I
Ha pasado un tiempo.
Sanji revisa la cacerola al fondo debajo de los tablones del puesto de soba y sonríe porque, efectivamente, esta vacía. Su cocina es muy famosa en cualquier lugar que frecuenta, Wano no es la excepción. Quizá debería de empezar a preparar un poco más, pero siempre que lo hace acaba terminándose de todos modos. No le importa demasiado. Ama excitar las papilas gustativas y, si no fuera lo que ya es, en definitiva servir comida en cualquier lugar sería su pasatiempo favorito.
Siendo sinceros, nunca pensó que extrañaría con tanto fervor volver a ser pirata. Bueno, eso es una mentira a medias. No esta emocionado por patear traseros desconocidos y escapar de forma activa de los barcos marines. Todo lo demás le quema con ansias por debajo de la piel para poder ser recuperado. Él supo que extrañaría el Sunny, a su atolondrado grupo, su familia. Supo que extrañaría las risas de Luffy, los bailes de Chopper, la música de Brook y la belleza de sus damas, el ingenio de Franky y Usopp. Supo que extrañaría a ese sujeto.
Si. Ha pasado un tiempo.
El rubio mira al cielo detrás de la cortina y sonríe, un cigarrillo anclándose a sus labios entreabiertos.
¿Donde estará el musgo de mierda?
Zoro no tiene idea de donde maldita sea esta, para variar. Refunfuñando a sus adentros, pisotea por los intrínsecos caminos del pueblo y pasa por sexta vez una casa que podría jurar, lo está siguiendo. No entiende porque se mueve tanto, en serio, ¿Todo el mundo tenia que moverse y las paredes ser cambiadas de lugar? Cielos.
Sin dejar que su animo se rebaje, los pasos calmados del espadachín resuenan al aventurarse de nuevo. Hay una pequeña reserva de alcohol colgando feliz del lado derecho de su cadera, así que no le preocupa tardar un poco en encontrar a todos. Esta ocupándose en otros asuntos, mas urgentes, más importantes. Suspira, retorciendo su cabeza sobre el cuello para dejar salir su técnica especial de ubicación, solo servible con un anzuelo.
Las personas de Wano están acostumbradas a los tipos grandes con cicatrices y enormes katanas, así que no llama mucho la atención en ese aspecto. Es diferente cuando un hombre con esas cualidades camina a tientas, con ambos ojos cerrados y la nariz arrugándose como un loco que apesta a extranjero. Los ancianos se hacen a un lado, sorprendidos por la habilidad de Zoro para recorrer las calles sin chocar en absoluto.
El sentido del olfato de Zoro puede captar el festín de especias a kilometros suyo. A entrenado esta habilidad durante el corto pero significativo tiempo que estuvo en el Merry, durante sus largas peleas y roces con este sujeto. Sigue avanzando, confiado en sus propios pasos. Esta es la manera en que ha podido regresar con su tripulación en la mayoría de las veces, incluso si suena tonto, incluso si nunca en la historia del universo admitiría que el olor a cigarrillos y especias se metió por debajo de su piel.
Pasa horas caminando a ciegas. Cuando sus suministros de alcohol mueren al bajar la ultima gota por su garganta, las estrellas empiezan a iluminar el cielo nocturno, y la señal olfatoria se hace más intensa. Doblando la calle, a trastabillones, Zoro por fin abre los ojos y sonríe.
Estupido cocinero. Ha pasado tiempo y, aún así, su fragancia no cambio en lo mas mínimo.
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Zoro irrumpe en la cocina del puesto en completo silencio y observa la espalda del rubio, preguntándose si este tiempo separados lo ha vuelto blando en cuanto a su percepción. Si fuera así, tendría que darle una paliza por ser tan imbécil de no identificar a una persona colándose en su propio espacio, ya que eso será una enorme brecha en la línea de ataque de los mugiwaras. Muy en el fondo, espera que no sea así, porque la verdadera razón es que le preocuparía que alguien en esta tierra de espadachines intente degollar al otro hombre mientras se pierde en su mundo mental de cocinero. Decide dar un paso o dos y no es hasta que hace el intento que vislumbra la sutil sonrisa que plaga los labios húmedos de Sanji, la mordedura provocativa de su comisura inferior en ese innegable gesto sugestivo que siempre usa para ordenar que lo bese. Por supuesto que el chico lo había sentido llegar.
