CAPÍTULO 6: SEIS DE OCTUBRE, DIEZ TREINTA HORAS

Jack había visto muchas escenas de homicidios durante su vida profesional, pero nada de eso lo había preparado para lo que estaba viviendo aquella mañana en la pequeña iglesia de Buenaventura. Dos hombres degollados como cerdos y una mujer convertida en una masa de carne a punta de puñaladas, la cual antes de morir le había transmitido un pequeño mensaje del demonio que había convertido a su hermana en una asesina y suicida. Jack había creído estar preparándose para una gran batalla, estar anticipándose al enemigo, estar siendo más listo que él. Sin embargo, acababa de aprender a la mala cuál era su naturaleza en comparación con esta entidad, lo insignificante que era un solo hombre en comparación con un ser que podía adivinar hasta el más pequeño de sus movimientos.
Ahora, el detective estaba sentado junto al padre Calderón, e intentaba inútilmente calmar los nervios del sacerdote. Naturalmente, tan pronto había ocurrido el terrible suceso Jack había llamado a la policía, y ahora sus compañeros estaban encargándose de la escena y de realizar las primeras averiguaciones respecto a los tres muertos.
A Jack no le interesaba saber quiénes eran esos tres infelices. Evidentemente aquella cosa, aquel ser al que Melina tanto temía, los había utilizado como estúpidas marionetas dentro del pequeño espectáculo que había armado para él, para Jack, en aquella alegre mañana de domingo y misa.
El padre Calderón sollozaba de manera audible. A ratos rompía a llorar, a ratos sólo se cubría el rostro con las manos y decía repetidas veces el nombre de Dios, tal y como si no diera crédito a lo que veían sus ojos, como si creyera que Dios podía borrarlo de un soplido si se lo pedía con fervor suficiente.
Jack exhaló un suspiro de resignación. Llevaba ya mucho rato tratando de calmar al padre, sin obtener resultados, y no se sentía capaz de seguir escuchando aquellos gimoteos y tener que luchar contra sus propios pensamientos tormentosos al mismo tiempo.
Lentamente, el hombre se llevó la mano al bolsillo derecho del pantalón, donde tenía guardada una imagen del divino niño, y tiró de ella con mucho cuidado hasta sacarla. Sostuvo el pequeño relicario con la punta de los dedos por unos instantes, vacilante, pero luego tomó la mano del párroco, le abrió los dedos y lo hizo sujetar la imagen.
-Todo irá bien, padre –dijo, al tiempo que se levantaba, y palmeó amistosamente la espalda del hombre. No podía hacer más por él.
El cura, sin embargo, miró por un momento la pequeña imagen que Jack le había entregado, y sus jadeos se convirtieron poco a poco en una respiración regular, al tiempo que dejaba lentamente de sollozar.
Jack salió de la iglesia y se  acercó a una joven detective, la misma que había tratado de consolarlo el día de la muerte de Patricia.
-¿Ya han identificado a los tres? –Preguntó.
Ella asintió con la cabeza.
-Eran tres borrachines de la zona. Jack, este es el segundo evento traumático que vives en menos de ocho días. Deberías irte a casa y tomártelo con calma por un rato. Ya hiciste lo que tenías que hacer aquí, ahora nosotros nos ocuparemos.
El detective exhaló un suspiro de cansancio.
-Bien, supongo que esta vez voy a hacerte caso –Y dicho esto, el hombre dio media vuelta para marcharse.
-¿Jack? –Lo llamó entonces la joven detective.
Él se dio la vuelta, pero al mirar el rostro de la chica, habitualmente bonito, Jack vio en su lugar la cara de un monstruo, de una cosa que no se parecía nada a algo que él hubiese visto antes, ya que tenía unos enormes ojos blancos y redondos y una boca blanca que dibujaba una grotesca sonrisa, y esos ojos y esa boca horribles adornaban una piel negruzca que parecía estar hecha de gusanos.
-Has aliviado al párroco, pero esa magia barata no te librará de Kulmir –Dijo esa cosa, con una espectral voz chillona.
-Claro, cuídate –Repuso Jack, seguro de que lo que veía y oía era solo un nuevo truco para atormentarlo, y no se equivocaba, porque lo que la joven detective había dicho era…
-Lamento que las cosas no vayan bien.
