Capítulo Diez: Mar de café y cerezos

La expresión de Seung fue simplemente épica al momento de la despedida.

¿Quién de todos los que lo conocieron ese año, se hubiera llegado a imaginar las lágrimas que recorrerian sus mejillas durante el adiós?

No era un chico muy efusivo, cosa que fácilmente podía relacionarse a su infancia, aunque ese no era su caso. Estaba seguro de que había nacido así.

Le agradaba Yuuri, más de lo que era capaz de demostrar. Tenía una presencia sutil, calmada, algo que agradecia profundamente.

Además de que este brindaba una conversación amena. O "civilizada" como solía mencionar él. No era de esos omegas que se la pasaban parloteando de alfas, de casamiento, de hijos. Y no, no tenía nada en contra de lo que ellos eligieron hacer sus vidas, pero detestaba que se lo intentaran imponer cada vez que el mencionaba que aquello no le llamaba la atención.

Si bien sus charlas nunca eran amplias, no podría decirse que fueran incómodas. Yuuri era muy opuesto a Phichit, en cuanto a modos y personalidad, pero no tanto como lo era él mismo. Se sentía a gusto junto a él y podría permitirse mostrar más de su verdadero "yo".

También tenían varias cosas en común, como la manera en que ambos eran muy apasionados para hablar de lo que les gustaba. O la buena disponibilidad que tenían con y para otros. Seung le había dicho en más de una ocasión que si a él lo hubieran puesto a cuidar a un "mocoso" como su "chiquillo ruso" de seguro habría llegado la policía. Y Yuuri solo reía, pensando que el tono serio era solo una broma muy bien hecha. Pero vaya que no mentía cuando decía esas cosas.

Como chico de pocas palabras, Seung era mucho más de observar y analizar. Sacar sus propias conclusiones y guardarselas para él. Tenía varios mundos creados dentro de su cabeza, dónde él podría transitar libremente como un espectador, sin ninguna preocupación de arruinar algo, siempre y cuando no tocara nada.

Sin embargo, y sin importarle si sonaba algo "mal", decía que una de las cosas que más le agradaban de Yuuri es que lograra entablar una buena relación con Phichit. Simplemente, hacían un buen dúo cuando se preparaban para sus clases .

Yuuri tenía una paciencia envidiable con Phichit. Al punto en que Seung no sabía si admirarlo o compadecerlo. A veces una, a veces la otra, el límite se marcaba cuando iba en su defensa al notar que las bromas de su novio subían mucho de nivel.

En resumidas cuentas, fue un buen año para los tres. Sin olvidar el hecho de que revelarle la verdadera naturaleza de su relación a Yuuri, hizo que las cosas fueran mucho mejor entre la pareja de omegas.

Quitarse de encima de los hombros, un secreto que pesaba toneladas.

Seung y Phichit no vivían juntos (todavía) así que debían tener mucho cuidado con lo que hicieran. Motivo por el cual el poder actuar como una pareja normal, al menos en su dormitorio, llegó a ser un verdadero alivio para sus almas.

Sin embargo, el tiempo apremiaba y un año transcurrió en un parpadeo.

El plan de Phichit era que una vez con su título, sus padres lo vieran suficientemente capaz de trabajar en su linea de restaurantes. Y decidieran aplazar un poco más el buscarle pareja. Necesitaba que reconociera que él podía ser más que solo un esposo trofeo.

Seung, por su lado, practicaría hasta que sus pies sangraran. Necesitaba un buen lugar en la compañía de danza de Minako, pasar la prueba y ser capaz de abrirse paso en el mundo del baile.

Necesitaba resaltar, demostrar que tenía un potencial que no podía ser desperdiciado. Que creyeran que tenía un don, aún si éste no era más que una ilusión a base de las horas enfermizas de práctica.

Al menos así, su madre compraría la excusa de que aún no quiere casarse porque prefiere hacer un poco más de carrera profesional. Ella, como actriz retirada, no podría decirle que no.

Ambos, Phichit y Seung, querían más tiempo para pensar en qué hacer con sus vidas.

Trazar un plan para escapar de su destino como omegas de clase alta.

Y es que Phichit no deseaba que su papel en la familia fuera el ayudar a crear un "imperio" gastronómico a partir de casarse y darle hijos a alguien que no amaba.

Así como Seung no quería casarse con alguno de los amigos de su madre, hombres ya mayores que buscan rostros jóvenes y "atractivos" que sean capaces de darles descendencia que pueda seguir siendo reconocida en el mundo de la actuación.

Suponía que esa fue la piedra angular en su relación con Phichit, cuando empezaron su amistad. Primero, siendo ambos omegas, con padres que tenían expectativas altas de ellos por sus clases. Para terminar siendo un par de omegas con ambiciones muy grandes para sus clases.

A Phichit le encantaba la gastronomía, no el tener que cocinarle a su futuro esposo o esposa. Así como a Seung le gustaba bailar, no aparecer en revistas por puestos que le consiguió su madre con el fin de hacerlo "más de desear".

Los límites eran borrosos al momento de ver hacia el pasado y buscar en qué momento la amistad se transformó en algo más. Pero agradece que eso hubiera sucedido.

Ahora que tanto Phichit como él se graduaron, pensar en el futuro y en qué sucedería con su relación, era algo imposible de ignorar.

Puede que las cosas fueran más difíciles, que tuvieran que mover montañas o caminar en el fondo del mar. Pero aunque nunca lo dijera en voz alta, Seung pensaba que todo eso estaría bien si seguían juntos.Aun si se odiaba a sí mismo por pensar tal calaña de cursilerias.

En resumen, la graduación significaba tantas cosas. Conllevaba más que solo recibir un cartón con bonitas letras impresas en dorado y su nombre.

Puede que para muchas personas, unos estudios con una duración de un año no signifiquen nada. Que de hecho, es peor que nada y que dicho diploma sea una ola a la mediocridad. Después de todo, ¿qué puede hacer alguien en tan solo un año?

