Capítulo 8


Narra Esther

La noche caía sobre el vecindario, bañando las calles con un resplandor anaranjado mientras subía las escaleras hacia mi apartamento. Fue entonces cuando me percaté de un hombre sentado en el rellano frente a mi puerta, encorvado, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en el suelo. No sé por qué me produce tanta curiosidad, y a la vez, un poco de miedo de que sea algún asesino o violador en serie. No puedo olvidar que vivo sola, y que aunque con un solo timbrazo a mis hermanos, a pesar de que me ayudarían tardarían en llegar por la distancia. Ya que lo quise de esta forma para que no se entrometieran tanto en mi vida.

Es demasiado atosigante tener hermanos mayores, que sobreprotegen demasiado.

A pesar de todos mis pensamientos, no pude evitar detenerme. Había algo en su expresión, en la forma en que parecía cargar con el peso del mundo, que me empujó a acercarme. Como si su alma llamara a la mía.

—¿Estás bien? —pregunto con suavidad, sentándome a su lado sin esperar una invitación. Y así le digo adiós a todas mis reservas.

Levantó la vista, sorprendiéndose por mi presencia. Al parecer estaba tan sumergido en sus pensamientos que no me notó. Por un momento, pareció debatirse entreabrirse o no. Finalmente, soltó un largo suspiro.

—Solo... muchas cosas en mi cabeza, —respondió, con un deje de amargura.

Lo observó en silencio, dejando que el peso de sus pensamientos encontrara espacio en el aire. No quería ser entrometida, pero hay momentos que necesitamos desahogarnos, aunque sea con un extraño.

—A veces ayuda hablarlo, —dije finalmente.

Él me miró, como si estuviera midiendo la sinceridad en mis palabras. Había algo que me inspiraba confianza, y como si mi yo interior clamara por el suyo, como si mi presencia pudiera sostener sus fragmentos rotos. Poco a poco, me contó sobre su viaje a México, sobre el rechazo de sus padres biológicos y cómo eso lo había dejado vacío.

Escuché en silencio, mi corazón encogiéndose con cada palabra.

—Santiago, —dije cuando él terminó, con toda la calidez que pude encontrar. —No sé cómo debió sentirse todo eso, pero lo que sí sé es que mereces algo mejor que lo que te dieron. No estás solo.

Él asintió lentamente, agradeciendo mi apoyo. Antes de que el momento se pusiera incomodo, me puse de pie, con una sonrisa ligera.

—Vamos, —murmure, tendiéndole una mano

—¿A dónde?

—A cenar. Necesitas algo para distraerte, y yo necesito compañía para no cenar sola.

Dudó por un momento antes de tomar mi mano. Esa noche, en el pequeño restaurante al que fuimos, hablamos de cosas más ligeras: de moda, de viajes, de los sueños que aún no nos habíamos atrevido a perseguir. Fue un respiro para ambos, un momento para alejarse de las sombras que nos perseguían.

Narra Santiago

Esther cumplió con su promesa de ayudarme a encontrar trabajo. Sin embargo, mientras esperaba respuestas de algunas entrevistas, comenzó a invitarme a su taller de moda, un pequeño espacio lleno de telas, patrones y maniquíes que ella adoraba.

—No tienes que hacer nada complicado, —me dijo el primer día, mientras me mostraba cómo organizar los materiales. —Solo necesito un par de manos extra.

Lo que empezó como un favor pronto se convirtió en una rutina. Al parecer soy sorprendentemente bueno ayudando a cortar telas y ensamblar piezas, aunque al principio lo hacía con torpeza. Pero lo que más disfrutaba era la compañía de Esther. Ella hablaba con pasión sobre sus diseños, sus planes para expandir su tienda, y sus ojos brillaban de una manera que me hacía olvidar todo lo demás. Por su parte, notaba cómo Esther parecía más relajada cada vez que estaba en el taller.

El sol se filtraba por los ventanales del taller de Esther, bañando el espacio con una cálida luz dorada. Estaba inclinado sobre una mesa, con las manos ocupadas en cortar una pieza de tela siguiendo las líneas que Esther había dibujado en el patrón. Ella, por su parte, ajustaba la costura de un vestido en uno de los maniquíes, tarareando una melodía suave que flotaba en el aire como un bálsamo.

