Capítulo 4


Narra Santiago

El calor africano es implacable, pero de algún modo me acostumbro a él. Ya han pasado varios meses desde que el doctor, Noah, aceptó un voluntariado en una clínica rural en Tanzania, y yo vine con él. Es un médico reconocido, un experto en neurología cuya reputación lo precede incluso en los lugares más remotos. Aquí, no es solo un doctor; es una especie de héroe, alguien que literalmente da vida donde parece que todo está perdido. Me he convertido en su asistente, aprendiendo sobre medicina básica, ayudando con lo que puedo, y sintiendo que hago algo útil.

Los días son agotadores, pero gratificantes. Sin embargo, no puedo ignorar la sensación que me atormenta, algo que ha crecido con cada mes que ha pasado desde mi accidente. Es como si hubiera una parte de mí que no encaja en esta nueva vida, y el vacío de no saber quién fui antes de despertar en el hospital me consume. A veces, tengo fugaces recuerdos, rostros borrosos que aparecen en mis sueños o sensaciones de nostalgia que surgen de la nada. Especialmente, un rostro. El de un hombre, vagamente familiar, que me llena de tristeza cuando trato de recordar. No sé quién es, pero siento que lo conocí muy bien. Aunado a eso, se ha añadido otro rostro, pero de una joven mujer, el cual me desgarra el alma porque siento como si sus emociones fueran las mías.

Después de siete meses en África, finalmente reúno el coraje para hablar con el doctor. Estoy decidido a irme.

—Quiero ir a México —le digo una noche, después de la cena. Estamos sentados fuera de la clínica, bajo un cielo estrellado.

El doctor me mira con sorpresa. No creo que esperara algo así, no después de todo lo que hemos compartido en este tiempo. Pero en sus ojos también hay una comprensión silenciosa.

—¿Por qué México? —pregunta con suavidad.

—Es lo más cerca que tengo a una pista —respondo, tratando de ocultar la ansiedad en mi voz—. No sé si encontraré algo, pero necesito buscar. No puedo seguir ignorando lo que siento.

Noah suspira, se inclina hacia adelante y me mira con la preocupación de un padre.

—Santiago, sé que necesitas respuestas, pero tu vida anterior... hay indicios de que era peligrosa. No quiero que te expongas a algo que pueda ponerte en riesgo.

—Noah, esto es algo que debo hacer —le digo, con una firmeza que incluso me sorprende. Nunca antes le había hablado con tanta seguridad sobre mi necesidad de buscar mi pasado—. Estoy agradecido por todo lo que tú y Amy han hecho por mí. Me han dado una familia cuando no tenía nada. Pero si no averiguo quién soy, nunca podré estar en paz.

El doctor asiente, reconociendo que no puede detenerme.

—Si es lo que realmente deseas... está bien. Pero prométeme que serás cuidadoso. México puede ser un lugar tan peligroso como cualquier otro si no sabes dónde estás pisando.

Lo prometo —digo con una sonrisa que intenta disipar la tensión—. Y gracias por confiar en mí.

Antes de irme, el doctor me entrega una tarjeta de crédito. Es la misma que me dio hace unos meses, una que nunca he usado.

—Es para lo que necesites. Todo lo que tenemos, Santiago, también es tuyo.

Aprecio el gesto, pero ya lo había decidido. Cuando llegue a México, buscaré un trabajo. Quiero depender de mí mismo, ganar mi propio dinero y no cargar con el peso de lo que no he conseguido por mi cuenta. Ser parte de la familia de Noah y Amy es un regalo que no tomé a la ligera, pero hay un límite hasta donde puedo aceptar su generosidad sin sentir que estoy huyendo de mi responsabilidad de enfrentar mi propio destino.

El día que dejo África, me despido de Noah y Amy, prometiendo mantenerme en contacto. La incertidumbre de lo que me espera es abrumadora, pero sé que estoy dando un paso importante. Tal vez México tenga las respuestas que busco, o tal vez solo me lleve a nuevas preguntas. Pero estoy dispuesto a averiguarlo.

Una semana después.

Estoy en la Ciudad de México, en un pequeño departamento que alquilé apenas llegué. Las noches son ruidosas, con el bullicio del tráfico y los gritos de los vendedores ambulantes, pero es el silencio el que más me inquieta. Es en esos momentos cuando mi mente se desborda de preguntas sin respuesta. Me tumbo en la cama, mirando el techo y tratando de ordenar las piezas de un rompecabezas roto.

Fue hace unas noches cuando sucedió por primera vez, y desde entonces, el mismo recuerdo vuelve a mí de manera cada vez más nítida. Es como un fragmento perdido de un sueño que regresa sin aviso, cada vez con más detalles. Estoy corriendo en la oscuridad. El sonido de disparos retumba en mis oídos, y la adrenalina me llena el cuerpo, empujándome a seguir adelante, a no mirar atrás. Siento el asfalto bajo mis pies, los latidos de mi corazón desbocados. Giro por una esquina, jadeando por aire. Las luces de los coches destellan en la distancia, y la sensación de peligro es tan palpable que casi puedo tocarla. Pero se siente como una adrenalina poderosa y como si me gustara.

Luego, de repente, el recuerdo se desvanece, como si alguien apagara una luz, y estoy otra vez en mi habitación. El miedo todavía persiste, ese tipo de miedo que se queda en tu piel incluso cuando sabes que ya no corres peligro. Pero hay algo más, una certeza que me sacude hasta lo más profundo: mi pasado no era simplemente oscuro, estaba envuelto en peligro real. Una parte de mí entiende que esto no es solo un juego de la mente, sino una advertencia. Mi vida anterior estaba ligada a algo más grande, más peligroso de lo que he podido imaginar.

