Capítulo 12
—¡No me mientas más! —Jack le gritó a Carol, furioso—. Te pago las cuentas y todos tus caprichos, ¿qué necesidad tenías de robarme?
—Ya te dije que no tomé ese dinero —se defendió, cansada de la acusación sin sentido que le hacía su exesposo. Él resopló con fastidio ante la voz de la mujer que ahora mismo deseaba tener lejos.
—Entonces, ¿quién fue? Eres la única que entra aquí.
Carol masajeó su sien, tratando de aliviar el dolor de cabeza que padecía.
—Seguro tu bastarda. Ella anda con los italianos, quién sabe qué mañas se le pegó.
Jack se acercó rápidamente, su juicio estaba cegado por la ira.
—¡No hables así de mi hija! Keily sería incapaz de robarme.
—Estás tan ciego, esa muchachita no es una santa. Es una cualquiera y una ladrona igual que su madre —escupió con veneno y rabia.
Carol quiso herirlo, hacerlo sentir miserable al igual que ella se sintió cuando descubrió que él se estaba viendo con otra mujer.
—¡Fuera de mi casa! Lo que sea que teníamos, se acabó de raíz. —Apuntó hacia la puerta, temblando por lo furioso que se encontraba.
—Como ya has encontrado con quién divertirte, ahora me echas. —No pudo evitar sollozar al decirlo en voz alta. Jack la observó con lástima.
—Carol, nos estamos haciendo daño innecesario. —Tomó su cara para que lo mirara a los ojos—. Eres una mujer joven y hermosa, puedes vivir tu vida y hacer lo que te gusta. Abre tu escuela de danza como una vez soñaste. Yo te puedo ayudar con el capital y luego, si quieres, me pagas. Viaja, enamórate. A mi lado nunca serás feliz.
Ella lloró más fuerte. Jack estaba en lo cierto, se casaron muy jóvenes y sin pensarlo. Hasta creyó que él lo hizo por lástima porque estaba sola y desamparada con un bebé. Jack la abrazó con ternura, dejando de lado el enojo y la frustración que siempre había detonado su exesposa.
—No te voy a perdonar por todo lo que me hiciste. Nunca me amaste y te alejaste de mí a la primera. —Se soltó de su abrazo y lo miró con desprecio—. Antes fue por esa maldita rubia y ahora por esa mujer que no sé de dónde salió.
Jack suspiró. Deseaba aclararle tantas cosas, pero no lo hizo porque sería en vano.
—Piensa lo que quieras, Carol. Cuando resuelvas tus problemas y necesites algún apoyo, puedes contar conmigo. Eres la madre de mis hijos y siempre tendrás un lugar en mi corazón.
Ella lo miró con altivez y salió de la habitación, dando un fuerte portazo.
En la tienda del señor Griffin, Keily aprovechaba el tiempo libre para pintar. Pasaba las brochas por el lienzo con destreza, cuidando los detalles.
—Tienes un gran talento, señorita Keily. —Se sobresaltó cuando escuchó a su jefe—. Lo siento, no quise asustarte. —Ella se encogió de hombros, restándole importancia.
—Muchas gracias.
—No tienes que agradecer, solo digo la verdad. —Asintió, apenada por el cumplido—. ¿Has realizado otros? —preguntó, mirando fijamente el cuadro que recién había hecho.
—Sí, tengo varios en casa.
El hombre se giró hacia una pared con estatuas antiguas.
—¿Qué te parece si usas este espacio para exhibir tus obras?
—¿Está hablando en serio? —preguntó, emocionada.
—Por supuesto. Si logras vender alguno, el dinero será tuyo.
Sus palabras la llenaron de felicidad y de pronto se visualizó con su propia galería de arte, viviendo de lo que disfrutaba. En un arrebato, lo abrazó con fuerza.
—Gracias, gracias. —Él sonrió con ternura.
—Es un placer ayudar a una jovencita con tanto talento.
Keily se separó de él, avergonzada por la osadía.
Se pasó lo que quedaba de la jornada limpiando y moviendo las estatuas que estaban en el lugar que pronto usaría para sus pinturas. Aún no podía creer que exhibiría sus cuadros.
—Buenas tardes. —Se giró y vio a Athur adentrarse en la tienda.
—Hola —saludó, moviendo una mano. Él se acercó y le dio un beso en la mejilla.
—¿Cómo puedes trabajar aquí? —preguntó escaneando cada rincón—. No lo tomes a mal, pero no es para alguien como tú.
—Se nota que no me conoces, Arthur. —Pasó por su lado para dirigirse al mostrador —. ¿En qué te puedo ayudar?
Él sonrió de lado y agarró un llavero.
—Quiero esto y que me acompañes a comer.
Keily contuvo las ganas de entornar los ojos para no ser grosera. ¿No se daba cuenta de que no quería nada con él?
—Lo siento, no puedo. —Tomó el llavero y lo pasó por el escáner.
—No sé por qué me rechazas —dijo y le entregó el dinero para que le cobrara.
—Seré sincera, no tendré nada contigo. Por favor, deja de insistir.
—¿Ni una amistad, Keily? Solo es un almuerzo, no te llevaré a donde trabaja tu ex. —Sus palabras le causaron enojo.
—No quiero ir contigo a ninguna parte —soltó sin medir sus palabras, cansada de la insistencia.
Arthur arrugó la cara y ella se arrepintió por haber sido tan dura. Él salió de la tienda, dejándole el llavero y el dinero en las manos.
Al pasar los días, Keily se había sumido en la rutina. Aun así, Alan, Charlotte y Gian no salían de su cabeza. Le preocupaba cómo actuaría Jack si se llegara a enterar que le faltaba dinero.