Zoro no es alguien que reciba ordenes de nadie. Sanji puede jactarse lo que quiera de tener ese poder sobre el espadachín, pero él esta besándolo solo porque quiere, no por otra cosa.
Los besos de Zoro siempre son interesantes. Sanji puede beber y saborear el alcohol en sus papilas gustativas, entrenadas lo suficiente para reconocer cada ingrediente en la ultima bebida que su nakama a probado. La lengua de Sanji siempre es curiosa, jugando e invadiendo cada pequeño espacio en la cavidad bucal del monumento de músculos bronceados. A Zoro no le molesta la irrupción, desplazando sus manos contra los costados de la ropa suelta para apretar su cadera en un gesto pecaminoso. De alguna manera, a pesar de lo fuertes que son las piernas que sostienen el cuerpo estilizado, la elegancia en la silueta mortal de Sanji consigue equipararlo todo.
El beso se convierte en los besos, esos besos, pasos temblorosos y trompicones llenando el espacio hasta que alcanzan por fin la encimera. Zoro se asegura de estrujar el generoso trasero antes de levantar a Sanji para sentarlo sobre la madera, devolviendo un caliente arrastre de sus manos entre los muslos del rubio con el fin de asegurar que lo disfrute. Los ojos azules pelean entre la contradicción de pervertir su inmaculado lugar de trabajo y rendirse al magnánimo deseo de arrancar la ropa del contrario con sus dientes que, sin embargo, no dura mucho. Zoro promete cortar el mejor árbol para tenerle un nuevo mobiliario si deja de distraerse y el dilema muere ahí mismo. Cuando Sanji tira el sentido común por la borda y jala sin tapujos las mangas de Zoro en un movimiento para dejarlo cerca, el ambiente se vuelve acalorado.
Su ritmo es frenético y las ropas se abren con rapidez, eso no impide que Zoro se burle de lo ridícula que es la vestidura rayada de Sanji, recibiendo una patada por eso. El gorgoteo de un tono de pelea saliendo de los ingeniosos insultos del cocinero provocan que sea incluso más interesante, solo porque de alguna manera son un par de locos que pueden estar pensando en tener sexo con las mismas probabilidades de pelear desnudos en un puesto local de comida a la intemperie. Sanji, por suerte, tuvo la previsión de arrojar una de las prendas de Zoro contra la puerta para azotarla.
"Creció un poco, cocinero de mierda", se escucha el tono de Zoro, arrastrando su boca en lamidas beligerantes alrededor de su oído. Sanji se queja, porque no esta saliendo con un jodido perro, no porque es uno de sus puntos sensibles y lo hace estremecerse contra él.
"Es lo que hace el cuerpo humano, marimo estupido. Las algas no lo comprenderían."
Como reafirmando su punto, los tobillos de Sanji se cruzan por detrás de la cadera del espadachín, un vigoroso impulso que lo estrella contra el pecho semidesnudo y resplandeciente por la palidez. La dermis de Sanji era blanca como la leche cuando lo conoció, pero ahora ha tomado un tono menos mortífero y mucho más apetecible. En la oscuridad y el frío, los poros se tensan en una piel de gallina que muestra el placer más que el orgulloso rostro de su propio dueño. Zoro aprecia que sus cuerpos sean más sinceros que ellos mismos. Él también se siente al borde con los impúdicos dedos habilidosos frotando su entrepierna, y su cara es más honesta que su boca.
