Capítulo 21


Narra Santiago

La cena en casa de los padres de Esther estaba en su punto álgido cuando la puerta principal se abrió nuevamente. Entraron Luther y Bryson, saludando con su energía habitual, pero esta vez no venían solos. Detrás de ellos, una mujer hizo su entrada, luciendo impecable como siempre.

Era el tipo de persona que llenaba una habitación con su presencia, aunque no necesariamente de forma cálida. Su porte elegante y su mirada fría no dejaban espacio para dudas: era alguien acostumbrada a obtener lo que quería. Había oído poco sobre ella antes, solo comentarios dispersos de Esther y su familia, que no eran precisamente halagadores.

—No quisimos dejarla sola en su departamento —explicó Luther al saludar a los anfitriones—, y como Azul iba a estar aquí, pensamos que sería una buena idea traerla.

—Sí, claro, tiene sentido —respondió Rebeca, la madre de Esther, con una sonrisa cortés, aunque su incomodidad era evidente.

Esther me lanzó una mirada que lo decía todo. Ella no tenía aprecio por la actriz, y ese sentimiento parecía ser mutuo. Nunca había entendido del todo la animosidad entre ellas, pero no era mi lugar intervenir.

Mientras las conversaciones continuaban en la sala, Rebeca me pidió ayuda en la cocina. Me levanté con gusto para ayudarla, y al entrar noté que no éramos los únicos allí. La actriz que ahora sé que se llama Mar, Bryson y Luther estaban revisando algo junto al mostrador.

—Santiago, ¿podrías llevar esto al comedor? —dijo Rebeca, señalando una bandeja.

Asentí, tomando la bandeja con cuidado. Pero antes de salir, un movimiento llamó mi atención. Mar se giró hacia mí, y en cuanto nuestros ojos se encontraron, su expresión cambió por completo.

Su rostro, normalmente inquebrantable, se transformó en una mezcla de sorpresa y emoción. Dejé de caminar, confundido por el repentino cambio en su actitud.

—¿Myke? —su voz salió en un susurro, como si no pudiera creer lo que veía.

Antes de que pudiera reaccionar, dejó lo que estaba haciendo y corrió hacia mí. En un instante, estaba rodeado por sus brazos, abrazándome con fuerza mientras la bandeja al caer llamó la atención de los presentes.

—¡No puede ser! ¡Eres tú! —exclamó, con lágrimas corriendo por su rostro.

Toda la sala quedó en silencio. Podía sentir las miradas de todos sobre nosotros. La bandeja y lo que contenía estaba dispersa en el suelo, pero no sabía qué hacer. No entendía qué estaba pasando ni por qué esta mujer, que hasta hace unos segundos parecía distante, reaccionaba así.

—Mar, ¿qué estás haciendo? —preguntó Bryson, rompiendo el silencio. Su tono era una mezcla de confusión y preocupación.

—¡Es él! —dijo Mar, ignorando a todos mientras seguía abrazándome—. Pensé que nunca volvería a verte.

Esther se levantó de su asiento, con una expresión de incredulidad y algo más que no pude identificar del todo.

—¿Qué significa esto? —preguntó, con una voz que intentaba mantenerse firme.

Me aparté suavemente de Mar, mirándola con cautela.

—Mar... no entiendo. ¿Nos conocemos? —le pregunté, tratando de ordenar el torbellino en mi mente.

Ella me miró con ojos llorosos, pero antes de que pudiera responder, Rebeca intervino.

—Será mejor que todos nos calmemos y hablemos con tranquilidad.

El ambiente estaba cargado. Todos tenían preguntas, y yo era el primero en querer respuestas. Pero mientras veía a Mar mirarme con una mezcla de alivio y añoranza, no podía evitar sentir que este momento iba a cambiarlo todo.

Narra Mar

El momento en que vi a Mykell entrar a la cocina, el mundo pareció detenerse. Mi corazón dio un vuelco, y por un segundo pensé que la imaginación me estaba jugando una broma cruel. Pero no, allí estaba él. Esos ojos, aunque ahora más maduros y con una extraña frialdad, eran inconfundibles.

—¿Mykell? —susurré, sin poder contenerme.

Él giró la cabeza hacia mí, sus cejas se fruncieron levemente. Había algo en su expresión: una mezcla de desconcierto y precaución.

—¿Nos conocemos? —preguntó, su voz baja, casi distante.

Antes de que pudiera responder, Esther apareció detrás de mí con una taza en la mano. Noté cómo sus ojos se estrechaban al vernos.

