Capítulo Uno: El Inicio de la Tormenta


Nota de autora: La flor se usa para diferenciar cuando Yuuri es quien habla, o mejor dicho, los simbolos se usan para expresar en quien se centra más lo escrito. El capítulo no es tan largo, de hecho creo que lo más largo ha sido el prólogo. Supongo que los capítulos serán relativamente cortos, o eso acordé conmigo misma. Aunque no se sorprendan si me alargo, nunca me hago del todo caso xD

¡Gracias por los comentarios en la primera parte! 


  ❀ 

 "Algún día, tú tomarás nuestro lugar" Eran las palabras que mis padres me repetían constantemente cuando era niño.


No, no lo hacían para poner presión sobre mis hombros, respecto a trabajar en la mansión Plisetsky. Usualmente era su respuesta, cuando luego de un arduo día de trabajo, ellos llegaban agotados a casa y yo preguntaba que podía hacer para aliviarlos.

Esa era la rutina de nosotros, los hijos de los sirvientes de esa familia. Vivíamos en las casas colindantes a los territorios de la mansión. Nunca abandonábamos los territorios, pero tampoco era como si fuéramos prisioneros.

La familia Plisetsky era muy amable. Contratando institutrices que se encargaran de enseñar a los hijos de sus empleados y a niñeras que los cuidaran mientras sus padres trabajaban en la mansión.

Querían sirvientes letrados, con los cuales fuera ameno pasar el rato. No simples títeres dispuestos a seguir órdenes. O eso es lo que había escuchado hablar a mi padre con sus amigos durante algunas de sus reuniones.

Todos los niños teníamos claro lo que seríamos de adultos.

La única diferencia, es que yo era el primer omega que nacía en mucho tiempo.

Mi familia llevaba más de diez generaciones sirviendo a esa familia. La historia de cómo terminamos trabajando en esa mansión me era repetida de vez en cuando, cuando el frío era intenso y tenía que sentarme frente a la chimenea junto a mis padres.

Al parecer hace mucho tiempo, cuando un Katsuki salvó la vida de un Plisetsky allá en Japón. Hasta esa época mis parientes se dedicaban a administrar aguas termales, pero siendo estafados por una de las familias más poderosas de la región, terminaron en la calle perdiendo todo.

Fue allí cuando impidieron el asalto de la cabeza al mando de la familia Plisetsky de esos años.

A cambio se les concedió un empleo y el derecho de poder viajar a Japón a visitar a otros de sus parientes de vez en cuando.

Allí fue cuando mi padre conoció a mi madre, una joven omega a la cual se llevó con él en busca de un buen trabajo.

Entonces ocurrió.

Mi nacimiento fue una noticia que impactó profundamente a mis padres y a mis, entonces vivos, abuelos.

Yo no era un beta como mi padre, sino que era un omega.

Un inútil omega.

Que había sido enviado a la mansión por primera vez, ya que eran necesarios más sirvientes, y no hizo más que arruinarlo todo.

¿Cómo pude ser tan mediocre?

Había practicado mucho para eso. En todos los ensayos podía servir y actuar como un sirviente a la perfección.

Sin embargo, estando allí con todas esas miradas denunciando mi condición. Esas manos tocándome de una manera indecente cuando nadie parecía ver. Esos alfas que se encargaban de usar tonos de voz más autoritarios de lo normal solo para hacerme sentir nervioso.

Y sin mencionar a todas esas mujeres que decían que yo estaría mejor con las piernas abiertas en algún lugar.

Fue horrible.

Fue realmente horrible.

En la cocina mamá me consoló. Acariciando mi cabeza y diciendo que había hecho un buen trabajo.

Pero ella era mi madre, desde luego sus palabras debían ser dulces si yo era su único hijo. Pero de seguro si fuera un extraño me hubiera observado con la misma desaprobación que el mayordomo principal.

