Espero.
Todavía recuerdo la primera vez que lo vi en la escuela, cuando yo era nueva. Él y Sabrina llegaron juntos a Midtown en mi primer día de clases que tuve la oportunidad de estar ahí a tiempo. Papá y mamá me habían dejado en la entrada luego de decirme que me esforzara e hiciera amigos para no estar sola, dado que Zach estaría en otra escuela a pedido suyo. Quise ser positiva y les dije que no habría problema. El sabelotodo llamó mi atención desde el primer día en que mis ojos se fijaron en él, pero no en plan romántico; me dio mucha curiosidad su actitud. No parecía estar feliz, no sonreía, y, como siempre llegaba con Sabrina, eso me hizo pensar que tal vez serían hermanos o primos en última instancia; ambas suposiciones fueron erróneas. Solo eran amigos.
A pesar de eso, el primogénito Thompson pasaba la mayor parte del tiempo solo, la insoportable de Sabrina solo lo acompañaba en la salida y a veces en los recreos. Tiempo después, apareció Stephen y casi al instante se juntó con ellos, formando así el popular grupo "El Triángulo". Raph nunca fue tan social que digamos, pero al menos pudo unirse a ese grupo.
Suelto un suspiro pesado y me dispongo a recostarme sobre la mesa, hasta que vuelvo a oír su voz.
—No somos amigos —informa, aunque lo tengo muy presente—, solo nos estamos haciendo un favor mutuamente.
Queda claro que lo subestimé al pensar que no se daría cuenta de mi estratégico plan. Raphael Thompson no solo es un buen estudiante, sino también un buen observador. ¡Ha descubierto mis intenciones en menos de una hora! Tal vez deba considerar seriamente volverme una detective, quién sabe si así aprendo a ser más discreta. Pues no me importa, porque el trasfondo de todo se podría considerar como un acto altruista, es decir, es hora de que su círculo amical se expanda, no puede estancarse en tener tan solo dos amigos. Sobre todo si una de ellas es Sabrina.
Tal vez yo no sea espabilada, de pocas palabras ni mucho menos tan sagaz como él, pero puedo ser una genial amiga cuando me lo propongo. Quiero que Raph también lo sea, nada más. Es el reto que me he propuesto. Si al final lo consigo, bien; y si no, tendré que resignarme.
Decido entonces no responder a su seco comentario, y solo me dedico a observarlo mientras revisa mis resoluciones, acostumbrada a que suela ser tan directo. Él coloca equis en cada ejercicio que he resuelto hace apenas unos minutos, ello hace que lo mire desconcertada y abra mi boca para reclamarle el porqué, pero las palabras que pensaba darle mueren en el momento en que su voz interrumpe a la mía.
—Está todo mal —señala, guardando los cuadernos. ¿Acaso ya terminó la primera lección? ¿Por qué no estaba enterada? Rayos—. No es necesario que objetes nada —añade al ver mis ganas de reclamarle; acto seguido, se pone de pie con sus libros en manos.
Niego con la cabeza, irritada. Raph es experto en bajarme el buen humor. Estaba segura de que los problemas estaban bien, incluso me esforcé al momento de realizarlos. De un momento a otro, me siento tan enojada que me planteo gritar de frustración, pero obviamente no lo hago, porque sus padres están tan solo a un piso más arriba y lo podrían malinterpretar.
—No voy a poder ayudarte si no pones de tu parte —continúa, sin mirarme—. Sentándote donde lo haces nunca atenderás la clase y, por ende, no entenderás nada. Como hasta ahora.
Mi mal humor decrece un poco al escuchar eso, solo un poco.
Quizá en el fondo tenga razón; mi asiento se encuentra ubicado en la parte posterior del salón, lo más lejos posible de la pizarra, porque solo así puedo dormir mis siestas en paz, pero supongo que, si quiero aprender lo que tanto me cuesta entender, debo cambiar eso.
—¿Qué debo hacer entonces?
Mi pregunta sale sin ninguna clase de emoción. El enojo sigue instalado en mí y no es normal que yo me enoje. La mayor parte del tiempo siempre estoy con una sonrisa. Pero vamos, es que Raph me saca de quicio.
—Creo que es conveniente, dada la gravedad de las circunstancias, que te sientes en un pupitre de la parte delantera del salón, en vez de al fondo.
Suena estupendo, pero creo que olvida un pequeño e insustancial detalle.
—Pero todos están ocupados, y no creo que alguien quiera cambiarme el asiento —replico, para hacerle ver que no es que yo no quiera, sino que no va a ser posible.
Se supone que la elección de sitios se hizo al inicio del año escolar y, a estas alturas, no podría arrebatarle, de manera inmotivada, su lugar a otro compañero. Peor aún que los que eligieron la parte de adelante son los que están solo a unos puestos por debajo de los tres cerebritos del salón, con menos razón aceptarían sentarse atrás, donde estoy yo.
Raph es consciente de eso, por lo que se queda en silencio evaluando la situación. Quizá esté pensando que puede haber alguien que acepte cambiarme el asiento, pero yo lo dudo. Todos saben lo mal que están mis notas, son capaces de pensar que es un simple capricho mío. Él parece estar considerando lo mismo.
—En ese caso...
—Lo siento mucho, era una buena idea, pero a nadie de adelante le caigo bien y créeme cuando te digo que ellos...
—Podrías sentarte conmigo.
—¿Eh?
—Podrías sentarte conmigo —repite, esta vez con un tono más seguro—, solo hasta que lleguen los exámenes, de esa manera me encargaría de que atiendas. —No sé qué cara debo haber puesto porque él da un suspiro cansado—. Eso no significa que seamos amigos, lo hago porque quiero que el pago sea justo. De nada sirve que me enseñes idiomas si yo no consigo que tú aprendas.
—¿Te refieres a que...?
—Aunque no prometo imposibles —añade él por lo bajo.
Eso último no era necesario, por supuesto.
Habiendo terminado de hablar, se da media vuelta sin esperar una respuesta de mi parte. Sosteniendo sus libros se encamina hasta estar a punto de salir de la sala, lugar en el que se detiene un segundo.
Arrugo el entrecejo aguantando las ganas de quejarme.
—Pero...
—Ya te puedes ir.
Eso es lo último que dice antes de subir las escaleras de su casa, dejándome con varias preguntas sin respuesta.
Esto significa que... ¿me sentaré con Raphael Thompson mañana?
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¿Alguien ha visto el anime donde aparecen Kotoko y mi hermoso esposo Irie-Kun? ヽ(*゚ー゚*)ノ ¡Pues deberían verlo!
¿Qué les pareció? ¿Qué opinan de Nadia? ¿Y de Raphael?
Pregunta del día: ¿Quién creen que sea la madre de Nadia? 7u7
Espero sus respuestas en los comentarios.
¡Gracias por leer!
Nos vemos en el próximo capítulo.
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