01| Lo que sé de él
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El día no luce tan bonito ante mis ojos; está nublado, muy gris, y hace un frío terrible e ínfimamente soportable. Casi todos mis compañeros han venido con gorros y bufandas debido al fuerte viento que azota la ciudad, incluso las calles están cubiertas de nieve. El invierno ha resultado ser aún peor que el que experimentamos el año pasado. He aquí yo, en clase, intentando conciliar el sueño en vano, pues ya he despertado y, gracias a la estridente voz del profesor Frayser, no puedo volver a dormir, así que opto por desperezarme sobre mi pupitre cuidando hacer el mínimo ruido para que este no me escuche.
El fin de mi siesta matutina, organizada por mí desde que supe que me llevaría mal con los temas, es también el inicio de mi sufrimiento. Estamos en clase de matemáticas y eso significa que prefiero dormirme antes que estar despierta escuchando un discurso sobre números y fórmulas sin llegar a entender nada. He hecho todo lo posible por comprender los temas, por concentrarme y retener la información importante, pero por más que he intentado, nunca he podido. Me defiendo con lo básico, sería el colmo que no lo hiciera, sin embargo, estando en penúltimo año cada vez se pone más difícil.
Mi padre siempre dice que las matemáticas también lo hicieron sufrir en la escuela, pero que son importantes para la vida. Y yo me pregunto: ¿para la vida? Si se supone que, terminando la escuela, no me gustaría volver a ver nada referente al tema.
Claro, él lo dice porque es ingeniero y tuvo que aprender de por sí, no obstante, aquí entre nos, ¿por qué hacer cada vez más complicadas las matemáticas?
¿Por qué añadirle letras a los números?
Eso solo ha aumentado mi odio hacia esa materia y no miento. Mis calificaciones en este curso son pésimas y ni hablar de las demás, pero es que simplemente no puedo entender por más que lo intente. Y vaya que lo he intentado; como prueba empírica de ello podría mencionar que me uní a un pequeño grupo de estudios hace dos semanas. Pensé que estando entre los alumnos con las notas más respetables de noveno grado podría tener algo de ventaja y mejorar las mías. No sucedió así. A pesar de que, entre todos, yo era la mayor, los estudiantes de esa clase me dejaron en ridículo al tomarme un examen de matemáticas que demostrara que en verdad estaba aprendiendo. Al día siguiente, al ver mi nota (que, amablemente, habían dejado pegada en mi casillero), supe que había sido exiliada del grupo. Ni siquiera me molesté en volver a reunirme con ellos, pues desde el principio habían sido muy claros conmigo: sí o sí tenía que presentar pruebas sólidas de que las clases estaban dando buenos frutos para mí.
Y mis resultados de ese examen me demostraron que no estaba funcionando para nada, aunque a ellos solo les confirmó las sospechas que tuvieron desde un principio. Quizá también fue por vergüenza que ya no me presenté ante ellos. Es decir, yo estoy en onceavo grado y ellos en noveno. ¡Qué humillante!
Ale siempre dice que exagero cuando hablo de números, que hago una tormenta en un vaso con agua por algo tan sencillo, pero no es así. En verdad las detesto, sigo considerando que no deberían existir, porque no hacen otra cosa que hacerme la vida imposible. A raíz de mi mala fama por las calificaciones, terminé llegando a la conclusión de que todos los profesores me odian y se han puesto en mi contra al momento de calificarme; esto es, ninguno quiere verme más por Midtown.
Aunque supongo que puedo vivir con eso.
—Nadia —Mi mejor amiga, Ale, que yace a mi izquierda, me codea para que le preste atención—, ¿quieres sacar al menos tu cuaderno para pasar desapercibida? El profesor está pasando por los pupitres.
Busco con la mirada al susodicho y efectivamente está avanzando por cada uno de nuestros asientos y se encuentra a tres de nosotras. Saco de mi bolso mi cuaderno, pero este está en blanco. ¡Dios! ¿Por qué me pasan estas cosas?