Si esto fuera una de las pomposas fantasías del rubio, estarían besandose una media hora con cotilleos escondidos y palabras suaves. Al carajo todo eso, porque ahora mismo quiere que Zoro deje salir al toro que tiene en el pecho y lo empuje más contra su encimera, que presione más sus labios en la clavícula del príncipe, su príncipe. Con un tirón grotesco, Zoro se da cuenta de que ha sido despojado de las tapaduras en la parte superior de su cuerpo. Los ojos de Sanji retan en desafío y esta seguro que su amante esta a punto de hacer un comentario sarcastico sobre su tardanza sexual. No le da el espacio.
Zoro desgarra la tela para abrirse paso. No le gusta de todos modos, mucho amarillo. En cuanto lo tiene desnudo, se toma el tiempo de apreciarlo unos segundos. Aunque nunca sostuvo un texto entre sus manos con la suficiente atención, Zoro esta seguro de que Sanji sería un modelo perfecto en los libros de anatomía. Quizá también en los de arte de Robin. Bien, eso no le gustaría. Sanji como vino al mundo no debería ser una imagen a la que cualquiera con el dinero para costear uno de esos tomos caros tuviera acceso.
La ceja rizada se eleva en un toque de burla para nada escondido. Sanji conoce el ser de Zoro como la palma de sus preciadas manos, cada hendidura, cada musculo habiendo sido cincelado por su boca, por sus labios, por su propio deseo. Zoro debe poder tallar hasta el mínimo detalle de Sanji con los ojos cerrados, así que no le preocupa interrumpir su invasivo contemplamiento para pasar a algo más interesante. Dos malditos años en esa isla de fulanos lo hizo imaginar tantos escenarios divertidos con Zoro que no puede esperarlo.
"Vamos, después puedes babear por mi todo lo que quieras. Arriba, musgo"
Alguna cosa no esta rodando bien por aquí. Los hombros de Zoro se han fruncido hacia adentro, como lo hacen cuando esta molesto, y su boca es una perfecta linea recta. Sanji casi pone los ojos en blanco, golpeándole las costillas con el muslo para sacarle la verdad antes de que los ánimos se vayan.
"En serio estabas casándose con esa niña rica, ¿Verdad?"
El recorrido entusiasmado de Sanji retrocede y se anula, rígido. No habían tenido la oportunidad de habla sobre esto en privado. Todo el asunto de Pudding y los Vinsmoke fue archivado cuidadosamente en la carpeta mental de Sanji sobre cosas que no quería volver a enfrentar en su vida. Claro, Zoro no lo sabia. Tenia derecho a preguntar, por lo que sea que estuviera existiendo entre ellos. El rubio no pudo esquivar la amargura de su voz, desenredando de mala gana las piernas del torso caliente.
"No tuve muchas opciones."
Sanji comienza el ademán de bajarse de la tabla para tratar con seriedad todo el asunto. Las manos de Zoro parecen decidir que es un buen momento en el cual avivarse y afianzan su agarre, sosteniendo la parte interna de las rodillas del rubio para halarlo en a misma posición. El cocinero esta atrapado contra el cuerpo grande de Zoro y, si antes de su despedida era grande, el intervalo de entrenamiento solo lo hizo empeorar. Las rasposas yemas de los dedos morenos aprisionan, con la fuerza para sostenerlo pero sin el brío de hacer daño. Es un mensaje claro y en silencio, uno de los tantos que tenían entre su manera de comunicarse sin una sola palabra. Quédate.
"Estarías fuera pronto. Buscarias como salir." Exige, más como una afirmación antes que una sugerencia. Sanji no esta tan seguro.
"Los hubieran matado. Al viejo de mierda, a los Baratie, a ustedes. A todos ustedes." Intenta,en ese tono sincero y enfadado que usa cuando tiene que admitir algo. "No hubiese arriesgado tanto."
La expresión de Zoro se endurece un poco más bajo eso, con la lucha interna en toda su postura. Empuja más a Sanji para tenerlo arrinconado. Necesita sentir que esta aquí, vivo, con él, por más ridículo que se vea. Odia el sentido común y la naturaleza de autosacrificio en Sanji. No es algo que pueda quitarle y no es algo de lo que pueda defenderlo. No puede pelear contra él. "Habrías querido salir."
