14 | Si me dices que sí
Me mantengo en silencio aun cuando veo a Stephen acercarse y caminar en círculos alrededor de mí mientras me observa, todavía sin poder creer que nos hayamos encontrado en este lugar. En mis adentros, maldigo haberme detenido.
—Esta sí que es una gran y agradable sorpresa —dice, cruzándose de brazos, sin borrar la sonrisita de su rostro.
¿Agradable? No lo creo. Esto es lo peor que pudo haberme pasado en todo el día. El acontecimiento es tan grave como que Sophie, mi jefa, me escuche despotricando contra ella.
Doy un suspiro, resignada a su fastidiosa presencia. No sirve de nada que lamente que esté aquí; él no va a desaparecer con un simple chasquido, por más que la idea me suene tentadora. Resoplo, regresando a la realidad. En situaciones como estas, lo mejor es mostrar sosiego.
Palpo mis palmas sobre la tela del uniforme como si me secara el sudor de las manos. Una acción que me da tiempo a pensar en algo, porque acabo de quedarme sin ideas. En mi cabeza empiezo a redactar todo un testamento y un listado de preguntas para interrogar a Boward sobre el motivo de su continua presencia aquí, sin embargo, decido dejarlo a un lado y fingir que todo está bien.
—Si no te molesta, estoy trabajando.
No es lo que tenía pensado, pero de alguna manera es cierto.
Me giro queriendo escapar del lugar y de su escudriñante mirada, pero él me retiene sujetándome del brazo como quien detiene a un niño antes de cruzar la calle sin haber mirado a ambos lados. Dado que, a lo lejos todavía hay personas dentro del centro comercial haciendo sus compras, me suelto disimuladamente. No quiero llamar la atención de los demás, peor aún que tengo puesto el uniforme de empleada del lugar.
—No te vayas todavía —pide, quizá olvidando que estoy trabajando y no debería estar conversando con él.
Viéndolo, dejo escapar una risa sarcástica que rápidamente disfrazo con una tos incipiente a ojos de los demás. Me palmeo el pecho para darle más realismo a mi reacción.
—¿Y ahora qué quieres?
Lo interrogo con la mirada, remarcando cada palabra con dureza, pero sin borrar mi semblante amable.
—Uhh, de repente empezó a hacer mucho frío —Hace un gesto de estarse congelando ante mi afilado tono—. No sé tú, pero estoy seguro de que esa no es manera de tratar a un cliente.
Es cierto, pero quizá con Boward pueda hacer una excepción. De todas maneras, no hay nadie del personal cerca. Solo simples mortales que viene a hacer sus compras. Quizá si sigo siendo discreta, nadie acabe por notarlo.
Me cubro un poco el rostro con ayuda de la gorra verde que traigo puesta para no dejarme reconocer tan fácilmente y finjo estar a punto de decirle algo amigable. Stephen me mira con los ojos entornados, sabedor de que es la última persona a quien le diría algo amable sin merecérselo.
Y no se equivoca.
—Ese no es mi maldito problema, así que haz el favor de mover tu trasero de aquí antes de que te eche a pata...
—La jefa me dijo que Ale estaría por aquí —escucho la inoportuna voz de Mary en el ambiente cercano, que me impide concluir mi oración. Supongo que debe estar acompañada por alguna de las chicas.
¿Y ahora qué quiere? ¿Para qué me buscaría?
Suena como si estuviera acercándose.
Si nos ven a Boward y a mí solos en este pasillo, pensarán otras cosas, como que nos conocemos o algo así. Me bombardearían con preguntas sobre él si eso sucede. Y si lo ven solo, de igual manera, Mary trataría de hablar con él como lo lleva declarando desde la última vez que lo vio. Incluso lo ha patentado como suyo, argumentando que fue la primera en fijarse en él y que eso es suficiente para tener los «privilegios» sobre su persona. Sé que Boward no es un objeto que pueden elegir y separar con anticipación para un futuro, pero defenderlo no estaba ni está en mis planes.
Conociendo lo molesto que es, probablemente acepte entablar una amistad con ella solo para poder rondarme y seguir haciéndome la vida imposible. Si tomamos en cuenta su disque «encanto innato» y capacidad para persuadir (agregándole el plus que es su físico), en menos de un par de días mi círculo de compañeras cercanas lo uniría al grupo. Lo aceptaría sin precedentes.
