OS, N: LIGHTS (inside my head)

Fecha de publicación original: 20 OCT 25
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𝗟  𝗜  𝗚  𝗛  𝗧  𝗦
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Su viejo amigo llegó y se sentó a su lado. Estuvo unos segundos apreciando la vista de toda la ciudad. Era una escena admirable desde esa azotea. El recién llegado esperó que aquel chico hablara, pero no pasó. Decidió romper el silencio primero:

―¿Te sucede algo? ―El otro regresó a verle unos instantes.

―No lo sé. ―Soltó un suspiro muy pesado―. Me siento extraño.

―¿Extraño? ―Asintió―. ¿En qué sentido?

―Pues… siento que no pertenezco. Algo es diferente.

―Ya veo. ―Cerró los ojos―. ¿Por qué sientes eso?

―No puedo decirlo con palabras, porque no soy capaz de entenderlo. Es una sensación extraña. Como si recordara el ayer y no se sintiera mío. ―El que estaba a su lado le veía confundido―. Olvídalo.

―Quisiera ayudarte.

―No, no es necesario. Ya pasará.

―¿Cómo estás seguro?

―No lo estoy, pero espero que se acabe.

―¿Y si no sucede?

―Entonces tendré que lidiar con el hecho de que mi pasado nunca va a sentirse mío. ―Se encogió de hombros.

―Eso no suena como un buen plan. ―Soltó una pequeña carcajada.

―Es porque no es un plan. ―Sonrió ligeramente―. Solo me estoy conformando.

El que había llegado recién no supo que añadir, así que se quedó callado. Los dos se mantenían en silencio viendo la ciudad. Era de noche y todo estaba iluminado con distintas luces. Desde farolas hasta letreros. Por más oscuro que debería estar, el ser humano siempre tuvo miedo y creó algo para lidiar con esa fobia: la luz eléctrica. Ahora era difícil encontrar lugares poco alumbrados.

―¡Lo tengo! ―exclamó el que se sentía desanimado. Su acompañante se exaltó un segundo por el acto tan repentino―. Es como si todas las luces de la ciudad se apagaran y hubiera oscuridad con la que aún no estoy listo para lidiar.

―¿Por qué iban a apagarse todas las luces? ―Las cabezas de ambos pensaban en cosas distintas, pues ambos diferían en su apreciación del mundo.

―Tal vez algo está mal y debo arreglarlo, pero habiendo tantas luces, ¿por dónde podría empezar? ―No esperaba que su amigo le entendiera. Él era más realista y las metáforas no le encajaban―. O podría ser una falla temporal ―le restó importancia.

―A veces quisiera poder descifrar tus palabras. ―Tenía el ceño fruncido.

―No necesitas hacerlo, es divertido ver tu cara. ―Sonrió de manera burlona―. Además no necesito que me entiendas. ―Calló mientras pensaba en su metáfora―. Seguro todas las luces de tu ciudad están prendidas.

―Supongo. ―Podía entender lo que quería decir, pero le parecía poco práctico diluir los problemas de esa manera.

Luces apagadas. En definitiva la oscuridad le asustaba, como a la mayoría de personas. Muchas cosas podían esconderse en ella y no sería capaz de saberlo. La oscuridad es amiga de lo malo. No puedes ver lo que esconde o lo que guarda. Simplemente es un misterio que nadie quiere develar.

―Siempre he pensado que tu vida es perfecta ―dijo de repente.

―No lo es, puedo asegurártelo.

―Tal vez, pero tú nunca te has sentido ajeno a ti mismo. Eres afortunado según lo veo.

―Creo que nunca me he sentido afortunado. Lo que ves no es todo lo que hay.

―Saber ocultarlo te hace afortunado. ―Le parecía bueno que a su amigo nadie le viera extraño por tener algún problema mental. Él no corría con la misma suerte.

―En mi ciudad también hay luces apagadas. ―Le sonrió. Había usado esa metáfora sin pensarlo.

―¿Las encendemos? ―Su vista se clavaba en el contrario.

―No lo necesito, tengo más luces que lo compensan.

