19 | Surrealista
El Campeonato de Lacrosse inicia cerca del medio día. Salgo de los vestidores con el uniforme y mis implementos listo para el encuentro. Mi equipo avanza conmigo hasta la cancha donde se va a llevar a cabo el juego. En el camino, me distraigo viendo la cantidad de gente que ha venido a la escuela solo para vernos jugar contra el equipo invitado, es sorprendente. No recuerdo haber visto tantos espectadores el año pasado. Observo a todos los presentes, paseando mi vista por las gradas, donde se encuentran los invitados, los directivos de la escuela, los de la banda sonora y el equipo de animadoras.
Instintivamente, me detengo en el último grupo.
—¡Boward!
El llamado casi me hace dar un brinco del susto, como si hubiera estado haciendo algo malo.
—¿Sí, Entrenador?
—¿Qué haces mirando a las porristas? —pregunta con su habitual tono elevado como cuando da una orden al equipo—. Concentra tu testosterona en el juego que va a empezar.
Niego con la cabeza mientras río.
Me uno entonces a mi equipo en el centro del campo, frente a los jugadores de High Tower. El líder de ellos, Ian, me observa desafiante. Anteriormente nos hemos enfrentado en otros campeonatos intercolegiales, y nuestra relación nunca ha sido muy buena que digamos. Es extraño, se lleva más que bien con el líder de mi equipo, pero no conmigo. En fin, no es la primera persona a la que no le caigo bien, ¿o será acaso pariente lejano de la gruñona?
El hombre encargado de presentar el Campeonato da unas breves palabras de bienvenida al equipo invitado. Me mantengo de pie, deseando que acabe rápido y empiece el juego de una vez. Estoy ansioso. Hemos entrenado muy duro para este día, tenemos que dar lo mejor ahora que por fin ha llegado el momento. Los jugadores de High Tower tampoco se muestran tan atentos al discurso que les dedican, solo se limitan a asentir cada vez que los mencionan. Probablemente ellos estén pensando lo mismo que yo.
Ni siquiera yo me concentro mucho en lo que dice el presentador.
—Estimado Director Churchill —levanto la vista tan pronto como reconozco esa voz, encontrando a Alessa de pie en el estrado, iniciando ahora el discurso de su equipo—, personal administrativo de Midtown, profesor Smith, jefe de la plana docente, compañeros presentes, equipo local, todos.
¿En qué momento llegó hasta ese lugar?
Ella empieza a enunciar su discurso, dando nuevamente la bienvenida a los jugadores de High Tower, soltando algunos comentarios amables que dudo que hayan sido escritos por ella por esa misma razón. Luce tan intelectual y culta mientras habla que no despego mi ojos de su imagen. Desprende una imagen muy distinta a cuando está en el salón de clases, vestida de prendas oscuras y con apariencia sombría. Es como una nueva versión de ella. Aparentemente, todo parece marchar bien sin ningún inconveniente o eso pienso hasta que escucho mi nombre salir de sus labios. Ian me mira con burla cuando eso sucede, presintiendo que lo que Alessa va a decir no va a ser nada bueno.
No lo culpo porque hasta yo lo pienso, pero desde mi posición no puedo hacer ni decir nada, pues de igual manera ella no me escucharía.
—Entre ellos podría mencionar a Stephen Boward —por algún motivo, ella mira en mi dirección al enunciar esas palabras—, quien a pesar de cometer algunos errores como cualquier ser humano, ha sabido destacarse dentro del equipo. Sin embargo...
Siento que se viene lo peor, y me mantengo expectante. Incluso yo mismo quiero saber qué es lo que va a decir de mí. No hay que olvidar que ella tiene aún mi diario en su poder, lo que significa que tiene a la mano información importante y un poco vergonzosa que no quisiera que fuera divulgada. Ya una vez estuvo a punto de hacerlo en el comedor anteriormente, tengo el presentimiento de que este segundo intento no terminará nada bien.