Pensé que nunca más me llamarían en la mansión y tendría que irme a buscar suerte en algún otro lugar. Cosa difícil, ya que debido a mi condición no era alguien que pudiera hacer actividades físicas demasiados extenuantes como mis compañeros betas.

Era un cuerpo frágil. Terriblemente delicado.

Hecho para ser una madre.

El recuerdo de Vicchan bombardeó mi cabeza apenas vi ese pequeño y esponjoso gato paseándose fuera de la cocina.

Mi adorado caniche...

¿Cómo esperaban que fuera una buena madre si ni siquiera pude proteger a mi perro?

Entonces aparecía de nuevo el dolor. La desesperación por no poder hacer nada bien.

Cuando el mayordomo principal de la casa me llamó a la semana siguiente de mi incidente, no pude sino sentir una cuerda rodeando mi cuello y empezando a cerrarse con cada paso que daba a la mansión.

Me llevó a través de largos pasillos, dándome la sensación de que el lugar era mucho más amplio de lo que parecía por fuera.

Hacía algunas preguntas con timidez, pero él pasaba por completo de ellas. Sentía como si mi presencia le disgustara.

Nos detuvimos ante una puerta, dio unos golpecitos en ella. Más anunciando que llegamos, que pidiendo permiso para entrar. O al menos eso percibí.

Escuché algunos pasos dentro. Entonces, por fin me dirigió la palabra.

Me deseó buena suerte y se retiró con rapidez en lo que la puerta se abría.

—Espera...—titubeé algo ansioso, buscando un porqué de su frase.

Sin embargo, era demasiado tarde.

En comparación con lo oscuro de los pasillos, la iluminación del cuarto llegó a encandilarme. Me obligué a cerrar los ojos, cubriendo un poco la luz con ayuda de mi mano sobre mi frente.

Solo algunos segundos y mi vista se acostumbró.

Entonces, ante mí presentó una pequeña silueta que se me hacía familiar.

—¡Cierra la maldita puerta y entra rápido! ¿O piensas quedarte ahí viéndome como idiota todo el día?

No terminé de procesar la situación, cuando mi cuerpo ya se encontraba acatando sus órdenes. El instinto omega podía ser muy útil en situaciones así.

—Ahora sé una buena niñera y ven a ayudarme con mi cabello —daba órdenes con un tono de voz implacable.

Me tardé un poco en comprender todo. Si bien en un principio la idea se me hizo extraña, no pude sino sonreír con torpeza.

Una niñera.

Una segunda oportunidad.

Aún si el chico seguía mascullando todo tipo de cosas descorteses, ya no me afectaba.

Ahora era una niñera y podría ser de utilidad para mis padres. Y demostrar que sí podía ser bueno haciendo las cosas para las cuales mi instinto fue programado.

Y esta vez no cometería errores.

  ❄  

—Entonces el abuelo me dijo "si no te cortas el cabello, te lo cortaré yo y tendrás el peinado de Yakov" —abracé con fuerza mi almohada, mientras escondía mi rostro en ella.

Odiaba el cabello corto. Tanto tiempo dejándolo crecer solo para eso. No me quitaba mi chaqueta, manteniendo el gorro puesto tanto cuando yo estaba dentro de la casa, como cuando salía.

—El cabello corto también se te ve bien —comentó con una voz suave el chico a mi lado, mientras acariciaba el estómago de Nieve.

Ya habían pasado seis meses desde que Yuuri era mi niñero.

Había nacido por un simple capricho. Más que nada solo quería tenerlo cerca para reírme del segundo Yuri. O bueno, en realidad no quería reírme tanto, solo quería saber un poco más del chico que compartía mi nombre.

Yuuri no era en lo absoluto como las otras niñeras que tuve.

No me obligaba a hacer cosas que no quería y mucho menos actuaba como mi madre.

Actuaba como... él.

O al menos eso creía, ya que nadie puede fingir algo durante tanto tiempo.

Las primeras semanas fueron tormentosas. No hablamos demasiado.