El sonido de pasos fuertes en el pasillo rompió la tranquilidad. Un hombre alto y corpulento entró al taller sin previo aviso, cargando una bolsa de tela al hombro.

—¡Esther! —gritó con entusiasmo mientras dejaba la bolsa en el suelo.

Esther giró sobre sus talones y esbozó una sonrisa amplia.

—¡Bryson! ¿Qué haces aquí?

—Traje las telas que me pediste, —respondió, lanzando una mirada curiosa hacia mí, que me encontraba de pie, observando al recién llegado con una mezcla de sorpresa y cautela. Ya que no sabía qué relación tiene con Esther.

—Gracias, eres un salvavidas, —dijo Esther antes de acercarse para abrazarlo. Luego, señalando hacia mí, agregó—: Bryson, él es Santiago, un amigo y mi ayudante estrella en el taller. Santiago, él es mi hermano, Bryson.

—¿Amigo, ¿eh? —Bryson arqueó una ceja, evaluándome con una mirada intensa, aunque no hostil.

—Un placer conocerte, —dije, extendiendo la mano con seriedad.

—El placer es mío, amigo, —respondió Bryson, apretando su mano con fuerza. Luego, dirigiéndose a Esther, añadió en tono bromista—: ¿Así que contrataste a un modelo para cortar telas?

Esther soltó una carcajada.

—No es modelo, pero tiene talento, te lo aseguro.

Decidí centrarme de nuevo en el trabajo, aunque no pude evitar escuchar la conversación que seguía entre los hermanos.

—Entonces, —dijo Bryson en voz baja mientras me miraba de reojo—, ¿qué pasa con este chico?

—Nada pasa, Bryson, —respondió Esther, rodando los ojos. —Es un buen amigo, y está ayudándome mientras encuentra algo más permanente.

—Mmm, —gruñó Bryson, sin convencerse del todo.

Esther le dio un suave golpe en el brazo antes de cambiar de tema.

—¿Y cómo están mamá y papá?

—Igual de insistentes con que les lleves uno de tus diseños.

Mientras hablaban, me sentí cada vez más cómodo con la presencia de Bryson. El hermano de Esther tenía un aire protector, pero también un poco gruñón y un sentido de humor que pronto relajó el ambiente.

—Así que, Santiago, —dijo Bryson más tarde, mientras se apoyaba en la mesa de trabajo—. ¿Cómo terminaste aquí?

Levanté la vista, sorprendido por la pregunta directa. Pero algo en la forma en que Bryson me miraba, con genuina curiosidad, me animó a responder.

—Es una larga historia, pero digamos que Esther me encontró en un mal momento y me ofreció una mano amiga.

Bryson asintió lentamente, como si procesara las palabras.

—Bueno, sí Esther confía en ti, eso ya dice mucho. Solo no te atrevas a fallarle, ¿entendido? —Aunque su tono era ligero, había un trasfondo serio en sus palabras.

—Nunca, —respondí con firmeza.

Bryson pareció satisfecho con la respuesta y luego volvió a bromear sobre la cantidad de tiempo que Esther pasaba en el taller.

Cuando finalmente se fue, me acerque a Esther.

—Tu hermano es... intenso.

Ella se rio.

—Es un oso gigante. Le cuesta confiar en las personas, pero es inofensivo... la mayoría de las veces.

—Bueno, parece que yo aprobé su prueba.

Esther lo miró, divertida.

—Créeme, eso no pasa todos los días.

Esa noche, mientras volvía al pequeño apartamento, no podía evitar sonreír. La relación que estaba construyendo con Esther era cada vez más importante para mí, y ahora, conociendo a su hermano, sentía que estaba entrando en su vida de una manera más profunda. Aunque aún quedan muchas dudas en mi corazón, por primera vez en mucho tiempo, empezaba a sentirme en casa.

Nota: Feliz Navidad, espero les guste el capítulo y le este interesando la novela.

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