VI

Playlist:

Names —radical face/ Family portrait —radical face/ Mars —sleeping at last/ A pound of flesh —radical face/ Even my dad does sometimes —Ed Sheeran/ West —sleeping at last


La estación de tren era un océano embravecido de personas. Los uniformes rojos de los soldados a punto de partir se veían como un borrón cuando abrazaban a sus seres queridos con fuerza para hacer que el momento dure lo máximo posible. El silbato de la estación sonó, anunciando que el tren pronto partiría, y ahogó el bullicio de las voces por un instante.

Travis respiró profundamente y sus pulmones silbaron. Miró a Sean a los ojos, iguales a los suyos, y no lo pudo encontrar entre esa ropa tan pulcra, la boina negra sobre la cabeza rapada y los hombros derechos. En menos de tres meses habían convertido a su pequeño hermano en una persona irreconocible entre la multitud, en un soldado.

—¿Tienes todo lo necesario? —preguntó Travis.

Sean asintió y golpeó el bolso con el costado del pie.

—Lo revisé todo dos veces.

Travis apretó los labios para no toser. Se miraron a los ojos unos momentos y aportaron la vista para evitar la incomodidad donde las palabras de ambos estaban atragantadas en sus gargantas.

—Cuídate, ¿sí? Por favor —dijo Travis finalmente con voz ahogada, buscando la mirada de su hermano. Movió el collar de su madre entre los dedos en ese infantil acto reflejo tan suyo.

La mandíbula de Sean comenzó a temblar un poco, y apartó la mirada más allá del hombro de Travis.

—No, Travis. Sin lágrimas. Acordamos que no habría lágrimas —se las arregló para decir con una sonrisa forzada.

Travis rió. Una lágrima rebelde se escapó y la limpió con rapidez con la palma de la mano.

—Lo sé, lo siento. No puedo evitarlo. Ven aquí, Grandulón.

Travis lo abrazó sin esperar una aprobación. Sean cerró los ojos y se aferró a su hermano como si se estuviera fundiendo en él.

—Recuerda escribirme siempre que puedas. Hazme saber que sigues vivo —dijo cuando se separaron y le golpeó el pecho.

Sean lazó una risa seca.

—Lo haré. Y tú escríbeme para contarme cómo vas mejorando, ¿sí?

El silbato del tren volvió a sonar y los últimos soldados comenzaron a abordar. Travis notó que no eran mucho más grandes que Sean.

El menor tomó el bolso y lo cargó sobre su hombro. Le sonrió a Travis y él se preguntó cómo habían llegado a esa situación. Sean seguía siendo un maldito niño, y los niños no debían ir a la guerra. ¿Qué clase de mente enferma podía permitirlo? ¿Cómo Dios podía permitir una guerra?

Travis volvió a jugar con el collar bajo la mirada atenta de Sean. Él sabía que solo tocaba el collar cuando algo importante le estaba dando vueltas por la cabeza o le preocupaba; era su posesión más preciada y no dejaba que nadie la tocara, ni siquiera Sean. Pero entonces se desabrochó la cadena detrás del cuello y extendió la mano para que él tomara el collar, con la piedra verde de mar colgando entre sus dedos.

—Siempre lo tenía mamá, pero papá me lo regaló cuando murió —dijo Travis—. Ahora quiero que tú lo tengas. Como un recuerdo. Algo a lo que aferrarte cuando las cosas se pongan feas.

Sean sostuvo el collar por unos momentos, pero luego negó con la cabeza y volvió a estirar el brazo.

—No puedo, Trav. Siempre fue tuyo...

—Oye —Travis lo interrumpió con una sonrisa—. Solo guárdalo por mí. Y cuando vuelvas me lo devuelves, ¿eh?

Sean bajó la mirada a su mano y luego miró su hermano. Finalmente le dio una media sonrisa y se lo guardó en el bolsillo.

—Trato hecho.

Travis también sonrió.

—Cuídate —repitió con desesperación. Se preguntó qué pensaría de ambos su madre en aquel momento si siguiera viva.

Sean asintió y le dio una última mirada antes los escalones para abordar el tren, como si quisiera guardar su rostro en su memoria. Travis lo buscó pero no lo encontró, ni siquiera cuando el tren partió y los hombres se asomaron por las ventanas para darles un último adiós a sus seres queridos.

——x——

Devuelta en la camioneta, ahora solo, Travis tuvo que detenerse a un costado de la ruta a mitad de camino para respirar. Los ataques de tos casi habían disminuido en su totalidad, pero todavía le costaba seguir respirando. Sí, había mejorado desde el comienzo de la enfermedad, pero el proceso de recuperación era lento y sentía que nunca podría volver a estar sano del todo, como si hubiera perdido un pulmón o algo le estuviera apretando el pecho cuando respiraba, pero no se atrevía comentarle a Sean sus preocupaciones, aún menos ahora que se encontraba lejos. Solo se aferraba a la palabra de los doctores de que pronto encontrarían qué demonios era lo que tenía.

