3. Cocinar
Incapaz de caminar con fluidez, no tuvo tiempo de reaccionar ante un tirón de la cadena atada a su cuello, trastabilló para luego tropezar con un escalón; se precipitó hacia adelante y unas manos frías la detuvieron de caer.
Las voces a su alrededor hablaban una lengua que ella no comprendía, retenida en los brazos de algún sirviente se mantenía inmóvil, presa del temor esperaba una oportunidad de frotar sus pies en busca de calor. A penas si comenzaba a moverse cuándo las manos que la sostenían la liberaron y unas nuevas manos la empujaron por un camino tan incierto como el original. El contacto de su piel con el del nuevo poseedor duró unos segundos y, fue reemplazado por tirones de sus cadenas. Al final, solo el crujir de algunas puertas abriéndose a su paso le daba la idea de haber llegado a su destino.
En la completa oscuridad sus ojos eran inútiles, pero la penumbra le ayudaba a agudizar sus otros sentidos. Las sensaciones eran más intensas, el calor y la humedad se distinguieron de golpe con el chirrido de una nueva puerta. El vapor subía por sus fosas nasales, disfrutaba de la sensación cuando notó que ya no avanzaba. De repente un empujón la lanzó a lo desconocido. Su piel le ardió al entrar en contacto con el agua, agua cálida. Dalia nunca antes se había sumergido en tanta agua. Expulsó todo el aire en una sola exhalación, era incapaz de sacar su rostro, no encontraba una superficie para sostenerse y sus brazos y piernas se movían en todas las direcciones. No podía respirar y comenzaba a tragar el líquido. Con cada segundo que pasaba perdía la esperanza, hasta que sus manos rozaron el fondo. Obligó a sus piernas a bajar y se impulsó con fuerza hacia arriba. No era tan profundo como pensó en primer momento.
Tocio para expulsar todo el líquido atrapado en su interior mientras avanzaba en busca de una salida. El sonido de algo chocando contra el agua la detuvo en seco. Sus cadenas comenzaron a agitarse de nuevo, la halaban de regreso al agua. Lucho por soltarse, por mantenerse erguida, pero cayó al agua. Desde el fondo escuchó una respiración profunda, alguien tosía afuera. Se levantó al sentir que ya nada tiraba de ella. Afuera escuchó una vocecillas, agudas y lejanas, que reían cerca. Y de nuevo sus cadenas eran movidas en la dirección opuesta a ella.
—¿Quién está ahí? —preguntó al aire.
El sonido de las cadenas se detuvo.
—¡Yo! —contestó una voz aguda, femenina e infantil entre sollozos.
—Hablas mi lengua —Dalia, imagino a la criatura—. Quédate ahí.
—¡Silencio! —ordenó una tercera voz, la sirviente.
Dalia caminó a tientas guiada por la cadena en dirección a la niña, en el extremo opuesto. Cuando la alcanzó, ambas siguieron el sonido de las risas para alcanzar el borde de aquel estanque. No podían sino susurrar pequeñas palabras la una a la otra. Les habían ordenado callarse, y aunque ellas no les podían ver, sus señores sí.
Los pies de Dalia chocaron con una pequeña elevación, cayó de frente sumergiendo sus brazos, delante suyo habían escalones ascendentes. Se arrastró por ellos e instigó a la niña a seguirle hasta que, casi afuera, varias manos las separaron. Primero retiraron las cadenas de su cuello, luego las ropas de su cuerpo, al final aquellas manos frotaban e invadían cada milímetro de su piel con sustancias gelatinosas de aromas agradables. Dalia sentía tela resbalarse por su piel, su cuerpo aún estaba en parte dentro del agua al momento que las manos subieron a su cabeza y la cubrieron con un líquido espeso y frío que se resbaló sobre su frente y le hizo arder los ojos, una ligera voz de queja escapó de sus labios.
Un último golpe de agua sobre su cabeza y Dalia se sintió extraña, fresca como en las noches de viento. Lista para ser cocinada. Solo una tela gruesa fue puesta sobre su cuerpo al final. Agradecía estar fuera de esa laguna con escalones. No sabía nadar.
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