Le hacía muchas preguntas, que él tardaba en responder. Aunque con el tiempo me di cuenta que tal vez el tono de voz que usaba tenía algo que ver.

Sí, regulé un poco mi manera de hablarle y descubrí que él trabajaba mucho mejor de esa manera. Aunque Yuuri era más bien de las personas silenciosas.

Debido a que era extraño que hablara de sí mismo, yo fui quien comenzó a acostumbrarse a hablar la mayoría del tiempo. Le comentaba del día, de mi familia y de Nieve. Al punto en que antes de darme cuenta, Yuuri se había vuelto mi confidente.

Mi abuelo estaba ocupado la mayoría del tiempo, Mila ya no estaba en casa debido a su prometida y yo no tenía demasiadas amistades. O al menos no hablaba con ellos a menudo.

Así que el hablar con el omega, fue algo que logró amainar mi aburrimiento de una manera considerable.

Puede que Yuuri tuviera muchas cosas que se me hacían sufribles. Pero también tenía ciertas cosas que me agradaban y me impedían despedirlo como mi cuidador.

—Cállate, solo lo dices porque tú siempre llevas el cabello corto. De seguro parecerías una escoba si te lo dejaras crecer  —respondí de manera mordaz.

—¡Hablo en serio! Creo que hasta te vez lin...—no le dejé terminar la frase, lanzándole la almohada en la cabeza. Logrando que mi mascota corriera lejos y que el chico fuera tras él.

Cuando Yuuri me halagaba así. Era molesto.

Así que cuando decía esos estúpidos comentarios, no podía hacer nada más que obligarlo a callarse.

Como lo estaba haciendo ahora. Obligándome a bajar un poco más el gorro de mi chaqueta, como queriendo esconderme.

Era mil veces más fácil despedir niñeras por propasarse conmigo a saber cómo reaccionar con Yuuri diciendo ese tipo de cosas sin segundas intenciones.

  ❄  

—¿Y eso por qué? Solo estaba diciendo la verdad —fue lo primero que comentó Yuuri, antes de sentarse junto al rubio. Al parecer, no pudo encontrar al minino.

—"Solo estaba diciendo la verdad" —replicó burlesco el alfa, tratando de evitar la pregunta lo mejor que podía.

Ya que ni siquiera él tenía una respuesta para eso. No una que se sintiera capaz de entregarle, al menos.

Al parecer Yuuri comprendió la intención, porque lo dejó en paz con el tema. Iniciando un largo silencio entre ambos, mientras Yuri tomaba el primer libro que vio y trataba de disimular, leyéndolo.

A veces pasaban así el rato. Cuando ya no había tema de conversación, el alfa comenzaba a hacer cualquier cosa que ocupara su tiempo, ya fuera tocar violín, leer libros, practicar sus lecciones junto a su institutriz u otra cosa.

Pero desde que el omega se volvió su niñero, él indicaba que quería tenerlo a su lado.

Yuri no lo sabía o al menos no se daba cuenta, pero se estaba formando un pequeño lazo de dependencia hacia el omega.

Sus edades eran cercanas, cosa que hacía la compañía de Yuuri un oasis en ese mundo de adultos con asuntos demasiado serios que atender como para darle atención a los intereses adolescentes del alfa.

Era agradable solo preguntar por la opinión de una canción o por el significado de una línea durante una película.

—¿En serio estás leyendo, Yuri? Porque llevas varios minutos en la misma página —al sentirse descubierto, el menor no atinó a hacer nada más que cerrar el libro con fuerza y apartar la mirada.

Le molestaba que Yuuri fuera tan listo. O al menos eso era lo que se repetía, ya que era mucho más reacio a admitir que él era despistado cuando tenía otras cosas en la cabeza.

Porque Yuri era terco y orgulloso. Y después de tantos años pasando de niñera en niñera, sin tener ninguna compañía fija, le costaba aceptar que por fin había alguien con quien podía sentirse... bien.

