V - Caramelo
Después del numerito en la oficina, Jisung no podía tener un viernes tranquilo, al menos no mentalmente. Estaba patéticamente tratando de calmarse con una ducha fría en casa, repasando aquel beso una y otra vez. Por más increíble que pareciera, no le había molestado el contacto, y en otro escenario y sin el título jerárquico de "jefe", además de su actitud acosadora, el beso de Minho hubiera sido perfecto. Venga, que era el mejor beso que le hubieran dado en años.
Salió de la ducha, tratando de diferenciar si el beso fue auténtico o solo por la tensión de no perder su empleo. Seguía confundido.
21:30 hrs. Mensaje de Lee Minho:
"¿Estás ocupado?"
21:30 hrs.
"Estoy en casa. ¿Sucedió algo?"
21:31 hrs. Mensaje de Lee Minho:
"Quería hablarte sobre el proyecto con el Fashion Week. Hice varias cosas por mi cuenta, pero necesito de tu maravillosa agenda. Lamento haberlo mencionado tan tarde. Estuve ocupado todo el día."
21:32 hrs.
"¿Hacemos una videollamada?"
21:32 hrs. Mensaje de Lee Minho:
"De hecho, esperaba que aceptaras una invitación a cenar, ¿puedes?"
La toalla que le cubría la cintura cayó de golpe. Jisung contempló la pantalla de su teléfono, sin saber qué contestar. Bueno, debía recordar que era una cena con objetivo laboral y ya; eso estaba escrito, sin ninguna insinuación o morbo. Y alto ahí, si se dejaba llevar por sus emociones, acabaría con otro strike en la lista negra de Minho. Si el rubio se sobrepasaba o algo, ya lo resolvería.
Texteó una sencilla afirmación y que le indicara qué restaurante y en cuanto tiempo. Se llevó una sorpresa sumamente inquietante cuando leyó otro mensaje de Minho:
21:25 hrs. Mensaje de Lee Minho:
"Si puedes salir ahora, sería perfecto. Estoy estacionado fuera de tu casa."
— ¿Desean ordenar ahora, señor? — preguntó la mesera, que no pasaba de los dieciocho años. Para ser su primer trabajo, agradecía tener un par de clientes tan sensuales y extranjeros. Un inglés y un australiano. Lo había adivinado por los acentos.
— No, preciosa, ¿podrías volver en cinco minutos? — respondió con naturalidad Minho, guiñando un ojo.
La chica se retiró en seguida. Minho sonrió de lado, disfrutando del ambiente. El restaurante era un cinco estrellas, con un palco VIP con vista a toda la ciudad de Nueva York, música en vivo, comida y bebidas de primera calidad, con trato preferencial por ser cliente regular y lo que más le encantaba: un menú exclusivo de cortes de res. Era fanático de la carne desde que tenía memoria. Que va, si los vegetales no existieran, él sería el hombre más agradecido.
Por su parte, Jisung estaba hecho un manojo de nervios. Se encogía en su asiento, cubriendo su cara con la enorme cartilla color marrón. No se había atrevido a mirar a Minho desde que abrió la puerta de su casa y se subió al Mercedes descapotable de su jefe. Estaba más nervioso que un camarón a punto de ser freído en aceite y rellenado con sal. En primer lugar, no podía evitar pensar que Minho empezaría a acosarlo de un momento a otro y gracias a eso, no podía leer en santa paz.
— Ya decidí, ¿tú que tal, Jisung?
— Ah... Sí, creo que ya sé q-que pedir. —tartamudeo, sin bajar la cartilla.
— Oye, no muerdo. —dijo el rubio, tirando del papel para que Jisung lo dejara sobre la mesa y lo encarara. — ¿Me crees muy morboso como para hacerte algo en público?
—Sí. — no chistó en responder.
— Eres muy listo. —respondió el rubio, enderezándose en su asiento. — Me gustaría, pero estamos aquí para hablar de negocios, no lo olvides.