"Todos los días." Musita el rubio, inclinando su cabeza hacia un costado para que la cortina de cabello rubio le permita ser mirado a los ojos. "Habría querido volver, cada día de mi vida."
Es suficiente para ambos. Zoro empuja sus brazos en un lazo alrededor del cuerpo del hombre y lo encierra con un beso más calmado que de costumbre. Sanji no se molesta en bajar sus piernas, apegándose a la postura con su flexibilidad y recibiendo el contacto paralelamente, sintiendo como Zoro lo ayuda a apoyar su espalda en las paredes. No se preocupa. Ellos son extraños y confusos, a aprendido a leerlo con el tiempo. En lugar de cuestionarlo, continua su recorrido, deslizando el remedo de ropa interior de Zoro y lo que sea que se llame el traje de Zoro hacia el piso con su talón. La pierna desocupada sube hasta posarse en el hombro fuerte de Roronoa. Tiene que contener sus ganas de reír ante el siseo de satisfacción del otro.
Sanji espera con paciencia, sonriendo prepotente cuando el marimo debe alejarse un poco para buscar un buen acompañamiento. Es tentadora la idea de ponerlo a hurgar a gatas, pero se siente condescendiente hoy luego de demasiado, así que le indica un lugar en sus reservas. Zoro hace lo posible por no despegarse un milímetro de la piel cremosa, tanteando por el lugar. Su búsqueda es exitosa al sentir un pequeño recipiente, a pesar de que mira con decepción la etiqueta luego de leerla.
"No pensaras que tenia lubricante en mi cocina, bastardo. Conformate con eso."
El espaachin regresa el insulto, enrollando los dientes en la boquilla de la botella para destaparlo, a pesar de las protestas de Sanji. Un atisbo de travesura brilla en sus ojos verdosos, derramando parte del contenido justo sobre uno de los pezones rosados. Como es natural, el cocinero salta.
"¡Idiota, no desperdicies mi aceite de oliva, hijo de —"
Sanji corta la oración de forma abrupta,su cabeza echada atrás con el ingreso del primer dígito empapado a su interior y la sensación de la lengua de Zoro alrededor del lugar perceptivo en su pecho aun quemándole. El maldito marimo lo disfruta,saboreando sin pena el botón rosado como se castiga una paleta de hielo en un día de verano. La mente del rubio maldice y bendice el día en que le confesó a Zoro su mayúsculo fetiche sobre una mezcla minúscula de dolor y placer. El tipo lo aprovecha al máximo.
Sanji es flexible en todos lados, por todos los lados. Zoro de igual manera se toma su tiempo, derritiéndose entre la calidez. El segundo dedo se desliza con más facilidad, los besos y succiones del peliverde haciendo un trabajo maravilloso para relajar a Sanji.Los tirones del mencionado sobre el pelo verde no ayudan a su calma. Zoro moldea el esfinger, batallando por preparar como es debido aún con los dedos insistentes de Sanji y el jodido movimiento de su cadera, que hace rozar los miembros desnudos de ambos. Tiene que darse prisa o el rubio podría mandar a la mierda todo para masturbarlos juntos. No se quejaría, pero si puede luchar para hacerlo como se debe, Zoro pondrá su vida en ello, con o sin erección dolorosa rogando ser manejada.
El rubio se queja, farfullando al demonio en el instante en que Zoro se introduce con experiencia y practica en su interior. Los gemidos en la voz de Zoro son tan increíbles que deberían ser ilegales, resbalando justo frente a su cara. Sanji no está mucho mejor, un temblor de excitación por su columna cuando Zoro se empuja y llega justo a la gloria. No. Ninguno podría renunciar a esto.
