Capítulo Dos: Impresiones en la Nieve


La adolescencia era una época de cambios.

Yuri lo notaba. En su voz que oscilaba entre el tono aniñado y uno un poco más maduro. En el dolor de huesos y el sentirse un poco más alto. En esa fiera rabia que lo consumía de repente al no poder hacer o comprender algo. O esa extraña tristeza al no poder comprenderse a sí mismo. Aunque en el caso de Yurachtka, todo se arreglaba a gritos y golpes.

Al menos sabía que no debía preocuparse de la barba. Ni su padre ni su abuelo parecían poseerla en su adolescencia. Aunque el hecho de ser lampiño también le molestaba un poco. Quería crecer ya.

Deseaba despertar un día y ser un adulto. Ser muy alto y parecerse a su padre, al que veía todas las noches en el cuadro que decoraba el pasillo principal. Ya le daba igual el cabello largo o corto, sentía que lo odiaba de ambas formas.

La pubertad realmente causa estragos en los alfas. Estaba causándolos en Yuri, quien no terminaba de acostumbrarse a los cambios.

Había cumplido dieciséis hace unos meses y estaba seguro de que antes de cumplir los diecisiete, ya no se podría reconocer a sí mismo.

Entonces las dudas elementales lo atacaban. Sobre lo que debería hacer, sobre quién era entonces, sobre qué pasaría a continuación.

Le hubiera gustado que Mila fuera alfa. Aunque sea, un chico. Así podría preguntarle cosas que se avergonzaba de preguntar a otros.

Usualmente los padres son los encargados de apoyar en esos cambios. Mila tenía amigas mayores a quienes consultar o a todas sus damas de compañía, al menos las mujeres eran más abiertas en este tipo de cosas. O esa sensación tenía el joven alfa.

Le hubiera gustado preguntarle a su abuelo. Pero los escasos momentos que pasaban juntos a la hora de la comida, no parecían ser el lugar más indicado para decirle cómo se sentía.

Entonces sentía que el mundo estaba en su contra. En especial cuando la única persona con la que podía hablar de estas cosas era...


—Yuuri ¿a tí te cambió la voz cuando... ya sabes? —preguntaba con una timidez extraña, mientras paseaban por los alrededores de la mansión. Como si el chiquillo temiera que alguien lo descubriera hablando de esas cosas y se burlara de él.

El omega parpadeó un poco, como si no terminara de tragarse las preguntas. Ya iban nueve meses de ser niñero de Yuuri y los últimos tres habían sido bastante silenciosos.

Lo guardaba para él, como la mayoría de sus cosas, pero Katsuki había estado algo cabizbajo ante el hecho de que Yuri ya no le hablara tanto.

Se sintió terriblemente feliz en ese momento, sin descontar la sorpresa. Era como hace unos meses y esa sensación era realmente agradable.

Rápidamente buscó palabras para responderle a Yuri, quien en ese punto ya estaba alcanzando su estatura, el alfa lo miraba de una manera que solo lo apresuraba.

—Bueno... algo así. La voz que tengo ahora, cuando niño era mucho más aguda... —declaró con una tímida sonrisa, mientras bajaba la mirada —. A veces cuando hablaba fuerte mi voz hacía sonidos divertidos, pero pasó igual con todos los niños con los que conviví. Así que supongo que es algo normal.

Yuri respiró aliviado ante esa afirmación. Cerrando los ojos y escondiendo las manos en sus bolsillos.

Las huellas de Yuri y Yuuri en la nieve formaron un camino desde la salida trasera hasta la enorme reja que rodeaba la entrada del terreno. Caminando en silencio. Su relación tan animada e íntima en un inicio, se había transformado en largos silencios y comentarios banales.

Al menos los gritos habían cesado. Pero no era una calma que ambos disfrutaran.

La nieve había comenzado a caer de nuevo y aún había un largo camino para regresar a la mansión. Yuri, en sus afanes de imponer su identidad y de no seguir ordenes, había rechazado el consejo de Yuuri de llevar un abrigo, bufandas y guantes en vez de esa delgada chaqueta.