Sin embargo, para Seung (junto con Phichit y Yuuri), eso significaba tanto que las manos les temblaron al recibir el reconocimiento en la ceremonia. Ya que tanto en Japón como en Rusia, los papeles de las clases seguían estando marcados con fuerzas en ciertos estratos de la sociedad. Desde luego, un omega puede tener estudios superiores. Pero, ¿de qué sirve si solo va a ser un sirviente toda la vida? o ¿de qué sirve si sus padres le pueden pagar la vida?

¿O si su alfa lo mantiene?

Meros adornos de los cuales sus parejas puedan alardear y que sus hijos puedan señalar cuando tengan que exponer de sus padres en la escuela.

Incluso si aquello parecía ser un pequeño pasito hacia algo un "poco mejor", para ellos era como un salto a mejores oportunidades en la vida.

Seung pudo comprobar la emoción de Phichit y Yuuri en la ceremonia de egreso. La de Phichit, porque era el primer omega en conseguir un diploma en su familia y la de Yuuri, pues, por ser el primero en graduarse de entre los miembros de su familia.

Aun si los tres habían prometido guardar contacto, o mejor dicho Phichit y él habían prometido guardar contacto con Yuuri y viceversa, no negaría lo mucho que se había encariñado con ese tipo de vida. Y que mientras una parte de él quería regresar a sus orígenes,la otra le imponía pasar más tiempo con sus amigos.

También podría decirse que extrañaría defender a Yuuri de Phichit y sus bromas constantes, así como extrañaría reñir con su novio por robarle sus bocadillos y desordenar el perfecto orden alfabético de sus cassettes y CD's sin decirle. Aunque luego terminara comprándoselo con un par de besos.

Inclusive, extrañaría practicar un poco de piano con Yuuri, claro, cuando algunos alumnos de esos cursos se lo permitían. O la manera en que Phichit los despertaba bien temprano los fin de semana para llevar a cabo alguna de sus planeaciones. Viajes en los cuales terminaba habiendo una competencia sobre quién estaba más cansado, o quién tenía más ganas de darle un golpe a Phichit por no calcular distancias.

Estaba seguro de que el momento en que las lágrimas más amenazaban con escapar, fue cuando se encontraban vaciando sus cuartos. Su hogar temporal durante meses, lentamente estaba siendo despojado de pertenencias y recuerdos.

Las memorias se empacaban en maletas y corazones, con la melancolía presente, como si hubieran pasado una vida allí.

Yuuri repasó la superficie de su regalo, con una mezcla de ansiedad y nerviosismo. Nunca antes había tenido un reproductor de CD's portátil, solo había utilizado un par de veces el que Phichit le prestó.

Ahora con la despedida, su buen amigo no dudó en regalárselo, mientras que Seung le regaló uno de los cd's que a Yuuri más le gustaban; música clásica.

Para que los recordara en el viaje a Rusia, o mejor dicho, cada vez que viajara.

Yuuri por su parte, no pudo sino sentirse culpable sobre su situación. Esto debido a que él no poseía dinero suficiente para comprarles un regalo digno a sus amigos, después de todo, sus padres le enviaban el dinero justo y él se consideraría un desagradecido pidiéndoles dinero extra.

Y siguió sintiéndose culpable aún luego de regalarle el libro de recetas que su madre le había enviado, a Phichit. Claro, este se negó varias veces, diciendo que no era necesario, que según y él estaban bien sin una "retribución", que solo se preocupara de llegar sano y salvo a Rusia y de no perder contacto.

Finalmente, Phichit aceptó el libro de recetas, que en fondo sí le gustaba mucho debido a que él no sabía demasiado de gastronomía rusa.

Las manos de Yuuri danzan en el aire, ante él, como si estuvieran tocando un piano invisible.

Un tono anaranjado las empezaba a teñir, a causa de las nubes reflejando los últimos rayos del sol y colándose a través de la pequeña ventana del avión.

La música brotaba suave de sus auriculares, una de las tantas piezas de Chopin que él amaba encarecidamente.

Miraba el espacio ante él casi con ternura, recordando nostálgico su piano. Casi podía sentir la vibración en cada tecla imaginaría.

Sonreía, embriagado por los recuerdos, mientras se acercaba al final de la pieza. ¿Qué no era esa una de las que solía interpretar con Yuri?

Unos pequeños aplausos lo devolvieron al mundo real, apenas acabó. Al darse cuenta de en qué situación se encontraba, la sangre se agolpó en sus mejillas.

Se quitó rápidamente los auriculares.

"Disculpa, creo que fui algo impertinente. Pero observarte fue un espectáculo maravilloso. Yo también toco el piano, ¿puedo saber que pieza tocabas?"

Yuuri observó con bastante pena al chico a su lado, repasando sus palabras en busca de algún tono de burla o sarcasmo. Pero nada, solo una sonrisa sincera por parte de otro chico japonés, demostrando algo de vergüenza también.

"Claro..."

Tal vez, eso era lo que necesitaba para que no se lo comieran los nervios en el viaje.

Y allí estaba él, con su cabello tan rubio como la última vez que lo vi. El color verde de sus ojos era inconfundible. Sentía que en esencia, seguía siendo el mismo, pero por fuera las diferencias me causaban hasta escalofríos.

Agitó su mano en mi dirección, a modo de saludo o quizás solo queriendo llamar mi atención. Luego lo escuché gritar mi nombre, con la voz más grave y sin siquiera preocuparse de lo que las otras personas transitando en el aeropuerto pensaran.

Mis piernas temblaron, pero intenté mantenerme firme. No quería que mi mamá captara las pequeñas señales que delataban mi estado.

"Sigues siendo un chiquillo algo egoísta para tus cosas, Yura" pensé, mientras aflojaba con suavidad el abrazo de mi madre, quien ya parecía haberse dado cuenta de que él había llegado.

Pude ver en su mirada como trataba de decirme algo, aunque preferí no indagar mucho en ello.

