[Prólogo]
29 de junio de 2003
La ilusión era indomable en mi cuerpo. Por primera vez, en mi ínfima vida, iba a ir a un parque de atracciones.
Hacía poco más de dos meses atrás papá nos había prometido ir a Six Flags.
Recuerdo que papá andaba muy atento a la carretera y mamá no hacía otra cosa que animarnos con fervor a Frankie y a mí; ambos estábamos súper emocionados.
Mamá era muy guapa, sus cabellos eran finos, tanto que parecían hebras de terciopelo y sus ojos, grandes y grisáceos, estaban salpicados por pigmentos marrones en su iris. Su sonrisa era reluciente, blanca y perfecta, que irradiaba felicidad y pureza; era perfecta.
Frankie tenía un par de años más que yo, pero intentaba sobrellevar su emoción viendo el paisaje campestre por su ventana.
Todo aquello era mágico.
Una leve sacudida hace que papá se acomode bien el cinturón y que mamá se gire, nuevamente, para preguntarnos que tal estamos.
—Bien —respondemos ambos al unísono.
Mamá nos sonríe y vuelve su vista hacia papá, el cual fija su mirada hacia la carretera, aunque de vez en cuando mira por su retrovisor izquierdo y por el interior.
Otro nuevo y leve trompo hace que el coche se mueva más violento y que pegue un giro en el asfalto de casi ciento ochenta grados.
Me asusto y jugueteo con mis dedos para calmar mi nerviosismo.
Papá intenta arrancar el coche pero se le traba.
Desde su ventana y la de Frankie vemos dos puntos; dos coches, uno de policía y otro coche corriente.
Papá intenta, nuevamente, arrancar el coche; no da señales de vida.
Los dos coches siguen acercándose y, mientras papá intenta arrancar, mamá nos dice que salgamos del coche ahora mismo.
No tengo suficiente fuerza para abrir la puerta y Frankie tiene la suya atrancada, no puede salir.
Mamá sale de del coche y me ayuda a mi primero, dejándome a escasamente un par de pasos del coche y vuelve a buscar a Frankie.
Los dos coches están muy cerca y papá toma la decisión de intentar salir, pero no lo consigue por su puerta y lo intenta por la de mamá, pero ha quedado atrancada por el cinturón de seguridad.
El primer coche, el que no es de la policía, no tiene intenciones de parar.
El ruido de los gritos de mamá, que intenta ayudar a sacar a mi hermano y a mi padre, hace que yo tenga el impulso de querer ayudar también.
Los pitidos del coche de policía son muy fuertes, pero mamá no quiere dejarlos allí.
En un momento de caos, entre los gritos, los pitidos y el descontrol. Mamá me ve a su lado.
Ya no hay vuelta atrás, mamá me coge e intenta salir mientras me protege con su cuerpo, atrás mía veo una enorme llamarada que incendia a los tres coches y, por la gasolina de los depósitos hacen que estallen y exploten en piezas.
Una de las ruedas, roja por las llamas, gira por los aires hasta alcanzarnos a mamá y a mí.
Una dejó de respirar y se consumió lentamente, la otra quedó marcada y sola para siempre.
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