Capítulo 14


Narra Esther

Me siento entre las nubes hace una semana que Santiago me pidió ser novios, y han sido los días mas felices de mi vida. Ya llevamos conociéndonos por cinco meses, y cada día siento que me enamoro más. Todavía ninguno de los dos a dicho la palabra Te amo, pero es como si flotara entre nosotros.

Como ya se esta volviendo una costumbre despertar juntos desde aquella noche que dimos rienda suelta a nuestra pasión, me giro para ver la apacible calma con la que duerme. Mis dedos pican por acariciarlo, y no lo detengo. Acaricio sus mejillas tratando de no despertarlo.

—¡Buenos días! —susurra de pronto, con los ojos aún cerrados.

Su voz grave me hace estremecer, y me sonrojo al darme cuenta de que estaba tan absorta en mis pensamientos que no me percaté de que ya estaba despierto.

—Buenos días —respondo, intentando sonar tranquila, aunque mi corazón late con fuerza.

Santiago abre los ojos y me mira fijamente, como si intentara memorizar cada detalle de mi rostro. Después, sin decir nada, me envuelve en sus brazos y me acerca a él. Su calor es una burbuja protectora, y en ese momento entiendo que estar con él es lo más natural del mundo.

Hoy no tenemos trabajo pendiente, por lo que quedarnos acurrucados es un buen plan. Su intensa mirada se queda absorta en mi rostro, mientras nos acercamos y nos besamos. Un beso que enciende nuestro deseo, es solo tocarnos y todo cobra vida.

Como no hay barrera que nos detenga o nos impida perder tiempo, me subo encima de su cuerpo. Una vez que mi cuerpo esta preparado, guio su miembro dentro de mi entrada. Uniéndonos en un solo cuerpo otra vez.

Nuestros gemidos hacen parte de la mañana, mientras me sostengo de sus hombros. El aprieta mi trasero y me ayuda a moverme en círculos, levanto mis caderas y sacudió las suyas mas deprisa, decidido a llevarlo hasta el limite y mas allá, como ha hecho el anteriormente me apodere de su boca con ansias, demostrándole cuanto me gustan estos momentos con él.

El ritmo iba en aumento mientras nuestros gemidos llenaban la estancia. Hasta que llegamos a la cumbre de la felicidad, sintiendo la descarga dentro de mi al tiempo que me deshacía en sus brazos y todo mi cuerpo convulsiono. Lo rodee con mis brazos y susurre su nombre una y otra vez.

Momentos después, Santiago sostuvo mi mirada antes de fundir sus labios con los míos. Después, solo nos quedamos abrazándonos mientras el tiempo parecía detenerse.

Horas después, todavía entrelazados en el desorden de las sábanas, mi voz lo saca de sus pensamientos.

—Santiago... —empiezo, dudando un poco.

—Dime —responde, con los ojos cerrados, pero con una sonrisa que delata su tranquilidad.

—Mis padres quieren conocerte. Les he contado algunas cosas, lo básico, pero están muy curiosos. ¿Qué piensas?

Abre los ojos, sorprendiendo mi corazón con esa mirada sincera.

—¿Curiosos? Eso suena peligroso —bromea, pero luego se pone serio—. Claro que quiero conocerlos. Si son responsables de que existas, estoy en deuda con ellos.

Río y le doy un golpecito suave en el pecho antes de abrazarlo con fuerza.

...

El día de la cena llega más rápido de lo que esperaba. Santiago, con su camisa perfectamente planchada y esa sonrisa segura, parece un sueño hecho realidad. Yo estoy nerviosa, pero él me toma de la mano antes de entrar al restaurante.

—Respira, Esther. Todo saldrá bien.

Mis padres ya están sentados. Mamá se levanta de inmediato para saludar a Santiago, mientras papá lo examina con esa mirada de "te estoy evaluando" que solo los padres saben hacer.

—¡Así que tú eres Santiago! —dice mamá, abrazándolo con entusiasmo—. Esther nos ha hablado tanto de ti.

—Espero que cosas buenas —responde él, estrechando la mano de papá con firmeza.

Nos sentamos y, mientras revisamos el menú, las conversaciones fluyen con facilidad. Santiago responde a las preguntas con ese carisma que me enamoró desde el principio.

—¿Así que trabajas en diseño gráfico? —pregunta papá, curioso. Hace un mes Santiago encontró un trabajo como diseñador de sitios web, a pesar de perder su memoria al parecer sus habilidades no la perdió, en su mente están fijas, puesto que es muy diestro con todo lo que tiene que ver con diseño gráfico.

—Sí, aunque también estoy explorando la fotografía. La creatividad me mantiene inspirado.

—Eso explica las fotos tan bonitas que Esther publica —dice mamá, lanzándome una mirada cómplice.