Su sonrisa delataba que teníamos lo mismo en mente.

Reí un poco, observandolo más, aún si me ganaba un regaño de mi madre por hacerle sufrir. Y lo admito, me considero culpable de ese delito. Pero era interesante ver la expresión confundida de Yura, mientras arrugaba la nariz y entrecerraba los ojos, como confuso porque entre ese mar de gente, debía ser fácil perderme de vista cada cinco segundos.

Me gustaba sentir la emoción de ser buscado por la persona que me gusta.

"Gusta" resonó la palabra en mi cabeza.

Entonces él avanzaba hacia mí y la diversión poco a poco se fue tornando en nerviosismo. Y es que de la nada, todos los sentimientos y situaciones metafóricas que estuve ignorando durante todo el viaje, se presentaron ante mí sin misericordia.

El corazón me retumbaba en los oídos. Entrelazado con la suave risa de mi madre.

Y es que ese chico alto de mirada filosa y rostro de pocos amigos, ya no era solo un buen amigo que esperaba para recibirme. Yura, ahora, también era la persona que me gustaba. Aún si "gustar" se me seguía haciendo poco para lo que realmente sentía por él.

El solo hecho de pensar esas cosas con el reencuentro a un par de pasos, me abochornaba horrores. Mis guantes no ayudaban a lidiar con el sudor de mis manos.

Él estaba a escasos metros, ¿cómo es posible que recién me percatara de que iba acompañado de Otabek?

Un comentario de mamá haciendo notar lo distraído que estaba, me ayudó a poner los pies en la tierra nuevamente. Que penoso.

¿Qué debería hacer? Ya me había mentalizado por lo menos cien veces sobre cómo no actuar como un completo idiota frente a él. Después de todo, yo no soy una adolescente hormonada y terriblemente enamorada.

¿O sí?

Este enamoramiento es tan distinto del primero. Tanto que asusta.

"Respira, Yuuri."

Un olor a cacao inundó mi nariz y mi mente se puso en blanco por un instante.

El aire se tornaba pesado y sentí como todo a mi alrededor, comenzaba a transcurrir en cámara lenta.

Primero mi padre, quien saludó a Yura con un apretón de manos y de la misma manera, hace con Otabek.

Luego mi madre, que fue un poco más efusiva y sostuvo sus manos largamente, agradeciendo su presencia. Lo retuvo un poco de tiempo más, comentando que temía que no viniera, Yuko no pudo asisgir así que le preocupaba que yo no pudiera tener algún amigo que me diera la bienvenida en el aeropuerto.

"Vamos, cariño, saluda. ¿No te sentirás algo mareado por el viaje? Estás un poco rojo.

Pasé saliva, con toda la naturalidad del mundo desde luego, y me digné a negar con la cabeza, manteniendo una sonrisa que aliviara las preocupaciones de mi madre.

Entonces alcé la mirada, dispuesto a recitar una de las frases que había practicado durante el viaje. Sin embargo, teniéndolo en frente, mi boca pronunció palabras por cuenta propia.

—Qué alto estás —exclamé entonces, parpadeando algo confundido. Recuerdo que cuando tomé el vuelo a Japón hace aproximadamente un año, Yuri y yo medíamos lo mismo. Pero ahora, él me sacaba algunos centímetros.

—¿Esa es mi bienvenida? ¿En serio, Yuuri? —soltó una risa corta, burlesca, mientras se encogía de hombros. Niega con la cabeza poco antes de poner una mano sobre la mía, revolviendo mi cabello sin ninguna pena. —Quizás tú te encogiste. Mira, ahora quién es el enano.

Todo fluyó con tanta naturalidad que me sentí como un completo idiota por preocuparme hace un rato.

—Sigues siendo el mismo niño caprichoso que conocí, mira que darle tanta importancia a un par de centímetros —declaré, cruzándome de brazos mientras alzaba el mentón de manera orgullosa.

Él odiaba tanto eso cuando lo conocí. Recuerdo que cuando ya entramos en confianza, y solo por el placer de molestar un poco, solía recordarle en nuestras peleas que cuando gritaba parecía un enano gruñón.

Noté que él iba a agregar algo, pero mi mamá se interpuso sin darse cuenta. Aprovechó de invitar a Yura y Otabek a comer a nuestro hogar, ya antes de salir había preparado "mi platillo favorito".

Entonces, de golpe y sintiéndome la persona más desconsiderada del mundo, recordé que aún no me había presentado con Otabek.

Y desde luego, no tardé en hacerlo, entre disculpas por haberme distraído y agradecimientos por acompañar a Yuri hasta el aeropuerto.

Aunque él me indicó que no me preocupara. Que no era problema, de seguro yo seguía algo cansado por el viaje. Esbozaba una pequeña sonrisa, como queriendo tranquilizarme luego de mi reacción algo exagerada de hace unos minutos. Y yo creía que era un chico realmente amable, si bien en las fotografías que Yura enviaban Otabek se veía algo intimidante, en persona realmente era lo contrario.

Y el hecho de que yo fuera casi de su tamaño, aportaba en mucho.

Le pregunté si le interesaba venir a mi casa, así estaría con Yura y podríamos hablar más entre los tres. Le dije que él me causaba curiosidad, después de todo, Yuri se pasaba hablando de él en los correos que me enviaba. Diciendo lo genial que era, ya fuera en su actitud o en lo que hacía.

Sin embargo, ni bien terminé de decir eso, el aludido saltó hacia nosotros tratando de negar la última aseveración que hice.

Casi chillaba que él no se la pasaba hablando de Beka, que no le contara mentiras a su amigo. Que solo lo decía para molestarlo.

Debo admitir, que era divertido ver a Yura tan nervioso y avergonzado. Muy adorable de su parte.

Entonces, contra todo pronóstico, Otabek me comentó que Yuri también hablaba mucho de mí cuando estaban juntos. Y yo no alcancé a indagar en el tema, cuando Yura cogió del brazo a su amigo para arrastrarlo lo más lejos posible.