Me quedo esperando un comentario sobre mí que nunca llega.
—Disculpen —hace una pausa—. Como decía, esperamos que este juego pueda quedar como una buena experiencia y no sea motivo de enemistades entre ambas escuela. El equipo de porristas les desea muchos éxitos —concluye sonriendo sin mostrar sus dientes—. Gracias.
Me intriga su comportamiento; por más que trato de buscar una explicación a su decisión de no exponer alguna información contenida en mi diario, no la encuentro. ¿Qué la pudo haber orillado detenerse? ¿El temor a ser castigada por la dirección? Quizá. Debe tratarse de algo similar, porque dudo mucho que haya sido debido a que se compadeció de mí, eso hay que descartarlo.
Aunque algunos quedan confundidos con su repentina interrupción y subsiguiente finalización apresurada del discurso, los presentes aplauden mientras ella se aleja del estrado, caminando apresurada como queriendo escapar de las miradas de los demás.
—¿Qué onda con esa chica? —pregunta Ian en el tono más bajo que puede—. No dejas de mirarla, pareciera que la conoces.
Sé muy bien la clase de persona que es y su mala boca, no me haría nada de gracia que intentara acercarse a Alessa con alguna intención oculta solo para molestarme. A pesar de que sé que ella lo mandaría a volar sin contemplaciones, como hace con todos, no me quiero arriesgar.
—No, no la conozco —miento.
—Es muy linda —sigue él—, ojalá hubiera chicas así en mi escuela. Y ese uniforme le queda... muy bien.
Doy un amenazante paso en su dirección tras oír su comentario y ver la expresión en su rostro mientras la mira caminando de espaldas, pero soy interrumpido por la aparición del árbitro en el campo. En medio de los aplausos y frases de aliento de parte de los estudiantes de la escuela que se encuentran de espectadores, este nos ordena irnos a nuestras posiciones. Me coloco el casco y reafirmo mi agarre en mi stick esperando que empiece el enfrentamiento. Y, sobre todo, esperando encontrarme con Ian en la cancha.
Tras un par de indicaciones, el árbitro pita dándole inicio al juego.
Defiendo mi área cuando se acercan con la intención de marcar un tanto, también al ver que dos jugadores del equipo contrario se aproximan a mí para quitarme la pelota, logro librarme de ambos deslizándome hacia un lado y le hago el pase a Robin, el capitán de mi equipo, para que marque el gol. Aquel es el primero de 7 consecutivos, hasta que los de High Tower responden con 3 goles en menos de cinco minutos.
—¡Boward! —Llama el entrenador desde su posición para dar indicaciones—. Haz lo del inicio y pásasela a Robin. Recuerda los entrenamientos, ¡vamos, vamos!
Asiento mientras recupero el aliento. Siento que estoy sudando, pero no puedo limpiarme debido a que llevo puesto el casco. Ignoro la molestia que me causa y me concentro en el juego. En un descuido, le arrebato la pelota a Ian, logrando adentrarme en terreno enemigo a toda prisa y marcando el octavo gol a nuestro favor. Los gritos de celebración y las barras no se hacen esperar. La gente aplaude, la banda toca una melodía con sabor a victoria y las porristas hacen sus maniobras para festejar, pero no diviso a Alessa entre ellas.
Regreso trotando a mi posición después de anotar el punto. El entrenador y los miembros de mi equipo me felicitan, sobre todo el eufórico entrenador, que me pide que siga así y ahora cambia su indicación a que me pasen la pelota a mí.
—¡Testosterona, muchachos! ¡Testosterona!
El juego continúa. Esta vez, el equipo rival presiona más que antes y se acerca a nuestra zona en varias ocasiones debido a la diferencia de goles que tenemos. Su entrenador también está presente y no luce nada satisfecho con el resultado actual. Algunos de sus jugadores incluso comienzan a insultarnos cuando pasan por nuestro lado. Justo lo primero que dijeron que no buscaban generar con este enfrentamiento. Trato de enfocarme en el juego, pero de repente siento que alguien me empuja y caigo a la cancha arrastrándome sobre una de mis piernas en el proceso.