—Estoy cansado...—se defendió el rubio, dejándose caer de espaldas en la cama mientras cerraba los ojos —. Mi vista está cansada luego de leer tantas partituras. Al parecer, leer para conciliar el sueño no es lo mejor...

Y volvía a atacar. Esa manía suya por no reconocer sus falencias. La sensación de entirse estúpido si admitía que estaba divagando, era mucho más fuerte que la honestidad.

En especial frente a Yuuri.

¿Qué pensaría Yuuri si él le dijera que estaba pensando un poco en él?

No. No podía permitirse pensar en las posibilidades. Era más fácil tratar de aparentar más, dejando a relucir cosas buenas de él. Como lo mucho que practicaba el violín, cosa que para el joven alfa era un sinónimo de ser bueno.

Después de todo, dentro de su cabeza no existía la posibilidad de que alguien que practicara tanto fuera malo. ¿No?

—¿Y si yo te leo un cuento? -la proposición lo tomó por sorpresa. Obligándole a reincorporarse en la cama para gritarle a Katsuki que no hiciera esa mierda. Que él no era un niño pequeño que necesitaba cuentos.

Pero había algo contra lo cual no podía lidiar y era esa mirada que el mayor le estaba dedicando en ese minuto. Los ojos del mayor siempre fueron tan fáciles de leer. Teniendo la capacidad de decir todo solo valiéndose de sí mismos. Y Yuri no podía sino sentir algo de admiración respecto a esto. Porque sin necesidad de decir más, le había quedado en claro la intención de su niñero.

"En serio quería hacerlo, estaba dispuesto a contarle un cuento".

Y es que en ese aspecto, aparte de compartir el nombre, compartían esa inherente necesidad de realizar sus metas.

Posiblemente si declinaba de la oferta de Katsuki, este se lo podría tomar a mal. Y aunque le doliera admitirlo, el recuerdo del Yuuri llorando la primera vez que se conocieron, le perforaba el pecho. Y esa sensación era mucho más desagradable luego de haber pasado tanto tiempo juntos. Ya que ahora no era la imagen de un extraño llorando.

Era la sensación de que una persona que él apreciaba estaba sufriendo.

—Pero si me aburres, créeme que no dudaré en lanzarte mi libro en la cabeza.

Entonces empezaba. El diario "tira y afloja" cada vez que ambos tenían cosas distintas en la cabeza.

Yuri cedía, permitiéndole contarle un cuento. Pero también tiraba, diciéndole que habría consecuencias si no lo hacía bien. De esa manera, le recordaba que a pesar de todo, era él quien seguía teniendo el control de la situación.

O eso era lo que le gustaba pensar.

—Si tú lo dices —consintió el omega, encogiéndose de hombros y mostrando desinterés.

Sabía que Yuri quedaría satisfecho con su cuento y que luego buscaría otro tipo de modo para lanzarle un libro.

Cualquier excusa, hasta la más remota.

Porque en esos meses había aprendido algo del alfa y era que al pequeño realmente le gustaba ganar. Por ende, no soportaba perder y vaya que Yuuri había aprendido cómo tratarlo cuando perdía.

—Pues este es un cuento que no conoces —declaró en un tono de voz cantarín, mientras se acercaba más al alfa. Quien nuevamente se había recostado en la cama.

—Sorpréndeme, Katsuki —declaró el alfa, mientras se cruzaba de brazos con una sonrisa confiada.

No pasó ni medio minuto desde la sentencia de Yuri, cuando el contrario comenzó a narrar la historia.

Con una suave voz, Yuuri comenzó a relatar la historia. La manera en la que describía las acciones y los personajes. Esa forma de transmitir las emociones. Yuri no podía creer que el chico tuviera ese lado.

Quería callarlo. Decirle que su historia era estúpida y que se fuera. Quería verlo levantarse y desaparecer de su vista, volviendo al día siguiente como si nada hubiera pasado.