* * *
En el sueño de la bruja, Jack, su hermana Patricia y sus hijas pequeñas estaban en un lugar oscuro y horrible, amarrados a cuatro cruces invertidas, mientras unas grotescas criaturas reían con chillonas carcajadas, bailaban y saltaban alrededor de ellos.
Los monstruos eran como hombres enanos, pero no tenían piel, ojos ni dientes, y sus cuerpos estaban en carne viva. Sostenían pequeñas  espadas en sus manos, y apuñalaban repetidamente con ellas los cuerpos de los crucificados, quienes gritaban agónicamente de dolor.
Melina, la dueña de aquel sueño, quiso acercarse para alejar a los horribles seres, pero tan pronto como dio un paso un muro de llamas se alzó delante suyo, y en medio del fuego apareció la cabeza de algo que recordaba vagamente a un león, pero cuyos ojos poseían una maldad que la bruja solo había visto en un tipo de criatura.
-Estos cerdos son míos –Dijo entonces aquel ser de entre las  llamas, con una voz fuerte y demoniaca, y acto seguido el fuego se alzó sobre la cabeza de Melina y cayó sobre ella como una gran ola destructora.
La hechicera despertó sobresaltada, con el corazón latiendo con fuerza dentro de su pecho, y al mismo tiempo se incorporó bruscamente, sentándose en la cama. Entonces notó que la luz del dormitorio estaba encendida y que al lado de su lecho había un fantasma.
El espectro era una mujer de mirada triste, con la piel blanca y translúcida y el cabello negro. Vestía un pijama de las princesas mágicas de Disney, el cual estaba todo manchado de sangre.
Aunque la mirada del espíritu era triste y atormentada, al punto de parecer enloquecida, Melina no sintió miedo, porque no había maldad en ella.
-¿Quién eres? ¿Qué quieres aquí? ¡Responde!
La mujer fantasma no cambió su expresión de total agobio, y cuando habló lo hizo con una voz llorosa, tal y como si su llanto fuera eterno y sin pausa.
-Él quiere a mi hermano, señorita Malasombra. Quiere llevárselo como a mí, convertirlo en otro de sus trofeos.
Melina bajó lentamente los pies de la cama, contemplando asombrada al espectro.
-¿Eres…. Patricia?
-Esa fui -lloriqueó el fantasma-. Pero ahora no soy nada, no tengo permitido pronunciar mi nombre. Solo soy poder para él, una conexión entre él y mi pueblo.
-¿Hablas de Kulmir? –Preguntó la bruja.
El fantasma se cubrió los oídos con sus manos muertas y emitió un chillido desesperado.
-¡Por favor, no puedo escuchar su nombre!
-Bien, tranquilízate, no lo repetiré. Pero responde, ¿A qué has venido?
-He venido a pedirle, a suplicarle, que no abandone a mi hermano, señorita Malasombra. Desde que usted lo dejó, ha sido atormentado de día y de noche, y pronto sufrirá el mismo destino que yo si usted no lo ayuda.
Melina chascó la lengua con disgusto.
-Le advertía Jack que no jugara con cosas que no comprendía.
-Solamente usted puede protegerlo de él –insistió el sollozante espectro-. Si aún tiene un corazón dentro de ese cuerpo sobrenatural, no ignore las súplicas de un alma en pena.
-Yo no puedo hacer nada, niña. Ya quisiera, pero no puedo. Ya tengo suficientes problemas con el infierno como para meterme en uno nuevo, y estoy ocupada en mis propios asuntos.
-¡Se lo ruego! –Siguió el fantasma de Patricia-. Ya es tarde para mí, pero mi hermmano todavía puede salvarse.
Melina fue a decir algo, pero el espectro siguió hablando.
-Por favor, por el amor que siente por la hechicera Lucía, por la esperanza de un futuro reencuentro entre las dos.
La pelirroja se quedó atónita.
-¿Qué sabes sobre ella? –Preguntó en un susurro.
-¡Ayude a mi hermano! –Lloró nuevamente el fantasma-. ¡Ayúdelo, se lo suplico!