Me quito el casco, comprobando que el causante se trata de Ian, pero este solo se encoge de hombros y sonríe disimulando la falta que acaba de cometer. El árbitro detiene el juego y se acerca a donde estoy. Mis compañeros también se aproximan para ver cómo me encuentro. Trato de levantarme para soslayar la gravedad del incidente, pero siento un dolor que no me esperaba para tratarse de una simple caída.
—Esto no lo vimos en los entrenamientos —bromeo mientras hago el intento de caminar. Mis compañeros se ríen, aunque siguen mostrándose preocupados.
—Es la vida real —comenta Robin.
Más gente se interesa por saber cómo me encuentro. El entrenador también aprovecha para quejarse ante el árbitro por la falta cometida, mientras que el de High Tower sale a defender a Ian diciendo que no fue intencional. En medio de la discusión, observo que las porristas se aproximan también a la cancha. Me preguntan cómo estoy, dan frases de ánimo, entre otras cosas, pero no presto mucha atención porque no veo entre ellas a la persona que esperaba. Aunque su ausencia tampoco me sorprende.
—Boward, Benson irá por ti —informa el entrenador una vez que termina su debate con su colega rival—. Deberías dirigirte a la enfermería a que te revisen eso.
Señala mi rodilla ensangrentada.
—No, entrenador —me rehúso, volviéndome a colocar el casco—. No es tan grave como parece, puedo seguir jugando.
En serio deseo seguir jugando. No he tenido mi revancha contra Ian y no puedo desaprovechar esta oportunidad.
—Boward, muchacho, si fuera por mí seguirías en la cancha, pero también debo velar por la seguridad de mis jugadores. Ve a la enfermería.
Por más que le ruego que no me saque del juego, no logro conmoverlo. Demonios.
Ya resignado, me alejo del campo de juego en medio de aplausos y ovaciones. No pienso dirigirme a la enfermería, sería solo una pérdida de tiempo, pues la última vez que estuve ahí ni siquiera estaba la señorita enfermera. Mientras avanzo voy pensando en lo que voy a hacer. Primero, regresar a los vestidores y quitarme el uniforme; segundo, lavar mi herida luego de darme una ducha en el vestidor de varones; tercero, esperar a Ian cuando finalice el juego y terminar de arreglar nuestras diferencias de hombre a hombre.
En ese orden.
—Abran paso que aquí viene el más lindo de la sede, tiene el número 1 y 6, ¡y juntos forman 16! —escucho al equipo de porristas exclamar a medida que paso por donde se encuentran—. ¿Cuál es el nombre del mejor? ¡S-t-e-p-h, t-e-p-h-e-n!
Se trata de una coreografía con una barra hecha exclusivamente para mí. Valoro su esfuerzo, por lo que me detengo a observar la presentación. No obstante, cambio mi expresión cuando diviso entre las porristas a la gruñona, siguiendo los pasos sincronizadamente, tan inexpresiva como siempre. Su poco entusiasmo es hilarante, casi parece haber sido obligada a participar.
Vuelvo a sacarme el casco para poder disfrutar mucho mejor de la vista. Definitivamente esta barra y la participación de Alessa desplaza cualquier mal rato que haya tenido en todo el día. Me mantengo atento hasta que terminan, pero mi gesto divertido se disipa cuando veo que una de las porristas no sostiene bien a la gruñona y esta cae sentada sobre el piso inevitablemente. Ante el accidente, otras chicas de su equipo la rodean y la pierdo de vista.
De inmediato me dirijo hacia donde está, disculpándome para poder avanzar entre los presentes.
