23 | Discordia
Al día siguiente en la escuela, todo vuelve a la normalidad. Boward se presenta frente a todos con una sonrisa más reluciente que nunca, misma que dirige hacia mí en especial como si hubiera encontrado la fuente de su diversión diaria.
Le hago una mueca como preguntándole si es que tengo algo en la cara para que deje de observarme, algo a lo que me he acostumbrado a hacer con todo aquel que pose sus ojos en mí más tiempo de lo normal.
Él, con menos ánimos de discutir que yo, me saluda angelicalmente desde su asiento y se acomoda adelante como siempre, al lado de Thompson. Soslayando su presencia, me remito a revisar mis apuntes para el examen que va a empezar dentro de poco; algo que, según yo, Boward también debería hacer, considerando que faltó ayer. Sin embargo, él se limita a distraerse con su celular justo cuando la nueva llega unos instantes después y le dice que aquel es el mismo lugar donde se sentó ella el día de ayer. No logro escuchar muy bien qué otras palabras intercambian, pero entonces veo a Boward retirar sus cosas y cederle el asiento sin ninguna objeción ni réplica. Incluso le retira la silla para que ella se pueda sentar sin problema.
Nadine sonríe y le agradece por su amable gesto. Boward le devuelve la sonrisa y ambos se quedan conversando por un rato más. Intuyo que, con lo adulador que es, habrá de estarle haciendo comentarios como los que suele hacerme a mí, todo para ganarse su atención y confianza. No me sorprendería que ahora cambie su objetivo y vaya detrás de ella en vez de mí. Si fuera así, le estaría eternamente agradecida a la nueva por aparecerse y quitarme ese molesto peso de encima.
—Al parecer Stephen y la nueva se están llevando muy bien —comenta Nadia, señalando con la vista la escena de adelante.
Evito mirarlos e intento centrarme nuevamente en mis apuntes.
—Debería agradecerle a la tal Nadine por distraerlo y hacer que me deje en paz por unos minutos.
—Si lo dices de esa manera, cualquiera diría que lo detestas —afirma, apoyando su cabeza en una de sus manos—. Lo que darían nuestras compañeras por ser tú. Has tenido la atención de Stephen desde el inicio de este bimestre, y de repente llega la nueva y ¡zas!
—Me tiene sin cuidado lo que haga o deje de hacer.
Nadia se ríe en mi cara y yo me siento extrañamente enojada por el comentario. Y no porque el hecho de que Boward se mantenga atento con la nueva y eso signifique el inicio de mis días de paz, sino por la insinuación de que eso debería importarme. Porque claro que no lo hace.
Antes de que suene el timbre, veo a que Boward sale del salón unos minutos y, al regresar, el portero de la escuela trae un pupitre del salón vecino para él, mismo que coloca al fondo del salón, justo detrás del mío.
Maldición.
Intento ignorar el hecho de que va a tener que pasar por mi lado para sentarse en su nuevo sitio, pero me es inevitable cuando escucho su voz.
—¿Viste a la nueva? —pregunta fingiendo sorpresa, inclinándose ligeramente hacia mí para que pueda escucharlo—. Es muy linda. Yo que tú, me preocuparía.
¿A qué se refiere con eso? ¿Por qué tendría que preocuparme la presencia de la tal Nadine? Una posible respuesta llega a mi cabeza y la sola suposición me molesta.
Nadia evita preguntarme qué es lo que me ha dicho Boward y se limita a seguir la indicación del profesor, que nos ha ordenado sacar solamente nuestros bolígrafos para rendir nuestro examen. Todavía no nos lo ha entregado, por lo que me mantengo a la espera mientras recuerdo que hoy es mi día libre.
Eso es. Quizá salir a algún sitio me ayude a desestresarme.
Intento dirigirme a Nadia, pero ella no parece escucharme. Tiene la mirada perdida y yo me pregunto en qué estará pensando.
—¿Nad?
Por fin me mira.
—¿Sí?
—Te decía que hoy no trabajo —repito, apoyando mi cabeza en una mano—. Tal vez puedas decirle al tal Aidan que se aguante de venir hoy y podamos ir a algún lado las dos.
—¡Claro que sí!
Su semblante cambia ante mi sugerencia y ya no se muestra tan desanimada. La veo teclear algo en su celular e intuyo de qué se trata, es necesario que le avise a Aidan que hoy no podrá verlo. Todavía no puedo creer que ambos se traigan algo, por más que no sea cierto, y peor aún que él haya aceptado iniciar esa farsa es algo que me sorprende mucho. Recuerdo que la primera vez que Nadia me lo presentó supe de inmediato el tipo de chico que era, nada que ver con el que es ahora. Antes era muy parecido a Boward e incluso peor, pues se mostraba demasiado coqueto con todas.