Quería que esos enormes y dulces ojos dejaran de mirarlo en todo momento. Que esas manos se alejaran de su cabello y que no lo acariciara. Que ya había tenido suficiente con que lo despojara de su gorro para que hiciera eso.

Quería decirle tantas cosas a Yuuri. Pero simplemente su boca no respondía.

No podía apartar la mirada del rostro del omega. Bombardeándose con diferentes preguntas.

¿Su voz siempre ha sonado tan bien? ¿Lo he visto con esa mirada alguna vez? ¿Por qué sus manos son tan cálidas?

Todas esas dudas acompañadas con el cuento en el que rápidamente se sentía envuelto, le estaban haciendo un revoltijo en la cabeza. Sabía que no era tanto. Que Yuuri solo estaba haciendo lo que le había dicho.

Pero se sentía tan íntimo y agradable.  

Se sentía envuelto en un calor diferente y eso le agradaba.

Terminó por cerrar los ojos, dejándose llevar por la voz de Yuuri y por sus caricias. Con la respiración tranquila y la serenidad encarnada en su rostro.

Y era que a veces Yuri olvidaba que su niñero era un omega. Y que había cosas ante las cuales simplemente cedía.

Al menos eso fue lo primero que pensó al despertar horas después, en un solitario cuarto a oscuras con una gruesa manta cubriéndole. Entre bostezo y bostezo, Yuri se había reincorporado tallando sus ojos y buscando el reloj.

Lo mejor sería dormir de nuevo, aún quedaban varias horas para que amaneciera y de seguro Yuuri no regresaría.

Observó de reojo el lugar donde dormía, percatándose de que su niñero había acomodado la almohada que horas antes había usado para golpearle detrás de su cabeza.

Hundió su rostro en ella, dispuesto a entregarse al sueño nuevamente. Cuando un pequeño detalle le llamó la atención.

O mejor dicho, la acaparó por completo.

Olía a cerezo.

A flores de cerezo.

Olfateó la almohada una segunda vez, para asegurarse de que no estaba equivocado.

Y no lo estaba, realmente ese aroma floral estaba impregnado en su almohada. Creyó que nunca había olido algo tan dulce y por inercia restregó su rostro contra esta. La sangre se le subió a las mejillas y sintió el calor apoderándose de estas.

No quería creer que era el aroma de Yuuri.

No podía ser su aroma.

Ya que eso significaría solo una cosa.

Que su cuerpo estaba reaccionando de la forma que debería haber reaccionado hace tiempo ante la presencia de un omega.

Yuri había lidiado muchas veces con estos. Con aromas terriblemente dulzones de sus antiguas niñeras o de las muchachitas solteras que le presentaban. Chocolate, anís, rosas. Diferentes aromas que lejos de gustarle, solo lograban que el menor hiciera una mueca de asco y desaprobación.

Por eso sola idea de que fuera el mayor, le ponía la piel de gallina. Nunca antes se había dado cuenta de este, tal vez por ser demasiado sutil y el hecho de que Yuuri se esforzaba en ocultarlo.

Al joven rubio, todo esto le asustaba demasiado. Al punto de solo querer cerrar los ojos y dormir de inmediato, para que al despertar solo fuera un sueño.

Y fingir que en ningún momento deseó sumirse aún más en ese tranquilízate aroma.

Aparentar que de ninguna manera, se sintió atraído al aroma de Yuuri.

  ❀  

Yuuri sabía que había sucedido algo malo. Aunque no podía imaginarse de que trataba.

La noche anterior, cuando ayudó a Yuri a conciliar el sueño, este terminó abrazándolo por la cintura y negándose a soltarle. El omega tuvo que batallar para apartarle sin despertarlo.

¿Y ahora qué sucedía?

Yuri parecía evitarlo de todas las maneras posibles. Claro, no se lo decía directamente, pero todo su comportamiento no daba pie a errores.

La ansiedad comenzaba a treparse en la espalda de Yuuri. Sin entender que era lo que había o lo que estaba haciendo mal. Yuri no decía nada y eso lo ponía más nervioso aún.