De camino a casa, se hacía más difícil hacerse paso entre la nieve, que cada vez caía con más fuerza. Lo hermosos copos se habían deformado en el inicio de una nevada.

Yuri no pudo contener un estornudo, cubriéndose la boca con ambas manos. Los dedos y la nariz enrojecidos.

—Tienes frío —la frase salió de los labios de Yuuri, mientras le dedicaba una divertida sonrisa al rubio.

—Claro que no —se defendió Yuri, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos. Más para darse calor que para demostrar desaprobación.

—No es una pregunta, es una afirmación —desde luego, Yuuri no era solo sumisión y nervios. También podía ser un poquito pendenciero cuando quería.

Yuri iba a reclamar nuevamente, cuando la acción del contrario le quitó el habla. Sin esperar más, el omega comenzaba a rodear el cuello del alfa con su mullida y larga bufanda roja, asegurándose de cubrir y dejarlo bien abrigado.

—Aunque ya no quieras que te cuide tanto, tu abuelo me regañaría si su precioso nieto llegara a pescar un resfriado -le indicaba con tranquilidad, mientras terminaba de vestirlo con la bufanda —. Y no creo que quieras que me despidan, ¿o sí?

La última frase, por más que intentara parecer una broma, se notaba llena de esperanza. Ya que de esa forma, Yuuri podría comprobar que no seguía al lado del joven por obligación, sino porque este aún disfrutaba su compañía.

Aun si se mostraba frío al demostrarlo.

Yuri lo observó, dubitativo, poco antes de sostenerlo por los hombros y hacerlo a un lado. Se alejó caminando rápido, sin dar ninguna respuesta al omega.

¿Por qué Yuuri lo acorralaba de esa manera?

Se volteó a gritarle que se diera prisa, pero las palabras no brotaron de sus labios. Esos ojos marrones, donde siempre se podían leer los sentimientos, indicaban sin error que el actuar del alfa había causado daño.

El rubio pasó saliva y cogió valor. Más para encararse a sí mismo, que por la reacción que tendría el mayor ante su respuesta.

Gritó que sí, que era cierto. Que no le gustaría que despidieran a Yuuri.

Incluso si su voz molesta podía ser malinterpretada, Yuuri había aprendido a reconocer ciertas señales.

Ahora, con una pequeña sonrisa triunfante que intentaba esconder, podía estar seguro de que Yuri decía la verdad.

Y así, podía dejar de sentirse patético, sabiendo que el sentimiento de apego hacia Yuri, no era unilateral.

Luego de esa charla, Yuri había vuelto a ser un poco como el de antes. Aunque la mayoría de sus preguntas estuvieran relacionadas a mí cuando tenía su edad. No había respuestas muy interesantes ya que yo no había cambiado mucho. Pero él se sentía satisfecho oyendo cosas como que había crecido siete u ocho centímetros.

Dicen que en la pubertad la gente suele deprimirse fácilmente o enojarse por todo. Yo era del primer tipo de persona y estaba seguro de que Yuri era el segundo. Así que no podía ayudarlo del todo bien.

—No es necesario que esperes al costado de la puerta —soltó Yuri, mientras me obligaba a acompañarlo a la sala de música para sus prácticas diarias—. Puedes sentarte un poco más cerca, claro si quieres...

—Me encantaría... pero no hay muchos asientos aquí que digamos —bromeé un poco, señalando el espacio.

Recibí una mirada sería y me hundí en mis hombros, esperando uno de sus reproches en los que me llamaba idiota. Sin embargo, lo que recibí fue a él rodando los ojos e indicándome el piano.

—Puedes sentarte en el taburete, Mila solía usar ese lugar para acompañarme con el piano cuando éramos más niños... —la última frase la dijo con tal nostalgia que no pudo pasar inadvertido.

Sonreí enternecido ante la imagen de un Yuri de ocho años, o al menos esa edad dijo tener al empezar con el violín, pasando horas en este cuarto acompañado de la señorita Mila.