"Tus amigos son divertidos" comentó mi madre, mientras rodeaba mi brazo con delicadeza, en un abrazo.

Bueno, Otabek es un buen amigo de Yuri, así que no dudo que también pueda llegar a establecer una buena relación con él.

Con mis padres, nos dirigimos a la salida principal del aeropuerto. Se notaba el cielo gris, aún si había empezado la primavera. Al menos tenía el consuelo de que al regresar a mi hogar, podría ver los preciosos brotes del jardín.

Nos volvimos a encontrar con Yura y Beka mientras esperábamos algún táxi. Este último mencionado, se disculpó mucho tanto con mis padres como conmigo, diciendo que debido a asuntos en su hogar no podría venir a nuestra casa.

Aunque yo sabía que Yura había tenido que ver. Lograba captar en su mirada ese brillo especial que adquiría cada vez que se salía con las suya.

"¿Qué tienes en mente, Plisetsky?" pensé, mientras lo veía despedirse de Otabek con un fuerte apretón de manos y unas miradas que tal vez duraron demasiado.

¿O era yo quien de repente se hacía ideas estúpidas?

Me sorprendí de mi mismo, al darme cuenta de que mi pecho se apretó en cierta cantidad al ver esa escena. El recuerdo de cuando Yuri medía un par de centímetros menos y se despedía de mí con esos apretones de manos, me removió la nostalgia.

Cierto, por un momento había olvidado que estaba enamorado. Quizá lo estoy tomando con demasiada ligereza.

Pero entonces Yuri apoya su brazo sobre mi hombro, atrayéndome y susurrandome que estoy demasiado bajo. Que ahora no lo puedo hacer enojar, porque ha crecido y me puede doblegar con facilidad.

Hago amago de todo mi autocontrol para no sobre reaccionar y apartarlo de un empujón.

Claro que ha cambiado. Claro que ha crecido.

Yo lo noté desde que lo vi llegar y esa ha sido mi cruz.

Yura me gusta. Realmente me gusta.

Intento convencerme de que tal vez se deba a que no he tenido más que contadas interacciones con otros alfas. Que es eso lo que me hace ser tan susceptible a Yuri.

Pero ni yo me creo esas mentiras.

Me gustaría verlo sonreír, con ese rostro más maduro. Tan contrario al infantil y andrógino que tenía cuando lo conocí. Escucharlo decir mi nombre, con esa voz un poco más grave, pero con un tono familiar. Quería que me mirara. Sentir la piel erizandose mientras su mirada hurga en la mía, que me haga sentir miedo ante la posibilidad de que se percate de lo alberga mi corazón.

Me gustaría que él me tratara, como yo quiero tratarlo ahora. Que me viera de esa manera distinta.

Me gusta él, a fin de cuentas.

¿Por qué siento como si este fuera mi fin?

Jalo ligeramente de su bufanda palestina con diseño animal print, sonriendo. Bromeo y le digo que espero que ni intente meterse conmigo. Que aún soy capaz de adormecerle el brazo de un golpe.

Su rostro está cerca, quizá demasiado. Al bajar la tela con diseño diseño de tigre, puedo ver mejor su rostro y me debo obligar a tragar saliva.

"Contrólate, Yuuri. Tu corazón es un idiota, pero que no arruine todo esta vez".

Creo que él no esperaba esa reacción. Lo noto en su boca semiabierta y mirada sorprendida. Dura así un segundo que se me hace una eternidad.

Juraría que percibí un rubor, poco antes de que me empuje un poco y me diga que "no joda". Se me cierra la garganta y tengo miedo. Ahora más que nunca, quiero regresar en el tiempo a cuando no me preocupaban tanto estos detalles.

¿Cómo es posible que no pueda distinguir si está molesto o avergonzado? Luego de tanto tiempo a su lado, tan solo un año basta para que ya no pueda leerlo con la misma claridad.

Entonces esa sensación extraña se apodera de mi estómago y la ansiedad viene encima.

¿Debo comenzar a cuidar más lo que digo? ¿Cómo debo tratarlo de aquí en adelante?

No niego que aún lo quiero demasiado como a un amigo, pero tampoco puedo negar que estos sentimientos se entrelazan con unos mucho más distintos. Más románticos.

Señorito Plisetskty, el chico malcriado que conocí en mi primer día en la mansión. Quien me hacía bromas sobre mi peso y siempre se quejaba de todo.

Yura, diminutivo de Yuratchka, el chico del cual fui niñero y con el cual terminé formando una hermosa amistad. Con quién compartí secretos, momentos y construí preciosas memorias.

¿Quién sería entonces, este nuevo Yuri? ¿En dónde calzaba el chico rubio de mirada turquesa que me hacía olvidar donde estaba parado si me observaba mucho?

Quiero ser su amigo y a la vez no. Soy egoísta y fantaseo con más, aun si la culpa me embarga lentamente.

¿Cómo se sentiría la voz de Yuri contra mi oído, susurrando cosas que hagan arder mis mejillas?

Quiero más, pero me aterra perder su amistad. Romper todo nuestro progreso y lo que logramos formar.

El tomarlo de la mano, el poder hacerlo sonreír como nunca nadie lo ha hecho jamás.

"Ser amado por Yuri Plisetsky" la sola mención de esa añoranza hace que mi cuerpo tiemble y se tense. Me vuelvo pequeño y siento como si fuera un granito de mostaza en el asiento del taxi que nos lleva a casa.

La evolución de la amistad al amor.

Sentía como si estuviera a punto de dar un paso al frente, con los ojos vendados.

No sé si pisaré tierra o caeré al vacío.

No sé si la relación con Yura podría florecer de la manera más hermosa, o marchitarse hasta deshacerse.

Simplemente, no sé qué hacer.

No quiero salir lastimado, pero tampoco quiero lastimarlo a él. La responsabilidad de ser su primer amigo me pesa con fuerza en los hombros.