—Alessa, ¿estás bien? —pregunto al ver que revisa su codo enrojecido con pequeños puntos rojos de los que empieza a brotar sangre—. Yo la puedo llevar a la enfermería.
—¿Tú? —me cuestionan, tanto ella como sus compañeras de equipo.
—Sí, de todas maneras el entrenador también me mandó ahí.
Si bien, no tenía pensado obedecer en un primer momento, supongo que puedo hacerle una pequeña modificación a mi plan.
—¿Estás loco? —gruñe cuando hago el ademán de levantarla—. Suéltame, también estás lastimado.
—¿Preocupada? —la molesto, disfrutando de meterme con ella. Logro sostenerla en brazos con la seguridad que me caracteriza, pero me toma por sorpresa sentir que ella se sujeta de mis hombros de manera involuntaria, como temiendo que la suelte.
—Claro que no, lo digo porque puedo caminar.
—Yo también puedo —hago un leve movimiento de izquierda a derecha—. ¿No me estás viendo?
Pidiendo permiso a los presentes para poder avanzar, camino cargando a Alessa delante de toda la escuela. O, al menos, delante de los que se encuentran en este lado de las gradas.
—Bájame inmediatamente —se queja, pataleando como puede—. ¿De qué te ríes, imbécil?
Disimulo mi risa y sigo caminando. Ella, al parecer, se resigna y deja de resistirse, lo cual no veía venir. Esperaba que me saltase encima por no hacerle caso o que me ahorcase hasta que la soltara, pero quizá no lo ha hecho porque, a fin de cuentas, tiene un brazo lastimado.
Nos aproximamos hacia el edificio de la escuela, lugar casi desierto en el que no se visualiza a ningún estudiante más que a nosotros.
Finalmente, hace lo que ya se estaba tardando en hacer: soltarse.
—No vuelvas a hacer eso —advierte.
—¿Hacer qué?
—Tocarme sin mi permiso.
Lo dice como si otras hubieran sido mis intenciones.
—Solo te estaba ayudando —recalco por si es que le pareció que intentaba otra cosa.
—Pues no me ayudes —exige elevando la voz—. Sigue tu camino por tu lado y ya.
En serio es la chica más frustrante que he conocido. No se puede tener ni cinco minutos la fiesta en paz con ella. Consciente de que nada bueno va a salir de esta conversación y de que ya me está empezando a molestar que siempre arruine el ambiente y confunda mis buenas intenciones, decido retirarme. De todas maneras, no tengo por qué tomarme molestias para con ella.
Siempre tan gruñona. No me sorprendería que envejeciera tan rápido con ese genio que tiene.
—"Sigue tu camino por tu lado y ya" —la imito mientras camino por la dirección contraria—. ¿Qué le costaba agradecer?
Un poco de modales no le vendrían mal.
Eso es, hasta el momento no me ha agradecido. No me puedo ir con las manos vacías después de haberme portado tan bien. Acelero el paso para tomar un atajo hacia la enfermería y sorprenderla. Consigo llegar antes que ella, pues no hay nadie al interior de la habitación. Rápidamente me acomodo en una de las camillas para parecer casual cuando ella llegue.
Al verla ingresar, la observo como si no la hubiera estado esperando.
—¿Tú no te habías ido?
—No, simplemente seguí tu consejo y me fui por otro camino para llegar a este lugar —me explico, luego se me ocurre añadir—: ¿O querías que te hiciera compañía en el camino?
—Por supuesto que no.
Veo que se adentra completamente y busca con la mirada a la encargada del lugar.
—La enfermera no está —le informo—. Debe estar viendo el juego.
O en su casa viendo Netflix, quién sabe. Las últimas dos veces que he venido, nunca ha estado.
—No necesito a la enfermera.
