CAPÍTULO 14 Y CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 14: CATORCE DE OCTUBRE, DIEZ TRECE HORAS.
El Audi negro se detuvo ante la entrada de la gran casa de campo de la familia Olivares, y tanto Jack como Melina bajaron de él y entraron en la propiedad. Llovía a raudales, de un modo extraño y tenebroso, con un viento que agitaba siniestramente las copas de los árboles, por lo que ambos llevaban chaquetas impermeables con los gorros levantados.
-No podrás ayudarme mucho con esta mujer –dijo Melina mientras caminaban-. Lo mejor será que entres en la casa y saques el cuerpo de la niña mientras yo me encargo de ella.
-Entendido –repuso Jack, con la mano dentro de la chaqueta, aferrando la cacha de la pistola.
Cuando llegaron a la entrada de la casa, la puerta se abrió lentamente, sin que nadie la tocara, y la figura de Cindy apareció en el umbral. Vestía unas bragas blancas y una blusa de tirantes del mismo color, y ambas prendas estaban todas manchadas de sangre.
-Maldita seas –siseó Jack, sacando la pistola y apuntando a la mujer.
Ella respondió con una maligna sonrisa.
-Jack Morales, mi maestro, dueño y señor dice que aún hay espacio en su cripta para uno más, y ese debes ser tú.
-Vete a la mierda, zorra... –el detective fue a disparar, pero el arma se le trabó.
-Ve por la chica –dijo Melina en aquel momento, con los ojos fijos en Cindy-. Yo me encargo de ella.
El detective vaciló por un momento, luego guardó el arma y avanzó decididamente hacia la puerta.
Cindy, por su parte, salió de la casa y se quedó de pie a un lado del umbral de la puerta, dejando libre el paso.
-Recuerda bien esta entrada –dijo, sin embargo, cuando Jack pasaba por su lado-. Es la boca del infierno, abierta para ti, para que mores en sus entrañas.
El hombre entró en la casa sin hacer caso, y se lo tragó la oscuridad.
Cindy y Melina, entonces, se miraron fijamente.
-Así que tú eres la famosa Melina Malasombra –dijo la primera.
-Y tú eres la nueva perra del señor de las moscas –replicó la pelirroja.
Cindy rió malévolamente.
-En realidad soy su sierva, su amada.
Esta vez fue el turno de Melina para reír.
-Una patética zorra es lo único que eres, como todas las de tu tipo. Has entregado estúpidamente tu alma y tu cuerpo al demonio a cambio de un poco de poder. No eres más que un juguete, un instrumento.
Cindy le dirigió una mirada de absoluto odio.
-Voy a cerrarte esa boquita de puta ahora mismo.
-Adelante, deja de hablar e inténtalo –replicó la pelirroja.
La mujer del demonio no esperó más, sino que se transformó con un ademán, adoptando su aspecto demoníaco. Ahora su rostro era blanco, sus ojos rojos como el fuego, bordeados por sendos pentagramas invertidos, sus labios de color rojo sangre, y había afilados colmillos dentro de su boca. Vestía bragas, sujetador, botas altas hasta medio muslo, guantes largos hasta la mitad del brazo y un collar de picos, todo esto de color negro.
-Vaya, lindo bicho –se burló Melina, impertérrita.
Con un escalofriante grito de furia y una velocidad inhumana, Cindy se arrojó sobre ella, buscando cortarle el cuello con sus afiladas y diabólicas uñas. La pelirroja, sin embargo, se apartó a un lado cuando la mujer acometía, le rodeó el cuello con el brazo izquierdo por detrás, y con el dedo índice de la mano diestra trazó una cruz en el abdomen desnudo de la mujer.
Cindy soltó un chillido de dolor y se liberó, pero la cruz había quedado grabada sobre su piel, como si hubiera sido hecha con hierro candente.
-Pagarás por esto –siseó entonces, enfurecida, y abrió los brazos en cruz. Al momento, una enorme nube de moscas apareció entre ambas mujeres, la cual se dividió en dos nubes más pequeñas, una de las cuales se lanzó sobre Melina y otra sobre Cindy.
La pelirroja lanzó un hechizo rápido contra las moscas, pero éste no logró detenerlas, y la envolvieron de pies a cabeza, como un asqueroso sudario, causándole un dolor como si cientos de pequeños aguijones estuvieran clavándose en su carne. Entonces, tanto Cindy como Melina desaparecieron de aquel lugar en medio de sendas nubes de sangre.
