7. Lápiz, tinta y tú mirada

Cat miraba de nuevo las paredes mordiendo su lápiz de dibujar. De vez en cuando anotaba algo en los folios, los cuales, dejaron de ser blancos desde que ella se sentó en la mesa de caoba que presidía el salón de Charles. Él le dio pocas ideas. Quería dejarse llevar por ella y al parecer, lo estaba consiguiendo pues a la castaña, la imaginación le sobraba a raudales.

- Tendrás que quitar todos los muebles -le dijo ella observando de nuevo la estancia. Estaba entusiasmada porque este era uno de esos proyectos que solo tienes una vez en la vida y que él confiara tanto en ella para hacerlo la llenaba de orgullo.

- No hay problema por eso -le contestó él sabiendo que le diría si a absolutamente todo lo que Cat le pidiera. 

- Y te haré una lista de los materiales.

- Donde tú me digas, voy a comprarlos.

- Mejor iremos los dos, que yo soy un poco exquisita con las pinturas. No quisiera que compraras cualquier cosa y que luego se te cayera la pared a trozos.

-¿No te fías de mi para comprar? -se burló Charles de ella en un intento de provocarla.

-La verdad es que ... no.

Charles le sonrió a la chica y ella le devolvió esa sonrisa con algo de timidez. Intentaba no sonrojarse de nuevo, pues, era bastante fastidioso andar con las mejillas encendidas cada vez que estaba cerca de él. Pero era harto imposible cuando las miradas de ambos se cruzaron durante breves segundos en los que pareció que el tiempo se detenía. 

- Tengo que pedirte otro favor, Charles -la chica retorció sus dedos nerviosa mordiéndose los labios, pues lo que tenía que decirle al chico le daba algo de verguenza.

- Lo que necesites -le respondió él con sinceridad percibiendo en ella una incomodidad que no quería que tuviera. 

- Cuando me pagues, ¿Cómo lo harás?

- Te hago un Bizum, ¿te parece bien?

Cat apretó sus labios con ligereza y emitió un entrecortado suspiro que le llegó al alma al joven piloto monegasco. Intuía que en la vida de la chica, no todo era color de rosa y que por algún que otro motivo, estaba inmersa en problemas. 

- ¿Podrías hacerme mejor un ingreso? es que...quiero hacerme una cuenta y que nadie sepa que la tengo -Otra vez esas mejillas sonrosadas. Otra vez la culpa y la verguenza hacían mella en ella.

Charles conocía esa sensación. Su madre estuvo una época intentando hacerle sentir así, hasta que él dijo basta y tomó las riendas de su vida. Y aún así, ella seguía creyéndose con el derecho de opinar sobre todo lo que hacía. 

- Claro, sin problema, Cat. Tú me das el número y yo te lo hago semanalmente. Que seguro que te hará falta del dinero por si quieres salir el fin de semana.

- ¡Si yo no salgo, Charles! -ella se rio un poco haciendo aspavientos con una de sus manos. Otra vez se miraron, otra vez compartieron escondidas miradas casi similares.

- No me creo que una chica joven como tú, no salga de fiesta.

- Charles, no quiero aburrirte con mi triste vida...pero, desde que dejé los estudios, no tengo amigas. Mola más tener amigas universitarias que una triste camarera.

A Charles le dio un vuelco el corazón al escucharla hablar así. Su voz tenía un deje de tristeza y desangelo que le estaban afectando más de lo que él podía llegar a pensar. Lentamente, una de sus manos se puso encima de las de la chica. Ella levantó su cabeza hasta que sus ojos volvieron a cruzarse con los suyos, conteniendo Cat el aliento ante este sutil toque. 

- No digas eso. Haces un trabajo muy digno, Cat, y si no fuera por el, nunca nos hubiéramos conocido.

La sonrisa que él le dio, calentó su alma y casi su cuerpo entero. Es lo que tenía Charles, una sola palabra, una sola mirada y hacia que todo su mundo, y por consiguiente a ella, girara a velocidades vertiginosas.

Y la pobre camarera no estaba ni de lejos acostumbrada a tales sentimientos, pues en su corta vida, había experimentado de todo, menos el amor. Por eso ahora mismo se sentía tan apabullada con las atenciones, amistosas, del piloto de Fórmula Uno sobre ella. 

- Algo bueno tenía que tener -le dijo ella respondiendo a la sonrisa. Bajó su mirada para disfrutar del contacto de sus manos hasta que él las retiró lentamente muy a su pesar, pues lo que menos quería Charles era asustarla.

Le gustaba Cat. Y mucho, y por eso mismo llevaría las cosas con calma con ella, hasta hacer que se sintiera cómoda y segura a su lado, que era lo que pensaba él que tanto necesitaba la chica. 