Con la autonomía que la caracteriza, ella misma se encarga de desinfectar y limpiar la herida de su brazo sin esperar la atención de un tercero. En silencio, hace lo propio y yo la observo sin querer. Luce un poco despeinada, el moño de colores que recoge su cabello está a punto deshacerse debido al movimiento e intuyo que también por la brusquedad de la caída que sufrió. Me aclaro la garganta y aparto la mirada cuando la delicadeza de sus movimientos la hace ver como una modelo de un comercial de una crema corporal. Y también porque ella me sorprende mirándola.
Finjo estar distraído y me acerco para limpiar la herida de mi rodilla que ya empieza a arder un poco. Ella se hace a un lado para que yo pueda hacer uso de los mismos implementos, sin embargo, percibo que no puede colocar el esparadrapo por sí sola para cubrir su herida y me dispongo a ayudarla de oficio.
—Espera —sostengo el esparadrapo de su mano y sujeto con este el algodón para cubrir la herida—. Ya está.
Milagrosamente, no se aparta.
—Gracias. —La escucho decirme por primera vez en mi vida.
—¿Qué dijiste?
Necesito oírlo de nuevo, porque no me lo creo.
—Nada —disimula, como era obvio. A pesar de ello, sonrío porque he conseguido lo que vine a buscar.
Como es usual en ella, está a punto de marcharse sin despedirse o anunciarlo.
—Alessa —la llamo, viéndola de espaldas—. ¿Crees que podrías ayudarme?
—¿Ah?
—Es que me fracturé algunos dedos de esta mano al caer en el juego y no creo poder sostener bien el pedazo de algodón para limpiar mi herida.
No parece convencerla mi explicación.
—Tienes la otra mano —responde, y nuevamente se da la vuelta.
Dios, siempre tiene la respuesta perfecta. Bien, pues yo también tengo el rebate perfecto.
—Pero soy zurdo, y tengo la mano izquierda lastimada —levanto mi mano para que la vea—. No seas mala, mira que te ayudé sin pedir nada a cambio.
—Lo estás haciendo ahora.
Ella se cruza de brazos, dándome esa misma mirada que le he visto antes. Esa que me dice que estoy perdiendo mi tiempo por más que le diga miles de excusas. No obstante, no me rindo tan fácil.
—¿Por favor?
Doy un paso hacia ella, cosa que no se esperaba, pues deshace sus brazos cruzados y retrocede.
—Quédate donde estás —pide señalándome—. Si te hago este favor, prometes dejarme en paz.
—Sabes que eso es imposible —respondo riendo. Me entretiene fastidiarla, no lo puedo evitar.
Ella rueda los ojos.
—Pues me aseguraré de que así sea.
Como por obra de un milagro celestial, Alessa se muestra dispuesta a ayudarme. A empujones (que es su manera amable de tratar a los demás), me obliga a sentarme nuevamente en la camilla para poder terminar rápido con el favor que le he pedido.
La escena es de por sí surrealista.
Ella frente a mí, con su vista fija en la herida de mi rodilla, atendiéndome como si fuéramos cercanos. Nuestra relación ni siquiera se podría considerar una amistad, porque casi ni hablamos, y de las pocas conversaciones que hemos tenido ninguna ha terminado bien. ¿Será esta la excepción?
—¿Puedes quitar esa estúpida sonrisa de tu rostro? —bufa la gruñona que tengo frente a mí, limpiando mi herida, sosteniendo una botella de alcohol en su mano derecha y un pedazo de algodón con la otra—. Es realmente molesta.
No puedo evitar esbozar otra sonrisa incluso más amplia que la anterior ante su último comentario. Es tan enojona que empiezo a acostumbrarme, y la conozco lo suficiente como para estar seguro de que lo siguiente que voy a decir solo logrará fastidiarla, pero precisamente esa es mi intención.
—Yo diría «seductora».
Cuando oye esto, ejerce presión sobre mi herida al momento de rodearla con el algodón y esparadrapo. Mi quejido de dolor le genera cierta satisfacción, pues curva levemente sus labios hacia un lado después de ver mi expresión de sufrimiento. Esto claramente es su manera de reprimir su sonrisa frente a mí.