Reaparecieron en otro sitio casi inmediatamente, el cual era una especie de cementerio, envuelto en las tinieblas, sólo que las tumbas no tenían sus bóvedas, sino que eran fosas al descubierto, llenas de crepitante fuego, en cuyo interior un centenar de muertos gritaban a todo pulmón la canción de su tormento.
Melina estaba en medio de dos tumbas ardientes, a gatas, con todo el cuerpo cubierto por horribles y sanguinolentas llagas. Cindy estaba delante suyo, sonriendo malignamente, y sostenía un gran látigo con puntas en la mano derecha, con el que azotó violentamente a la pelirroja.
-Espero te agrade éste sitio, Melina Malasombra –dijo la mujer-. Será tu hogar de ahora en adelante, por un largo largo tiempo.
Entonces la azotó de nuevo, varias veces, arrancándole horribles gritos de dolor.
-¡Sufre, perra, la cólera de Kulmir! –chillaba Cindy mientras blandía el látigo, riendo a carcajadas.
Sin embargo, Melina esquivó el siguiente latigazo rodando a un lado, tras lo cual, aunque maltrecha, se levantó, y escupió una bola de sangre sobre Cindy, la cual la alcanzó en el brazo izquierdo, haciéndola chillar de dolor, pues quemaba.
-¡Maldita seas! –dijo la mujer.
Melina le contestó con una patada justo en la mandíbula, la cual la hizo caer al suelo con dureza.
-¿No conocías éste truquito, eh, aficionada?
-Te haré mil pedazos –prometió Cindy en un siseo al tiempo que se levantaba, mostrando sus horribles uñas, las cuales crecieron al doble de su tamaño-. Luego me comeré todo lo que tengas dentro, maldita.
-Lo siento, pero no hoy –repuso Melina. Entonces abrió los brazos en cruz y pronunció las palabras de un hechizo en una lengua arcana. Al instante, tres violentos rayos reventaron contra el suelo tras la pelirroja, uno tras otro, y tres altas figuras se materializaron a sus espaldas. Se trataba de dos hombres y una mujer, todos rubios y con los ojos azules como el cielo, quienes vestían completamente de negro. Uno de los hombres tenía el cabello largo hasta media espalda, igual que la mujer del grupo, mientras que el otro lo llevaba recortado al estilo hongo. Los tres tenían el aspecto de hermosos jóvenes, pero sus orejas eran puntiagudas, había colmillos en sus bocas y garras en sus manos.
Por vez primera, Cindy no dijo nada, y más bien en su rostro apareció una ligera sombra de duda.
-¿Tampoco conocías éste hechizo, eh? –volvió a burlarse la pelirroja-. Descuida, a partir de ahora no lo olvidarás nunca. Estos son espíritus menores, fáciles de invocar y muy útiles en la batalla.
-¡Cállate la puta boca! –replicó la bruja roja, y al momento abrió la boca, de la cual salieron cientos de moscas, las cuales atacaron a Melina y las tres apariciones.
La rubia del grupo, sin embargo, saltó por encima de la cabeza de la pelirroja, abrió su propia boca, convirtiéndola en un horrible y enorme hoyo, y tragó todo el enjambre de moscas, vomitando luego en el suelo una masa informe de insectos. Entonces se transformó en una especie de pantera plateada y se abalanzó sobre Cindy, quien se defendió con sus largas y aceradas uñas, haciendo retroceder a la bestia. Sin embargo, los dos espíritus restantes se movieron a una velocidad cegadora, colocándose tras la bruja roja, y la sujetaron por los brazos.
Cindy chilló y se debatió, pero era imposible liberarse, y ahora la pantera se acercaba lentamente a ella, inexorable, con un brillo asesino en los ojos.
-¡No! –gritó entonces la bruja roja, horrorizada-. ¡Aléjate de mí, maldita bestia!
-Alto –ordenó entonces Melina, con la voz debilitada por el dolor. Y tras decir esto, la hechicera pronunció un nuevo conjuro con palabras desconocidas, escupió en sus manos y dio una palmada. Al instante, el lugar donde se encontraban se desvaneció, siendo sustituido por otro.
Ahora Cindy estaba tendida de espaldas sobre una camilla, atada con cadenas, y los tres demonios rubios de Melina estaban en torno suyo, vestidos con batas blancas de doctor ensangrentadas.
