07 | Presunta novia
Cuando Sophie Saw nota que he llegado, apenas pongo un pie en mi área correspondiente del centro comercial, lo primero que hace es mirarme de pies a cabeza como si hubiera venido vestida de forma extravagante. Tengo muchas ganas de preguntarle si es que tengo algo en la cara como para que me ande viendo de ese modo, empleando el tono que a mí me gusta, pero me contengo solo porque se trata de mi jefa. Si lo hiciera, ella no dudaría un segundo en echarme a patadas por el atrevimiento. El día que ya no dependa de este sueldo espero poder cantarle sus verdades, pero, mientras eso no pase, tengo que fingir sumisión ante su insoportable presencia.
—¿Te pasó algo hoy, Turner? —interpela, aún mirándome como si fuera sospechosa de algún crimen—. Te ves diferente. ¿Es verdad que sales con alguien?
Observo de inmediato a mis compañeras de trabajo. Ellas desvían sus miradas de mí apenas ven que las estoy escudriñando de manera fulminante por crear tan absurdo rumor y hacérselo saber a la jefa.
—Por supuesto que no.
—Me lo suponía —declara, girándose—. Ahora, concéntrate en atender a los clientes.
Asiento para que olvide el tema y se marche. Para mi buena fortuna, así sucede y, unos minutos después, ya no la veo merodeando por los pasillos cercanos a mi área. Aprovechando esto, me acerco hasta donde están mis compañeras. Ellas dejan de hablar cuando notan mi presencia y cada una comienza a silbar.
—¿Quién de ustedes le dijo eso a la jefa?
—Fui yo, Ale —confiesa Mary, balbuceante—. Estábamos hablando de mi Ángel cuando la jefa se apareció de imprevisto y, como no estabas, creí que hasta que llegaras lo olvidaría...
Jane, Kate y Lia asienten desde sus posiciones, mostrándose apenadas.
—Fui muy clara con ustedes; no quiero que me involucren más con Bo... —me detengo a la velocidad de la luz cuando reparo en lo que estaba a punto de hacer. Por poco y se me escapa el apellido de Stephen.
Se supone que, ante ellas, yo no lo conozco.
Eso es, Alessandra. Controla tu boca por primera vez en tu vida.
Las cuatro me observan con la confusión plasmada en sus expresiones faciales esperando a que continúe hablando, pero no lo hago. Decido dar por zanjado el tema para evitar que empiecen a interrogarme. No estoy de humor como para andar discutiendo sobre nimiedades. Por culpa del estúpido de Boward no pude asistir a mis ensayos de mi equipo el día de hoy (Sidney me matará); después de que conseguí irme de su propiedad, apenas tuve tiempo para llegar a casa y despojarme de las prendas de su hermana. No podía soportar más tiempo con ellas puestas.
Después de exponer lo que quería decirles, regreso a mi puesto y me concentro en atender las dudas de los clientes. De esa manera se suceden las horas, hasta el momento en que ya debemos marcharnos. Como es usual, salgo acompañada de mis cuatro compañeras de trabajo más cercanas, hablando sobre cosas que se les vienen a la mente. Todas omiten mencionar el tema del "Ángel" porque saben lo mucho que me molesta, y aprecio el gesto. Lo menos que quiero ahora es que me recuerden constantemente al causante de mis desgracias. Y de tener un posible resfriado. Cuando nos despedimos en el lugar en el que cada una toma un rumbo diferente, todas vuelven a disculparse por el inconveniente de hoy en la tarde. Se los dejo pasar por esta vez, únicamente porque no quiero que algo relacionado con el locutor de radio arruine la buena relación que tengo con ellas. Finalmente, se marchan.
Espero en la parada de los autobuses uno que me lleve de regreso a casa, pero me sorprende notar la presencia de Quentin estacionado frente a la acera, sentado sobre su moto, retocando su peinado en uno de los espejos del manubrio. Sorprendida por su aparición, me acerco hacia él. Cuando se percata de que me estoy dirigiendo hacia él, deja de hacer lo que estaba haciendo y finge usar su celular.
—¿Quen? ¿Qué haces aquí?
Me posiciono a un lado de donde está su moto estacionada.
—Vine a... recogerte. Eso.