―Por eso sigo pensando que eres afortunado. ―Suspiró―. Yo no tengo ni una luz que me salve ―mintió un poco.

―Tal vez no la has encontrado. Seguro no la has buscado.

De pronto el chico que se sentía ajeno a sí mismo se puso de pie. Ambos estaban sentados al borde del lugar; un mal movimiento y seguro caían de la azotea. El muchacho estiró sus brazos, ahora estaba en forma de cruz. Podía sentir el frío viento de la noche. Levantó un poco la cabeza, cerró sus ojos y sonrió. Su amigo le veía desde abajo tratando de entender el porqué de sus acciones.

―Si diera un paso al frente, podría caer y terminar con todo. ―Su voz era calmada, como si lo que dijera fuera una nimiedad―. Si diera un paso atrás, estaría a salvo y seguiría en la oscuridad. ¿Qué harías tú?

―¿Yo? ―La persona de pie asintió―. No lo sé.

―Muchas veces he pensado en dar un paso adelante, ¿sabes? Después de todo es lo más fácil. ―Tenía razón. Terminar todo con un movimiento. Poder salir de la oscuridad que le estaba consumiendo era una idea tentadora.

―Tienes razón. ―No podía negar que era sencillo dar el paso―. ¿Por qué no lo has hecho? ―No era que quisiera que su amigo muriera, pero quería la respuesta.

―Hace tiempo busqué la luz, esa que dices. ―Bajó sus brazos y volvió a ver al frente―. Encontré algunas y por eso sigo dando el paso hacia atrás.

―¿Dónde están esas luces? ―Siempre había sido tan curioso.

Su amigo volvió a sentarse en la posición anterior y clavó su vista en él. Le vio con una gran sonrisa en el rostro; dejaba ver sus dientes y sus ojos casi desaparecían.

―Una está aquí. ―Apuntó a su acompañante.

―¿Yo? ―No podía creer que él fuera una de esas luces. Su amigo asintió con ímpetu.

―Cuando nos conocimos, todas mis luces empezaron a apagarse. Me sentía mal conmigo y mis amigos se alejaron. ―El contrario recordaba esos momentos con claridad. Al conocerse se toparon con alguien opuesto a ellos mismos―. Creí que todo estaba oscuro y luego me di cuenta que tú seguías iluminando mi ciudad. No importa si tu luz es fuerte o débil, porque sigues ahí. Debería agradecerte.

Estaba atónito. ¿Qué se supone que tenía que responder a eso? Él no lo sabía. Se mantuvo en silencio buscando una respuesta, pero todas se quedaban cortas ante una confesión tan grande. Nunca se había sentido importante para nadie, ni siquiera para sus padres, aún cuando ellos estaban muy al pendiente de él.

―Me alegra ser una luz para ti ―dijo finalmente sin estar convencido de que fuera una buena respuesta.

―No se supone que debía conocerte ese día. Yo iba a tirarme al río. ―Cerró sus ojos y empezó a recordar―. Iba a dar un paso al frente porque no tenía razones para hacer lo contrario.

―Yo tampoco debía conocerte. ―Era algo que nunca habían hablado―. Yo me escapé de mis clases de piano. No debía estar en ese lugar.

―¿De verdad? Entonces nuestro destino era encontrarnos. ―Estaba feliz.

―Yo quería huir de casa ese día. Estaba cansado de ser perfecto. Ese día tú hiciste que viera lo afortunado que era. Te volviste una luz para mí también.

―Seremos nuestras luces eternas. ―Levantó su mano con el meñique extendido―. Está prohibido dar un paso al frente.

―No debemos apagarnos. ―Sonrió y entrelazó su meñique―. Gracias por ser mi luz.

―Gracias a ti por ser la mía.

Ambos habían sellado una promesa que les daba seguridad. Ahora sabían que tenían una luz, sin importar que el resto de ellas se apagaran, sin importar que esa luz perdiera su potencia de vez en cuando. Con una sola luz serían capaces de afrontar esa oscuridad que tanto miedo podía llegar a causar.

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