Conmigo intentó poner en práctica sus artimañas y elogios una vez, pero lo puse en su sitio desde un comienzo, por lo que él ya conoce mi temperamento. Cada vez que nos cruzábamos me era inevitable codearlo con mi habitual fuerza para fastidiarlo y él siempre se ha quejado de eso, argumentando que soy muy tosca. Digamos que antes me caía mejor que ahora, sobre todo después del incidente con Nadia.
Pero eso no significa que lo quiera con ella, en especial porque sé que no siente nada por él.
La presencia de mi examen sobre mi pupitre me saca de mis elucubraciones. Sacudo la cabeza para disipar pensamientos irrelevantes y concentrarme en lo que es importante; es decir, resolver el examen. Haciendo uso de los conocimientos adquiridos en clase y del resultado de mis noches estudiando los temas, me pongo manos a la obra.
Un rato después, Thompson y la nueva entregan su examen antes que los demás, justo cuando a mí me falta resolver solo tres ejercicios. El profesor recibe sus pruebas y les indica que si desean, se pueden retirar mientras los demás terminamos con nuestras pruebas.
A mi lado, Nadia parece estar dudando un poco. Noto que se detiene un momento para mirar al frente, pero cuando Thompson y la nueva se marchan, continúa con su examen. La imito, regresando mi atención a los ejercicios que me faltan. Después de un par de minutos, Sabrina y Boward entregan sus exámenes. Yo hago lo mismo, sintiéndome orgullosa de haber terminado al mismo tiempo que los dos sabelotodo.
Dejo mi examen sobre el escritorio del profesor y el locutor de radio coloca el suyo sobre el mío. Alzo la vista y él me muestra su pulgar arriba, mientras murmura «felicitaciones». Ignoro el gesto e intento regresar a mi sitio. No obstante, a diferencia de Thompson y Nadine, a quienes el profesor les dijo que si querían podían salir del salón mientras esperaban que el tiempo del examen terminara, a mí me lo ordena. Sin lugar a objeciones. Debido a ello, salgo del salón y me dirijo a la máquina expendedora del pasillo para comprarme una bebida.
Hasta ahora, solo los miembros de El Triángulo, Nadine y yo hemos terminado el examen. Sonrío por el avance que eso supone para mí. Tal vez no falta mucho para que pueda alcanzarlos y dejen de creerse los mejores en todo, en especial Sabrina.
—Los alcanzaré, solo esperen y verán.
Extraigo mi bebida del compartimiento y bebo un sorbo.
—Así se habla, gruñona.
—¿Tú? —acuso al ver a Boward frente a mí.
—Yo.
Se señala a sí mismo.
—¿Tú otra vez? ¿Has venido a jactarte sobre el examen?
—No, venía a comprar algo también —indica señalando la máquina que tengo detrás. Me aclaro la garganta, haciéndome a un lado para que haga lo que vino a hacer. Por supuesto que venía a eso, pues no había manera de que supiera que yo estaba aquí.
Quizá debería dejar de estar a la defensiva todo el tiempo.
—¿Por qué estás aquí sola? Estoy con los chicos en el patio, si quieres puedes venir y esperar con nosotros.
Él termina de sacar del compartimiento las dos bebidas que pagó. Reconozco una de ellas como la que siempre compra Sabrina para sí misma.
—¿Por qué crees que me interesaría relacionarme con tus amigos? —arremeto, intentando transmitirle a través del tono que empleo y de mi expresión lo absurdo de su propuesta. No hay manera de que de eso surja algo bueno. Puede que con Thompson no haya tanto problema, porque apenas y habla, pero dudo que Sabrina y yo podamos estar sentadas al lado de la otra durante cinco minutos sin que haya comentarios malintencionados de su parte. A leguas se nota que la antipatía es mutua. Sus amigos definitivamente no son los míos.
No. Para empezar, ni siquiera él es mi amigo.
—Son buenas personas, no deberías juzgarlos sin conocerlos —replica—. Eres muy prejuiciosa.
—El que lo sea o no, no es tu problema.
De nuevo me dedica esa mirada tan poco común, que ni siquiera sé cómo describirla. Pareciera que quisiera decirme algo más, pero no se atreve y eso me descoloca. Stephen Boward nunca ha tenido reparos en decir lo que piensa, ¿por qué habría de hacerlo ahora?
Una vez que me calmo, surge de pronto en mí el impulso de corregir lo último que he dicho, quizá reformular mi respuesta y usar expresiones menos duras, porque al final de cuentas, es probable que no haya hecho el ofrecimiento con malas intenciones.
La frase parafraseada solo queda en mi mente, sin llegar a salir de mis labios.