En primer lugar, cuando Yuuri fue a su cuarto esa mañana, el joven se negó a que su niñero le preparara la ropa como era de costumbre. Y cuando por fin lo dejó entrar a su habitación, por poco arma una guerra cuando el omega se dispuso a cepillar su cabello como había acostumbrado a hacer los últimos meses.

Lucía mucho más molesto de lo normal.

Y no era para nada el enfado de los primeros días, donde lo hacía porque Yuuri preguntaba demasiado por cualquier tontería. O porque el omega dejaba caer otras cosas al recibir las ordenes de Yuri en formas de gritos. Yuuri era demasiado fácil de intimidar.

Era complemente diferente.

Era un desagrado contra su persona en sí. Donde Yuri solo lo apartaba e intentaba mantener distancia. Donde le impedía tocar sus cosas y solo le hablaba lo justo y necesario.

Sería todo más fácil si de una vez le dijera que era lo malo en él, así podría dejar de hacerlo y volver a ser como antes.

Como ayer, por ejemplo.

Porque hace tiempo Yuuri se había percatado que su relación había evolucionado más de lo que esperó.

Veía a Yuri como su amigo y más que un trabajo, el ser su niñera era una simple manera de pasarlo bien. Se había encariñado, sin remedio, con el muchachito de cabellos rubios y temperamento fuerte.

Lo único que le restaba, era seguir siendo como había sido desde que empezó a "cuidar" del alfa.

¿Había otra opción, siquiera?

Solo necesitaba un poco de tiempo. Tal vez ese cambio de actitud en Yuri se debiera a la edad, una mala noche o una discusión con su abuelo de la que él no estaba enterado.

Y aunque el omega no lo supiera, tenía algo de razón. Era la edad la que estaba causando estragos en Yuri.

La adolescencia es complicada. Emociones y sentimientos nuevos. La sensación de constante cambio a la que uno no se termina de acostumbrar.

Yuri Plisetsky estaba pasando por todo eso y no estaba seguro de cómo interpretar las señales.

Su niñero lo había hecho reaccionar de una manera nunca antes presentada, cosa que no dejaba de confundirlo.

Y desde luego, confusión llevaba a la rabia y por ende al deseo de culpar a alguien por sentirse de esa manera.

Él tenía todo el derecho a estar molesto con Yuuri. Después de todo, él era el causante de esas cosas que él no terminaba de comprender.

Le molestaba que tuviera un aroma tan dulce, como las flores de cerezo floreciendo.

Le molestaba que siguiera siendo amable a pesar de sus intentos de apartarlo, manteniendo esa amable sonrisa que Yuri estaba lejos de imitar, pero que siempre sentía las ganas de compartir.

Pero, por sobre todo, le molestaba que a pesar de estar molesto, no sintiera el suficiente valor para dejarlo ir.

Le odiaba por eso. Quería creer que era odio. No encontraba ninguna otra alternativa que no fuera aquella.

Después de tonto, era la única explicación para que Yuuri le molestara tanto y tan sorpresivamente, de la noche a la mañana.

"Por favor, Yuuri. Moléstate conmigo. Oféndete si quieres. Grítame que soy un demonio malcriado como las demás niñeras. Pero no me sonrías. Ni muchos menos, seas amable. Ya que si continúas actuando de esa forma, solo podré odiarte más. Y en el fondo, estoy asustado de hacerlo".

A pesar de todo, en el fondo, Yuri tampoco era un tonto. Inmaduro sí, idiota, jamás.

Sabía que era el inicio de algo nuevo. Algo intenso y avasallador.

Una pequeña voz dentro de su ser le indicaba a gritos que el descubrimiento de ese sutil aroma a flores de cerezos era solo un aviso.

Podía parecer imperceptible. Así como los copos de nieve, pero al igual que estos, en cualquier momento podrían transformarse en una tormenta.

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