Todo el interior de Sanji arde y se oprime y Zoro se ensancha para encajar alarmantemente bien. Sanji esta aferrando sus manos como apoyo, una al marco de madera y otra en el fuerte bíceps, dándole la suficiente movilidad para ese sensual movimiento de cadera que convierte a Zoro en un cumulo de palabras sucias y estocadas rápidas. Sus piernas tiemblan, insultos y palabras altisonantes en conjunción con ruidosos jadeos. Pelear y tener sexo no era tan diferente entre ellos. La única cosa que no sería una similitud era la liberación vocal de Zoro como un murmurador entusiasta y, si le preguntaban a Sanji, eso era perfecto. Incluso jodiendose como si no hubiera un mañana, ambos podían intercambiar un vocabulario de marinero y amenazas soltadas. Era especial, a su agresiva y progresiva manera.
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Zoro permaneció en su lugar,con los muslos de Sanji sobre sus hombros, las muñecas de Sanji contra su pelo y los escupidos abdominales de Sanji debajo de su mentón después de venirse en una maraña de gemidos. El rubio no dijo nada, jurando su nombre y algunos insultos para ocultar la satisfacción en sus quejas planas.De alguna forma no importante, terminaron recostados en un improvisado nido de ropa ridículamente cómoda y después de su orgasmo conjunto, la figura cocinera no quiso discutir ni echarlo a patadas.El peso de Zoro se quedó balanceado a la perfección sobre sus codos, poderosos brazos tostados manteniendo en posición protectora la fuerte figura de Sanji.
Zoro acunó la cadera, pasando los pulgares por el atlético y sexi marcaje de una v bajando desde los costados, en descenso a donde debería estar la ropa interior si hubiera una. El mal sabor de boca de la mención de lo ocurrido en el territorio de Big mom aún estaba presente, decidió ignorarlo la mayor parte del tiempo, pero se instaló ahí. Zoro no podría pensar como seria imaginarse este cuerpo amoroso y fundible siendo obligado a yacer con alguien que no lo entendiera. Cuando lo recordó, las manos morenas se cerraron un poco más fuerte, más profundo, y Sanji soltó un suspiro ronco por las marcas dactilares que ostentaría su pálida piel. Zoro se detuvo enseguida y hundió pequeños masajes alrededor de las marcas, una especie de disculpa silenciosa que ambos entendían aunque no necesitara decirse en voz alta.
-¿Recuerdos malos, marimo? - la voz burlona permaneció baja, dedos pálidos arrastrándose en descenso truncado por los rebeldes cabellos de Zoro.-; Si me dices que estas pensando en pelea ahora que estamos desnudos, voy a matarte.
"Oi, como si pudieras." La sonrisa tiró de la boca del espadachin,aunque intento parecer retador. Con el ajetreo sexual, el peinado de Sanji se había vuelta nada mejor que un desastre, dejando caer algunos mechones rubios. Zoro cambió su centro de gravedad y se sostuvo en un codo y antebrazo, estirándose para atrapar un poco de ellos. Sanji permitió que lo tomara, entretenido en su propio tintineo de los aretes de oro contra sus dedos. Zoro sopesó el momento con las hebras escurriéndose en su palma, el cabello contrastando su tono de piel tostado. No lo jalo. No lo beso ni jugueteo con él, solo lo sostuvo. Zoro permaneció con el cabello entre sus dedos, incluso cuando los sonidos vocales de la respiración de Sanji empezaron a desvanecerse y su pecho se niveló. Los ojos azules contendieron contra la nubosidad frente suyo y escanearon sus acciones, por supuesto, mirándolo divertidos.
-¿Que tanto te diviertes, marimo?
-Nada, solo estaba viendo. Viendo tu cabello.-Zoro se encogió de hombros, sosteniendo un par de hebras frente a los ojos azules ablandados por el cariño.- Es horrible, como tener una escoba por cabeza.
-Creo que podría podar el tuyo con un hacha, bastardo.
Ambos podían estar de acuerdo. Ha pasado mucho tiempo.
[....]
¡Escribir todo en ching4 es mi pasión! JAJAJA. Apenas y termine esto para el Sanjifest y tuve que cortar el lemon. Eso dolió.
Probablemente le de una manita de gato luego, por ahora es todo lo que puedo ofrecer. Dejame un comentario y dime que tan mal salio esto JAJAJA.
Nos leemos.
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