No puedo dejar que eso pase.
No puedo permitir que invada tanto mi vida escolar como laboral. Suficiente tengo con que forme parte de la primera.
Stephen escucha lo mismo que yo, aunque el comentario no lo alarma tanto como a mí. A él le da igual si lo ven. Hasta se acomoda el cabello cuando repara en que son dos chicas.
Hombres...
Oh, pero claro, en este momento no estamos en Midtown y él puede meterse sus reglas por donde mejor le quepan. Ahora entiendo por qué sigue empeñado en divertirse molestándome.
Le dedico una mirada iracunda, que él responde con un ¿guiño? Es eso o tiene un tic en el ojo. Lo cual dudo. Él le pone un alto a mis divagues cuando intenta asomarse por el pasillo para indicar nuestra ubicación.
Tiro de su brazo para impedírselo.
—Creo que te buscan tus...
No lo dejo terminar y halo de su brazo para guiarlo a la entrada del pasillo que lleva a la zona de carga. Él no pone mucha resistencia que digamos. Debido a que terminamos de descargar los productos en el almacén hace poco, las luces están apagadas y no hay gente aquí. Es el lugar perfecto para escondernos y pasar desapercibidos si nos mantenemos en silencio, cosa que tratándose de la persona que me acompaña parece tarea difícil. No por nada lo he apodado «locutor de radio».
Contra todo pronóstico, obligo a Boward a mantener la boca cerrada y la espalda pegada a la pared mientras me asomo para ver si las chicas ya han pasado. Desde donde estamos, observo que se cruzan con la supervisora con la que hablé minutos antes de que me enviara de regreso a mi puesto. Ellas intercambian un par de palabras y, para mi alivio, se dan la vuelta, regresando por donde vinieron.
El alivio inunda mi ser.
Sin ese peso encima, me concentro en la situación que nos rodea.
Cualquier persona que nos viera por detrás diría que estoy acorralando a Boward contra la pared para intentar hacerle algo en contra de su voluntad. La sola suposición suena absurda, incluso en mi cabeza. Él parece adivinar mis pensamientos, lo cual no me reconforta para nada. Luego, coloca sus dos manos sobre mis hombros y deja escapar un suspiro melodramático.
—Por mucho que me guste estar a solas contigo en este oscuro pasillo, no es lo que imaginé para uno de nuestros primeros momentos.
Termino apartándome. Reajusto mi gorra sobre mi cabeza para procesar su comentario al cien por ciento y así concluyo que Boward es experto en encontrar la manera perfecta para acabar con mi buen humor. Podría graduarse de eso e incluso obtener un Ph.D.
—¿Por qué no dejas de decir cosas sin sentido y te buscas a alguien más para molestar?
En verdad me haría un enorme favor si lo hiciera.
Aunque se lo reprocho con entereza, no le tomo mucha atención a su respuesta, pues sigo pendiente de que nadie se acerque al pasillo para poder salir sin ser notados.
—¿Por qué habría de hacerlo? Estoy tomándole gusto a molestarte a ti, gruñona.
—Ya podemos salir —declaro, haciéndole una seña para que me siga. Esconder a Boward en una zona de personal autorizado tampoco es una buena idea, ya que si nos encuentran, quien pagará los platos rotos seré yo—. Un momento, ¿qué dijiste?
No me conviene arriesgarme cuando, después de todo, no puedo incluir a Boward. Soy la única en la que recaería la entera culpa.
Finjo estar conversando con él como si fuera un simple cliente mientras lo conduzco a un pasillo lleno de latas de conservas de todo tipo. Con una sonrisa falsa que oculta mi verdadera personalidad de los demás presentes.
—Que te queda bien el uniforme —responde, repasándome.
—Mientes.
Es horrible.
—No, en serio te queda bien.
Y verde.
Al punto, Alessandra.
—No me refiero a eso —repongo, un poco vacilante. Boward me regala una sonrisa satisfecho de mi reacción. «Demonios, solo me estoy enredando más»—. Que no se te ocurra decirle a nadie lo que descubriste hoy.