¿Estaré traicionándolo con estos sentimientos?

❀ ❆

—Yuuri, ¿por qué no te repites plato? A este paso, Yura va a comerse todo el katsudon —dijo Hiroko con dulzura, algo preocupada por el hecho de que su hijo solo se hubiera servido un plato.

—Me maree un poco en el vuelo, mamá. No tengo mucha hambre —mintió Yuuri, con una sonrisa titubeante.— Puedes comerte mi porción, Yura —agregó, dirigiéndose a su amigo en un intento de cambiar de tema.

El aludido no tardó ni tres segundos en aceptar e ir por su cuarta repetición de katsudon. Le gustaba demasiado y ya habían sido muchos meses sin probar el que preparaba la madre de Yuuri.

Desde que entró a la universidad, almorzaba en ese lugar. Y los fines de semana, apenas podía pedir la comida que quisiera, ya que su abuelo lo hacía almorzar con él para tener resúmenes de lo que hacía de lunes a viernes.

Además, el ambiente familiar de almorzar junto a los Katsuki lo embargaba de un sentimiento de calidez familiar que venía echando en falta desde que Mila se mudó. No es como si se quejara de almorzar con Otabek, era agradable poder hablar con él ese tiempo libre, liberándose del estrés de las clases. Simplemente, estar con Yuuri era algo diferente y enriquecedor a su manera.

Le extrañaba más de lo que podría llegar a aceptar.

—De ahora en adelante, puede sentirse libre de venir cuando tenga tiempo. Sé que Yuuri agradecería su compañía luego de tanto tiempo —El padre de Yuuri alargó la invitación con una sonrisa amable, poco antes de beber un poco de té.

—Además, sabe que mi Yuuri es muy tímido para decirlo de forma directa, pero yo lo conozco y de seguro lo extrañó mucho —agregó Hiroko, poco antes de reír.

Yuri se volteo por inercia hacia su amigo, solo para encontrarse con este tragando el contenido de su vaso como si no hubiera mañana. Las mejillas rojas, la iluminación en sus gafas que no le permitían distinguir sus ojos.

Pero por el tono blanco en sus dedos al sujetar su vaso, de seguro sus padres habían dicho algo que Yuuri de ninguna manera quería darle a saber a su amigo.

Estaba avergonzado. Era exactamente igual a cuando Hiroko comentó en una de sus primeras cenas juntos, que su hijo siempre lloraba en otoño cuando era más niño. Creyendo que los árboles sufrían cuando sus hojas caían.

Yuuri murmuró algo en lo que parecía ser japonés, logrando hacer reír a sus padres, mientras un confundido Yuri lo observaba a la espera de que tradujera.

Y aquella expresión de desentendimiento fue en aumento cuando la familia comenzó a hablar en un idioma desconocido.

—Oye, yo sigo aquí —murmuró contra el oído de su amigo, fingiéndose ofendido. Bueno, igual se sentía un poco incómodo al no poder entender de qué conversaban.

Río al notar como el cuerpo de Yuuri se estremecía, de seguro lo asustó.

Sin embargo, el aroma a cerezos lo tomó por sorpresa, obligándole a retroceder de manera bastante obvia para volver a comer de su plato con desesperación.

Cerezos de un aroma dulce y suave. Al igual que Yuuri. Sus sentidos de alfa se habían pulido con el paso de los meses, ahora se percataba de lo difícil que sería ignorar la verdadera naturaleza de su amigo. Lo cual era extraño, teniendo en cuenta la facilidad con la que pasaba de la presencia de omegas en su carrera.

Yuuri siempre era tan distinto. Desde que lo vio en el aeropuerto, tenía la sensación de que pequeños pétalos de cerezo decoraban su cabello y perfuman su piel.

La imagen de su amigo era tan distinta a la de todos esos omegas que flirteaban con él desde que cumplió catorce. Diferente de las omegas de su familia.

Era... llamativo. Casi le daban ganas de acercarse un poco más a olfatear.

Y eso le preocupaba más que nada.

El volverse un alfa de los que tanto detestaba, cada vez que tenía eventos de sociedad.

Pasó saliva y terminó de comer en un silencio que no tardó en pasar desapercibido por los padres de Yuuri. Después de todo, apenas y respondía a las preguntas que le hacían, o a sus comentarios. A diferencia de cuando recién empezó la cena.

Al cabo de un rato, Hiroko le recomendó de manera sutil, que ya era tiempo de que regresara a mansión. Mañana debía despertar temprano y de seguro no quería estar con sueño a lo largo del día.

Una mirada por parte de su madre, fue suficiente para que Yuuri captara el mensaje, haciendo que se ofreciera inmediatamente a acompañarlo a su casa.

Hiroko podía leer el ambiente y lo que ese par de chiquillos necesitaba ahora, era un tiempo a solas. Y ella no iba a negárselo, ya que confiaba ciegamente en ellos, segura de que nada malo saldría de un tiempo a solas. 

❀ ❆

—Yura, espera un poco —pidió Yuuri, saliendo a las carreras de su hogar, mientras terminaba de abotonar su saco. No hacía tanto frío como en invierno, pero la humedad del jardín sumada con la iluminación justa, eran capaces de causar un resfriado en cualquier persona descuidada. Y sería el colmo que su naturaleza le jugara en contra, causándole un resfriado apenas regresara a casa, debido a su vulnerabilidad a cambios de temperatura.

—No es mi culpa que mis piernas se alargaran más que las tuyas —respondió Yuri, con una sonrisa maldita mientras se erguía para hacer resaltar que ahora era más alto que su amigo.—. Enano —canturreó, mientras ponía énfasis en cada letra.

Ambas manos en los bolsillos, intentando hacer que entraran en calor, mientras se dirigía al camino que llevaba a la mansión. No es como si quisiera llegar rápido, todo lo contrario, lo que realmente buscaba era tener algunos momentos de tranquilidad con su amigo. Aun si era egoísta, no le importaba mucho de momento, ya le había echado en falta suficientemente como para contenerse ahora.