Para mi mala suerte, el captó mi sonrisa de una forma negativa, interrogándome de inmediato, mientras le aplicaba pecastilla al arco de su violín.

—No me malinterpretes —respondí, mientras alzaba la tapa del instrumento para poder observar las teclas. En mi hogar también había un piano, pero estaba mucho más viejo y desgastado que este—. Es solo que... imaginarte como un niño me causó cierta ternura, no creo que haya nada malo en eso.

Me observó largamente haciéndome sentir algo vulnerable. Al parecer él no se había dado cuenta, ya que luego de varios segundos de esta forma, se volteó rápidamente en otra dirección. Como si quisiera disimular.

—¿O sea que ya no te parezco un niño? —preguntó con una voz insegura que trataba de disimular, aun dándome la espalda.

—Ya te estás volviendo un adulto, Yuri. O al menos eres un adolescente. Sería estúpido de mi parte verte como a un niño, aún si soy tu niñero —le indiqué con tranquilidad. Esperando una respuesta que no llegó.

—Ya veo... —musitó, poco antes de tomar su violín y volverse hacia mí. O mejor dicho, hacia sus partituras, que se encontraban entre ambos.

Él trataba de ocultarlo. Pero luego de pasar tanto tiempo con él, pude distinguir el recuerdo de una sonrisa en sus labios.

Nunca entendería porque todos los demás sirvientes me compadecían. De seguro era porque Yuri evitaba que más gente estuviera con nosotros.

Estoy seguro de que si pudieran verlo y conocerlo en el modo en que yo lo hago, se darían cuenta de que Yurachtka es realmente maravilloso.

Tenía sus momentos, así como todo el mundo. Pero sus palabras no estaban hechas para herir y vaya que yo sabía de esas cosas.

Sabía que sus insultos cuando me reñía eran porque sabía que estaba equivocado. Así como sabía que cuando decía que odiaba a su hermana y abuelo, era solo una simple mentira para mostrar su descontento.

Yuri era realmente un chico solitario.

Tenía la teoría de que llenaba su semana de muchas actividades solo para no sentirse solo. Desde tocar violín hasta practicar ballet. Desde practicar caligrafía hasta un poco de deporte. Yuri tenía todas esas actividades pulidas, lo que no hacía sino confirmarme de lo solo que había estado por mucho tiempo.

Y de cierta forma, sentía empatía.

Mis padres trabajaban la mayoría del día en la mansión, así que raramente yo podía verles.

Tampoco era muy popular con los otros hijos de los sirvientes, quienes solían utilizar mi condición de omega para molestarme y aislarme. Lo que logró de modo indirecto, que me acercara más a las chicas.

Yuko se volvió mi mejor amiga, una beta increíblemente simpática e hija de la única mujer de ascendencia japonesa -aparte de mi madre- en ese lugar. Ella era la niña más linda que pude conocer, gracias a su persona también conseguí la amistad y defensa de un niño beta también.

Aunque, desde que me encontraba siendo niñero de Yuri, no podía pasar tanto tiempo con ellos.

Sin embargo, algo dentro de mí me decía que ese rubio chico alfa me necesitaba mucho más de lo mis amigos lo harían.

Lo notaba en sus charlas cuando ya había tomado confianza conmigo. Donde no dejaba de hablar como si hubiera estado guardando historias y anécdotas por años.

Su vida era interesante. Plagada de viajes y conocer gente importante. Me sentía tan avergonzado de tener una vida tan aburrida en comparación.

¿Qué podría decir?

Nunca había salido de los terrenos de la familia Plisetsky e inclusive, a partir de cierta edad dejé de salir tanto de mi casa.

Tan sumido estaba en mis pensamientos, que no me percaté de que él ya había empezado a tocar el violín.

Lo hacía de una manera tan grácil y hermosa. Cada nota lograba cautivarme y hacer danzar mi corazón en una melodía cargada de recuerdos y nostalgia. Eso debido a que yo reconocía la canción que acababa de empezar.

