Capítulo 28
Narra Mykell
Era como si el universo entero estuviera conspirando para hacer de este día algo perfecto. El sol brillaba alto, el cielo despejado tenía un tono azulado que parecía prometer el tipo de paz que solo llega en los momentos más importantes de la vida. A lo lejos, los sonidos suaves de la música de la boda se mezclaban con las risas de los familiares y amigos que ya comenzaban a llegar. Y entre todo ese bullicio, yo solo podía pensar en un único lugar, un único pensamiento, y una sola persona: Esther. Mi futura esposa.
Había pasado tanto tiempo desde que todo empezó. Desde que me sentí perdido y solo, sin saber quién era, hasta encontrarla a ella, la mujer que nunca imaginé que encontraría. Hoy, ese viaje de redescubrimiento y de amor nos llevaba a este momento: el comienzo de nuestra vida juntos. La boda no era solo una ceremonia, era la culminación de todo lo que habíamos vivido, superado y prometido. Cada mirada compartida, cada conversación profunda, cada abrazo, y cada risa nos habían llevado hasta aquí. Y en un par de horas, todo lo que habíamos vivido se sellaría con un "sí" que resonaría en nuestros corazones por siempre.
El lugar donde nos casaríamos era una antigua finca que pertenecía a la familia de Esther. El jardín estaba decorado con esmero, con cortinas blancas que caían en suaves pliegues, combinadas con flores en tonos pastel que parecían sonreír al viento. El aire estaba impregnado con el perfume de las rosas, jazmín y lavanda, y las mesas estaban cuidadosamente dispuestas alrededor del altar, esperando ser testigos de una historia que estaba por comenzar. La estructura, antigua pero llena de encanto, era el escenario perfecto para lo que sentía que iba a ser un cuento de hadas.
En el vestíbulo de la finca, todo se movía con una energía especial. La habitación donde Esther se estaba alistando estaba llena de su madre, Rebecca, de Azul, y de las chicas que la acompañarían en su camino hacia el altar. Azul, con una mirada tranquila pero llena de orgullo, observaba cómo Esther se preparaba con nerviosismo y emoción. Su vestido estaba allí, a la vista, cubierto con una capa de seda, esperando ser la prenda que marcaría su transformación en la mujer que se uniría a mí para siempre.
Me escabullí en la habitación donde se encontraba mi futura esposa, Esther estaba sentada frente al espejo, con las manos temblorosas mientras su madre la ayudaba a ajustarse el vestido. Azul se acercó a ella y, con una sonrisa silenciosa, le dio un beso en la mejilla. Todo estaba listo, pero el nerviosismo de Esther era palpable. Al mirarse en el espejo, la emoción se reflejaba en sus ojos, como si fuera incapaz de creer que este día finalmente había llegado. Pero lo más hermoso era ver cómo ese nerviosismo se transformaba en una paz profunda, una certeza que había estado ahí desde el primer momento en que nos conocimos: que este era el camino correcto.
—¡Myke, sal de aquí! ¿Qué te pasa? No puedes ver a Esther antes de la ceremonia —dijo, Mar reprendiéndolo mientras lo empujaba hacia fuera.
—Solo quería asegurarme de que estaba bien —me defendí, con una risita culpable.
—Estoy bien, amor. Te veré en el altar —me dijo antes de que mi hermana me arrastrara fuera de la habitación.
Mi corazón latía aceleradamente mientras me preparaba también en la parte trasera del jardín. Mis hermanos y los amigos más cercanos ya se encontraban allí, bromeando y compartiendo una bebida, pero yo no podía pensar en nada más que en el momento en que la vería caminar hacia mí. Esa sensación de ansiedad, de emoción y de una gratitud inmensa por todo lo que habíamos vivido juntos, me consumía. Tenía ganas de correr hacia ella, de tomar su mano y no soltarla nunca más, pero sabía que este momento debía ser vivido con calma, con respeto a la ceremonia que habíamos soñado juntos.
Cuando el sonido de la música comenzó a sonar en el aire, las primeras notas de la canción que habíamos elegido para nuestra entrada al altar, todo se sintió irreal, pero al mismo tiempo, todo tuvo sentido. Cada segundo de preparación, cada detalle que habíamos planeado con tanto esmero, estaba a punto de cobrarse vida. Los invitados se sentaron en sus lugares, los familiares y amigos de ambas familias estaban reunidos, y el celebrante tomó su posición en el altar, listo para iniciar la ceremonia.
Y entonces, las puertas del vestíbulo se abrieron.