Tomo de manera veloz un lapicero y empiezo a copiar rápidamente lo que está en la pizarra para llenar la hoja, pero, en mi desesperación, solo me salen inentendibles garabatos.
No me caracterizo yo por ser estudiosa, ni mucho menos por tener altas calificaciones, pero por lo que sí me caracterizo es porque siempre echo todo a perder, como ahora.
Cuando el profesor llega hasta nosotras, primero revisa el cuaderno de mi mejor amiga, mientras le pregunta si entendió la clase, a lo que Ale asiente. Luego, fija su vista en mí.
—Señorita Nadia. —El profesor mira mi cuaderno garabateado y niega con la cabeza—. ¿Estaré perdiendo mi tiempo nuevamente si le pregunto qué entendió de la clase de hoy?
Me quedo en completo silencio tratando de pensar en algo.
Ale intenta ayudarme, mas el profesor se lo impide. Él quiere que yo hable sola. Sin la ayuda de nadie; sin embargo, la verdad es que no entendí nada de la clase, no presté atención porque estaba durmiendo. ¿Cómo decirle eso al profesor? No creo que sea buena idea tan siquiera intentarlo. La última vez que lo hice terminé en detención por más de una hora después de clases.
Vamos, Nadia, piensa en algo.
Estando a punto de decir cualquier tontería, escucho que el profesor me interrumpe.
—Señorita, estoy verdaderamente preocupado —enuncia—, sus calificaciones cada vez son más bajas. No veo algún cambio en su promedio desde el bimestre pasado. —En eso posiblemente tenga razón. No he levantado mis notas desde que me relajé—. Personalmente, pienso que debería intentar estudiar por su cuenta o pedirle a algún compañero que la ayude.
Descarto lo último enseguida. Pedirle ayuda a algún compañero argumentando que mis notas están por lo más bajo, solo me traería más vergüenzas de las que he tenido que pasar al soportar los constantes regaños de los profesores frente a todos mis compañeros.
Pero lo de estudiar por mi cuenta sí lo puedo hacer.
Luego de salir de clase, me encamino con Ale hasta la salida de la escuela mientras me voy quejando de la vida escolar. Ella, que además es mayor que yo por unos meses, es prácticamente lo opuesto a mí; posee un carácter tenebroso cuando se enoja, es buena en matemáticas, casi siempre anda seria, tanto que cualquiera que la viera pensaría que está enojada, y es la encargada de hacerme aterrizar en tierra cuando fantaseo con un día conocer a mis artistas favoritos. Además, es parte del equipo de porristas de la escuela.
A diferencia de mí, tiene más amor por el estudio. Sabe lo suficiente como para estar en la primera mitad de la lista de notas, aunque una desventaja suya es que es malísima explicando. Ha intentado ayudarme con los números veinte mil veces, pero siempre termina perdiendo la cabeza antes de lograr que pueda entender algo. Y no, no es que yo sea meramente irritante —claro, Nadia, claro—, sino que ella no tiene mucha paciencia con la gente. Y yo, cuando no entiendo algo tiendo a preguntar y, si aun así no me queda claro, vuelvo a formular la interrogante hasta quitarme la duda.
He ahí el porqué no le pido ayuda a la flamante chica que tengo al lado. Quizá deba yo misma encerrarme en mi casa e intentar estudiar. En la biblioteca no creo poder concentrarme, porque me encontraría con los de noveno y sería muy vergonzoso que me vieran a solas después de haber sido echada a patadas de su grupo de estudios.
Para empezar, librarme de mi hermano mayor quizá sea una buena idea. Este siempre anda en casa con su música a todo volumen, ignorando que tiene una hermana que debe pasar el año y llegar a doceavo igual que él. Cada vez que le pido que le baje un poco al volumen, se niega, no me hace caso. Se aprovecha de que es mayor y de que nuestros padres trabajan hasta la noche.
A veces me dan ganas de mandarlo lejos en una caja con una nota pidiendo que se hagan cargo de él, pero considerando que es el consentido de mamá, debo pensármelo dos veces antes de idear algo en su contra.