Era tradicional del país y a su vez, de las primeras que aprendí a tocar en piano.

No pensé mucho. Quizás su compañía me había vuelto algo impulsivo. Ya que antes de darme cuenta, estaba acompañándolo con mis dedos digitando sobre las teclas del piano.

¿Cuántos minutos habrán pasado, uno, dos?

Me detuve al errar una tecla y sentir como si la realidad me golpeara en la cara.

Aparté con horror las manos del piano, escondiéndolas bajo este como si me avergonzara de ellas. Y desde luego que lo hacía.

Yuri también se había detenido al escucharme fallar y no pude sino sentirme un idiota por haberlo molestado de esa manera. Mantuve la cabeza baja, evitando mirarle cuando sentí los pasos aproximándose hacía mí.

Yo era mayor. Pero a veces, Yuri lograba hacerme sentir tan diminuto. Supuse que era la naturaleza. A veces olvidaba que él era un alfa y que yo tenía mi lugar como omega.

¿Quién me creía?

No tenía el derecho de tocar junto a él. Con unas manos torpes y un ritmo lento. Si él quería burlarse, de seguro lo comprendería.

—¿Por qué te detienes? —su voz daba contra mi oído y sentí como si el corazón se me fuera a escapar por la garganta.

Tenía todo el derecho a sorprenderme, nunca le había tenido así de cerca. En especial porque estos últimos meses, era él quien se empeñaba en apartarme.

Balbuceé una pregunta. Tal vez era porque él estaba de pie y yo sentado. O tal vez porque su voz había sonado un poco más gruesa de lo acostumbrado, no podía saber qué fue y el resultado era claro. Yuri se veía un poco más adulto y eso me inquietaba.

Me ponía aún más nervioso que lo usual.

—Tocas muy bien, no sé por qué nunca lo habías mencionado —fue lo primero que dijo, ya tomando distancia y permitiéndome voltearme hacia él.

— Yo lo creo así... Por eso creí innecesario comentarlo —murmuré, jugando con mis dedos mientras evitaba mirarlo a los ojos. Tenía miedo de lo que estos quisieran decirme.

—No es una pregunta, es una afirmación —respondió él, lacónico. Entregándome un déjà vu de la otra vez que paseamos fuera.

Alcé mi mirada en su dirección, con la curiosidad de ver que expresión hacía siendo más fuerte que la vergüenza.

Sus ojos tenían cierto brillo que no podía definir, pero que me llamaba y me impedía quitarle la mirada de encima.

Seguimos así un par de segundos más, sin que llegara a ser incómodo. Al menos, logré sentir que todo el malestar de haberme equivocado terminaba por esfumarse.

Luego de eso, decidí cerrar el piano. Más que por el miedo a equivocarme de nuevo, por el hecho de que disfrutaba mucho más escuchar como tocaba mi acompañante.

Pasó alrededor de una hora, mientras yo cerraba los ojos y me sumía en el dulce sonido de su violín. Realmente Yuri era un prodigio.

Recuerdo cuando apenas empecé a ser su niñero y el chico practicaba tanto que terminaba con los dedos llenos de ampollas.

Podía ser muy terco cuando quería.

Una vez terminados sus ensayos, lo acompañé hasta su cuarto. Me habló un poco de las canciones que solían tocar a dúo con su hermana, mientras tomaba asiento en su cama. Desde luego, yo le imité.

De seguro, si otros sirvientes nos veían, dirían que yo tenía un exceso de confianza. Pero yo sentía, que a nuestra confianza aún le faltaba más por florecer.

Recordaba la primera vez que Yuuri sostuvo mis manos y el recuerdo pasó desapercibido hasta que muchos meses después, me hallé a mí mismo preguntándome sobre sus manos.

Fue luego de unas de las primeras prácticas de violín a la que me acompañó.

Habían pasado un par de días desde la última vez, debido a que necesitaba dejar que mis dedos sanaran un poco.