—Fingiré que no vi esa sonrisa —enuncio apoyando mi peso en mis dos brazos hacia atrás sobre la camilla.
Ella alza una ceja.
—Fingiré que he olvidado que tengo que golpearte.
Esta vez dirige sus oscuros ojos hacia mí. Me enseña su puño y amaga un golpe en la palma de su otra mano. Luego de eso, se retira, volviendo a guardar donde estaba la botella de alcohol.
—¿Y ahora yo qué hice?
—Me cargaste sin mi consentimiento, no creas que lo dejaré pasar.
Ya se me hacía rara tanta amabilidad de su parte. Era obvio que había algo oculto ahí.
—¿Y cuál sería el castigo? —pregunto, poniéndome de pie y caminando hasta quedar frente a ella, que está apoyada en la repisa de medicamentos.
Por unos breves segundos el ambiente se queda en silencio.
—Ale. —Alguien del equipo de la banda entra a la enfermería buscando a la gruñona, rompiendo el hielo y haciendo que ella aproveche mi distracción para patearme por mi atrevimiento. Mientras me sobo la pierna vilmente atacada, me giro y reconozco al intruso como aquel con el que nos cruzamos una vez—. ¿Cómo estás? Vi que tuviste un accidente durante tu presentación. ¿Por qué no me avisaste para ayudarte?
El tipo debería conocer a Alessa y saber que ella sería la última persona en pedir ayuda. Desde ahí ya le coloco una puntuación negativa al oportunista.
—No sé, ¿porque tal vez lo habría hecho si fuéramos cercanos?
Sonrío orgulloso de su respuesta. Esa es mi gruñona, así se contesta.
—¿Entonces ustedes lo son? —indaga el ahora cuatro ojos.
—No, tampoco.
Nuevamente Alessa vuelve a tildarme de desconocido frente a un verdadero desconocido, eso hace que borre mi sonrisa y le dedique una mirada de indignación. Dios, siempre hace lo mismo.
—¿Ah, no? Alessa, yo creo que ya es hora de oficializar la relación, no puedo seguir manteniendo esto en secreto.
—¿Qué tonterías dices? —reacciona ella, haciéndome a un lado y preparándose para irse—. No es verdad —le aclara al recién llegado, lo cual hace que me cruce de brazos.
¿Por qué habría de hacer eso?
—¿Ya te vas? —le pregunto al verla caminar hacia la salida, pero el cuatro ojos le hace la misma pregunta, lo que nos hacer sonar al unísono.
—Sí, y quiero irme sola.
—Pero... —quiero replicar.
—¿Podría...? —quiere decir el otro.
Sin decir más, ella sale de la enfermería dejándonos a ambos con la palabra en la boca. Ignorándonos.
El cuatro ojos y yo nos quedamos solos en la enfermería, siendo el momento perfecto para hacerle el interrogatorio necesario que llevo planeando desde hace días luego de nuestro primer encuentro. Por ello, le sonrío cómplicemente mientras ordeno las preguntas en mi cabeza.
Muy bien, aquí vamos...
—¿Counter Strike o Call Of Duty?
—¿Eh?
Por supuesto, esa es solo la de apertura para entrar en confianza.
•••
Pero ¿qué está sucediendo aquí? ¡El primer capítulo narrado por Stephen!
¿Qué les pareció? Espero que les haya gustado leer esta historia desde su perspectiva, al menos por un capítulo.
Admito que al principio iba a hacer una encuesta en Instagram para preguntarles si querían un capítulo narrado por él, pero pues las conozco muy bien y de antemano sabía qué es lo que iban a elegir, así que mejor dejé que fuera una sorpresa.
Pregunta del día: ¿Creen que Stephen logre conquistar a Ale al final de esta historia?
¡No olviden votar y comentar!
Saludos, Michi.
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