Capítulo Único

La tenue luz de una vela iluminaba el rostro de la pelinegra, que se encontraba en shock.
Elizabeth no podía creerlo. Sostenía en manos el «Panfleto Reynolds», tratando de procesar lo que acababa de leer. No pudo nisiquiera acabar de analizarlo, pues las lágrimas nublaban su vista. Arrugó el panfleto, que poco a poco se mojaba con sus lágrimas. Apretando los dientes, tratando de contener el llanto, lo dejó en una pequeña mesita que tenía cerca.
Sin embargo, su intento de no llorar falló, pues poco a poco las lágrimas desbordaban por sus ojos más y más.
De pronto, su vista se dirigió hacia un pequeño cofre.

Su preciado, preciado cofre...

Se acercó lentamente hacia él. Lo tomó, y apreció el precioso tallado que tenía. Lo abrió, y se encontró con numerosas cartas.

«Mi querida Eliza...»
«"Amado por ti, puedo ser feliz en cualquier situación y puedo luchar contra toda vergüenza de la fortuna con paciencia y firmeza..."»
«Siempre tuyo, A. Hamilton»

Repasaba vagamente con la vista algunos de los párrafos que le había escrito.
Cada párrafo, cada palabra, parecían carecer de significado alguno ahora.
Recordó como, hace años, su romance con Alexander floreció.
La forma en la que se veían, la emoción al recibir y leer cada una de las cartas.

El recordar cada momento que habían pasado juntos, las grandes ilusiones que ella había formado con ese hombre la llenaban de dolor, y sentía un gran vacío en el pecho.

En su propia casa, en su propia cama, su esposo se había atrevido a meter a otra mujer. ¿Había pensado en algún momento en ella? ¿En el daño que le harían sus acciones? No, seguro que no. Él solo pensaba en su legado, e incluso hacía de lado algo tan importante como lo era su esposa y sus hijos.

Llena de coraje y tristeza, acercó una de las cartas al vivo fuego de la vela que iluminaba su entorno.
Sus ojos reflejaban el brillo de las llamas, y ella observaba como los recuerdos ardían junto a esa carta; que tras el engaño de Alexander, consideraba un simple pedazo de papel viejo.

Al ver el papel arder, no pudo contener el llanto, sintiéndose tan solitaria y deprimida.

Se abrazó a sí misma mientras sollozaba, susurrando con aflicción
-Desearía haber podido ser suficiente para ti. Pero tú nunca estarás... satisfecho.-Mencionó lo último recordando las amargas palabras de su hermana. Ella le había advertido sobre Alexander, sin embargo, ella estaba cegada por el enamoramiento y nisiquiera le hizo caso.

De pronto, el sentimiento de coraje la invadió una vez más. Se acercó a su chimenea, tomó un puñado de cartas y las arrojó al fuego.
Si él no apreciaba el hogar y la familia que había formado con ella, no era merecedor del inconmensurable amor que le tenían.

Él lo había perdido todo en su fallido intento por salvar su legado.
Había perdido su lugar en su corazón,
Había perdido el lugar en su cama,
Había perdido las expectativas que sus pequeños hijos tenían sobre él,
Había perdido lo más preciado de todo, quienes eran su legado, su familia.
¿Te importa tu legado? ¡Nosotros somos tu legado!

De pronto, tras ese huracán de pensamientos que invadían su mente, el sosiego invadió el ambiente, en donde simplemente se escuchaban sus lamentos.

-Espero que ardas...-Sollozó la azabache, mientras observaba las cartas arder, así como su pasado con el hombre que había arruinado su propia vida.

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