Aunque me dé igual que murmuren cosas sobre mí, no es algo que quisiera. Ya bastante tengo con saber que me tildan de «matona» como para que ahora tengan un nuevo tema de conversación sobre mi vida.
—¿En serio crees que soy ese tipo de persona? —pregunta fingiéndose ofendido, llevando una mano a su pecho.
Ruedo los ojos.
En ese momento, una mujer con sus hijos pequeños se acerca para preguntarme sobre la ubicación de la sección de juguetes para niños. Es mi oportunidad perfecta para dejar a Boward en segundo plano y pasar de él. Insertándome en mi papel de asesora del centro comercial, le doy las debidas indicaciones precisa y pausadamente para que me entienda, todo eso sin dejar de mostrarme sonriente. Me tomo un poco más de tiempo de lo habitual para disminuir los minutos que puedo pasar con el insoportable de Stephen. Tras repetir lo que he dicho para asegurarse de que ha entendido bien, la mujer me da las gracias y se marcha.
La escena se reproduce mientras este no me quita un ojo de encima. Siento su mirada sobre mí, pero lo ignoro.
—Guau —es su reacción que acompaña con un par de aplausos—. No sabía que pudieras ser tan amable.
—Lo soy con quien lo merece.
Y eso no te incluye.
—¿Qué me exime de ser digno? —quiere saber. Suena como si de verdad lo hubiera ofendido lo que le he dicho—. Me siento discriminado.
Estoy tan enfocada en su pregunta y en la respuesta que pienso darle, que no pongo atención al hecho de que se inclina un poco para quedar a la altura de mis ojos y lo pueda ver directamente. Como tengo una mano puesta en los estantes fingiendo estar ordenando los productos que están fuera de lugar para poder pasar desapercibida, intento levantarla para marcar distancias con él y proferirle alguno que otro golpe de realidad, pero la voz de Mary, esta vez más cerca que nunca, hace que desvíe mi atención hacia el lado contrario.
Boward aprovecha mi distracción para tomar mi mano y volver a apoderarse de mi pulsera.
—Vuelve aquí si no quieres morir —murmuro con hostilidad, y hablo en serio. Él obedece, dando pasos que acortan la distancia entre nosotros una vez más. Lo hace juguetonamente, retándome a seguirle el juego solo si es que me atrevo.
—¿Ale? ¿Estás por aquí? —Mary camina por el pasillo contrario a donde estamos—. La jefa está preguntando por ti.
¿La jefa? ¡Cómo la detesto! Si no fuera por ella, yo no hubiera estado aquí y Boward no sabría que trabajo en este lugar. Nuestro casual (y probablemente inminente) encuentro se habría prolongado, dándome tiempo a idear un plan, cosa que no puedo hacer ahora.
Si Mary me encuentra con él, hará un escándalo con su reacción al considerarlo su Ángel Desterrado. Y si eso llegara a oídos de la jefa, me castigaría por perder el tiempo entablando conversación con un cliente, peor aún si es un conocido. Ella podría acusarme de no estar en mi puesto o no reportarme después de haber abandonado el almacén.
Sitúo mi vista de nuevo en mi enemigo declarado.
—Vete.
Boward se detiene. Percibo que no se esperaba mi petición, puesto que sigue con mi pulsera en su poder.
Ya me las pagará.
Él también escucha los llamados de mi compañera e intuyo que percibe mi turbación en que nos encuentren juntos, pero claro que estamos hablando de Boward y su afán por alterar mi vida de manera negativa. No puede irse antes sin haber hecho algún movimiento.
—¿Y prometes devolverme mi diario? —se asegura—. Si me dices que sí, me iré en son de paz.
—¿Qué? ¡Eso es jugar sucio!
Todo lo expreso mediante susurros, aunque eso no quita que suene como si estuviera gritándole.
—Mira quién habla de jugar sucio, la chica que hurgó en mis cosas —me acusa, viendo mi reticencia a ceder—. Entonces me quedo.
Mary parece estar ahora a unos tres metros de distancia de donde nos encontramos, lo cual me obliga a responder apresuradamente.
—¡Lo haré, lo haré!
No lo haré.
Mirándome con los ojos entrecerrados, camina como un cangrejo y se da media vuelta marchándose justo antes de que Mary se acerque al pasillo en donde estoy. El hecho de que no lo haya visto, no obstante, no me tranquiliza del todo.