Me levanto de la cama y me acerco a la ventana. Las luces de la ciudad parecen más distantes ahora, como si ese destello de normalidad no pudiera alcanzarme. ¿Qué clase de persona era antes del accidente? ¿Por qué alguien como yo estaría huyendo, en medio de disparos y persecuciones? La ansiedad se enrosca en mi pecho, ahogándome. Necesito respuestas, necesito saber quién era y por qué siento este impulso constante de seguir moviéndome, como si todavía estuviera siendo perseguido.

He intentado ignorar estas preguntas desde que llegué a México. Me he centrado en buscar trabajo, en establecerme aquí y empezar desde cero. Pero es inútil, mis recuerdos no me lo permiten. Cada día que pasa, la sensación de urgencia se hace más fuerte, y temo que, si no hago algo pronto, podría perderme a mí mismo. La incertidumbre es una sombra que no se va.

Esta ciudad es enorme, un laberinto donde es fácil perderse, pero también esconderse. No sé por dónde empezar a buscar las respuestas que necesito, pero estoy decidido a encontrarlas. Porque con cada fragmento de memoria que vuelve, también lo hace un pedazo de mí, y no puedo quedarme esperando a que el próximo disparo sea más que un eco en mi mente.

Aquí, en la Ciudad de México, siento que estoy más cerca de algo, aunque todavía no sé qué es. Pero es el único lugar donde puedo comenzar a atar los cabos sueltos de mi vida. Ya que el informe menciona que nací aquí, necesito encontrar más pistas solidas.

Narrador omnisciente

El hombre lo observaba desde la distancia, oculto en las sombras de la abarrotada Ciudad de México. Había seguido a Santiago, el nombre con el que ahora se hacía llamar, durante semanas. En realidad, no era Santiago, sino alguien mucho más importante para ellos. Un sujeto que alguna vez formó parte de la misma agencia que él, bajo la tutela de Bruno, un hombre poderoso cuyas operaciones trascendían fronteras. Pero Santiago no lo sabía. No recordaba nada de su vida pasada ni de la misión que lo llevó a desaparecer tras aquel accidente.

La agencia había rastreado sus movimientos, reconstruido cada paso que había dado desde que llegó a México. Era evidente que Santiago buscaba respuestas, pero lo hacía en medio de un entramado mucho más complejo de lo que él imaginaba. La verdad no solo le había sido ocultada, sino tergiversada, distorsionada por quienes querían aprovecharse de su vulnerabilidad. El exnovio de su hermana, un hombre cuya lealtad se compraba fácilmente, era uno de los que había contribuido a su desorientación. Había tejido una red de mentiras, enviando a Santiago en direcciones opuestas a la verdad. Pero él no era el único. Había alguien más, alguien con un interés personal en hacerle daño al padre de Santiago, alguien que también quería que el pasado permaneciera enterrado.

El agente se detuvo a pensar en su siguiente movimiento. No podía ser imprudente, no después de todo lo que había costado encontrarlo. Santiago estaba demasiado frágil, atrapado en una maraña de recuerdos borrosos y pistas confusas. Si lo enfrentaba de manera directa, podría provocar un colapso en su frágil estabilidad. El hombre necesitaba un plan más sutil. Por eso, en vez de intervenir abruptamente, había optado por una táctica distinta: dejar rastros. Pequeñas pistas, cuidadosamente colocadas, que guiaran a Santiago hacia la verdad. Pero estas no lo llevarían directamente a descubrir su identidad; en lugar de eso, lo dirigirían hacia un camino que lo acercara, poco a poco, a su verdadero hogar.

Después de un tiempo siguiéndolo, el agente comprendió que la mejor opción sería sacarlo de México antes de que el peligro llegara demasiado cerca. La situación se volvía más complicada; varios intereses estaban en juego, y la urgencia de actuar aumentaba con cada día. Pero no era prudente revelarlo todo de golpe. Santiago aún no estaba listo para enfrentarse a la realidad, no hasta que hubiera recuperado lo suficiente de sí mismo. Así que decidió llevarlo a un lugar donde su corazón pudiera encontrar un refugio, un sitio que lo conectara de nuevo con lo que había perdido, aunque fuera de forma inconsciente.

Las hermanas de Santiago vivían en otra ciudad, en Atlanta, lejos de la agitación de México. Enviarlo allí, en un aparente accidente del destino, era lo más seguro. Podía seguir dejándole pistas, susurrando en la distancia sin que él supiera que estaba siendo guiado. Santiago debía sentir que el camino se desplegaba ante él de forma natural, como si el destino le mostrara la ruta de regreso a casa. Una vez con sus hermanas, la conexión emocional que compartían podría ayudar a desbloquear sus recuerdos. El resto quedaría en manos del tiempo y de la capacidad de Santiago para descubrir quién era realmente.

El agente no estaba dispuesto a dejar que la verdad cayera en manos equivocadas, ni que el pasado de Santiago se convirtiera en una herramienta para aquellos que querían usarlo para sus propios fines. Por ahora, seguiría siendo una sombra, un guardián invisible. Porque el hombre que una vez conoció como un compañero merecía más que la oscuridad en la que había estado atrapado. Merecía saber quién era, y la oportunidad de encontrar el camino de regreso a lo que le habían arrebatado.

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