—Oye, Nad, te estoy hablando —dice Ale a la par que chasquea sus dedos delante de mi cara—, dentro de dos semanas son los exámenes mensuales. Creo que el profesor tiene razón al preocuparse. Deberías intentar subir esas notas o bien pedirle ayuda a algún compañero.
Mentalmente, evalúo la segunda opción con la cabeza más fría. ¿Qué persona de mi clase podría compadecerse de mí y ayudarme? Los de El Triángulo quedan descartados al instante, porque si bien son los más inteligentes, también son los más estirados. Sobre todo, Sabrina. Ella no dudaría en mirarme de pies a cabeza y decirme que no únicamente usando su dedo índice, mostrándome su manicura bien cuidada. De los otros dos cerebritos, ni hablar.
Jamás.
—No, yo paso —pronuncio acomodando mi mochila en mi espalda—. Hoy estudiaré toda la tarde. No sé que haré con Zach, pero tengo que estudiar a como dé lugar.
Durante el corto trayecto hacia mi casa, ideo diversos planes para conseguir que mi querido hermano mayor termine en la calle o en algún lugar lejos donde no pueda molestarme con su música a elevado volumen que pone en peligro la vida de mis tímpanos. No entiendo esa manía suya, en realidad. Es como un fetichismo por los sonidos fuertes, fetichismo que no compartimos; pues a mí a diferencia de él, me gustan los tonos suaves, bajos, lentos. Me deleito con ellos, pero ni hablar de Zach.
Mis padres tampoco le dicen algo cuando suele hacerlo. Lo que pasa es que raras veces lo hace cuando papá y mamá están, o sea que a la única que tortura con su estridente música es a mí. Lo cual es una total injusticia. Algún día juntaré el dinero necesario y me iré de casa, lo más lejos de él, ya está dicho.
Al llegar hasta mi hogar, me planto frente a la puerta mientras busco mis llaves, pero antes de que pueda encontrarlas la puerta se abre mostrándome el rostro sonriente de Aidan, el mejor amigo de mi hermano. ¿Qué hace este aquí? La última vez que nos vimos no fue un encuentro digno de querer recordar. Él estaba pasado de copas e intentó robarme un beso mientras mi hermano estaba tirado en el piso inconsciente, probablemente igual de ebrio. Claro que se ganó un buen golpe que podría poner en peligro la vida de sus futuros hijos más adelante, pero se lo merecía. Obvio se disculpó al día siguiente por medio de mensajes en mi red social y teléfono móvil, pero yo no respondí a ninguno. Y ahora lo tengo frente a mí con su típica sonrisa juguetona.
Aquella que, gracias a Dios, ya no me produce ninguna sensación en el estómago.
—Hazte a un lado. —Ordeno para poder pasar. Él obedece y me deja el camino libre—. ¿Dónde está Zach?
—Fue a comprar bebidas —informa, regresando a su sitio frente a la televisión de mi sala—. Mira, quiero pedirte disculpas nuevamente por lo del otro día, no fue mi intención. De verdad lo lamento, Nad.
Alzo una ceja y me cruzo de brazos.
—«Nadia» para ti —aclaro con indiferencia. Él asiente.
—De acuerdo, Nadia, te prometo que no volverá a pasar.
Termino aceptando sus disculpas, pues no me gusta vivir con rencor hacia nadie, y además porque, en el fondo, lo conozco bien y sé que no haría nada para lastimarme.
Tras finalizar la charla, subo hacia mi habitación y cierro la puerta para aminorar el ruido que sé que empezará a hacer acto de presencia en cuanto mi queridísimo hermano llegue.
Como puedo, me despojo del uniforme escolar y me visto como para estar en casa. No tengo hambre y tampoco quiero bajar para volver a verle la cara a Aidan, así que decido no almorzar y saco mis libros, apuntes, cuadernos, todo de mi mochila para empezar con mi plan de estudios sugerido por mi profesor y mejor amiga.