Practiqué durante horas, mientras le pedí a él que esperara fuera del cuarto. Sentía que no lo conocía lo suficiente para mostrarme de esa manera a él. En especial porque yo era reacio con cualquiera que no fuera de mi familia o maestros, a enseñarles como tocaba.

Recordaba a la perfección su cara de horror cuando vio mis manos al salir. Las cuerdas se habían marcado en las yemas de mis dedos al punto de abrir las viejas heridas.

Era la primera vez que lo veía fruncir el ceño molesto. Así, sin importarle protocolos me tomó de la muñeca y me arrastró de vuelta a mi cuarto. Mis protestas y mis amenazas no surtieron efecto en él.

Era inflexible.

Eso realmente me tomó por sorpresa, ya que con las otras niñeras bastaba que yo empleara el tono de voz de un alfa para que dejaran de molestar. Cosa que con Yuuri parecía no funcionar tan bien. Notaba la fuerza de su mano temblar y ver como mordía sus labios en afán de controlarse.

Incluso para mí, eso llegaba a infundir respeto.

Después de todo, el chico estaba luchando contra sus instintos para hacer algo que yo no sabía en ese momento.

"Yuri. Debes regular tus horas de práctica. Tan solo mírate las manos, ya me debo imaginar lo mucho que duele" me indicaba mientras limpiaba las zonas enrojecidas con un algodón impregnado en agua caliente.

Había sentido que decía algo tan estúpido que me dieron ganas de reír y de explicarle muy despacito, para que entendiera, que si redujera mis horas de practica terminaría por oxidar un poco mis habilidades.

O eso iba a decir, cuando el omega dijo algo que ningún sirviente me había dicho antes.

"Lo siento. Es solo... que me preocupas ¿Y si esto va empeorando? Lo mejor sería practicar todos los días un poco, en vez de practicar hasta destrozarte los dedos y esperar más tiempo. Yurachtka, lo digo porque me duele verte así".

El hecho de que usara mi apodo hizo todo un poco más nostálgico. Mila solía decírmelo hasta el cansancio.

Supongo que el hecho de que fuera otra persona quien me lo dijera, a falta de mi hermana, logró convencerme.

Yuuri sostenía una de mis manos entre las suyas. Estas eran tan suaves y calientes en comparación a las mías. Eso pensé fugazmente en ese momento.

En las manos de una persona, se puede observar su vida. Mientras que las de Yuuri eran tersas y tibias, las mías siempre estaban heladas y llenas de heridas. Algo irónico teniendo en cuenta que el sirviente era él y no yo.
Supongo que al cuerpo no se le puede engañar.

Y esa fue la primera vez que Yuuri logró captar mi atención más de lo normal.

No le devolví su bufanda. Pero como él tampoco me la pidió, no creí que hubiera problemas.

Había nevado sin parar desde la mañana, por lo cual él tuvo que regresar temprano a su hogar. Las ganas de que llegara a salvo a esta, eran mucho más fuertes que las de pedirse que se quedara.

Las noches cada vez eran más frías y yo había empezado a ver a Yuuri como un día soleado. O mejor dicho, como la primavera.

Era extraño. Todo lo referente al chico omega me hacía sentir como si no fuera del todo yo cuando estuviera a su lado.

A veces quería volver a gritarle y empujarlo, pero la culpa ganaba y optaba por ignorarlo. Pero entonces de nuevo venía ese sentimiento de que todo estaba mal. Y me molestaba.

Era molesto y extraño. Me sentía enfermo y quería gritarle en la cara que era un idiota y que todo era su culpa. Pero al mismo tiempo me atacaba una vergüenza que no sé de donde salía de que él supiera lo influyente que era en mí.

Hundí mi nariz en su bufanda, sintiendo como si la primavera hubiera llegado en ese momento. Rodé por la cama un poco, deteniéndome únicamente cuando Nieve saltó sobre mi espalda y me arrancó el aliento.

No lo recordaba tan gordo.

Lo estreché entre mis brazos y empecé a acariciar su cabeza y luego su barriga. Cuando Yuuri llegó, Nieve era tan pequeño que podía sostenerlo con un brazo.