Pensó en darse una vuelta por el bar. Jim probablemente estaría allí a pesar de la hora y sería un buen consuelo: su padre también había ido a la guerra, sólo que había vuelto en cajón, y Travis no creía que fuera agradable sacar el tema en un día como ese.

Tal vez podría pasar para ver a Marie, pedir un trago y sacar algo de charla... No, tampoco se sentía de humor para coquetearle. Además, ella estaba completamente enamorada de Tom desde que los tres terminaron el colegio, y él ya le había advertido a Travis de que no acercara a su chica si no quería problemas. Era un imbécil.

Terminó por volver a... casa. Quería pensar en la palabra hogar, pero aquellas cuatro paredes no podían llamarse así si Sean no estaba allí dentro. Solo esperaba volver a entrar a su hogar pronto.

Se quedó dentro del vehículo apagado con la cabeza apoyada en el volante y los ojos cerrados durante unos cuantos minutos. Si quería un trago bien podría tomarlo en su habitación, dentro de la casa sobraba el alcohol.

Salió de la camioneta arrastrando los pies y con los hombros caídos, como derrotado, y en cierto sentido lo estaba. El sol descendía en el horizonte y Travis no veía la hora de meterse en la cama; esperaba que su padre se hubiera hecho cargo de los pocos animales que les quedaban.

Se sorprendió al encontrar la luz encendida cuando cruzó la puerta: para esa hora Regan solía estar en el bar o con John. Pero en vez de eso estaba inclinado sobre la mesa con una botella de whisky en la mano. Y no cualquier whisky: era el más caro que alguna vez había comprado, probablemente el objeto de más valor en toda la casa, y el que reservaba para alguna "ocasión especial". Pero ahora la botella sólo contenía la mitad del líquido, y Regan tenía la cara roja y llena de lágrimas.

Su padre se sobresaltó al verlo y su rostro se convirtió en una máscara de angustia cuando lo reconoció. Travis nunca lo había visto tan roto, ni siquiera en sus peores pesadillas se lo hubiera imaginado.

—¿Papá? —preguntó en voz baja y se acercó con lentitud, como si Regan fuera algún animal asustado e impredecible.

El hombre farfulló algo entre lágrimas y se secó la nariz con el dorso de la mano. Miró la botella con las cejas fruncidas y la barbilla temblando y le dio un corto sorbo. Parecía haber envejecido mil años, y Travis sólo en ese momento se dio cuenta de lo pesado que eran los años sobre la espalda de Regan.

—¿Te encuentras bien?

Travis había visto muchas facetas borrachas de su padre, incluso cuando se ponía melancólico y creía estar hablando con Colette, pero nunca se había puesto de esa manera. ¿Y por qué estaba tomando ese whisky?

—Yo no quiera que fuera, no quería que fuera —balbuceó Regan, arrastrando las palabras—. Él no se merece eso... No, no, no. —Negó efusivamente con la cabeza y se aferró a la botella como un salvavidas.

Travis se sentó en la silla continua. Pensó en tomarle la mano, pero sería un movimiento arriesgado: Regan no solía ser de los borrachos felices.

—¿Quién, papá? —Travis ladeó la cabeza con preocupación.

—¡Sean! —gaznó y rompió en lágrimas otra vez.

Travis se quedó helado. Regan jamás había sufrido por su hijo menor, y nunca había parecido tener intenciones de hacerlo. ¿Por qué ahora?

Su padre no lo miraba al hablar:

—Yo... yo no quería... Él se merecía una madre. Un padre mejor. Yo no quería, no, no, no, no. Pero es tan parecido a Colette... Es como tenerla cerca cuando lo veo, pero no es ella y no puedo soportarlo, no cuando él se la llevó. Lo odio. Yo quería quererlo, en serio, pero la extraño tanto —su voz se quebró y se lamió los labios.

Travis se retorció las manos debajo de la mesa. La regla padre-hijo número de la casa era nunca hablar de Colette. Jamás. Ambos se creían demasiado duros como para llorar en frente del otro; además, mencionarla dolía mucho, incluso después de tanto tiempo. El hecho de que su padre estuviera hablando de ella le partía el alma y no pudo controlar el huracán de emociones reprimidas que había dentro suyo.

—Yo también la extraño mucho —soltó Travis sin pensar y se mordió la lengua para que las lágrimas no salieran. Debía ser fuerte ahora que Sean se había ido, por ambos.