Me acomodo en el escritorio con la intención de empezar a leer el libro de matemáticas y tomo un lapicero para resolver ejercicios. Sonrío orgullosa cuando me salen los primeros, pero mi sonrisa decae cuando intento resolver el ejercicio 9 y no me sale. ¿Por qué siempre es así? Siempre dejan los más difíciles al final y eso no ayuda a mis ganas de querer aprender. Intento un sinnúmero de veces de resolver el dichoso problema, pero no me sale y empiezo a perder la paciencia. Sobre todo porque la música de mi hermano ha empezado a sonar y quiero gritar.
Calma, Nadia.
Respiro hondo para intentar calmar el repentino mal humor que me ha causado un problema matemático. Frustrada, guardo mis cosas y me lanzo a mi cama con el móvil en manos. Estudiar matemáticas definitivamente no es lo mío.
✏✏✏
Como siempre, algo malo tiene que pasarme cada vez que intento hacer las cosas bien. Aun habiendo puesto mi alarma con una hora de anticipación, estoy fuera del horario establecido. Avanzo con paso apresurado por el pasillo de la escuela con el trabajo de Literatura en manos. No sirvo para esto de las infografías, pero lo que cuenta es que lo intenté y la prueba material de ello es la cartulina que tengo en manos en este preciso momento. La profesora dijo que podíamos entregarlo hoy temprano en la sala de profesores, que iba a estar recibiendo los trabajos hasta cierta hora. ¿Y qué paso? El chofer del autobús escolar no tuvo mejor momento para querer satisfacer sus necesidades fisiológicas que en pleno camino de ida a la escuela. Todos los pasajeros tuvimos que esperar a que saliera del baño público cerca al mercado central. Fue todo un caos monumental y, debido a eso, he llegado tarde, poniendo una vez más mis notas en peligro.
¿Será que estoy destinada a quedarme en penúltimo año para siempre?
Llego prácticamente con la lengua afuera a la sala de docentes, pero la de literatura ya no está por ningún lado.
Al borde de entrar en crisis, miro a todos lados en un intento por encontrarla, aunque sea en un rincón de la sala... nada.
Palidezco de inmediato y siento mucha frustración sobre mis hombros. Aún con la cartulina en manos, camino ahora con dirección a mi salón de clases sintiéndome irremediablemente miserable. En el trayecto, me encuentro con el profesor Frayser, el del consejo de ayer, conversando con la señorita Jensen, la de Psicología.
—Profesores, buenos días.
—Hussel, ¿qué hace por los pasillos en horas de clase? —pregunta la señorita Jensen con curiosidad. El profesor Frayser mira la cartulina en mis manos y niega con la cabeza.
—Solo iba a entregar un trabajo —respondo caminando con ellos. Avanzamos por los pasillos hasta que se detienen en mi salón—, pero la profesora ya no estaba.
—No sé si compadecerla o reírme de usted, Hussel —se burla de mí el profesor que, creo, ayer descubrió que me duermo en su clase. La profesora de Psicología lo regaña como si fuera su madre.
No es necesario que diga más, así como tampoco es la primera vez que hablo de mis penas estudiantiles con algún profesor o que alguno de estos se burla de mi bajo rendimiento académico. Si no estuviera tan mal, es probable que yo también me estuviera riendo de mí misma. Teniendo en mi cuenta mi actual promedio, ese es un lujo que no me puedo permitir por el momento. Aunque el profesor Frayser se ría de mí, sé que el que menos estima me tiene y más disfruta de mis fracasos es el profesor Smith. Él es esa clase de viejo cascarrabias y gruñón que me tiene en la mira desde el inicio del año escolar.
Gracias a Dios que no me he cruzado con él, dadas las circunstancias.
—Señorita Hussel —capta mi atención el profesor Frayser, recobrando la compostura luego de haberse reído a mi costa—, permítame darle un consejo si quiere subir sus calificaciones tanto en mi curso como en los demás. —Hace una pausa y gira su vista hasta el interior de mi aula—. Pídale ayuda a su compañero —añaden ambos, Jensen y él, casi al unísono y señalan al que ni enterado está de que existo.