Jisung suspiró. Para qué le preguntaba si no disimulaba nada, y tampoco disimulaba que estuviera restregando su pierna contra la suya desde que se sentaron en la mesa frente a frente. En fin, estaba en un restaurante cinco estrellas y Minho insistió en pagar la cuenta, así que aprovecharía para probar un poco de todo.
La mesera regresó para tomar la orden. Minho no ocultó su gula al ordenar cuatro platillos diferentes y tres botellas de whisky. Lo que tenía de acosador, lo tenía de goloso. Incluso Jisung se sorprendió, ¿cómo podía ser esbelto?
— Bueno, en lo que traen nuestros pedidos, ¿repasamos el plan?
— Por supuesto.
Minho se acomodó, inclinándose hacia Jisung. — Sé que Hyunjin ha tenido contrataciones para el New York Fashion Week en años anteriores, seguramente te involucraste, pero aquí vamos a ser los proveedores en la gala principal.
— ¡Pero el evento es en menos de un mes! — contestó angustiado. — ¿Tendremos tiempo?
— Para eso te tengo a ti — respondió Minho. —Sé que fue de último momento, pero sé que podemos lograrlo.
El australiano le tomó la mano encima de la mesa, mirándolo con seguridad. Jisung se sonrojó levemente; no era un contacto inapropiado, sino de agradecimiento. Minho realmente confiaba en él y eso le provocó una sonrisa discreta.
Llegó la comida y, gracias a toda la montaña alimenticia que Minho había solicitado, fue necesaria otra mesa a lado de la suya para que cupieran. Jisung no paraba de observar la velocidad con la que su jefe devoraba todo: los 400 gramos de carne, el corte de res, la pierna de pavo, una compleja mezcla de pastas con carne molida. ¿Qué clase de humano puede comer todo eso y todavía ordenar postre? A diferencia de él, Jisung solo había ordenado una ensalada sencilla y tiras de pollo al vapor, su postre predilecto era un pudin con chispas de chocolate.
Aun así, Minho había tomado su tiempo para platicar sobre los detalles para el Fashion Week. Su actitud y papel de jefe era impecable, y aunque Jisung no podía descifrar si las sonrisas que le mandaba eran reales o lascivas, disfrutaba de la velada. Tanto, que le pareció atractiva la manera en la que Minho tomaba la copa de cristal para brindar con él; o cuando removía su pierna a lado de la suya; o cuando se acomodaba las mancuernillas y su corbata; o cuando peinaba sus mechones rubios para atrás.
— Aquí está su cuenta, señor.
La voz de la mesera lo sacó de sus pensamientos.
— Gracias, cárgalo a mi cuenta, linda. —respondió el australiano entregándole su tarjeta de crédito platinum. Sus ojos celestes notaron que Jisung estaba observándolo y se regodeo. — Jisung, antes de irnos, ¿quieres ir al mirador? Este restaurante también se promociona como sitio turístico... Serían unos minutos.
No le encontraba nada de malo, así que el inglés aceptó sin mucha insistencia. Después de entregarles el recibo junto a dos caramelos mentolados de cortesía, ambos se dirigieron al ascensor hasta el último piso. Minho tenía sus manos dentro los bolsillos y soltó una leve risa en el trayecto.
— Estoy sorprendido.
— ¿A qué te refieres? — interrogó Jisung.
Minho lo miró con cierto aire de superioridad. — No has renunciado y ya ha pasado más de un mes. Probablemente me puedas aguantar el ritmo.
— No me imagino porqué nadie soportaba. —respondió sarcástico. — El acoso no es algo precisamente agradable.
— En realidad, me he contenido de hacerte bastantes cosas.
Las puertas del ascensor se abrieron y Jisung no supo distinguir si Minho solo fanfarroneaba. No. Era muy seguro que no, pero seguía siendo un misterio lo que pensaba con respecto a él. Después de casi haber perdido su trabajo, el beso compartido de la tarde resultaba enigmático.
Minho caminó hacia el mirador y primero contempló la majestuosidad de las luces de Nueva York, cómo parpadeaban y el sonido de todos los espectaculares de la gran avenida.