¿Qué pasa si solo se fue para jugarme una broma y luego vuelve a aparecer para empeorarlo todo al sospechar que estaba mintiendo? No confío en él.
—¿Dónde estabas? Lia y yo llevamos buscándote desde hace rato.
—Estaba... —le echo un rápido vistazo a mi entorno—... ordenando algunas cosas y cubriendo esta área.
Observo mi muñeca sin pulsera y profiero insultos mentalmente contra el causante de todo esto. Mary observa a mis alrededores, quizá sospechando que algo no cuadra conmigo del todo. Parezco nerviosa y normalmente no ordeno estantes por cuenta propia si antes no hay una oferta monetaria de por medio. Como un bono extra o algo por el estilo.
—Bueno, deja eso y regresa a nuestra área —Mary se aferra a mi brazo y se acerca a mi oído, confidente—: La jefa dice que no deberías desaparecerte de tu puesto si no quieres perder el trabajo.
Pone cara de lamentar haberme transferido el mensaje (amenaza) de parte de la jefa, y entonces percibo cierto semblante diferente en ella, en su mirada e incluso en su manera de dirigirse a mí. No se ve como la tímida adolescente que llegó a trabajar aquí hace apenas un mes. Parece alguien diferente. Distingo un vestigio de malicia en sus palabras, aunque trata de convencerme de que debo estar equivocada.
Mary no es así. Nunca ha sido así.
No obstante, agito mi brazo para que me suelte y, recelosa, le agradezco irónicamente por haberme comunicado las palabras exactas de la jefa. Tras decir eso, me encamino de regreso a mi puesto sin esperarla.
•••
Tras finalizar mi jornada de trabajo, me encamino hasta los vestidores para cambiarme y marcharme. No espero a ninguna de mis compañeras ni me integro en sus conversaciones en el camino, por más que ellas intentan incluirme. No tengo nada contra ellas; mi humor ahora se encuentra ensombrecido.
Además del lamentable suceso de haberme encontrado (de entre todas las personas del país) con Boward, Saw tuvo el descaro de cuestionarme sobre los minutos que me tardé en regresar a mi puesto, argumentando que se me dio un orden explícita a la que debí ceñirme. Debía vigilar la zona de carga y luego regresar de inmediato a mi área. Que, de alguna manera, fue lo que hice. Solo que con un ligero detalle de por medio.
Exigió que le diera un explicación fundamentada de mi tardanza, pero yo no pude asacar una mentira con tan poco tiempo de anticipación. No me lo esperaba. Quise hacerlo, pero la confirmación de que se había comunicado con la supervisora del almacén tan pronto como terminaron de descargar los productos fue suficiente para hacerme ver que el horario estaba en mi contra.
Admito que me esperaba lo peor, como que me corriera del trabajo, quitándome ella misma la gorra con un gesto dramático. Por el contrario, aunque aún usando su tono arrogante, me dijo que me daría una segunda oportunidad y que me aplicaría la regla de los tres strikes. Dos más y estoy fuera. Una más y recibo un castigo.
Podría decirse que es una buena noticia el hecho de que no me haya echado, pero ser amonestada no es una experiencia memorable. Y lo detesto.
Frente al espejo, me quito la horrible blusa verde y la tiro al piso al igual que haría con un trozo de basura en el cesto. Lo mismo hago con la patética gorra que odio con mi vida. Suelto mi cabello y lo peino con mis dedos, atusándolo para que no se vea tan alborotado, sin dejar de mirar mi reflejo. Mi semblante es neutro por fuera, por dentro estoy hecha una furia. Pobre del que se entrometa en mi camino, porque estoy segura de que sería con quien me desquitaría.
Tras unos minutos de inhalar y exhalar con el fin de calmarme, recojo del piso el uniforme, lo guardo en mi mochila y salgo del vestidor. Observo a algunas de mis compañeras arreglarse frente al espejo sobre el tocador, todas en silencio. Me despido de ellas con la mirada.
Estando afuera, compruebo que sigue haciendo frío porque puedo visualizar mi hálito, por lo que le doy una vuelta más a mi bufanda. Camino con las manos en los bolsillos hacia el paradero para esperar el bus que me llevará a casa. Un par de chicas y una mujer con su pareja e hijo también esperan al igual que yo. Me siento en el extremo derecho de la banca, alejándome lo más que puedo de los demás. Recuesto mi cuerpo en el espaldar, cerrando los ojos un segundo. Trato de pensar en nada, solo en relajarme. Hoy fue un día fatídico.