—Recuerdo que antes era otra persona quien se quejaba porque yo caminaba "muy rápido" —Recordó Yuuri, en un tono burlón, posicionándose a su lado.

La nostalgia se manifestó sin ninguna invitación, recordando cuando recién empezó a ser niñero de Yura. Teniendo que soportar un trato duro, que si no fuera por su santa paciencia, de seguro lo habría quebrantado un poquito. Río enternecido, despertando la curiosidad de su amigo.

—No te rías, idiota. No es chistoso, sufrí de lo lindo cuando di el estirón y lo último que quiero es escuchar tu estúpida risa—Lo regañó, poco antes de chasquear la lengua. Más molesto con él mismo que con Yuuri.

"Idiota, soy un completo idiota".

En realidad, quería preguntar si él también recordaba que tomaban ese camino hace un par de años. Cuando compartían piroshkis y presionaba a Yuuri para volver a tocar juntos. Sin embargo, la posibilidad de una negativa era algo desesperanzador. Él no sabía hasta qué punto Yuuri seguía siendo el mismo que se fue hace poco más de un año.

Todo cambiaba.

Yuuri ahora era un poco más bajo y Yuri juraba que podría cargarlo con facilidad si quisiera, muy distinto a cuando el omega se emborrachó en cierta ceremonia y Viktor tuvo que llevarlo a su casa.

Olía a recuerdos servidos en agua tibia de cerezo.

—No me río de eso —Se defendió con algo de timidez, casi haciendo un puchero—. Era una risa de ternura. Recordaba cuando era más pequeño. Siento que dentro de un tiempo, terminará por olvidar cómo era tu voz cuando nos conocimos.

El aludido se aclaró la garganta por inercia, cayendo en cuenta de que el otro estaba en lo correcto. Su voz se había tornado un poco más grave, el año pasado sufrió hermoso con cada ocasión en la que desafinó, al menos ahora la sentía más "normal". Estaba seguro de que podría usar el tono de voz alfa si lo intentaba.

—Pues tu voz no ha cambiado nada, supongo que ya llegaste a tu límite, viejo —comentó, con una risa corta mientras empujaba juguetonamente a su amigo. Debía bromear. Debía disimular que el hecho de que Yuuri también estuviera recordando cosas, le golpeó una fibra sensible.

Mierda, lo había extrañado horrores. Se sentía tan ligero, tan él mismo cuando estaba a su lado. Sin tener que seguir el estúpido protocolo de convivencia de su instituto, o las reglas de etiqueta de su hogar.

¿Por qué era incapaz de decirselo?

—¿No quieres sentarte un par de minutos? —Aquello pilló a Yura por sorpresa, estaba esperando una de las típicas respuestas de Yuuri. Acerca de su edad, de su cabeza hueca o algo así, mientras sonreía con una dulzura cínica que le daba picor de muelas.

Pero aquella expresión tan sincera, tan ilusionada al pedirle el favor. Tuvo que tragar saliva y apartar la mirada, fingiendo desinterés, para poder pasar la impresión.

—Claro —dijo y se adelantó para tomar asiento en una de las bancas al costado del camino. Cree que fue una de las mejores elecciones, ya que si bien quedan lejos de las zonas más iluminadas, tienen una vista privilegiada de la zona de flores. Aunque algunas quedan bajo árboles frutales, lo cual caso siempre acaba con alguien sentándose sobre algún fruto caído.

Yuuri se sentó a su lado, reclinándose en es respaldo tallado de caoba, algo envejecido. Suspiró, antes de alzar la mirada al cielo, dando inicio a un largo silencio entre ambos.

Era curioso, Yuri estaba seguro de que alguna vez leyó o escuchó por allí, que los silencios incómodos no existen. Solo existen silencios y depende de las personas si hacerlos incómodos o no. Algo así le sucedía con su amigo, no recordaba un momento en que la ausencia de palabras de hubiera transformado en algo que ponía tenso el ambiente. No, todos sus silencios eran agradables, tranquilos y cargados de significados.

Estar de aquella manera, junto a Yuri, rodeado de esos aromas familiares, lo hacía sentir que por fin estaba en su hogar.

—Yura —Lo llamó con suavidad y una tenue sonrisa en los labios. Casi podía percibir algo de duda en esta. Así como casi olfateo el suspiro de un cerezo. — Traje algo para ti —comentó entre pequeñas risas, que ya le dejaban en claro que Yuuri estaba algo nervioso. —No es la gran cosa, pero cuando lo vi, camino al aeropuerto, no pude evitar pensar en ti.

El aludido ladeó un poco la cabeza, curioso, siguiendo los movimientos de su amigo, quien retiraba de su bolsillo una pequeña cajita envuelta en papel blanco.

Entonces reaccionó.

"Mierda".

—¡¿Eh?! ¡¿Por qué nadie me dijo que había que traer un regalo?! —Se levantó de un salto, con las mejillas completamente rojas de la vergüenza, deseando que se lo tragara la tierra. O sea, nadie le avisó que debía llevar un regalo, pero debió suponerlo ¿no? Joder, era un terrible mejor amigo, o sea, Yuuri llegaba luego de mucho tiempo con un regalo, cuando debería ser él quien le diera uno de bienvenida.

Yuuri, quien hasta hace unos segundos lo miraba atónito, empezó a reír mientras negaba sutilmente con la cabeza, entrecerrando los ojos. Y es que la imagen de su amigo rebuscando por todos lados y volteando sus bolsillos, era simplemente divertida. Lo escuchaba balbucear maldiciones de lo más creativas.

—Por favor —pidió en voz alta, logrando que Yuri se volteara en su dirección.— No es necesario que me regales algo, si tan solo te sentaras y abrieras mi presente, sería inmensamente feliz —dijo, con más cortesía de la usual.