—¿Qué sucede, Alessa? —indaga de pronto, extendiendo una de sus manos hasta que esta logra tocar la piel de mi mejilla como si me estuviera acariciando—. Si algo de mí te ha molestado, puedes decírmelo.
Parece genuinamente interesado por conocer mi respuesta.
Durante esos segundos él no despega sus ojos de los míos y yo lo observo horrorizada, a sabiendas de que es él quien me está tocando, pero es tanta la sorpresa que no consigo moverme en el momento como habría querido. Mi rostro frío a causa del clima de invierno, pronto recibe calor al contacto con su mano, y darme cuenta de eso es lo que me hace reaccionar finalmente.
—Suéltame.
Retrocedo unos pasos.
—¿Se está acelerando tu corazón? —pregunta, retomando su expresión bromista de siempre. Incluso me sonríe como si estuviera satisfecho con mi reacción, y yo me quiero lanzar de un edificio por ser tan lenta. Bueno, a él primero.
Que sea precisamente Boward el chico que se me acerque y me toque sin ningún problema ni temor a que reaccione mal es una frustrante ironía. Desde que empezó a relacionarse conmigo ha hecho cosas que ningún otro se había atrevido a hacer, y ni siquiera tenemos ese tipo de confianza. No debo permitir que escenas como estas se repitan.
Por ello, suelto una carcajada burlesca ante su suposición.
—Eso es absurdo, ¿por qué se aceleraría solo porque tocas mi cara?
—¿Quieres que haga algo más a ver si sucede?
Como da un paso en mi dirección para hacerse el interesante, le arrebato una de las bebidas que tiene en una mano y amenazo con tirársela si no retrocede.
—Atrás, Boward.
—Está bien, me rindo. No la tires, me ha costado.
—No seas tacaño. Tienes suficiente dinero como para comprar otra —rebato, sintiendo que vuelvo a tener el control de la situación—. Aunque, ahora que lo pienso, sería una pena que Sabrina se quedara sin bebida.
—¿Cómo sabes que es para ella?
La respuesta es tan obvia que pongo en tela de juicio que sea el segundo lugar en la lista de notas.
—Pues es evidente que...
—¿Steph? —Hablando del rey de Roma, Sabrina es quien se aparece por detrás de él, interrumpiendo lo que pensaba decir y mostrándose bastante sorprendida de que Boward y yo estuviéramos conversando, pero sobre todo de que yo lo esté amenazando con la bebida que iba a ser para ella—. ¿Qué está pasando aquí?
Poco a poco bajo mi brazo y retomo mi semblante habitual. Soy consciente de que daba la impresión de que Boward y yo estábamos jugando.
—Sabri, ella es Alessa y le estaba diciendo que podíamos esperar juntos en el patio. La conoces, ¿verdad? Lleva el curso con nosotros y...
—No sé quién es.
Al ver que me observa de pies a cabeza con esa expresión tan odiosa, llego a la conclusión de que una sacudida de cabello le ayudaría a recordar. Stephen parece adivinar lo que estoy considerando, porque se coloca en frente de Sabrina y se disculpa en su nombre mientras intenta conducirla de regreso por donde vinieron ambos.
—Puedes quedarte con la bebida, gruñona.
¿Qué? Está loco si cree que voy a aceptar algo que venga de...
—Pero es mía —protesta Sabrina—. Y ella no la quiere, porque te la iba a tirar. Además, ya tiene una.
Boward me mira como dándole la razón a su amiga para evitar riñas o discusiones, pero yo no pienso darle el gusto.
—Te equivocas, sí la quiero y esta él me la acaba de regalar.
Supongo que puedo hacer una excepción, sobre todo si se trata de enfadar a la estirada de Sabrina.
—Te compraré otra, Sabri.
—No, ya no quiero nada —afirma ella, alejándose de donde estamos Boward y yo. Le hago el adiós con la mano y finjo tristeza por su pronta partida.
Mientras la ve irse, el causante de todo esto me informa mediante señas el problema en el que lo acabo de meter con su mejor amiga. Me encojo de hombros.
—Es una pena.
Sonriendo triunfante y me alejo por el lado contrario con la bebida de la victoria en manos.
•••
Paren todo, ¿qué pasó aquí? Tuvimos un pequeño #StephAleMoment que, como siempre, Ale tuvo que arruinar. :/
Confieso que, como lectora de esta historia (porque obvio que para escribirla, debo leerla) no veo el momento en que ya su relación mejore de una vez y la prota deje de ser tan seca con Stephen, pero calma que faltan algunas cositas.
¡Muchas gracias por leer y seguir pendientes de esta historia!
Con cariño,
Michi.
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