— Es maravilloso, ¿no?
— Bastante.
— De cierta forma, me recuerda a Sidney... No es una metrópoli de este calibre, pero tiene mucha vibra nocturna.
Jisung sintió una vibración en su corazón sin explicación. — ¿Extrañas tu hogar?
Minho nunca hablaba de su ciudad natal. Los asuntos con Australia los había dejado atrás a pesar de que su familia vivía ahí. El hecho de ser dueño de Lee's había sido una decisión realmente difícil hace años, pero no se arrepentía.
— Claro que extraño estar allá. —respondió el rubio. — tuve que decidir hace tiempo si continuar mis planes ahí o no. Ya ves, mi vida está ahora en Nueva York.
— ¿No visitas a tu familia?
— Si, en Navidad o año nuevo — se encogió de hombros. — en los últimos tres años no he podido.
— Oh... Es una lástima.
— Quizá, pero seguimos en contacto. Además... — se acercó al inglés, tomándolo de la cintura. — Venir a esta ciudad fue lo mejor; de lo contrario, no te habría conocido.
Giró su cabeza hacia Jisung, notando la sorpresa creciente en el rostro de éste. No mentía. Desde que lo conocio había sentido algo diferente respecto al resto de los asistentes que contrataba. A esos hombres les causaba traumas, pero jamás se había preocupado de lo que sucediera después. Al último de ellos lo había masturbado en el baño de la oficina y dado un cheque por 2000 dólares para que cerrara la boca. A Jisung no lo había tocado, pero se moría de ganas por hacerlo.
Aprovechando la posición, lo tomó del mentón y se acercó lentamente. Le dio un beso pequeño, pero el inglés se resistió. Minho lo apretó por la cintura, logrando que se prolongara el contacto hasta abrir sus labios. Se separó con una sonrisa morbosa en el rostro.
— Tengo una idea. —dijo, sacando el caramelo de menta de su bolsillo, abriendolo y colocándoselo en medio de los dientes. Minho no habló, pero le indicó con gestos que tratara de quitarle el dulce de la boca.
Jisung estaba nervioso a un nivel desconocido. No era el hecho de tener a Minho cerca, sino de haberle robado otro beso y que ahora deseara un contacto más fuerte. Obedeció porque, porque... Besaba bien.
Acercó su rostro, cohibido, tratando de morder el caramelo, pero recibiendo otra invasión de la boca de Minho, dejando que el bendito dulce se paseara entre bocas, mientras ambos jugaban con la lengua. Jisung tuvo que sostenerse de los hombros del rubio para mantenerse en pie y soportar el orbe de sensaciones recorriendo su cuerpo. No podía negar que estaba fascinado con los labios de Minho, pero seguía siendo un contacto meramente superficial, porque la actitud acosadora del australiano lo conducía a comportarse así. Nada le aseguraba que solo hiciera aquello por burlarse de él... Seguramente lo que hacían lo presumía entre sus amigos: "hoy le toqué el trasero"; "lo acorralé contra la mesa", "lo besé tanto que su boca quedó roja"; "es mi nueva mascota". Abrió de golpe los ojos y empujó a Minho para interrumpir el beso. Todavía quedaba el sabor mentolizado en su lengua.
— No te burles de mí. — reprimió Jisung, tapando sus labios como si acabara de hacer algo ilegal. — No soy un maldito juguete, Minho.
— ¿De qué hablas? — preguntó consternado, acercándose nuevamente. —Oh, venga. Estamos pasando un buen rato, Jisung. No arruines la diversión.
— De eso hablo, esto nunca ha sido divertido. Al menos no para mí. — quería odiar al australiano, pero no podía; por más hijo de puta que fuera. — No parece importarte cómo me siento.
— Bueno, dime entonces. Después de todo, el acosador desgraciado soy yo.
— Yo no sé...