El primer paso que dio Esther, al caminar por el pasillo, fue como una ráfaga de luz en un día nublado. Allí estaba, en el umbral, con su madre a su lado, caminando hacia mí como un ángel que había sido enviado para iluminar mi vida. Cada paso suyo resonaba en mi pecho, como si el universo entero hubiera hecho una pausa para hacer que ese momento fuera eterno. Esther llevaba un vestido de novia diseñado por Azul, una obra maestra que se ajustaba a su figura de manera impecable. La tela, en un blanco puro, parecía capturar la luz de una manera que hacía resplandecer su piel y su sonrisa.
A medida que avanzaba, me sentí como si el tiempo se hubiera detenido. Cada mirada, cada paso, era una promesa. Y cuando finalmente llegó hasta mí, vi en sus ojos una mezcla de amor, de alegría y de la certeza de que estábamos tomando el paso más importante de nuestras vidas. Sentí que todo lo que habíamos pasado juntos, todas las dificultades y las bendiciones, nos habían llevado hasta allí, a ese altar, frente a nuestros seres más queridos, listos para compartir un futuro juntos.
El celebrante comenzó la ceremonia, y con su voz tranquila pero firme, nos guió en ese viaje sagrado. Cada palabra resonaba en mi alma, y en ese momento, supe que esto no era solo una tradición, sino un acto profundo y significativo de amor y compromiso.
—Mykell —dijo el celebrante—, ¿aceptas a Esther como tu esposa, para amarla y cuidarla, en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, durante todos los días de tu vida?
Mis palabras salieron con facilidad, como si las hubiera estado esperando toda mi vida:
—Sí, acepto.
Luego, el celebrante se volvió hacia Esther.
—Esther, ¿aceptas a Mykell como tu esposo, para amarlo y cuidarlo, en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, durante todos los días de tu vida?
Esther, con una sonrisa radiante que parecía iluminar todo el jardín, respondió:
—Sí, acepto.
Los aplausos de nuestros familiares y amigos llenaron el aire. Fue un momento de pura alegría, un grito colectivo de felicidad que se unía a nuestra unión. Y entonces, llegó el momento que todos habíamos estado esperando: el intercambio de los votos.
Tomé sus manos, con los dedos entrelazados, y mirando sus ojos con una sinceridad absoluta, comencé a hablar:
—Esther, mi amor, tú eres la razón por la que cada día me siento afortunado. Desde el primer día en que nos encontramos, supe que habías llegado para cambiar mi vida. Te prometo que, en cada paso de nuestro camino, estaré a tu lado, en las buenas y en las malas. Te amaré sin condiciones, te respetaré sin reservas, y siempre seré tu refugio. Hoy, frente a todos nuestros seres queridos, te doy mi corazón, mi alma y mi vida. Te prometo que siempre caminaré contigo, siempre a tu lado, siempre en tu corazón.
Esther me miró con los ojos llenos de lágrimas, pero con una sonrisa tan luminosa que todo lo demás parecía desvanecerse. Y con voz suave, pero firme, dijo:
—Mykell, desde el primer momento en que te conocí, mi vida cambió para siempre. Eres mi compañero, mi fuerza, mi amor. Te prometo que, a partir de hoy y durante todos los días de nuestras vidas, seré tu refugio y tu fuerza. No importa lo que el destino nos depare, sé que juntos podemos enfrentar todo. Te amo con todo mi corazón, y siempre te amaré, hasta el último de mis días.
Con esas palabras, el celebrante nos pidió que nos diéramos el primer beso como esposos. Nos inclinamos el uno hacia el otro, y cuando nuestros labios se encontraron, el mundo entero desapareció. Solo existíamos nosotros dos, nuestro amor sellado en ese beso, eterno, puro y verdadero.
La ceremonia terminó, pero nuestra historia apenas comenzaba. Al salir del altar, la gente estalló en vítores, y mientras caminábamos hacia la celebración, mi mano en la suya, su sonrisa en mi rostro, supe que había hecho la mejor elección de mi vida.
La recepción fue una extensión de ese amor, llena de risas, bailes y abrazos. Nuestros amigos y familiares celebraron con nosotros, pero lo más hermoso fue la complicidad que compartíamos Esther y yo. Cada mirada, cada toque, cada paso juntos en el baile nos recordaba por qué habíamos llegado hasta allí: porque el amor verdadero siempre encuentra su camino.
Esa noche, al final de la fiesta, mientras caminábamos hacia nuestro destino, con la luna llena iluminando nuestro camino, supe que todo lo que habíamos vivido había sido solo el principio de algo aún más grande. Y, con la promesa de seguir amándonos por siempre, tomé su mano con firmeza. Esta era nuestra vida, juntos. Y nada ni nadie nos separaría.
Narra Esther
Era como si el universo entero estuviera conspirando para hacer de este día algo perfecto. El sol brillaba alto en el cielo despejado, un azul profundo que prometía paz. Podía escuchar, a lo lejos, las notas suaves de la música que habíamos elegido para nuestra boda y las risas de los invitados que ya comenzaban a llenar el jardín. Desde mi habitación, con las manos temblorosas y el corazón latiendo desbocado, sabía que este día cambiaría mi vida para siempre.