—Oh, qué lindo eres —exclamo, fingiendo ternura. Él sonríe y asiente dándome la razón, pero yo no me trago ese cuento y lo tomo del cuello para obligarlo a escupir la verdad. Que, siendo sincera, es muy predecible.
—¡Auch! Está bien, está bien —se queja, levantando ambos brazos—. Tal vez y solo tal vez haya venido para ver a Lia.
—Lo sabía, pero déjame decirte algo: ella no sale con escolares.
Quentin vuelve a acomodarse el cabello después de que lo suelto. Desde hace un mes anda detrás de Lia, una de las cajeras de mi área. Ella ya me ha confesado que no sale con menores, considerando que ella ya es mayor de edad y que está en la universidad (añadiendo que Quentin tiene mi edad). Asegura que le gustan los chicos lindos, pero maduros, y que por eso no tiene intenciones de salir con mi mejor amigo. No obstante, él no pierde la esperanza de, alguna vez, ser correspondido.
—Quizá yo sea la excepción.
—Quién sabe, pero te advierto que ya se fue —informo, subiéndome detrás de él—. Ahora, aprovechando que estás aquí, llévame a casa.
—Eres malvada. Necesitas urgentemente tener una cita.
Le doy un suave golpe en la espalda. Él se ríe y me hace entrega de su casco, antes de bajarse para obtener el que está colgando en la parte posterior de su moto.
—La única cita que tendré dentro de poco es con Williams.
Trato de que mi voz suene firme. Las citas con Williams siempre me hacen mal, pero son necesarias. Es algo con lo que he aprendido a vivir. Tengo que verlo al menos una vez al mes.
—¿Te llamó? —asiento con desánimo—. No me gusta que te encuentres con él, siempre terminas mal después de que se ven.
Quentin se coloca el casco y vuelve a sentarse delante de mí. A modo de autoconsuelo, apoyo mi cabeza en su espalda. Él se queda quieto por varios minutos, a sabiendas de que esto es algo que necesito. Así es como suelo consolarme a mí misma con su ayuda desde que nos hicimos amigos. No con palabras, solo con su presencia y el silencio. Vivir con alguien de mi misma edad (pero del género opuesto) parecía un martirio para mí, pero, al menos, algo bueno salió de todo. La amistad que conservamos desde hace años.
Después de que reúno los ánimos suficientes para demostrarle que estoy bien, Quentin emprende la marcha. Para hacer más entretenido el viaje, aumenta la velocidad cuando pasamos por calles en las que no hay tantos vehículos. Levanto los brazos y dejo que el viento fresco me conceda la tranquilidad que deseo. Es curioso. Hace unas horas moría de frío; ahora, esta ventisca no me molesta. No necesito ninguna calefacción. En mi cabeza aparece, sin poder evitarlo, la imagen del molesto Stephen. Mi semblante templado se desvanece. Es por su causa que mi vida está tomando un rumbo que no tenía previsto. No está contento con fastidiarme solo en la escuela, sino que también lo hace fuera de ella. Internamente estoy maquinando mi próxima venganza. Es verdad que tengo conmigo la pulsera de mi madre, pero eso no quita el hecho de que Boward no haya pagado por lo que me hizo hoy.
Se arrepentirá.
Ya verás, Stephen Boward. Ese fragmento de tu diario tan solo era el preámbulo de todo lo que tengo preparado.
Varios minutos después, Quentin desacelera su moto hasta detenernos frente a casa. Soy la primera en bajarme y agradecerle por el viaje. Él se agarra el cuello, exactamente en el lugar donde lo sujeté y me dice que a mi "gracias" le hace falta una disculpa. Estoy a punto de disculparme a mi manera, pero entonces la señora Wells aparece para darnos el recibimiento.
—Mis niños, ¿qué hacen afuera tan tarde?
—Fui a recogerla, ma. No es bueno que una señorita regrese sola a estas horas de la noche.
Entrecierro mis ojos debido a que no soy exactamente el motivo de su aparición en mi trabajo. Cuando la señora se descuida, Quentin me pide que no le diga la verdadera razón a su madre.
—Tú siempre cuidando a tu hermanita —comenta la señora, apretando la mejilla de su hijo. Me río por eso. A mí solo me toma del hombro, pues sabe que no soy amante de recibir muestras de afecto.
—Mamá, por favor, estamos en una vía pública.
La señora niega con la cabeza, burlándose de las quejas de Quentin.