Regan pareció percatarse por primera vez de su presencia desde que se había sentado y sonrió levemente, aunque el gesto parecía una mueca. Levantó un brazo, le dio unas palmadas en el hombro y dejó allí la pesada mano.

—Mi chico —dijo con orgullo, aunque arrastrando las palabras—. Te hiciste cargo de todo. De todo. —Balbuceó algo más que Travis no pudo comprender, volvió a sonreír y apartó el brazo.

Travis seguía mudo. No se le ocurría algo que responderle. ¿Por la mañana recordaría esa conversación? Él suponía que no, aunque a esa altura era extraño que el alcohol lo afectara demasiado. Para Regan, tomarse una cerveza era como tomar jugo de manzana.

—Cuando era niño, vivía del otro lado del río, donde todos esos idiotas se van a matar—parecía repentinamente despierto—. Pero las cosas se pusieron complicadas y tuvimos que huir con mi padre, mi madre y mi pequeña Edna. Ella se ahogó antes de que pudieran cruzar el río. Creo que tenía dos años, no recuerdo. Nuestro propio pueblo nos perseguía, aunque mi padre nunca me quiso decir por qué —relataba la historia como si le estuviera hablando a la botella sobre el clima—. Yo no quería irme.

Regan hizo una pausa lo suficientemente larga como para que Travis creyera que se había quedado dormido con los ojos abiertos, pero empinó la botella, suspiró y continuó:

—Pero conocí a Colette y me quedé, aunque cuando Travis nació pensamos en volver allá, pero las cosas eran complicadas, y cuando ella dio a luz estaba prohibido siquiera mencionar el nombre del país donde nací... Ya no lo recuerdo muy bien, creo que es muy parecido a aquí... No sé. Colette es hermosa, no quiero irme de su lado, es todo un rayo de luz.

—Papá...

Regan apretó los puños y frunció la nariz, respirando con fuerza.

—Lo odio, lo odio, lo odio, lo odio...

Por un momento Travis creyó que su padre se pondría de pie y arrasaría con el mundo entero, pero su rostro se suavizó y apretó los labios temblorosos.

—Y ahora Sean va a matar a mis amigos, a mi familia, a mi lugar... —rompió en un llanto histérico, golpeando su cabeza contra la mesa tan fuerte que Travis creyó que se había hecho daño, pero no se inmutó.

Travis respiró profundamente para controlar las lágrimas que amenazaban por salir, pero no pudo parar el temblor de sus manos cuando ayudó a su padre a erguirse y levantarse de su asiento. Su garganta, ya de por sí irritada por la enfermedad, se sentía como un lago de fuego mientras tragaba saliva.

—Debes dormir, papá —susurró de la misma forma que tranquilizaba a Sean cuando era un niño.

Regan pesaba lo mismo que un toro y se negaba a caminar pues quería estirarse para alcanzar el whisky que había rodado por el piso, pero solo conseguía tropezar con su propio cuerpo.

—No, no, no, no —continuaba diciendo entre lágrimas de las que no parecía percatarse.

Travis pasó el brazo de su padre sobre su hombro y lo arrastró hasta su cuarto.

—Todo está bien, papá. Todo está bien —seguía susurrando.

—Sean... Mi niño... Sean... —balbuceaba Regan.

Travis tuvo que clavarse las uñas en las palmas de la mano para no derrumbarse. Él siempre había sido el sostén de la familia, y su familia lo necesitaba más que nunca.

Abrió la puerta con la cadera y lo dejó caer sobre la cama. El colchón se hundió bajo el peso muerto de Regan. Tomó a Travis por el brazo con una fuerza impresionante.

—Lo siento, Colette, perdón... —Parecía estar teniendo algún delirio, porque miraba el rostro de su hijo sin verlo. Travis se preguntó si la botella contenía únicamente alcohol.

—Basta, papá —dijo Travis con la voz más firme que fue capaz de evocar. Se sacudió la mano de su padre y caminó con firmeza hasta la puerta, sin siquiera girarse a mirarlo. La cerró de un portazo, incapaz de seguir soportándolo.

Caminó a lo largo del pasillo con las piernas temblando, por lo que tuvo que agarrarse de las paredes revestidas de madera para seguir en pie, pero ni siquiera eso era suficiente. Se dejó caer contra la pared, incapaz de seguir caminando hasta una silla. Su cuerpo entero temblaba como si tuviera hipotermia, pero por dentro se quemaba de impotencia. Se llevó una mano al cuello para buscar el collar de su madre, y se sorprendió por un momento al no encontrarlo. Tomó aire por la boca y apretó los puños sobre las rodillas, enterrado la cabeza allí, pero ni siquiera así pudo detener el llanto que salía desde lo más profundo de su ser.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top