-¿Qué diablos es esto? –preguntó desesperadamente la mujer-. ¡¿Qué es esto? ¡Libérame, libérame ahora mismo!
-Bienvenida a las pesadillas de Mel, maldita –dijo entonces la voz de la pelirroja, cuyo origen Cindy buscó rápidamente con la vista, y la encontró sentada tras un escritorio a unos dos metros de distancia, vestida como una doctora, pero tenía un sombrero puesto y su rostro estaba desfigurado por quemaduras. Era una grotesca parodia de Freddy Krueger.
-¡Voy a matarte! –chilló Cindy, empleando con desesperación sus nuevos poderes para liberarse de aquella camilla-. ¡Te desollaré lentamente con mis propias uñas, zorra!
-No antes de que mis espíritus te practiquen una pequeña cirugía mientras aún estás despierta, amiga –replicó Melina, riendo perversamente. Entonces hizo un ademán a sus criaturas para que comenzaran.
-¡Libérame! ¡Déjame ir inmediatamente, maldita seas! –Cindy gritaba y se debatía furiosamente, pero sus brazos y piernas estaban fuertemente sujetos con cadenas-. ¡Déjame iiiir!
Justo en ese momento, muy al contrario de lo que la bruja roja pretendía, un fino bisturí se materializó en la mano de la mujer espíritu, quien ofreció una siniestra sonrisa a la prisionera, tras lo cual hundió el filo bajo el ombligo de Cindy y lo movió hacia arriba, trazando una línea recta hacia su esternón. El grito que brotó a continuación de la boca de la mujer no fue humano, sino el alarido de un atormentado del infierno.
-¡Nooooo! ¡Por favoooor! ¡Noooooo! ¡Aaaaah!
-¿Puedes sentirlo? –preguntó entonces Melina, con voz tranquila, pero sin un ápice de misericordia-. Es sólo un poco de lo que sintió la niña cuya vida tomaste, hija de puta.
-¿Te maldigooooo! –chilló entonces Cindy, pero al momento el bisturí de la rubia bajó violentamente por su estómago, justo hasta debajo de su ombligo, y de ahí partió horizontalmente, primero a un lado y luego al otro.
El espíritu masculino de cabello largo metió entonces su mano dentro de la herida abierta de la bruja roja, que ahora gritaba como si fuera a destrozársele la garganta, y un olor nauseabundo llenó la habitación.
-Lo sabía, no eres más que un saco de mierda –se burló Melina, y luego soltó una carcajada.
-¡Abadóóóóón! –chilló Cindy en aquel momento, y la sonrisa de la pelirroja se borró de su rostro.
Al instante, una nube de vapor rojizo inundó la sala, y el hedor que salía del cuerpo de Cindy se mezcló con otro, azufre.
-Vaya, tenemos otro invitado –siseó Melina, levantándose de su asiento, aún con el sombrero y la cara de Freddy Krueger-. Al parecer la batalla no terminará pronto.
CAPÍTULO 15: CATORCE DE OCTUBRE, HORA INDEFINIDA.
Mientras Melina luchaba con Cindy en la tenebrosa dimensión que ella misma había creado, Jack peleaba su propia batalla en el interior de la casa donde había muerto Laurita, pero contra el miedo.
En efecto, desde el primer momento en que había traspuesto el umbral de la puerta, el detective se había encontrado con una realidad completamente distinta a la de afuera, donde la sala de la casa estaba envuelta en una extraña niebla azulada y pestilente y las ventanas no mostraban más que oscuridad. Los tres sillones principales estaban ocupados por tres cadáveres, uno de los cuales tenía el estómago abierto y estaba prendido al techo por una soga atada alrededor de su cuello, con la lengua y los ojos de fuera. El segundo cadáver estaba tendido en el sillón grande, la boca grotescamente abierta y un gran número de moscas zumbando dentro de ella. El tercero tenía la garganta rebanada y la cabeza le colgaba horriblemente a un lado.
-“Willy, Daniel y Brandon” –pensó Jack al ver los cuerpos, reconociéndolos inmediatamente-. “Ni estos hijos de puta merecían esto.”
Entonces siguió avanzando, dejando atrás el terrible espectáculo para dirigirse a inspeccionar las habitaciones y demás salas de la casa. En el preciso instante en que se alejaba, sin embargo, unas manos frías lo agarraron por los hombros.