Ante la petición de su amigo, asintió y se sentó junto a él. Yuuri se sorprendió bastante al percibir el nerviosismo flotando en el ambiente. Pero decidió ignorarlo, no quería que Yura terminara por irse para evitar la situación.

Porque a veces, a pesar de considerarse maduro , tendía a huir de la situación como si siguiera siendo el niño pequeño que conoció.

Apenas extendió las manos, con la mirada baja, Yuuri depósito el regalo sobre estas. Manos, que también habían crecido. Tuvo que pasar saliva para suprimir la necesidad de comprobar cuánta diferencias había entre las suyas y las de su amigo.

Una ligera señal de cabeza dio el visto bueno para que pudiera abrir el pequeño regalo.

En cuanto descubrió el contenido un "¿eh?" abandonó sus labios. Entonces, Yuuri embargado por un miedo sobre el posible disgusto de su amigo, empezó a disculparse.

Que le dijo que no era gran cosa. Que si no le gustaba se lo podía devolver y él buscaba algo mejor. Que no pensó que le desagradara, se confió demasiado.

—Ya cállate, idiota. Es perfecto —respondió Yuri, con una sonrisa que disipó todas las dudas de Yuuri. Sostenía un pequeño llavero con un pequeño gato blanco de la buena suerte. Con el dedo índice movió la patita que mantenía alzada en saludo y esta se movió. — Son para la buena suerte ¿no? Porque necesito mucha ahora.

Esa sonrisa, era la que estuvo esperando por meses. Quizás si Yuuri pudiera ser un poco más valiente, o torpe, podría acercarse lo suficiente para...

No. No podía. No debía, en realidad.

Se mordió el labio inferior y asintió, alternando la mirada entre sus manos enrojecidas por el frío y la mirada ilusionada de Yura.

—Como ahora estudias, pensé que sería ideal. Además, sé que adoras los gatos, así que fue como matar dos pájaros de un tiro ¿no? —explicó Yuuri, en voz baja, sonriendo para sí mismo mientras jugueteaba con sus dedos.— No es como si dudara de que eres inteligente, digo, sacas buenas calificaciones con o sin ayuda de un amulet...

—Yuuri —Instantáneamente, sintió una mano cálida sobre su espalda. Ah, ya recordaba, los alfas solían tener mayor temperatura y resistencia al frío. Ese era uno de los motivos, por los cuales a los omegas le gustaba estar cerca de ellos. Pero, él sabía que ese no era el motivo por el cual se le puso la piel de gallina con la mano de Yura encima.— Yo también acabo de encontrar un regalo para ti.

Yuuri alzó la mirada justo en el momento en que la bufanda palestina de su amigo comenzaba a rodear su cuello. Abrió los ojos desmesuradamente al darse cuenta de que el olor a café era más intenso, sintiendose un poco aturdido.

—No pienso devolverte tu bufanda roja, si eso es lo que crees —continuó diciendo, mientras terminaba de envolver su cuello.— Solo no me gusta el parecer que tengo las manos vacías y ya comiences a extrañar a tus amigos japoneses. —¿Acaso percibía celos en su tono de voz?

Celos... Envidia. ¿Cuál era la diferencia?

—Bueno, al menos ellos envolvían sus regalos...—insinuó, molestoso. No pudo terminar la frase, cuando Yuri comenzó a jalarle una mejilla. Vaya, al parecer aún tenía el magnífico don de hacerlo enojar cuando lo quisiera. Aunque Yuuri no podría decir que era un talento del cual estar orgulloso.

—Alguien está demasiado confiado desde que regresó —comentó, ácido, mientras se dedicaba a jalarle las mejillas a Yuuri. Este último, por su parte, se dedicaba a lanzar manotazos en afán por liberarse de las garras de su amigo. Hace menos de un minuto pensaba que sus manos eran agradables, pero ahora solo quería quitárserlas de encima. Cielos, había olvidado que ahora no era un chiquillo y la fuerza no le escaseaba.

Sin embargo, no podía dejar de reír, cosa que hacía cruzar los cables de Yuri aún peor. Le echaba leña al fuego casi con más ganas y sin quererlo. De esa manera, entre manotazos y pellizcos, los golpecitos no tardaron en llegar. Así como estos, culminaron siendo los golpes especiales de Yuuri que dejaban adormilados los brazos de su amigo. En realidad, no quería recurrir a eso, pero viendo que el asunto iba para largo, mejor sacar el arma secreta.

Demonios, la risa de Yuri era tan preciosa. Le causaba un cosquilleo agradable en la panza, mezcla de nostalgia con el regocijo de ver a su persona querida feliz.

Acabaron por separarse, jadeantes y agotados, olvidándose por completo del frío, de la noche, o de lo tarde que era. Como si todo ese año separados hubiera sido tan solo un día. Como si esas risas y cercanía siempre hubiera estado allí.

La sensación de tranquilidad se sentía en el ambiente, el alivio enorme de saber que las cosas no había cambiado en ciertos aspectos. Seguían siendo cómplices, en esa amistad que surgió de manera tan sorpresiva y contra todo pronóstico, se mantuvo.

—Es tarde —Hizo notar Yuuri, una vez se calmó un poco. Demonios, las mejillas le dolían. Pero no podía dejar de sonreír. Estaba tan feliz que creía que ese sentimiento no le podía caber en el pecho y hasta miedo le causaba que Yuri se percatara y se colgara de ello para hacerle bromas.

—¿Tan rápido te aburriste de mí? —respondió, alzando una ceja y frunciendo los labios. El cabello rubio se notaba despeinado y la tentación peinarlo era más que enorme. — Auch, no pensé que volvieras de Japón sin corazón, Yuuri —dijo, y le atrapó la nariz entre sus dedos índice y medio.

—Mañana vas a clases ¿no es así? —Parecieron ser las palabras mágicas, ya que apenas las pronunció, Yuri lo soltó de mala gana y se cruzó de brazos.