Santiago sonríe y, como si fuera algo casual, cuenta sobre un accidente en su vida que claramente captó la atención de todos.

—Hubo un tiempo en que las cosas no fueron tan fáciles. Tuve un accidente que me dejó en el hospital por meses. La recuperación fue un reto, pero aprendí mucho sobre mi resistencia.

—¿Accidente? —interviene papá, con las cejas levantadas—. ¿Qué fue lo que pasó?

Santiago tomó un sorbo de agua antes de hablar, como si estuviera decidiendo cuánto quería compartir.

—Bueno... —dijo, dejando escapar una ligera risa nerviosa—, fue un accidente de avión.

La habitación quedó en silencio, salvo por el leve crujir de la silla de Esther al acomodarse.

—¿Un accidente de avión? —preguntó su papá, visiblemente sorprendido, dejando su taza de café sobre la mesa—. Eso suena terrible.

Santiago asintió, clavando la mirada en algún punto distante.

—Sí, lo fue. Apenas recuerdo los detalles. Fue hace casi dos años. Según lo que supe el avión tuvo una falla y se desplomó. Sobreviví, pero... no salí ileso. Pasé meses en el hospital, y cuando desperté, mi memoria estaba completamente borrada. No sabía quién era, de dónde venía ni si tenía familia.

Lo miré fijamente, dándole fuerzas por lo doloroso de su historia y que esta siendo valiente al compartirla con los demás.

—¿Y cómo lograste recordar?

Santiago soltó un suspiro largo y pesado.

—Eso es lo más extraño. No he recuperado la memoria del todo, solo pequeños fragmentos inconexos. Los médicos dijeron que tenía amnesia retrógrada y que quizás nunca recuperaría esos recuerdos. Al principio, pensé que alguien aparecería para reclamarme, para decirme quién era yo. Pero nadie vino.

Mi padre frunció el ceño.

—¿Nadie? ¿Ni familiares?

Santiago negó con la cabeza, esbozando una sonrisa amarga.

—Resultó que era huérfano. Según los registros que encontraron, mis padres biológicos me dieron en adopción cuando era bebé. No estaban preparados para cuidarme. Y bueno, la familia que me adoptó... murieron en un accidente automovilístico. Por lo que si hay alguien más en mi vida no se han preocuparon por buscarme después del accidente.

—Eso es... devastador —murmuró mi madre, con los ojos llenos de tristeza.

Santiago se encogió de hombros, intentando mantener un tono Santiago se encogió de hombros y dejó escapar una pequeña sonrisa, como si intentara restarle importancia al peso de sus palabras.

—Supongo que lo fue, pero también me dio algo: un nuevo comienzo. Tuve que construir mi vida desde cero. Y aunque no ha sido fácil, aprendí que no necesito un pasado perfecto para tener un futuro.

Se detuvo por un momento, como si buscara las palabras adecuadas para continuar, luego añadió con un tono más cálido:

—Además, en ese proceso, he conocido a personas valiosas que han dado un giro importante a mi vida. Mis nuevos padres adoptivos, Amy y Noah, son un ejemplo. Les debo mucho. Me dieron no solo un hogar, sino también una familia real, de esas que te hacen sentir que perteneces a algo más grande.

Hizo una pausa, su mirada se suavizó, y sonrió al mirarme.

—Y también está Esther... Ella ha sido una pieza fundamental para mí.

Hasta ahora, había permanecido en silencio, pero sus palabras hicieron que una corriente de emociones recorriera mi pecho. Sin dudarlo, tomé la mano de Santiago con suavidad, entrelazando mis dedos con los suyos.

—Y tú para mí —murmuré con una sonrisa tímida, sintiendo que en ese instante todo alrededor desaparecía.

Mi padre carraspeó, rompiendo el momento, pero con una expresión que dejaba entrever una ligera sonrisa.

—Parece que has aprendido a sacar lo mejor incluso de las peores situaciones —dijo, inclinándose hacia adelante—. Eso no es algo que cualquiera pueda hacer, Santiago.

Santiago asintió, esta vez con una sonrisa más relajada.

—Tal vez. Pero creo que todo se reduce a las personas que eliges tener a tu lado. Ellos son quienes realmente hacen la diferencia.

El ambiente en la sala se llenó de un cálido silencio, cargado de comprensión y admiración, mientras las palabras de Santiago resonaban en todos nosotros. —Eso dice mucho sobre ti. Sobre tu fortaleza.

Santiago me dedicó una sonrisa cálida, pero detrás de ella se vislumbraba un atisbo de dolor que no había desaparecido del todo.

—Gracias, Esther. Pero algunas preguntas... nunca dejan de rondar. A veces me pregunto cómo habría sido mi vida si mis padres hubieran tomado otra decisión. Si hubieran luchado por mí.