—Por estas cosas Lia no sale contigo —le murmuro al oído con tono burlesco antes de encaminarme hacia el interior de la casa.
—Tú... ¡regresarás caminando mañana!
•••
A la mañana siguiente, procuro doblar la ropa que tomé prestada del clóset de la hermana de Boward de tal manera que no quede ninguna arruga visible. No me gustaría que, si se llegara a enterar de que estuve en su habitación eligiendo alguna de sus prendas, armara un lío monumental porque no se la devolví en el mismo estado. Ayer después de la cena me dediqué a lavarla y luego a centrifugarla, para finalmente dejarla secar en la lavandería. Hoy amaneció helada, pero seca, que es lo importante. La plancho por si acaso y la coloco en la bolsa que le pienso entregar a Boward en clases. Ni siquiera sé por qué tanto cuidado de mi parte con esa ropa, ni siquiera a mi uniforme de trabajo lo hago pasar por tantas fases después de un lavado. Bueno, la razón es una sola: no quiero seguir teniendo nada que le pertenezca a él o a algún miembro de su familia.
A excepción del diario, claro.
Cuando este aparece en mi mente, me dirijo hacia cajón en el que lo tengo resguardado dispuesta a darle una ojeada y tener algo de lo que burlarme de su autor el día de hoy. Quizá, si me provoca como ayer, me atreva a leerlo en voz alta de nuevo, pero esta vez lejos de donde pueda atraparme. Elijo una página al azar, encontrándome con otro dato vergonzoso suyo. Sonrío como el gato de Cheshire. ¡Lo tengo!
Con el uniforme puesto y la bolsa de la evidencia oculta en mi mochila, bajo las escaleras hasta el comedor de la casa, lugar en el que encuentro a los señores Wells desayunando. Los saludo a ambos y pregunto por Quentin.
—Salió hace un momento —responde el señor Wells—. Dijo que tenía que llegar temprano a la escuela hoy, porque le toca su materia favorita.
Intento recordar si es que hoy tiene algún curso que sea de su agrado. Me sé su horario de memoria y lo conozco demasiado bien como para saber qué materias disfruta y cuáles no. Hoy empieza con Física; desde luego que él detesta ese curso. Es como Nadia pero en versión masculina.
¿Conque materia favorita, eh?
—¿Ah, sí?
—Sí, Alessita. Mi bebé es tan estudioso.
Asiento para no robarles su tranquilidad. ¿Qué se trae entre manos mi querido mejor amigo? No tengo tiempo para averiguarlo. Al menos, no hoy. Como un sándwich de lo que hay para desayunar y me cepillo los dientes antes de salir de casa con dirección a Midtown. En el camino me distraigo pensando en el lío en el que se meterá Quentin si hace algo y es descubierto. Y si hace algo con mi ayuda, ambos nos hundiremos juntos si lo descubren.
Recorro en silencio las diversas calles que me separan de la escuela hasta que consigo llegar. Algunos estudiantes entran en grupo o en parejas; yo lo hago sola y así es como me gusta. No veo a Nadia en ningún momento. Lo primero que hago al llegar al salón donde me toca clase es dejar la bolsa con la ropa que tomé prestada ayer sobre el asiento que le corresponde a Boward. Luego, me recuesto sobre mi carpeta esperando que la primera sesión comience. A mi alrededor, escucho cómo mis compañeras murmuran entre ellas cosas que no logro precisar bien, porque no les presto atención. Permanezco recostada, pero levanto la mirada al notar como el salón se queda en silencio tan de repente. Por un instante creí que se trataba del profesor, pero no. Solo son los tres miembros de El Triángulo haciendo su lastimosa aparición. ¿Qué esperan? ¿Ovaciones?
Como siempre, las bobas de mis compañeras no tardan en lanzarle suspiros a Stephen y a la roca con cerebro. Este último se ve más incómodo por la atención que el primero. De Sabrina ni qué decir; ella ama que los demás la amen. Más de la mitad del salón se muere por ella. Ruedo los ojos al verlos y vuelvo a mi posición de antes dispuesta a seguir descansando. Finjo estar dormida cuando siento que Boward está de pie justo a mi lado.
—Alessa —Su suave tono de voz es impostado, de seguro—. ¿Qué es esto?