Ahora que lo recordaba, gracias a él yo había conocido a Katsuki.

—¿Cuántos años humanos tendrás, Nieve? —pregunté, sin esperar una respuesta obviamente.

"Sería estúpido de mi parte verte como a un niño, aún si soy tu niñero".

Sentí una presión extraña en mi pecho, abochornado apreté con fuerza a mi gato, quien salió corriendo como respuesta.

Yuuri no me veía como un niño, así como las otras niñeras. Posiblemente hasta me viera como alguien de su edad.

Puede que pareciera tonto, pero extrañamente esa idea logró ponerme de buen humor.

Siempre fui visto como "el niño de la casa". Como un bebé al que hay que cuidar y tratar con pinzas.  Así que la idea que fuera Yuuri en especifico el que me viera como un hombre y no un niño, era realmente ...

¿Esperanzador?

¿Aliviador?

No sabía cómo nombrarlo. Solo sabía que no quería dejar de sonreír. Y rezaba porque nadie me viera así.

En especial, Yuuri.

—Ella es mi prometida, Yurachtka. Así que debes portarte bien con ella —declaró Mila, mientras su mano se entrelazaba con la de una muchachita de tez morena y sonrisa encantadora.

No necesitaba ser un genio para notar que esa mujer acompañando a mi hermana era una alfa.

—Sara, un placer conocerte —se presentó cordialmente, extendiendo su mano libre a modo de saludo.

La saludé sin mucho gusto y decidí tomar asiento en la mesa.

Era de esas elegantes y estiradas que yo creía olvidadas. Habían pasado meses desde la última y no sé porque tuve la vaga ilusión de que ya no habrían más.

Conocí a los padres de Sara y también a su molesto hermano que no me quitaba la vista de encima. Los celos se le dibujaban en la cara de una manera caricaturesca. En especial cuando su madre le indicó que desde ahora en adelante sería Mila quien se sentaría al lado de la alfa y no él.

Supuse que tendría unos veinte años. No presté demasiada atención a ese tipo de datos. Aunque sí me molestaba que de vez en cuando su hermana tuviera que acariciar su brazo para que el tipo dejara de liberar esas hormonas terriblemente territoriales.

Si mi abuelo creía que yo era un problema, debió verme como un santo al conocer a ese chico.

Aunque yo estaba seguro de que cuando fuera adulto, sería capaz de hacer ese tipo de cosas. Mila me había comentado que antes de mí nunca había pasado tanto con un alfa, así que al momento de empezar su relación con Sara pudo percatarse de la fuerte presencia que logran imponer.

"Es como si tu aroma no estuviera maduro. ¿Entiendes? Como su fueras un limón sin madurar".

Un limón. Algo me decía que esa era la manera en la que ella me veía.

La cena transcurrió demasiado lenta para mí e incluso si yo no tenía que aportar a la charla, no me permitían levantarme.

La familia de Sara cultivaba viñedos en el extranjero, produciendo uno de los vinos más renombrados. Conocieron a mi abuelo por motivos no profesionales, debido a que esa familia siempre fue muy fan de la música clásica y los Plisetsky eran su primera opción al momento de adquirir instrumentos.

A veces me preguntaba como lo harían las familias relativamente normales. Las reuniones no eran tan ostentosas como las que había presenciado antes, de hecho, ni siquiera eran individuales como con Mila.

Una vez, en mis momentos de aburrimiento, le pregunté a una de las mujeres que limpiaba mi ropa cómo hacían para establecer matrimonios.

Simplemente se imponía una fiesta o baile en cierta época festiva del año. Allí, las jovencitas iban lo más arregladas posible para encontrar a sus maridos. O al menos así era cuando ella era joven. Actualmente la gente congeniaba en el acto y no eran necesarias tantas ceremonias.

A veces sentía que el mundo de alfas y omegas se había retrasado un poco, volviéndose arcaico. Después de todo, eran los noventa. Faltaba una década para que terminara el milenio y ellos seguían actuando como en los años treinta o quizás más atrás.