El silencio que siguió fue cargado, pero lleno de respeto. Era evidente que, aunque Santiago intentaba hacer las paces con su pasado, las cicatrices aún seguían allí, formando parte de quién era. Entonces, como si quisiera romper la tensión del momento, Santiago inclinó la cabeza y, con una risa ligera, comentó:

—Bueno, al menos tengo una historia interesante para contar en las reuniones, ¿no?

La frase fue tan inesperada que todos estallamos en carcajadas. Mamá se llevó una mano al pecho, sacudiendo la cabeza mientras intentaba recuperar el aliento.

—¡Ay, Santiago, me vas a dar un infarto! —exclamó, todavía riendo—. Pero mira el lado positivo: sobreviviste, y ahora tienes algo único que compartir.

Santiago sonrió, agradecido por la ligereza que su comentario había traído al ambiente. La noche continuó entre risas y anécdotas. Parecía que tenía un don natural para conectar con las personas. Cada vez que contaba una historia, todos lo escuchábamos con atención, atrapados por su carisma y esa chispa en su mirada.

En un momento, mi padre empezó a contar una de sus viejas historias de juventud, esa en la que él y mi tío, su hermano gemelo quedaron atrapados en el techo de la escuela después de un desafío mal planeado. Para cuando terminó, él y Santiago estaban llorando de la risa, chocando palmas como si fueran viejos camaradas.

La calidez de la noche se volvió casi palpable cuando llegó el momento de despedirse. Mamá lo abrazó con una ternura que rara vez mostraba a alguien fuera de la familia.

—Es encantador, Esther —me dijo en voz baja mientras se apartaba de él—. Cuídalo, porque no encontrarás a otro como él.

Santiago sonrió, ligeramente ruborizado, pero agradecido.

De regreso a casa, caminábamos bajo las luces tenues de la ciudad, y él tomó mi mano con suavidad.

—Creo que pasé la prueba —dijo Santiago, con una mezcla de alivio y humor en su tono.

Lo miré, apretando su mano con fuerza y sonriendo.

—Con honores —respondí, segura de que no exageraba.

Seguimos caminando en silencio por un rato, disfrutando del momento, como si el universo finalmente hubiera alineado todas sus piezas. No importaban los años de incertidumbre, las cicatrices ni las preguntas sin respuesta. En ese instante, todo estaba exactamente donde debía estar.

Pero sabía que aún quedaban retos por delante. Giré un poco hacia él, con una sonrisa cómplice en el rostro.

—¿Sabes? Esto fue fácil. Mis papás son los menos complicados.

Santiago me miró con curiosidad, arqueando una ceja.

—¿Fácil? Pensé que tu papá iba a hacerme un interrogatorio al estilo FBI.

Reí suavemente, recordando las bromas de mi padre y cómo Santiago había manejado todo con elegancia.

—Es cierto, pero lo hizo porque le caíste bien. Si no, ni siquiera te habría contado sus historias de juventud. Pero... lo difícil viene después.

Santiago frunció el ceño, fingiendo preocupación.

—¿Después? ¿Qué significa eso?

—Mis hermanos y mis primos —respondí, dejando caer las palabras como si fueran un desafío—. Son un poco... intensos. Y muy protectores conmigo.

Santiago se detuvo en seco, mirándome con una mezcla de incredulidad y diversión.

—¿Intensos cómo? ¿Del tipo "miradas amenazantes" o "club secreto de intimidación al novio"?

—Un poco de ambos —admití, riendo—. Pero no te preocupes, lo hacen con buenas intenciones. Es como si tuvieran un detector interno de malas vibras, y si algo no les gusta, lo sabrás enseguida.

Santiago se llevó una mano al pecho, fingiendo estar alarmado.

—Perfecto. Pasé la prueba con tus padres, pero ahora tengo que enfrentarme al escuadrón de élite. ¿Qué sigue? ¿Un combate de lucha libre con tus primos?

Reí, golpeándole suavemente el brazo.

—No es para tanto. Solo tienes que ser tú mismo. Eso fue lo que conquistó a mis papás, y estoy segura de que hará lo mismo con ellos.

Santiago me miró, su expresión relajándose mientras una sonrisa sincera aparecía en su rostro.

—Bueno, si sobreviví a un accidente de avión, creo que puedo manejar esto.

Lo miré con ternura, consciente de lo mucho que significaba para mí.

—Lo harás bien. Y si no, siempre tendrás a alguien de tu lado.

—¿Tú? —preguntó, apretando mi mano un poco más fuerte.

—Siempre —respondí, dejando que esa única palabra llevara todo el peso de mi promesa.

Seguimos caminando bajo las luces de la ciudad, con la certeza de que, aunque faltaban desafíos por superar, juntos podíamos con todo.

NOTA; Feliz Año nuevo mis fantasmitas. Tengo en mi vision Board seguir escribiendo más, y un nuevo curso, muchos planes y proyectos que espero se den. 

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