El detective se volvió rápidamente, como impulsado por un resorte, y fue recibido por un asqueroso vaho caliente, proveniente de la boca de Willy, cuyo rostro de ahorcado estaba ahora justo delante de el de Jack.
-¡Aléjate de mí! –el hombre propinó una violenta patada al cuerpo, la cual lo envió hacia atrás, haciéndolo chocar contra una mesita con adornos. En ese mismo momento el cuerpo de Daniel se levantó del sillón grande. Enormes moscas zumbaban dentro de su boca y tenía el cuerpo completamente hinchado.
Jack sacó la pistola y le disparó tres veces mientras se acercaba, dándole en el pecho y el estómago, lo que hizo que el cuerpo reventara como un globo, salpicando todo de sangre, vísceras y moscas. El detective dio un paso atrás para esquivar el repugnante baño, luego apuntó al tercer cadáver, el que estaba degollado, y le metió dos tiros en la cabeza antes que éste también decidiera darle algún tipo de sorpresa.
Una vez hecho esto, el hombre dio media vuelta para alejarse, y justo entonces vio a una anciana en una mecedora, sentada junto a la puerta que daba hacia el comedor. La anciana no tenía cabello y poseía un rostro completamente arrugado y sin dientes, en el que brillaban unos malignos ojos de color rojo. En su regazo estaba la espantosa muñeca de cabello tupido y grotesca cara hinchada de bebé que Jack recordaba tan bien, la misma que según Patricia afirmaba le hablaba por las noches.
-Volvemos a vernos, Jaquie –dijo la muñeca, utilizando una deformada voz de marioneta infernal. Entonces alzó su mano regordeta y tocó el pecho huesudo de la anciana-. Y mira, he traído a tu abuelita.
Jack recordó haber visto antes a esa misma anciana, y había sido en su casa de habitación, tras el suceso de la matanza en la iglesia del pueblo. En esa ocasión había encontrado a la vieja sentada en un sillón de su sala, con la garganta abierta por una herida, y al verlo ella se había puesto a reír frenéticamente, con una risa burbujeante, salpicando de sangre al hombre.
-¿Estás feliz de ver a tu abuela, Jack? –graznó entonces la anciana.
-Vete al carajo, vieja hija de puta –replicó el detective, y al mismo tiempo alzó la pistola hacia ella.
-¿Así le habla a su abuela, muchacho? –se burló entonces la muñeca.
Jack no dijo nada, y tampoco disparó.
-¿Estás intrigado? –preguntó la vieja, riendo pausadamente, como hacen los ancianos-. Permíteme ayudarte, hijo. Yo soy Rafaela Morales, tu abuela paterna. Morí hace más de veinte años, por lo que ni tú ni tu hermana me conocieron en persona. Sin embargo, en vida fui una poderosa bruja al servicio del gran señor Kulmir, en quien he encontrado inmortalidad.
-¿Kulmir? –repitió Jack, abriendo mucho los ojos.
-Síííí –repuso la repugnante anciana-. Hace muchos años ya que hice mi pacto con ese señor de los demonios, sometiendo a toda mi familia a su poder.
En éste punto, la vieja tomó la muñeca con sus huesudas manos y la levantó a la altura de su pecho, tal y como si se la ofreciera a Jack.
-En esta muñeca de carne y moscas introduje la mitad de mi alma hace mucho tiempo, hijo mío, y luego la entregué a tu padre para que él la entregara a su hija, quedando toda nuestra familia unida por mi magia, como una ofrenda viva para mi señor y amo.
La expresión de Jack era de horror absoluto. ¡Ahora todo cobraba sentido de repente! ¡Había sido aquella maldita vieja, aquel inmundo pedazo de carne podrida, quien había abierto la puerta hacia la familia Morales, más aún, hacia Patricia! ¡Todo lo sucedido había sido su culpa!
-Maldita... ¡Maldita seas! –el detective disparó contra la muñeca y contra la vieja.
La bala se alojó en el prominente estómago de la muñeca, el cual se abrió como una fruta podrida de la que brotaron gusanos, tras lo cual la herida se cerró, la muñeca soltó un repugnante eructo, y la bala del hombre salió de su boca y cayó al piso.
La vieja calva, entonces, rio pausada y malignamente.
-Muchacho, no seas tonto, no puedes matar a lo que ya está muerto.
-Pues voy a matarte –prometió el detective-. Encontraré el modo, maldito ser.
