[Capítulo Tres]
15 de septiembre de 2013
—Buenos días —susurro cabizbaja, tapándome la cara con la capucha negra de mi sudadera—, desearía hablar con el señor Parrish, de parte de Nadja Graham. Tengo una cita con él.
La coqueta secretaria se levanta de la silla con aspavientos y —antes de irse— me dice sonriente:
—Un momento, señorita, ahora mismo le atiende. Ya me avisó de su llegada.
Espero mientras tamborileo el mostrador de la secretaria. Ni yo misma me acababa de ver en una jurisdicción.
El sitio, en verdad, estaba muy cuidado; impecable.
Casi todo lo que veía estaba hecho de exquisita caoba, rematado con perfectos sofás de piel y con un espectacular mezcla de estilo moderno y contemporáneo; muy vanguardista.
La secretaria —con su nombre puesto en una chapa—, Charity, vuelve para hacerme un movimiento de mano para que la siga hacia una enorme puerta de madera con el grabado del nombre de George Parrish.
Tres golpes hacen que un gruesa pero amable voz responda:
—Adelante —se oye una voz.
Charity asiente y ésta abre la puerta para dejarme pasar.
—Buenos días señorita Graham, la estaba esperando —se levanta el hombre de mediana edad para darme un apretón de manos, cosa que yo intercepto y se lo devuelvo.
Charity cierra la puerta y nos deja a ambos solos. Mientras, el que supuesto señor Parrish me invita a pasar a su flamante e impecable despacho.
—Buenos días —saludo cortésmente, cuidando de que no se viera la cara.
—George Parrish; notario del Financial Bank —hace un gesto para que me siente en una de sus butacas—. El hospital St. Johnson ya ha transferido y facilitado todos los documentos para acelerar los trámites así que, prácticamente, todo lo que queda es coser y cantar.
Hecho un leve y disimulado vistazo a su mesa, en la cual había todo tipo de papeles: una foto de la que parecía ser su mujer, un ordenador de sobremesa y una taza de café medio bebida dejando ver los posos.
— Su padre debía ser un hombre bastante organizado —comenta sacando unos papeles de su escritorio—. Aquí tiene el testamento de su padre —me los entrega—. Es ológrafo.
—¿Testamento ológrafo? —pregunto.
—Sí, es un testamento escrito de puño y letra por el otorgante de los bienes; en este caso, su padre y madre —y adjunta—. Este fue el último que escribió y, aunque esté confusa, estaba escrito a nombre de su hermano, Francis, y usted. Dado que su hermano pereció en el accidente, todos sus bienes pasan a su nombre.
Intento no mostrar mi rabia ante la indiferencia de aquel tipo que debía llamar notario, ya que parece que ni sentimiento tenía por mi pérdida, qué le iba a hacer, no era un psicólogo y no me conocía por completo.
Un continuo recuerdo de mi hermano mayor Frankie me viene a la cabeza y esbozo —con ardor— en mis mejillas recuerdos amargos.
TESTAMENTO OLOGRÁFICO GRAHAM
12 de diciembre de 2000
Queridos Francis y Nadja, sé que cuando leáis este papel ambos ya no estaremos en este mundo. Dejamos todos nuestros vienes a nuestros dos queridos hijos a los que siempre hemos querido con ternura y mimos. A ti, nuestra querida Nadja, te legamos el Mustang del sesenta y siete y a ti, Frankie, te quedarás a cargo de nuestro pequeño, pero acogedor piso.
También queremos que os quedéis, a igualdad compartida, con los veinticinco mil dólares de nuestra cuenta corriente en el Financial Bank. Sabemos que no es mucho, pero os dará para comer una temporada, sois listos y estoy seguro que los aprovecharéis.
Siempre os guardaremos en nuestros corazones y esperemos veros crecer como lo hemos hecho desde el día que os tuvimos.
Se os quiere;
Dennis y Alexandra Graham.
Nuevas lágrimas se escapan de mis ojos. Era papá, su forma de expresarse y la templanza de su letra, sí, era él.
—Si me hace usted el favor —me dice dándome otro papel—, firme aquí y aquí para darle la llave del depósito. Charity la guiará hacia una sala en donde encontrará los papeles del piso, las llaves del coche y el número de cuenta del banco por lo del tema del dinero —y prosigue—. Si necesita ayuda, no dude en llamarme —me entrega su tarjeta—. Adiós señorita Graham, que tenga un buen día.
Firmo —no sin antes leer— los papeles que me entrega, cojo su tarjeta y me marcho de su despacho con un sonoro "Adiós" .
Jugueteo con las llaves con el número ciento uno del depósito mientras leo la tarjeta que me ha dado hasta que me topo con Charity.
George Parrish
Financial Bank
Av. Van Ness
—Por aquí —me dice guiándome hacia otra habitación y abriéndola—. Aquí están las cajas del número ochenta y nueve al número ciento noventa y nueve. Si necesita algo, estaré en consigna.
Una vez Charity se larga, busco con inquietud el depósito ciento uno hasta que lo encuentro. Saco la caja y la abro con ayuda de la llave.
En la caja solo encuentro un par de llaves, una con el llavero del logotipo del Mustang de mi padre y otra, supongo, que la del piso con los papeles de ambos y los de la cuenta corriente con el dinero.
Cojo todo y lo pongo en la misma bolsa que me dieron para la ropa, me despido de Charity y me largo del banco en dirección al piso de mis padres, el antiguo y diminuto piso de mis padres.
(...)
Apenas recordaba la dirección pero, con ayuda de los papeles, supe encontrarla fácilmente.
En sí la casa estaba situada en un barrio muy común. No era un vecindario glamuroso, pero tampoco eran los suburbios de San Francisco, solamente era común.
Dudo en entrar un par de instantes cuando encuentro el portal.
Realmente no recordaba nada de esto.
Ahora que iba a estar completamente sola, todo me iba a parecer nuevo. Nuevo y doloroso.
Nunca me ha gustado que se compadecieran de mí, eso me parece muy hipócrita y estúpido. No ganas nada por compadecer del dolor de otra persona, absolutamente nada. Lo único que consigues con ello es hurgar más en la herida y remover recuerdos.
Subo, muy despacio, las escaleras aunque después descubro que hay un existente ascensor así que, para la próxima, lo recordaré.
Me fue fácil encontrar la puerta. En medio de ésta había un grabado con el apellido Graham y la llave encajaba a la perfección con la cerradura.
Nada más abrir la puerta un gran polvareda me recibe, teniendo que toser varias veces para aplacarla. Se notaba que a mil leguas la casa había permanecido cerrada a cal y canto desde aquel día.
Había bastante polvo esparcido por estanterías y algunos mueves y olía a cerrado. Alguien había tapado con mucho mimo el sofá, la televisión y parte de la mesa del salón en la zona del comedor.
Diviso desde lejos, un pequeño marco de fotos, con paso lento pero a la vez seguro me aproximo hacia él y lo cojo. Un mar de recuerdos me llevan atrás en el tiempo y me paro en seco al ver la fotografía.
Mis rodillas flaquean y caigo al suelo por el dolor y la angustia, haciendo caer el marco conmigo y romperlo en pedazos.
Aquella familia feliz y unida se había convertido en una rota y consumida en los más amargos recuerdos.
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