Cat miró la hora de su reloj con fastidio incluso resoplando un par de veces al hacerlo. 

-Tengo que irme, Charles. Mi madre tiene que estar a punto de llegar y prefiero estar en casa antes de que lo haga ella para no tener que darle más explicaciones -le confesó Cat a quien el semblante le había cambiado hasta volverse un poco más serio. 

- Si... vale. Te llevo -le ofreció él negando Cat con su cabeza un par de veces. 

- No hace falta, Charles, de verdad. Tú dime donde hay una parada de bus y me iré.

- Insisto, Cat. Sino quieres que te lleve hasta tu misma puerta, te dejo cerca. Pero es de noche y no quiero que vayas por ahí tu sola -intentó él convencerla pensando que acabaría echándosela al hombro para que dejara que la llevara a su casa. 

- ¿Sabes que esto lo hago muy a menudo? Lo de salir sola y eso -Ella lo miró poniendo sus manos a ambos lados de sus caderas. Charles pensó en lo preciosa que estaba así y en qué se moría por probar sus labios.

- Me imagino. Pero hoy no será ese día, Cat.

El trayecto a casa de la chica había empezado con el silencio apoderándose de ambos, hasta que Cat lo rompió pidiéndole a Charles que le contara como era ser piloto de Fórmula Uno. El entusiasmo del chico era tan evidente, que ella no podía dejar de preguntarle con tal de no acallar su voz y seguir disfrutando de ella. 

Apenas unos 100 metros de su casa, Charles aparcó el coche donde Cat le indicara. Ella tenía razón. Esta era una de las  zonas más pobres del Principado y lamentaba tanto que tuviera que vivir aquí. Estaba claro que las circunstancias de vida de Cat no eran las más idóneas. 

- Tienes que prometerme una cosa, Charles -le pidió Cat antes de bajarse de su flamante automóvil. 

- Lo que quieras -le aseguró él manteniéndole la sonrisa, pues, si ella le pedía la luna, seguramente, intentaría dársela. 

- Que no le dirás a nadie lo del mural. Si mi madre se entera no me dejará en paz -le pidió, observando Charles que hasta su barbilla temblaba ligeramente con su petición, una que intuyó él tenía que ver con su situación familiar. 

- Como quieras. Aunque, ¿Qué le vas a decir cuando vengas a pintarlo?

- Algo se me ocurrirá. Le diré que me he apuntado a clases de pintura gratuitas o algo. O que me he echado novio y así me deja en paz. Aunque lo del novio no se lo va a creer -encogió ella sus hombros pues esta opción si que era algo de la que su madre sospecharía. 

- ¿Y porque no? -le preguntó Charles muy confundido por las palabras de la chica, unas que escondían algún pequeño complejo que él estaba seguro que le habían provocado. 

- Charles, ¿tú me estás viendo? -Cat le hizo un gesto con sus manos que abarcó todo su cuerpo mirando con ironía al piloto.

- Si que te veo, Cat- le aseguró él mirándola a los ojos y no al resto de su cuerpo- El problema es, que parece que la que no se ve, eres tú. Deberías tener más confianza en ti misma y no ser tan insegura. Ya eres mayorcita como para que te importe tanto lo que digan los demás de ti. Eres una chica muy guapa y esto seguro de que si quisieras, podrías estar con quien te diera la gana, el problema es, que no crees en ti misma, al parecer.  

Cat se mordió la lengua con tal de no replicarle. Sus palabras le habían dolido y mucho. De alguien que no la conocía y no sabía nada de su mierda de vida. Se quitó el cinturón de seguridad con muy malos modos para bajarse.

Charles, quien se había dado cuenta de que sus palabra la habían herido, puso su mano en su antebrazo para que ella se estuviera quieta.

- Cat... espera... yo... -se disculpó él bastante culpable por lo que habían provocado sus palabras en ella. 

- Tú nada, Charles. Vienes a mi con tu cochazo caro y tu casa de diseño. Y opinas de mi sin conocerme de nada -le casi gritó ella bastante enfadada con las palabras que él le había dedicado, algo que evidenció su encendido rostro. 

- Yo no creo nada, Cat, porque apenas me está dejando conocerte. 

- Y menos que vas a creer. Que te pinte el mural algunas de tus chicas perfectas y seguras de si mismas que hay en tu vida.

Cat salió del coche dando un portazo. Salió corriendo por si a él se le ocurría ir detrás perdiendo el resuello por el camino. Al doblar la esquina de su calle, dejó de correr. Se apoyó en una de las paredes tomando aire con calma.

Sintió ya las lágrimas correr por sus mejillas a causa de las palabras de Charles, y lo peor de todo es que él, tenía razón en todas y cada una de ellas. 

Genial, otro chico que espantaba.

Y lo peor es que este, era EL CHICO.

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