—¿Todo bien aquí? —dijo, fingiendo casualidad, pero el filo en su tono era evidente.

—Sí, solo que... —mi voz se quebró, todavía mirando a Mykell—, creo que necesitamos hablar.

—¿Hablar? —Mykell parecía aún más confundido. Miró a Esther, como si esperara que ella explicara algo, pero ella simplemente se cruzó de brazos, claramente molesta.

—¿Quién es ella? —le preguntó Esther, dirigiéndose a Mykell, pero sin apartar la mirada de mí.

Antes de que pudiera explicar, Bryson hizo notar su presencia llenando el espacio de una energía palpable. Sus ojos se clavaron en mí, luego en Mykell, y una sombra de desconfianza cruzó su rostro.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, con un tono que pretendía ser relajado, pero no lograba ocultar la tensión.

Yo intenté hablar, pero las palabras se enredaban en mi garganta.

—Ella me llamó por un nombre que no reconozco —intervino Mykell, como si quisiera aclarar la situación para todos, aunque su mirada seguía siendo incierta.

—¿Mykell? —repitió Bryson, su ceño fruncido—. ¿Por qué lo llamaste así, Mar?

Sentí que las miradas de todos pesaban sobre mí. Respiré hondo, tratando de reunir el valor para responder.

—Porque ese es su nombre —dije, mirando fijamente a Mykell sin evitar que las lágrimas se derramaran, la angustia de tanto tiempo de búsqueda—. Tú eres Mykell... Mi hermano.

La palabra "hermano" cayó como una bomba en la habitación.

Mykell retrocedió un paso, como si acabara de recibir un golpe. Esther soltó una risa nerviosa, aunque sus ojos reflejaban incredulidad y... algo más. ¿Celos?

—¿Qué clase de broma es esta? —espetó Esther, lanzándome una mirada acusadora—. ¿Ahora vienes con historias familiares?

—Espera, ¿qué? —Bryson se acercó a mí, sus ojos oscuros y cargados de emoción—. ¿Pensé que habían dado por muerto a tu hermano después de tener dos años de desaparecido?

—Las autoridades lo dieron por muerto, ya que era muy difícil que sobreviviera al accidente —respondí, sintiendo cómo mi voz temblaba bajo la presión—. Pero lo reconozco, sé que es él.

—Esto no tiene sentido —repitió Mykell, llevando una mano a su cabeza como si quisiera ordenar las piezas de un rompecabezas imposible—. Yo... pensé que era huérfano. Ellos me dijeron que era Santiago.

Mis labios se entreabrieron, pero no salió ninguna palabra.

—Las autoridades en Serbia me dijeron que no tenía a nadie —continuó, su tono lleno de incertidumbre—. Una familia misionera en México me adoptaron. Noah, mi padre adoptivo, es médico. Él y su esposa me adoptaron cuando se enteraron que no tenia a nadie que me buscara.

Su mirada se encontró con la mía, buscando algo, tal vez una contradicción, tal vez una verdad.

—Si todo esto es cierto, ¿por qué nunca me buscaron?

Su pregunta me atravesó como un dardo, pero me mantuve firme.

—Nunca te dimos por muerto, Mykell —le respondí con el corazón en la garganta—. Durante estos años tuvimos esperanza. Algo... algo en nosotros nos decía que estabas vivo.

Él sacudió la cabeza, como si mis palabras fueran demasiado para procesar. Esther, de pie a su lado, cruzó los brazos con visible incomodidad, mientras Bryson parecía listo para intervenir en cualquier momento, sus ojos oscilando entre Mykell y yo.

El sonido de pasos rápidos interrumpió el tenso silencio, y al girarme vi a Azul entrar en la cocina. Su cabello estaba un poco revuelto, y había un brillo en sus ojos que no podía descifrar.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, mirando a cada uno de nosotros.

Antes de que pudiera responder, su mirada se posó en Mykell. Sus ojos se abrieron de golpe, y su respiración se volvió entrecortada.

—No puede ser... —susurró, llevándose una mano a la boca.

—¿Azul? —trate de decirle lo que estaba ocurriendo.

Ella no respondió. En lugar de eso, cruzó la habitación en un instante y lo abrazó, como si temiera que él desapareciera. Mykell pareció congelarse por un segundo ante de que sus brazos, casi por reflejo, correspondieran al abrazo.

—Eres tú... —dijo Azul con lágrimas en los ojos—. Mi hermano.

Mykell se quedó inmóvil, y cuando finalmente se separaron, sus ojos oscilaban entre Azul y yo.