Al ver que no le contesto, siento que toma la bolsa y la coloca sobre nuestra carpeta para luego sentarse. No sé qué tan cerca está ahora de mí, pero comienzo a percibir el aroma de su perfume como si lo tuviera a unos pocos centímetros. Intento resistir y que no me afecte.
Recuerda, Alessandra. Tú estás dormida.
—A-les-san-dra —susurra muy cerca de mi oído. Me levanto con celeridad cuando lo siento, golpeándolo sin querer (pero en el fondo, queriendo) en el mentón a causa de mi brusca reacción.
—¿Qué pasa contigo?
Ahora su tono es de enojo.
—Eso fue... —Me detengo antes de decir que fue de casualidad para que lo tome como respuesta al hecho de que se me haya acercado tanto—. No te me acerques así de nuevo.
—Se supone que estabas "durmiendo", pero ahora veo que me estabas ignorando deliberadamente.
—Esperaba que entendieras el mensaje.
Las admiradoras de Boward fingen no estar al pendiente de nuestra conversación, desviando sus miradas de donde estamos nosotros. Já, sé perfectamente que están escuchando todo; ahora lo que menos quiero es que se enteren de que ayer me fui con Boward después de la escena que protagonizamos gracias a él y a su carente sentido del humor. Ayer me estaba divirtiendo leyendo ese fragmento escrito por él.
—¿Qué es esto?
—Te lo estoy devolviendo.
Un "oh" de sorpresa se oye entre las chicas presentes. ¿Tan buen oído tienen? ¡Lo dije en voz baja! Stephen echa una mirada al interior de la bolsa y rápidamente entiende a lo que me refiero.
—Sigo pensando que se veía muy bien en ti.
—Si no te callas, tú serás el que se verá bien con mi puño en tu cara —le advierto de manera hostil.
—Wow, tranquila, gruñona.
Hago un amago de golpearlo, él se cubre con su mochila. El profesor del primer curso del día aparece en el salón en ese preciso momento. Nadia llega casi con él y se dirige rápidamente a su sitio al lado de Raphael.
Solo entonces puedo olvidar la presencia de Boward y centrarme en atender la clase. Evito chocar mi brazo con el suyo y me limito a apuntar lo necesario. Él, por lo que veo, no escribe casi nada. Solo apunta las fórmulas, mas no la teoría. Lo que sí hace es participar en cada oportunidad que puede. Al igual que Sabrina y Raphael. Yo no, porque me da flojera caminar hasta el pizarrón que está adelante tan solo para resolver un ejercicio cualquiera. Nadia, bueno... ella se esfuerza.
Las primeras horas de clase terminan. El timbre de receso se oye por los pasillos de Midtown. Stephen se aleja de su sitio apenas lo oye. Agradezco al cielo por eso. Nadia se acomoda en su lugar casi al segundo de que Boward se marcha. Está inquieta por algo, lo puedo percibir.
—¿Qué te traes, Nadia? —le pregunto al ver que se mantiene callada.
Ella responde que no le pasa nada y cambia de tema.
—Ayer te estuve buscando, ¿dónde estabas?
Genial, lo que no quería recordar. Ayer fue uno de los peores días de mi vida.
—Por culpa del baboso de Boward tuve que ir a mi casa a cambiarme de ropa, pero... no fue ahí a donde fui.
—¿Qué?
Le explico el motivo principal que me obligó a ceder al ofrecimiento de Boward, es decir, porque este tomó mis llaves para chantajearme. Otra exclamación de sorpresa sale de sus labios cuando llego a la parte en la que accedo a ir a su casa.
—Te dije que no me lo ibas a creer si te lo decía.
Ella sabe muy bien que Stephen es lo más cercano a mi concepto de enemigo.
—¡Oh, por Dios! ¡Usaste su ropa!
—Cállate, idiota —gruño, molesta por su desatinada conclusión—. Ni muerta usaría su ropa.
La sola idea me incomoda demasiado.
—¿Entonces?
—Me dio algunas prendas de su hermana —declaro.
—¿Tiene una hermana?
—Según me dijo, sí.
Nadia se queda unos segundos procesando lo que le acabo de contar para ver si es que ha entendido bien o no. Cuando termina de hacerlo, comienza a relatarme lo que le pasó ayer cuando desaparecí de la escuela dejándola sola. Según comenta, Raphael Thompson tiene un gemelo. Esa noticia sí que es una gran sorpresa. Nunca me lo hubiera imaginado. Me pregunto si será igual de parco que su hermano. Ella me confirma que no lo es cuando narra que él la recibió sonriente.