Entonces, sin otra palabra, el espectro comenzó a desvanecerse lentamente.
-¡Espera! –Chilló Melina, poniéndose bruscamente de pie-. ¡Te conjuro…!
-No puede conjurarme –La  interrumpió el fantasma-. Yo antes era, pero ahora, gracias a él, no soy nada. Salve a mi hermano, sálvelo, sálvelo, sálvelo.
-Maldita sea, no te vayas –volvió a chillar la pelirroja-. Dime lo que sabes sobre Atali.
Sin embargo, el espíritu desapareció, y al desvanecerse, la luz del dormitorio de Melina se apagó, dejándola sumida en la oscuridad.
Una hora más tarde, Melina estaba sentada en un sillón de la sala de su casa, a oscuras, con la aparición del fantasma de Patricia, la hermana de Jack, dando vueltas en su cabeza.
La aparición de esa alma atormentada sólo tenía una explicación, según la literatura que había estudiado sobre el tema: Esta era que la joven había arrancado un pequeño trozo de su ser espiritual y lo había proyectado al mundo de los vivos en la forma de aquel espectro, con la finalidad de rogarle a Melina que ayudara a su hermano.
Aquella era la única conclusión a que la hechicera podía llegar, dado que Patricia era una asesina y una suicida, crímenes que reciben un castigo especialmente severo en el infierno. Más aún, un alma como la de Patricia no tenía posibilidad alguna de volver al mundo de los vivos, salvo para hacer el mal, pues al haber sucumbido a los ataques del demonio se había convertido en su propiedad. Así, cortar un pedazo de su alma debía haberle resultado terriblemente doloroso, era como una automutilación.
Con un suspiro, Melina se puso de pie y se dirigió hacia el cuarto del fondo de la casa, lugar donde solía realizar sus hechizos.  Al entrar ahí ignoró todos los instrumentos, pociones, amuletos y demás artilugios mágicos que poseía, y se dirigió hasta un gran espejo que tenía en la habitación.
-Muéstrame a Jack –Ordenó entonces al espejo, en cuya superficie una imagen suya envuelta en oscuridad le devolvía la mirada.
Al instante, el espejo se tornó totalmente negro, y en él se materializó la cabeza de una calavera del color de la plata, cuyos ojos eran rojos como carbones encendidos.
-Debes pagar el precio en sangre –dijo entonces aquel ser, con una espantosa voz como un gruñido.
Melina se mordió el labio con terrible fuerza, haciendo brotar la sangre, y luego la lanzó contra el espejo de un escupitajo.
Al momento, la imagen del esqueleto plateado fue sustituida por la de un dormitorio pequeño, al borde de cuya cama había un hombre sentado. Era Jack, totalmente pálido, ojeroso y desgreñado. Se sujetaba la cabeza entre las manos y a ratos alzaba la mirada como para atisbar a su alrededor, como si temiera ver algo en la casa, algo que él no había invitado.
-Mierda –Musitó Melina, y un hilillo de sangre resbaló por su barbilla-. Estúpido, te dije que esto pasaría.
Entonces, sin molestarse siquiera en limpiar la sangre de su boca, la chica dio media vuelta y salió de la habitación. Jack no era el único responsable en aquello, sino también ella, porque sabía lo que iba a suceder y no le importó, porque creyó poder lavarse las manos, dejar que el detective se ocupara de todo, como si eso fuera posible. Evidentemente, El señor de las moscas nunca tuvo la intención de dejar a Jack fuera de sus planes, y Melina lo había sabido desde el principio, aunque se hubiera negado a reconocerlo. Si el demonio había permitido que Jack creyera que tendría siquiera una miserable oportunidad de ejercer algún tipo de intento de venganza, era solo porque aquello formaba parte del juego.
-Eres una perra –Se dijo Melina-. ¿Cómo has podido dejarlo? ¿Cómo has podido hacer semejante cosa?
Y mientras se hacía tales reproches, la bruja iba de un lado para otro en la casa, guardando distintas cosas  en una maleta. Se sentía profundamente culpable y molesta, pero trataría de enmendar su error, saldría ahora mismo para Buenaventura, e intentaría salvar lo que quedaba de su amigo.

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