—No te preocupes, hija. Todo va a salir perfecto —dijo mi madre, Rebecca, mientras ajustaba los últimos detalles de mi vestido.
Jazzlynn, mi prima, estaba a mi lado, tranquila pero emocionada, arreglándome el velo con una sonrisa que reflejaba orgullo y amor. Desde niñas, siempre habíamos soñado con este momento, y ahora que estaba aquí, era más hermoso de lo que podría haber imaginado.
—¿Lista para dar el gran salto? —preguntó Azul, colocando un mechón suelto detrás de mi oreja.
La miré por el espejo y asentí, aunque sentía un nudo en el estómago.
—Lista ... creo —respondí con una risa nerviosa.
La habitación estaba llena de energía. Las chicas que me acompañaban charlaban animadamente, pero yo apenas podía concentrarme. Solo pensaba en él, en Mykell, el hombre que había transformado mi vida de maneras que nunca creí posibles. Su amor había sido un faro en mis momentos más oscuros, y hoy, al caminar hacia él, sellaríamos nuestro destino juntos.
La puerta de la habitación se entreabrió de repente, y allí estaba él, espiando como un niño travieso. Mykell me miró con una sonrisa que podía derretir cualquier corazón, pero antes de que pudiera hablar, Mar, su hermana, lo atrapó en el acto.
—¡Myke, sal de aquí! ¿Qué te pasa? No puedes ver a Esther antes de la ceremonia —dijo, reprendiéndolo mientras lo empujaba hacia fuera.
—Solo quería asegurarme de que estaba bien —se defendió él, con una risita culpable.
—Estoy bien, amor. Te veré en el altar —le dije, sintiendo que mi corazón se calmaba solo con verlo.
Cuando la puerta se cerró, suspiré. Todo estaba listo. Mi vestido, diseñado por Azul, era una obra de arte. Cada detalle, desde los encajes hasta las perlas bordadas, había sido cuidadosamente elegido para reflejar lo que este día significaba para mí. Pero más allá de la apariencia, sentía que llevaba conmigo algo más: la historia de amor que habíamos construido juntos.
Minutos después, mi padre, quien había llegado especialmente desde el extranjero para estar conmigo, entró en la habitación. Su expresión, mezcla de orgullo y emoción, me hizo contener las lágrimas.
—Te ves hermosa, Esther. Tu madre y yo siempre supimos que este día llegaría, y no podría estar más feliz por ti.
—Gracias, papá. Significa mucho que estés aquí —respondí, abrazándolo con fuerza.
Finalmente, llegó el momento. Cuando las puertas del vestíbulo se abrieron, sentí que el aire abandonaba mis pulmones. El pasillo estaba lleno de nuestros seres queridos, pero mis ojos solo buscaron uno: Mykell. Allí estaba él, esperándome con una expresión que no podía describir. Era amor puro, una emoción que llenaba cada rincón del lugar.
Cada paso que daba hacia él sentía como un eco en mi alma, una confirmación de que todo en mi vida había conducido a este momento. Cuando finalmente llegué a su lado, y nuestras manos se encontraron, todo el nerviosismo desapareció. Su mirada me ancló, me llenó de una paz que solo él podía darme.
El celebrante comenzó la ceremonia, guiándonos con palabras que parecían resonar con el universo mismo. Cuando llegó el momento de los votos, escuché a Mykell hablar con una pasión y una sinceridad que me hizo sentir como la mujer más afortunada del mundo. Y cuando fue mi turno, supe exactamente qué decir.
—Mykell, desde el primer momento en que te conocí, mi vida cambió para siempre. Eres mi compañero, mi fuerza, mi amor. Te prometo que, a partir de hoy y durante todos los días de nuestras vidas, seré tu refugio y tu fuerza. No importa lo que el destino nos depare, sé que juntos podemos enfrentar todo. Te amo con todo mi corazón, y siempre te amaré, hasta el último de mis días.
Cuando el celebrante nos declaró marido y mujer, el beso que compartimos selló nuestra historia. Fue un momento eterno, lleno de amor y certeza. A partir de ese instante, todo fue celebración. La recepción fue un torbellino de risas, música y cariño de nuestra familia y amigos, pero para mí, lo más importante fue la sensación de que todo estaba en su lugar.
Esa noche, bajo la luz dela luna, mientras caminábamos juntos hacia nuestro futuro, sentí que este erasolo el principio. Tomando su mano con fuerza, supe que no había nada que nopudiéramos enfrentar juntos. Este era nuestro camino, y estaba lista pararecorrerlo con él, siempre a su lado
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