Los dedos de ambos apuntan en dirección a mi más estudioso compañero, el que ni siquiera sabe que respiramos el mismo aire de la clase, el que ignora mi presencia, el que está en el primer puesto en el tablero de notas, el ejemplo a seguir de entre todos los estudiantes de la escuela; en conclusión: Raphael Thompson.
Quizá él no sepa nada de mí, pero eso no significa que el sentimiento sea recíproco, pues yo sí sé algunas cosas de él que estuve observando meses atrás minuciosamente sin temor a que me descubriera, porque siempre pasa de mí.
Bueno, de todos en realidad.
Desde que llegué a Midtown, que fue hace varios años, nunca he visto a Thompson siquiera confraternizando con alguien que no sea de su grupo. Meses después de que yo llegara, se hizo amigo de Stephen Boward y con él y alguien más fundó su grupo de amigos, el cual pomposamente llaman "El Triángulo". Como se puede suponer, no todos se pueden unir a dicha asociación, solo gente alzada, con buenas calificaciones, con más de dos años en esta escuela y con algún parecido a personajes de Hollywood (plus agregado por mí). Y eso no quiere decir que yo haya intentado ser admitida en ese grupo; lo que digo viene de fuentes confiables, pues una vez oí a Stephen hablar con Raphael sobre cuáles serían los requisitos para unirse. Como era de esperarse, este último opinó poco o nada y la mayoría de los requisitos los terminó implantando el «crush universal» de la escuela.
Está claro que, al menos yo, con las calificaciones que tengo, nunca estaré en El Triángulo.
Vuelvo a echarle otro vistazo a mi compañero de clases y resoplo. Los profesores asienten cuando les pregunto una vez más si es que se refieren precisamente a él, porque quizá soy bizca y no lo sabía. Sin embargo, ellos reafirman su postura. Es a Raphael Thompson a quien me están sugiriendo pedir ayuda. ¿Es que acaso no saben lo inalcanzable que es? En temas de socializar, me refiero.
Suspiro, resignada. Esto no puede empeorar.
Una vez que se van, ingreso a mi aula y, aunque he interrumpido la clase y el profesor me ha llamado la atención frente a todos, el único que no me ha mirado ha sido él.
¿Por qué no me sorprende?
Camino paulatinamente hasta mi respectivo asiento y saludo a Ale en silencio. El profesor nos ha prohibido hablar. Una vez que me acomodo, saco un cuaderno para aparentar que estoy atendiendo la clase, cuando en realidad estoy reuniendo mentalmente todo lo que sé de Raphael Thompson. Incluso hago un listado mental que luego transcribo en una hoja de mi libreta, el cual es el siguiente:
1. No le gusta que lo llamen Rapha.
2. Prefiere el silencio antes que cualquier otra cosa.
3. No tiene novia desde que lo conozco.
4. No sonríe ni por cortesía.
5. Con los únicos que habla es con los de su grupo.
6. Es perramente bueno en matemáticas y en casi todos los cursos.
7. Le gusta la perfección.
Me llevo una mano a la barbilla cuando me doy cuenta de que, a pesar de que somos compañeros desde hace ya varios años y hemos coincidido en varias clases, esto es todo cuanto sé de él. Esto podría explicarse también porque es bastante reservado y silencioso.
Supongo que, si quiero saber más sobre él, tendría que averiguarlo cuando lo conozca y si es que surge alguna amistad entre nosotros.
No. Lo más importante: si es que acepta ayudarme.
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Mich no se resistió. Jalou, ¿cómo están, algodones? ¿ya hicieron su tarea? xD
Bueno, bueno, aquí les dejo el primer capítulo. ¿Qué les parece? ¿qué expectativas tienen para esta historia?
Comenten sus opiniones aquí, en serio me ayudarían mucho.
Tengo varias ideas para esta historia, así que espero que les haya gustado y que la sigan tanto como siguieron a su antecesora, o sea a "Detrás de Cámaras".
¿Qué pasará entre nuestro querido primogénito Thompson y la ocurrente chica enemiga de las matemáticas? Cruella me llaman :v okno.
Gracias por pasarse aquí y leer.
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