En todos los sentidos.
Y todo por culpa de una persona.
Abro los ojos cuando la figura del locutor de radio aparece en mi mente.
—¡Estúpido Stephen! —Descargo toda mi frustración en el grito que emito, pero no es suficiente para mí—. Cuando te vea de nuevo serás hombre muerto, espera y verás, maldito sabelotodo arrogante...
Mientras continúo insultando a la nada, observo de soslayo que la mujer que está con su hijo, le cubre los oídos para que este no escuche mis improperios. Termino dándome cuenta de que estoy llamando la atención.
Me disculpo con ella por la escena, aunque no me arrepiento de nada, ni retiro lo dicho.
—¿Y ahora qué le hizo ese «estúpido Stephen» a mi querida Erizo?
Quentin aparece delante del paradero, montado en su Yamaha azul. Ha escuchado todo y yo me siento inusualmente avergonzada por eso.
—¿Qué haces aquí? —Omito el otro tema utilizando mi carta de siempre—. ¿De nuevo vienes a intentar impresionar a Lia?
Mi truco funciona, pues no vuelve a mencionar el nombre del insoportable.
—Esta vez vine preparado.
—Espera, ¿has traído tu guitarra?
Me fijo en lo que lleva en la espalda. ¿Acaso piensa cantarle en público como en aquella ocasión? La última vez que lo intentó, salió mal. Conociendo a Lia, no dudo que el resultado haya cambiado en tan poco tiempo.
—Incluso traje un cartel, ¿me ayudas a sostenerlo? —pide, estacionándose frente al centro comercial. A unos treinta metros de la entrada principal.
Me extiende el mencionado cartel cuyo emotivo, escueto e ínfimo mensaje es el siguiente:
«Dame una oportunidad de conocernos y no te arrepentirás.»
Alrededor del texto escrito a mano hay varios corazones con el nombre de mi compañera escrito en el interior de ellos. Mi amigo, sin duda, está enamorado o idiotizado, que es lo mismo.
No hizo estas cosas ni siquiera por su primer crush, a quien proclamó como su futura esposa cuando tenía tan solo quince años.
—¿Estás loco? ¡No haré el ridículo para ayudarte!
—Vamos, no seas mala, Alessa. Hazlo por nuestra amistad.
—Por nuestra amistad, te aconsejo que nos vayamos. —Intento guiarlo de regreso a su moto por su propio bienestar emocional; él no me escucha.
Además del papelón que haremos cuando Lia salga, me vea sosteniendo el cartel y lo mande a volar en público por segunda vez, también me preocupa que eso lo lastime. Aunque no me lo dice, sé que sus palabras le duelen. Y yo siempre he tratado de sacarle el lado divertido a su situación para que no le dé tanta importancia ante un eventual rechazo.
Después de todo, Quentin es mi mejor amigo, como un hermano, y no me gustaría que le rompiesen el corazón.
—Ya sé —Él se acerca a mí y coloca mi bufanda hasta la altura de mi ojos, cubriendo gran parte de mi rostro—, así nadie te reconocerá. ¿Ahora sí puedes ayudarme?
Lo miro con cara de "¿en serio es tu mejor idea?", y él me responde con una sonrisa.
Quizá solo por tratarse de él me resulta un poco difícil decir que no, quizá ya me está contagiando su falta de vergüenza de que todos lo miren o su desinterés por hacer el ridículo, qué se yo. La cuestión es que termino aceptando.
Sé que voy a arrepentirme de esto.
Me encamino junto a él, dando los pocos pasos que nos separan de la entrada (todavía pensando que es una malísima idea, que las declaraciones en público suelen terminar mal y que soy la que menos pega con la situación romántica) y cubro mi rostro con el cartel, porque el pedazo de lana de mi bufanda no es suficiente para mantenerme agazapada. Debido a eso, ni siquiera me entero de la cara que pone Lia cuando nos ve. Quentin me indica que ella ya ha salido como una señal de lo que debo hacer.