Entre todos esos pensamientos sueltos que me atacaron durante la cena, llegó Yuuri. Últimamente, terminaba pensando mucho en él. Aunque lo posible es que sea porque no pude invitarlo a la cena.

Yuuri era un omega. Pero no era de un nivel alto, sino todo lo contrario.

A finales de este año cumpliría dieciocho, la edad en la que Mila fue presentada y en la que ahora se encontraba comprometida.

¿Cómo haría Yuuri para conseguir un alfa?

Me lo imaginé en un traje "bonito" de esos que Mila me señalaba en las vitrinas cuando paseábamos por capitales extranjeras, aún si sabía que yo no los encontraba interesantes.

Yuuri en un traje de esos, tal vez en navidad, siendo llevado del brazo de su madre para conocer a un joven alfa al que logre llamar la atención.

Porque eso hacen los omegas.

Porque Yuuri era un omega.

Él debía hacer su familia y casarse, así como Mila lo estaba haciendo.

Porque él ya habría alcanzado la madurez, mientras yo seguía siendo un niño.

Entonces Yuuri dejaría de ser mi niñero y posiblemente no regresaría, debido a que los alfas suelen ser muy territoriales.

Tal vez vendría con sus padres a presentar a sus hijos, pero no vendría conmigo porque ya le he comentado que los bebés me irritan. Y posiblemente sus horribles hijos con el estúpido alfa que lo esposara serían alérgicos a Nieve.

Porque el alfa imaginario que yo ya estaba pensando para él, se me hacía terriblemente desagradable. De seguro le hablaría fuerte y lo tendría siempre a su lado. Haciendo al omega sentirse terriblemente incómodo todo el tiempo.

Tal vez no lo dejaría salir de la casa. Y llegaría tarde solo para cenar, mientras Yuuri criaba a los niños.

Y Yuuri se pondría nervioso al recibir sus besos en la mejilla, así como Mila lo hacía. Todo mientras el cretino lo sujetaba con sus asquerosas manos y lo ceñía de la cintura.

¡Incluso, puede que Yuuri no le quisiera!

Pero como no puede resistirse a compromisos, así como la ex prometida de Georgi, seguro habría tenido que casarse.

Una imagen mental del pálido cuello de Yuuri enseñando una amoratada marca, terminó por reventar mi ira. Me lo imaginé sonriendo orgulloso hacia mi dirección mientras me la mostraba y sentí la sangre hirviente subírseme al rostro.

Estaba a punto de gritar, cuando mi abuelo me llamó la atención por primera vez en mucho tiempo.

"¡Yuri! ¡¿Qué te sucede?! ¡Contrólate o sal del cuarto!"

Esos nubarrones de escenarios inventados comenzaron a disiparse, dando pie a las confusas caras de los invitados en mi dirección. Algo me decía que llevaban mucho tiempo así y creo entender porque.

Antes de retirarme, observé mi plato por última vez.

¿En serio fui yo quien masacró ese platillo de puré de patatas hasta salpicarlo? Mis manos seguían temblando al momento de salir del cuarto, teniendo que esconderlas en mis bolsillos.

Estaba realmente molesto, al punto de que mi cuerpo había actuado por sí mismo.

La pregunta era: ¿Por qué?

¿Por qué el odio hacia Yuuri se sentía tan real, sí el motivo solo era parte de mi imaginación?

Tal vez era porque la posibilidad de perderlo me resultaba aterradoramente probable.

Así como las huellas en la nieve son borradas por las nevadas.

 ¿Podrían los recuerdos que compartí con Yuuri borrarse con el tiempo y su partida?

  ❄  ❄❄❄

¡Muchas gracias por leer! ;v;

Sé que tal vez avance lento, pero así es mi ritmo y me siento conforme con el resultado xD
Espero que les haya gustado el capítulo, asd. Ando trabajando en otros dos proyectos y si bien ya tenía este hace tiempo, necesitaba ser corregido ;0

  @PaulinaIbaez6  hizo el lindo fanart que ven <3

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