— Lo sé, amor — dijo Minho. Su tono era tentador. Acortó de nuevo la distancia, tomó el mentón de Jisung con fuerza y lo volvió a besar, esta vez con cierto deje agridulce, con furia y posesividad. — Esto no es un juego para mí. No tienes idea de lo que pienso con tan solo verte o tocarte; toda la semana que no hablamos, me volví loco; estuve a punto de rogarte que me hicieras caso.
Habló con la boca pegada a la de Jisung, mientras sus manos viajaban a su cintura.
— Puedes detenerme si te molesta.
Minho pegó su pelvis, con el miembro endurecido al grado que Jisung creyó que reventaría dentro de los pantalones. Sentir aquella dureza le recordó qué tan gay era. Si, aunque sus cuestiones laborales eran importantes, Jisung estaba consciente que la atracción hacia Minho era latente; tal vez había soportado el contacto inapropiado dentro de la oficina por ese motivo. Pero, ¿Minho solo lo veía como empleado para satisfacer sus deseos?
Mierda, qué confusión.
— Minho, no — pidió. — Eres mi jefe. No deberíamos hacer esto.
— ¿Crees que me importa? Me sorprende que no huyeras la primera semana.
— El señor Hwang me recomendó porque sabe que soy un empleado eficiente, y tú confías en mí como asistente. Puedo soportar comentarios fuera de lugar y morbosos de vez en cuando.
— Pero ¿qué sucederá cuando no pueda conformarme solo con palabras y besos?
Era su jefe, su maldito imbécil jefe, por el señor. Jisung entreabrió los labios, ruborizado; su cuerpo estaba demasiado cerca. Lo tenía contra el muro prácticamente. Ahora las manos de Minho habían rozado sus glúteos, los apretaba como quisiera. Volvió a besarlo y Jisung sintió perderse. Hasta el momento, Minho se contenía perfectamente, y no sabía explicarlo, pero quería más, algo más. Era un debate mental interminable porque significaba que el rubio le gustaba demasiado, y no solo su físico, sino su actitud y comportamiento acosador. ¿Sería un síndrome de Estocolmo?
— ¿Qué quieres, Minho?
— A ti. — respondió el australiano, llevando sus manos al cinturón del otro para desabrocharlo.
El tintineo de la hebilla alertó a Jisung, pero, carajo, no podía moverse. No podía negarse. Su cuerpo estaba hipnotizado. ¿Qué pensaba hacerle? ¿Por qué tenía su mano en el bóxer? ¿Qué...? No. Que se detuviera, que no lo tocara así en su miembro.
— ¿Q-Qué haces? — preguntó en un hilillo de voz, sintiendo los dedos de Minho
masajeando su falo.
— Tocarte.
— Pero aquí no... — ¿Cómo que "aquí no"? Debería patearlo en las bolas, esa debería ser su respuesta.
— ¿Entonces? ¿Dónde?
— No, ngh. —jadeó. — Necesito ir a mi casa, Minho.
Minho detuvo su toque, encarando a Jisung. No estaba molesto, sino frustrado.
Jisung suspiró con alivio. Estaba demasiado confundido como para dejar que la situación avanzara más, y agradeció que Minho no traspasara límites. Sabía que lo había dejado con ganas de más, y él mismo empezaba a disfrutarlo, pero era un maldito lío.
— Solo por esta vez. — dijo Minho respirando hondo. — Pero te advierto que la siguiente ocasión, no me detendré.
Jisung agradeció de nuevo que Minho lo llevara a su casa. Lo despidió desde la puerta, viéndolo alejarse en su Mercedes del vecindario. Suspiró; había sido un viernes agitado y merecía un descanso. Ese condenado rubio y sus manos, su voz, su loción, sus ojos... Tuvo que empezar lo que había iniciado en el mirador y hacerse cargo de su erección esa noche.
No fue suficiente vergüenza con mirar la foto de Minho en su teléfono al masturbarse, sino la culpa al darse cuenta que cayó en el juego de Minho, repitiendo "Buen chico, Jisung" para sí mismo cuando vio su semen derramado en su mano.
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