—No has probado la cena —Rose dijo, mirándola fijamente.
Se encontraban en la cafetería de la universidad.
—No tengo hambre.
—Quiero contarte algo porque eres la única amiga que tengo —dijo Rose, emocionada. Sus mejillas se tiñeron de un rojo intenso y los ojos le brillaban más que siempre.
A Keily le dio ternura, por lo que apretó su mano.
—Puedes confiar en mí.
—Me gusta alguien —confesó casi al borde de la euforia. No paraba de mover la pierna.
—Eso es fabuloso, ¿quién es el afortunado? —preguntó Keily, pícara.
Rose se cubrió la cara con las manos.
—Es el chico más lindo que he visto. —Suspiró—. Pero no sabe que existo.
—Pues hazle saber que existes.
—Es compañero de universidad de mi hermano y nunca hemos hablado. Los nervios hacen que me esconda cuando lo veo.
Salieron del comedor. Rose no paró de decir lo bien que se veía su chico ideal y lo que le gustaría que se fijara en ella.
—Seguramente él siente lo mismo por ti —alentó Keily, divertida.
—No, no. Alguien como él nunca se fijaría en mí .
Abrió la boca para refutar sus palabras, pero Rose le atrapó un brazo en seco.
—Keily, no des la vuelta —pidió con la voz entrecortada—. Él está aquí —chilló bajito, temblando de emoción.
—¿En serio? Quiero verlo.
—Hazlo con disimulo.
Keily giró despacio para apreciar al chico que tenía loquita a Rose, pero solo vio a Alan recargado en su auto.
—¿No es bello? —preguntó su amiga, suspirando.
Keily se quedó boquiabierta. Le parecía imposible que el chico que le gustaba a Rose era el amor de su vida y exnovio. Desvió la cabeza para que él no la viera.
—¡Dios mío! —gritó Rose, espantada—. Viene para acá.
Keily no sabía dónde meterse, estaba acabada.
—¿Podemos hablar? —preguntó Alan cuando estuvo cerca.
Keily entornó los ojos y no movió un músculo, ignorándolo por completo. Él le agarró un brazo y la giró, de modo que quedaron frente a frente.
Rose los miró con cautela y confusión.
—¿Se conocen?
—Ella es mi...
—Amiga —lo interrumpió—. Somos amigos.
Alan frunció el ceño y su boca dibujó una sonrisa burlesca.
—Vaya, por lo menos somos algo —dijo con ironía y Rose lo miró como boba.
—Te presento a Alan. Alan ella es mi amiga Rose.
Se dieron la mano. A Keily no le pasó desapercibido cómo la de ella temblaba.
—M-mucho gusto —tartamudeó, eso hizo que Alan la mirara extraño.
Keily se sintió fuera de lugar. Apreciaba a Rose, pero verla reaccionar así ante su exnovio no era nada agradable.
—Me tengo que ir, Keily. Adiós, Alan.
Él asintió y movió la mano. Cuando Rose se fue, Keily tomó a Alan del brazo y lo llevó lejos de la entrada.
—¿Qué haces aquí?
—Vine a verte. —Sonrió pícaro—. Así que amigos —dijo, cruzando los brazos.
—No te creas, solo dije eso por Rose.
—Kei, vuelve conmigo. Me estoy volviendo loco —cambió de tema.
Jaló su pelo y sus ojos se cristalizaron por la desesperación. Ella no contestó, su mente estaba ocupada en una loca idea que se le había ocurrido.
—Necesito un favor tuyo. —Lo miró fijamente. Esperaba que él aceptara lo que iba a proponerle.
—Todo lo que quieras, preciosa —dijo meloso.
—Me gustaría que salieras con Rose por una noche.
La sonrisa se le borró y la miró como si buscara algún atisbo de broma en su rostro.
—¿Qué?
—Quiero que salgas con mi amiga Rose.
—Claro que no.
—Pero dijiste que harías lo que yo quisiera —le reprochó, cruzando los brazos.
—Eso no, ¿estás loca?
—Es por una buena causa —alegó casi en un susurro—. Tú le gustas y tiene problemas de autoestima. —Juntó las manos en forma de ruego.
—Eso sería engañarla, Kei. Ella debe salir con alguien que sienta lo mismo.
Alan estaba en lo cierto, pero Keily solo podía imaginar la cara de felicidad de Rose y eso hizo que valiera la pena.
—Por favor. —Lo miró con ojitos de animalito hambriento y se alegró porque notó que empezó a ceder.
—Está bien, pero con una condición. —La sonrisa lobuna de Alan le dio miedo, aun así, asintió—. Dame un beso.
Keily tragó saliva y, por instinto, sus ojos se desviaron a los apetitosos labios de Alan.
—No. Pide otra cosa.
—Pues no hay trato. —Empezó a caminar hacia su auto, pero lo detuvo rápidamente.
—Está bien, como quieras.
Se puso de puntitas y le dio un beso en la mejilla. Alan negó con la cabeza. Le agarró el mentón con los dedos y estampó sus labios en los de ella. Se quedó paralizada, pero a los segundos abrió la boca permitiéndole explorar toda su cavidad bucal. Abrazó su cuello y deseó que ese momento no acabara jamás.
Alan se alejó de ella y depositó un besito en su nariz, aún con los ojos cerrados.
—Eso es un beso —dijo y luego caminó hacia su auto, dejándola aturdida y con ganas de más.
***
💁♀️ ¿Qué les parece la historia hasta aquí?
Muchas gracias por leer.
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