—Será mejor que te ganes al hermano primero si quieres llegar a la roca con cerebro.
Ella se ríe al oírme, pero lo hace muy parecido a como sonríen nuestras compañeras cuando ven a Boward respirando junto a ellas. Acto seguido, comienza a relatar lo amable que es el gemelo conocido como Ralph. Lo atento y lo guapo (considerando que es gemelo de Raphael, debemos suponer que lo es) que se ve con el cabello mojado. El particular apodo que le asignó a tan solo minutos de conocerse y algunas otras cosas.
—Hey, cuidado ahí. No confundas la amabilidad del tal Ralph y pienses que pueda estar interesado en ti.
Su burbuja imaginaria parece reventarse.
—Por supuesto que no lo he hecho.
—Lo que tú digas, "Valiente" —me jacto.
Ella me observa acusatoriamente. En ese momento suena el timbre que indica el término del receso.
—Ale, ¿sabías que del odio al amor solo hay un paso?
Levanto, de broma, un libro como si fuera a tirárselo por decir tal tontería. Ella huye a su sitio adelante para no enfrentarme.
La profesora de Literatura llega al salón, deja sus cosas sobre su escritorio y lo primero que hace es pedir el ensayo que nos dejó para redactar y entregarlo hoy. Gracias a Dios que Lia me ayudó un poco. Entrego mi texto junto a mis otros compañeros. La señorita discute con Nadia por ser la única en no entregar dicho trabajo.
Cuando las clases finalizan, Nadia y yo salimos con rumbo a Saffari, caminando pacientemente, porque todavía es temprano. Según me ha dicho, quiere comprarse algo "decente" para lucir en la fiesta de bienvenida que le harán al doble de Raphael, y a la que el mismísimo gemelo invitó de manera personal. Tal vez ni siquiera ella lo ha notado, pero yo sí, y es que Nadia parece extrañamente emocionada desde que Ralphale apareció. ¿Será lo que me estoy imaginando? Sea como sea, omito mencionar algo más respecto al tema. Pasada más de media hora, llegamos a la entrada del centro comercial. Al pasar por la sección de ropa femenina, la dejo esperándome ahí, pues debo ir a ponerme el uniforme de trabajo y marcar mi asistencia.
Avanzo por entre los corredores hasta llegar al área de personal autorizado. Saludo a Jane, a Lia y a Kate en el proceso. Lo primero que hago es registrar mi asistencia. Ya en los vestidores, saco de mi mochila mi uniforme de trabajo que traje hoy por seguridad, por si es que a Stephen se le daba por fastidiarme de nuevo la ropa que traigo puesta. Mientras me cambio frente al espejo no puedo evitar pensar en ese momento. Cualquiera que nos hubiera visto habría pensado que éramos un par de amigos jugándonos una broma.
¡Eso está lejos de la realidad!
Resoplo para calmarme. Termino de abotonar mi blusa y me acomodo la gorra de tal manera que Saw no me ande reprochando que me la pongo como se me da la gana. Guardo mis cosas en el casillero que me han asignado y salgo.
Camino dirigiéndome hacia donde está Nadia, pero cuando paso por las cajas registradoras en las que atienden mis tres compañeras, Mary se aparece con su uniforme de su escuela. Al parecer, acaba de llegar. La insto a que se apresure y marque su asistencia, pues ya falta poco para que Saw las revise. Ella levanta una mano pidiendo tiempo, pues trae la respiración agitada.
—Lo... lo vi... —jadea—. Otra vez.
—¿Qué?
Mary toma una bocanada de aire.
—Mi Ángel Desterrado está por el área de ropa de mujeres.
—¿Mujeres? —interviene Jane—. Rayos, ¿por qué los guapos mayormente siempre juegan para el otro equipo?
—No, no es eso. Creo que estaba con su novia, una pelirroja. Creí tener oportunidad.
Nadia.
Momento. Eso significa que Stephen está aquí, ¡¿otra vez?!
•••
¡Nuevo capítulo!
Espero que les esté gustando la historia. Muchas gracias por sus votos y comentarios. De verdad los aprecio mucho.
Pregunta del día: ¿Qué les parece la historia hasta ahora?
¡Nos vemos en el próximo capítulo!
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