Capítulo 30 Final
Alan se paseaba de un lado a otro desesperado. Los nervios lo carcomían. Había mirado el reloj en esa última media hora más de lo que lo había hecho en toda la vida.
—Si tu intención era abrir un hueco en el piso, créeme que lo estás logrando. —Miró de mala manera a Gian por burlarse de él.
—¿Y si se arrepiente? —cuestionó acercándose a su hermano y lo agarró de la camisa con brusquedad—. Es decir, ella puede tener a cualquier hombre a sus pies. Quizás se dio cuenta de que no soy suficiente. —Gian se zafó de su agarre y le palmeó la mejilla un poco fuerte.
—¿Estás loco? ¿Los nervios te ponen estúpido o qué? Cálmate.
Alan le dio la razón, solo pensaba en tonterías. Keily lo amaba, se casarían y serían muy felices. Sonrió como un bobo.
Se posicionó en el pequeño altar que habían recreado para la ceremonia junto a Gian. El lugar era una ruina de una antigua iglesia de ladrillos. Decorado con rosas blancas, pequeño y acogedor, dándole esa sensación de intimidad. Justo lo que querían él y Keily. Todas las sillas estaban ocupadas por los invitados. Alan dedujo que se desmayaría en cualquier momento si ella no aparecía. Las manos le sudaban y deseó arrancarse el traje porque tuvo la sensación de que se asfixiaba poco a poco.
—Tranquilízate, Alan. Todas las novias tardan en llegar —le susurró Gian fastidiado de verlo de esa manera.
La música llenó el lugar, todos se pusieron de pie. Alan posó los ojos en la chica que caminaba hacia él despacio, aferrada al brazo de Jack. El pulso se le aceleró a causa de lo extremadamente preciosa que lucía Keily. Parecía un ángel, se dijo. La espera valió la pena. Le sonrió, ella hizo lo propio y notó el brillo en sus pupilas al borde del llanto. El señor Brown se la entregó y le palmeó los hombros, pero no pudo despegar la vista de su novia.
—Te ves maravilloso —dijo Keily con la voz entrecortada.
—No hay palabras que puedan describir lo bella que eres —respondió, aún incrédulo de lo que en realidad estaba pasando.
No fue consciente de cuánto tiempo se tomaron, pero ya habían dicho los votos y se besaron para sellar la unión. Los aplausos y gritos de las personas se escucharon lejanas mientras seguían sumergidos en la burbuja de amor. Keily Brown pasó a ser Keily Ricci, su esposa.
Bailaron hasta el cansancio en la celebración.
—Vamos a escaparnos, mi amor. Ese vestido me está volviendo loco —le susurró al oído, provocando que la piel de Keily se erizara.
—¿Estás ebrio? —preguntó y Alan negó con la cabeza.
—Es nuestra boda, podemos hacer lo que queramos —insistió sugerente.
Había tomado varias copas de champán y uno que otro vaso de Whisky, pero no se consideró borracho. Alan tiró de su brazo y ella se dejó llevar sonriente.
—Déjame despedirme. —Se alejó de él y se acercó a Jack.
—Yo me voy —Alan le dijo a Gian que lo miró divertido.
—¿Tan rápido? La fiesta apenas comienza.
—Quiero mi propia fiesta privada. —Estallaron entre risas y chocaron los puños.
Después de las despedidas, Alan y Keily entraron al auto previamente preparado con las maletas y los típicos señalamientos de que eran recién casados. Él condujo por la carretera riéndose de cualquier cosa. Las manos inquietas empezaron a jugar con la pierna de Keily y ella se alejó divertida. Alan repitió lo mismo, levantando un poco el vestido y desvió la mirada por un segundo para verla.
Una luz cegadora los sorprendió y el carro fue empujado por un gran impacto. Todo pasó muy rápido. El vehículo dio varias vueltas, haciéndole daño en la cabeza, manos y piernas. Las volteretas pararon. Alan estaba aturdido y percibió el sabor metálico en la boca.
—Keily —jadeó de dolor al querer moverse.
Escuchó cómo gimoteaba, pero no logró verla por la oscuridad de la noche. Tanteó el bolsillo y sacó el celular. Cuando encendió la linterna apreció que de la cabeza de Keily brotaba sangre al igual que de sus labios. Tenía el pelo desordenado y lo miró con pesar.
—Me duele, Alan —se quejó y él bajó la vista. Deseó morir al momento en que vislumbró el pedazo de hierro afilado incrustado en el pecho de Keily. El vestido blanco manchado de sangre. Logró zafarse del cinturón y se acercó con cuidado.
—Resiste, amor. Por favor, no me dejes. —Lloró de impotencia. Las manos ensangrentadas de Keily le acariciaron las mejillas con suavidad.
—T-te amo —balbuceó, cerrando los ojos.
El dolor fue tan fuerte que de la garganta de Alan salió un alarido que crujió en la oscuridad. Los ojos se le nublaron por las lágrimas mientras abrazaba el cuerpo sin vida de su esposa. Algo dentro de él se había roto, empezó a perder la razón poco a poco. Se aferró a ella, inerte, como si de un ancla se tratara.
—No me abandones —le dijo a la nada desesperado.
—¿Hay alguien ahí? —Escuchó a lo lejos.
Abrazó a Keily. Temía que lo alejaran de ella. Unas luces de linterna brillaron en medio de la oscuridad y unos pasos se acercaban.
Entonces, tomó una decisión. Nadie lo separaría de ella. Arrancó el metal afilado que mató a su mujer y lo enterró con fuerza en su pecho, donde estaba su corazón. El dolor lo hizo jadear. La sangre salió a borbotones de él, pero no le importó. Tomó su cuerpo y la abrazó contra el suyo. Le besó la coronilla de la cabeza.
La mente de Alan viajó a todos los momentos que pasó junto a Keily. El día que la conoció en ese centro comercial, la primera vez que hicieron el amor y cada uno de los problemas que tuvieron y que pudieron superar. Reconoció que nunca había amado a alguien con tanta intensidad mientras la vida se le fue drenando. Los párpados le pesaban, la hora había llegado. Su cuerpo entumecido de dolor aferrado al de Keily y sonrió en mi último aliento. Estarían juntos por la eternidad.
***
Fin
💁♀️Falta el epílogo, gracias por llegar hasta aquí.
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