La anciana volvió a reír siniestramente, con diabólica confianza.
-Mi pobre muchacho, tu ingenuidad casi hace que me entristezca por lo que va a pasarte. ¡Hoy te convertirás en una ofrenda viva para Kulmir, tal y como lo fueron Patricia y su marido!
-¿Qué sabes sobre la muerte de Patricia? –preguntó Jack, con monstruosa cólera.
La vieja colocó la muñeca nuevamente sobre su regazo e hizo un gesto desdeñoso con la mano.
-Lo sé todo, porque la noche en que aquello pasó yo aparecí ante Patricia en mi forma de muñeca, y utilicé un hechizo para distorsionar su comprensión de la realidad, de manera que creyera que era una niña y que aún vivía con su padre, mi hijo, quien como sabes se la cogía cada vez que le daba la gana. Así, manteniéndola en esa farsa, hice que la pequeña ilusa se levantara y la emprendiera a puñaladas contra su inútil esposo, el cual había llegado tarde esa noche y, muérete de risa, ¡No había querido despertarla! La muy imbécil siempre creyó que mataba a su padre, y cuando descubrió la realidad se volvió totalmente loca y se suicidó, fue entonces que le arranqué los ojos, la tomé por los pies, y llevé su pequeña y deliciosa alma a mi señor, el demonio Kulmir.
Aunque no de miedo, Jack temblaba como una hoja, sentía un espantoso frío y tenía la visión borrosa.
-Eres... un monstruo...
-Soy una sierva fiel –repuso la vieja, con la paciencia de una abuelita que alecciona a su nieto imberbe-. Y tú eres un niño muy estúpido, que hoy se convertirá en un nuevo sacrificio vivo para mi amo.
La anciana se levantó lentamente de la mecedora, la muñeca de carne y moscas aún en los brazos, y empezó a avanzar lentamente hacia Jack. Entonces su rostro cambió súbitamente, volviéndose negro, se encorvó como una jorobada, le creció pelo por todos lados, y al final su vestido negro se evaporó, y la vieja cayó sobre sus manos y rodillas, las cuales se convirtieron en patas.
-¿Recuerdas esta apariencia, Jaquie? –preguntó entonces, ya convertida en aquel espantoso perro negro que Jack había visto varias veces en su niñez, una de ellas en el cementerio general, tras el entierro de su padre, donde el animal se había aparecido bailando grotescamente en medio de las tumbas.
El detective la miraba horrorizado, boquiabierto, incapaz de dar crédito a lo que veían sus ojos. Aquel perro negro, cuya verdadera forma era la de una vieja bruja, era el responsable de todas las cosas malas que habían ocurrido, y ahora estaba ahí, frente a él, y ahora él sabía toda la verdad, podía hacerle pagar por sus crímenes, vengar la sangre de Patricia, de Roberto, de Laurita, incluso de aquellos tres borrachines que habían muerto en la iglesia.
Lentamente, con una ira helada llenándolo por dentro, volvió a alzar la pistola.
-No vas a poder dañarme con eso, hijo mío –dijo el perro negro, avanzando inexorablemente hacia Jack.
-Retrocede –replicó el hombre, aún apuntando a la bestia-. Hazlo en nombre de Dios.
-¿Dios? No pensarás que... –empezó el perro negro, pero...
¡Bam! Un disparo de la pistola del detective interrumpió sus palabras, hiriéndolo justo en el pecho. La bestia se paró sobre sus patas traseras y cayó de espaldas, soltando un alarido, pero dio una vuelta en el suelo y volvió a levantarse.
-No has debido hacer eso, Jaquie –gruñó entonces, su voz bestial horrendamente mezclada con la de la anciana, y se arrojó sobre el hombre con un poderoso salto.
Jack disparó, pero esta vez su tiro no tuvo efecto sobre la criatura, la cual lo golpeó en el pecho con sus patas delanteras y lo derribó hacia atrás. Entonces sintió el fétido y cálido aliento de aquel ser sobre el rostro, y pudo ver el oscuro interior de su boca, dotada de afilados colmillos en los que estaba la muerte.
-En... el nombre... de Dios... –dijo Jack, haciendo un supremo esfuerzo para quitarse de encima al animal-. ¡Apártate!
Y de un momento a otro, aquel ser pareció no pesar nada, y el detective pudo levantarlo con sus manos y arrojarlo contra la pared, tras lo cual se puso de pie, recuperó la pistola y disparó.