—Sí —contestó, con un tono digno de un niño que no quiere ir a la escuela. Suspiró desganado, peinado su cabello hacia atrás.— Eres un aguafiestas de mierda, Yuuri.—Le recriminó, mientras se levantaba de la banca.

La expresión de Yuuri se quebró en ese instante. Las ideas persecutorias sobre haberlo arruinado todo, empezaron a llenar su cabeza con rapidez, mientras Yura empezaba a alejarse.

Un paso.

Dos pasos.

Tres pasos.

—De todas formas, extrañé que me regañaras —declaró Yura, empleando un tono de voz que Yuuri no pudo descifrar en ese instante. Sin embargo, estaba seguro que no fue enojo o algo así. —Buenas noches.

Éste último se mantuvo quieto, como si de una estatua se tratara, hasta que los pasos de su amigo terminaron de resonar en el suelo.

El rubor se apoderó, inmisericorde, de su rostro y se trepó hasta sus orejas. Mientras que el corazón se le subió a la garganta, formandole un nudo tremendo al compás de los fuertes latidos que retumbaban en sus oídos, haciendo eco en todo su cuerpo.

"Yo también te extrañé, muchísimo" pensó, antes de abandonar el lugar.

No quería que de casualidad Yura se asomara por la ventana y viera su patética imagen, llorando de emoción

El amor lo había golpeado con la fuerza de un tsunami, hundiendolo profundo. En esos momentos, se sentía un náufrago revolcado por las olas a la orilla de la playa.

Lo bañaban los recuerdos del día, las sonrisas, los roces, las palabras y el sentimiento de pertenencia.

Se sumergía sin detenerse en ese delicioso aroma a café.

"Extrañé que me regañaras".

"Mieeeerda" fue lo primero que pensó Yuri, mientras se dejaba caer sobre su cama.

¿En qué demonios estaba pensando?

¿Por qué no mejor se resbaló en el piso y se rompió la cabeza, o algo así?

Sentía como si se pudiera morir de pena en un parpadeo.

¿Por qué todo se sentía tan raro?

Desde que Yuuri llegó al aeropuerto, sentía que había un aura extraña entre ambos.

Por un momento, llegó a pensar que se debía al distanciamiento, después de todo fue mucho tiempo sin verse. Era de esperar que algunas cosas cambiaran, había conocido gente nueva en Japón, personas con las cuales podría compararlo y pensar "quizás Yuuri no es material de mejor amigo después de todo".

Sin embargo, acababan de pasar un rato realmente genial en el jardín, como cuando él aún era su niñera y se ponían a discutir por estupideces ¡Si hasta regalos habían intercambiado!

¿Si no era la distancia, entonces qué?

¿Qué fue eso que le impidió darle un fuerte abrazo cuando lo vio? Aunque sonara estúpido, estuvo pensando demasiado en eso cuando iba en la moto con Otabek, camino al aeropuerto. Creyó que sería divertidísimo el saludar a Yuuri con un abrazo y alzarlo del piso, a modo de recalcar que ya le había ganado tanto en altura como en fuerza.

Al parecer, la impresión lo superó. Aunque en retrospectiva, había disimulado bien.

Yuuri.

Se reincorporó en la cama, como si hubiera tenido una epifanía.

Claro, no era él quien había cambiado, sino Yuuri.

Con su cabello más largo y su rostro más redondeado. Con el abrigo grande que usaba para disimular que había subido un poco de peso. Con la piel suave, incluso cuando le jalaba de las orejas. Con ese pequeño hoyuelo que se le formaba solo en el lado izquierdo de la cara, cuando sonreía.

O tal vez era la voz que se sentía diferente, más dulce. Quien sabe, quizás siempre fue así, pero se acostumbró tanto que apenas lo notaba ahora. Rememorando, era un adolescente muy desagradable cuando él llegó a su vida.

Inclusive, podría tratarse de su aroma, del cual estaba más consciente que nunca...

"Maldición, maldición, maldición." se repitió mentalmente, queriendo apartar la vergonzosa revelación que se había manifestado ante sus ojos.

Y es que sí, negarlo sería estúpido, aunque aceptarlo tampoco era la cosa más fácil del mundo.

Desde que Yuuri regresó, una pequeña y desesperante idea empezó a revolotear dentro de su cabeza. Primero como un susurro y ahora, como un grito molesto, que no dejaba de repetirle:

"¿No crees que Yuuri, es muy bonito?"

Para peor, tenía clara la respuesta.

Un problemático y vergonzoso "sí".

¿En qué momento Yuuri empezó a parecerle lindo?

Así, de lindo.


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Buenas ~ ha sido muuuucho tiempo sin actualizar <|3

Les agradezco mucho las más de 25K de lecturas, los comentarios y los votos ;///;

Perdón por el hiatus indefinido (que puse en la descripción de mi perfil).

El bloqueo y los bajones continuos en mi vida personal me privaron de realizar muchos de mis hobbies favoritos (como escribir, leer o dibujar). Sin embargo, el mes pasado me sentí mejor y decidí retomar este fic ♡

Porque sé que hay personitas que aún lo siguen y lo disfrutan, a pesar de todo.

Desearía que tuvieran una bonita experiencia ;v;

Sobre el capítulo:

Fue un dolor de muela peor que los anteriores. Más que nada porque otra beta me ayudó en un beteo(?) global y me percaté de que hay varias cosas que debo corregir a futuro. La beta que me ha ayudado hasta ahora tiene complicaciones y no quiero presionarla <'3

Pero también está el asunto, de que por fin llegué a un punto que me gusta... pero me asusta.(?) Y ese es el romance. Aah, fluff. Digo, he escrito otros fanfics pero nunca he abordado el enamoramiento de una manera tan... ¿directa? No sé cuál es la palabra.

Eeeen fin, espero no decepcionarles más adelante ; ^ ;

Les deseo un bonito día~

PS: Recordatorio amistoso acerca de la Yuruuri Week. Ya dieron el anuncio y solo queda esperar la fecha y los temas, no duden en participar <3 


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