Maldiciendo por lo bajo, balanceo el cartel mientras él canta y toca la guitarra. Si no fuera mi amigo, ya me habría marchado.
Algunas personas empiezan a grabar la escena, por lo que me cubro aún más el rostro.
Para mi sorpresa, esta vez Quentin canta mucho mejor que antes. No desafina o, si lo hace, no se nota. La canción que eligió es Heart to Heart de James Blunt.
"There are times when I don't know where I stand, you make me feel like I'm a boy and not a man."
La letra es tan precisa que parece escrita por el mismísimo Quentin Wells en vez de Blunt.
Lia dice que no sale con él solo porque es escolar y, ella, universitaria. Lo ve como un niño y no como un hombre. Considera la diferencia de edad como algo de lo que la gente, en especial sus compañeros de la facultad, hablarían. Es lo único que la detiene, pues en más de una ocasión ha dicho que mi "hermano" (refiriéndose a Quentin) no está nada mal.
Doy fe de eso.
"There are times when you don't give me a smile."
La única vez que Lia le sonrió fue la primera vez que lo vio y lo confundió con un cliente. Su sola sonrisa sirvió para que Quentin quedara flechado hasta el día de hoy.
Poco a poco voy bajando el cartel solo para ver la reacción de mi compañera. Seguro lo está mirando con cara de querer matarlo, como siempre. No es así.
Cuando asomo mi vista, casi no lo puedo creer. Lia tiene los ojos llorosos y mira fijamente a Quentin, que termina la canción después del primer coro para no alargar tanto el momento. Los aplausos y algunos gritos no se hacen esperar. Todos están expectantes ahora de la reacción de Lia, que despierta de su trance y mira a su alrededor, consciente de la atención que está recibiendo.
Recobrando la compostura, se acerca hacia donde estamos. Primero me observa a mí y luego vuelve a centrar su vista en él.
—Tú no te cansas, ¿no?
Al escucharla, Quentin agacha la cabeza, esperando el inminente rechazo al que se sometió cuando decidió venir. Estoy por acercarme a él.
—Pensé que debía intentarlo —confiesa, sin mirarla.
Lia se pasa una mano por el rostro.
—Eres un niño, pero eso fue lindo —comenta, aunque sin tono peyorativo—. Ah, en serio debo estar loca... Está bien, tienes la oportunidad.
La gente aplaude con más fuerza tras presenciar la respuesta de Lia, que le tira un puñete en el hombro a un sonrojado Quentin para hacerlo reaccionar, pues este se ha quedado mudo de la sorpresa. Nadie esperaba que ella lo aceptara, ni siquiera yo.
La gente comienza a dispersarse cuando todo termina. Guardo el cartel e intento escapar de la escena al igual que ellos, pero Lia me retiene, sosteniéndome del hombro.
—¿Puede tu hermanito llevarme a casa?
—No necesito su permiso —objeta Quentin, indignado.
Con intención de molestarlo, le pido que no lo tenga fuera de casa hasta tan tarde. Ella asiente y se monta en la moto de Quentin.
—Gracias por todo, Erizo. —Él me da un abrazo—. Te debo una. Tú solo avísame cuando quieras confesarte a Stephen y yo sostendré una pancarta si quieres.
Revuelve mi cabello, logrando despeinarme, y se aleja antes de que pueda golpearlo.
Bueno, supongo que, al menos, algo bueno salió de todo esto.
Y no hablo de su sugerencia.
• • •
Holaaaa, esta es Michi terminando de escribir este capítulo a las 2:36 am, pero publicándolo recién a esta hora. En verdad disfruté mucho creando las escenas y haciendo los diálogos. También incluí en este capítulo una canción que me gusta mucho, que es la que Quentin le dedicó (cantó) a Lia. Si no la habían escuchado antes, deberían hacerlo. Es hermosa.
Hablando del tema...
Pregunta: ¿Qué opinan de Quentin?
De mi parte, puedo decir que es un personaje al que le he tomado mucho cariño. Es como ese hermano molestoso que algunas personas tienen (yo tengo 2 jaja) y pues muchos de sus diálogos han sido creados con esa finalidad, la de molestar a Ale con ya saben quién. Ojalá lo estén disfrutando.
Gracias por leer. No se olviden de votar y comentar. <3
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