La bala se alojó en el costado derecho del perro, y arrancó un nuevo gañido de dolor de su garganta, pero el animal saltó nuevamente sobre Jack casi al mismo tiempo, logrando derribarlo por segunda vez.
-¡En el nombre de Dios, tú no puedes vencerme! –rugió, más que dijo, el detective, mientras él y la bestia infernal rodaban por el suelo, en medio de un charco de sangre y moscas, intentando matarse el uno al otro.
La fuerza del perro parecía cada vez menor, y en contraste, Jack sentía que las suyas iban en aumento a cada instante. Por fin, tras unos momentos más de lucha, el hombre logró ponerse encima de la bestia, y empezó a golpearla con los puños en el hocico y la cabeza.
-¡Monstruo maldito! ¡Rata del infierno! ¡Ofreciste a tu propia familia a un demonio a cambio de tu propio beneficio! –Jack seguía golpeando, golpeando y golpeando, y la sangre iba brotando cada vez con mayor fluidez hacia sus manos y hacia el piso.
El perro negro intentaba morder, pero ya no tenía las mismas fuerzas. Entonces, de un momento a otro, desapareció.
Jack se puso de pie rápidamente, mirando a su alrededor, y encontró a la anciana de pie al lado de su mecedora, con el rostro desfigurado por los golpes, convertido en una horrible masa sangrante. Cuando sus miradas se cruzaron, ella lo apuntó con un dedo huesudo, luego desapareció. Casi al instante desaparecieron también los cadáveres de Willy, Brandon y Daniel, la niebla pestilente, la muñeca y la oscuridad de las ventanas, y de pronto la casa fue sólo eso de nuevo, una casa.
Jack respiró por la boca, tranquilizándose, y dio gracias a Dios por haber salido de aquel apuro y por haberle permitido conocer la verdad. Entonces, sin perder más tiempo, inspeccionó uno por uno los distintos aposentos de la casa, y no tardó en encontrar lo que buscaba.
El cadáver terriblemente mutilado de Laurita estaba sobre la cama de uno de los cuartos, desnudo, con sangre seca manchando la sábana bajo él. El arma homicida, un pico de botella ensangrentado, estaba sobre la cama, y había muchos vidrios en el suelo. En una de las paredes del dormitorio había una especie de mural que mostraba la cabeza de un león con rostro maligno. Jack le disparó, y la imagen pareció cobrar vida y mirarlo con odio por un instante, luego desapareció lentamente.
Jack, entonces, se acercó a la cama, contempló largamente a la chica muerta, y finalmente se echó a llorar. Después, aún con lágrimas en los ojos, se persignó, y persignó a la pobre niña.
-Que Dios te acompañe, Laurita –dijo, e inmediatamente, para su asombro, algo increíble comenzó a suceder, algo milagroso e inimaginable.
El cuerpo deformado por cientos de cortadas empezó a adquirir belleza nuevamente, pues sus heridas se cerraron una tras otra, como si fueran borradas del tiempo y el espacio, hasta que todas desaparecieron, y con ellas se fue la sangre que manchaba las sábanas bajo el cuerpo. Ahora la chica muerta parecía dormir apaciblemente, y su aspecto era adorable.
-¿Pero qué...? –Jack alzó la vista y escudriñó el dormitorio, anonadado, en busca de una explicación. Fue entonces cuando la vio, de pie en la puerta de la habitación.
Era una mujer, toda vestida de negro, de figura escultural, con el cabello negro como el azabache y largo hasta media espalda. Sus ojos eran azules, muy hermosos, estaban llenos de inteligencia y de tristeza. La mujer lo miraba inexpresivamente, y no parecía interesarle decir nada.
-¿Eres tú quien ha hecho esto? –preguntó entonces Jack.
-Sí -repuso la extraña-. Sólo le he devuelto un mínimo porcentaje de su vida, pero eso servirá para regresar su alma al mundo de los vivos.
-¿Cómo? –reiteró el hombre-. ¿Cómo regresará?
-Melina sabe –contestó la desconocida-. Ella sabe. Sólo dos pueden hacer el hechizo de las torres.
Y dichas estas palabras, la mujer desapareció, dejando boquiabierto al detective.
Él, entonces, volvió a mirar a la cama, al cuerpo de Laurita, y sus ojos se abrieron como platos al ver que, aunque casi imperceptiblemente, la niña respiraba.

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