—¿Ustedes son las mujeres del sueño? —preguntó de repente, su voz quebrándose al final.

Todos lo miramos con desconcierto, pero Azul fue la primera en responder.

—¿Qué sueño?

—No sé cómo explicarlo —dijo Mykell, frotándose las sienes—. A veces sueño con dos mujeres, una con tu cabello —dijo, señalándome— y otra con el tuyo. Siempre hay una sensación de paz, pero nunca entendí qué significaba.

Azul y yo nos miramos, sintiendo cómo las piezas comenzaban a encajar.

—Siempre supe que estabas vivo —dije, acercándome un paso más—. Lo sentía, en mi corazón.

—Y yo también —añadió Azul, colocando una mano en el brazo de Mykell—. Siempre supe que algún día nos volveríamos a encontrar.

Mykell retrocedió un paso, confundido, pero visiblemente conmovido.

—Esto es... demasiado.

Estaba claro que esta conversación apenas comenzaba, y que todos teníamos muchas verdades por enfrentar.

Decidí que no podía quedarme con las dudas.

—¿Puedo preguntarte algo personal? —dije, con la voz temblorosa.

—Claro —respondió, apoyándose contra la barandilla, con una postura tranquila pero alerta.

—¿Recuerdas algo de tu vida antes de... esto? —quise saber, señalando vagamente hacia la casa y, por extensión, su vida actual.

Su rostro se endureció, y bajó la mirada.

—No mucho —admitió después de unos segundos de silencio—. Perdí la memoria hace unos años. Sufrí un accidente. Cuando desperté, no sabía quién era, ni de dónde venía. Me dieron un nombre, Santiago, y reconstruí mi vida desde ahí.

Sentí un nudo en la garganta. Eso explicaba por qué no nos reconocía, por qué sus ojos, aunque familiares, nos miraban como si fuéramos una extraña.

—¿Por qué preguntas? —añadió, con un leve tono de sospecha.

Tomé aire profundamente. No podía seguir ocultándolo.

—Porque quiero entender por qué no volviste a casa.

Él frunció el ceño, visiblemente intrigado, pero no dijo nada, esperando a que continuara.

—No importa lo que te hayan diche, eres Mykell de la Barrera. Mi hermano gemelo.

El silencio que siguió fue ensordecedor después de las palabras de Azul.

—Eso no puede ser —murmuró finalmente, negando con la cabeza.

—Sí, sí puede. Hace años, tú... tú desapareciste. Tuviste un accidente, y nunca te encontramos. La familia te buscó por todas partes, pero nunca hubo una pista clara. Ahora entiendo por qué. Tenías amnesia, y te dieron un nombre nuevo.

Él seguía mirándome con incredulidad, pero también con una chispa de algo más. ¿Reconocimiento, quizás?

—¿Qué pruebas tienes de esto? —preguntó finalmente, aunque su tono ya no era de rechazo, sino de duda mezclada con esperanza.

—Azul. Mi hermana. Nuestra hermana. Ella nunca dejó de buscarte, Mykell. Y yo tampoco. Además, tenemos fotos que lo comprueban, y si deseas podemos hacernos una prueba de ADN.

Él se llevó una mano a la cabeza, como si intentara procesar todo de golpe.

—Esto es... demasiado.

—Lo sé —respondí, acercándome lentamente—. Pero, por favor, confía en mí. No estoy mintiendo.

Él guardó silencio, mirando hacia el horizonte, perdido en sus pensamientos.

—Si lo que dices es cierto... entonces todo lo que creo saber sobre mí no es real.

—No todo —dije suavemente—. Lo que has vivido desde entonces también es parte de ti. Pero ahora tienes la oportunidad de recuperar lo que te fue arrebatado.

Mykell, no respondió de inmediato. Pero en su mirada vi algo que no había visto antes: una puerta entreabierta hacia su verdadera identidad. Y aunque sabía que este viaje no sería fácil, estaba decidida a ayudarlo a recordar quién era, y a reunirlo con la familia que nunca dejó de buscarlo.

Jazlynn, que había estado observando con los labios apretados, finalmente rompió su silencio.

—¿Alguien me va a explicar qué está pasando aquí?

Luther, con los brazos cruzados, la miró de reojo antes de centrarse en mí.

—Parece que la familia de Mykell acaba de aparecer —dijo, su voz cargada de asombro.

La atmósfera en la cocina era un torbellino de emociones, y todos sabíamos que esto era solo el comienzo.

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