Capítulo 2.


Al siguiente día, Katia se dirigió a la facultad de Ingeniería con un aura totalmente diferente. Cuando ingresó al salón de Estadística, pocos de sus compañeros habían llegado. Se sentó en el asiento de siempre, dispuesta a repasar sus últimas notas, cuando Sebastián Roiz entró.

Se quedó de piedra; la tarde anterior se la pasó regocijándose con sus propios pensamientos, pero el tener que enfrentarse con Sebastián no le agradaba en absoluto, ya que tenía mucho dinero y poder. <<Tranquilízate, él tiene más que perder que tú>> respiró con calma. <<Pero... ¿Y si me amenaza de muerte?>>. Comenzó a repiquetear con su lapicero.

Sebastián se colocó justo enfrente de ella.

—Buenos días, Katia. —En otra ocasión se habría emocionado de que supiera su nombre pero no esa vez. <<Ya me investigó>> pensó preocupada.

—Bu-buenos días. —Quiso parecer indiferente, así que regresó la mirada a su libreta. Él no se movió ni un milímetro—. ¿Buscas algo? —Dijo sin despegar la vista de sus apuntes.

—Sí, yo... —Notó que sus demás compañeros los veían con atención, no era común que esos dos hablaran, es más, era la primera vez que intercambiaban unas palabras frente a los demás—. Quiero que me regreses las copias que te presté ayer —comentó como si nada.

Lo enfocó con impresión. <<¿Copias?>>. Abrió la boca para refutarle, él jamás le prestó nada, no obstante, notó en sus ojos algo que había pasado desapercibido hasta ese momento. Él la veía con súplica, se veía tan frágil, tan vulnerable. Fue una suerte que a Katia se le prendiera el foco y adivinara sus intenciones, si hubiera dicho otra cosa, su visita habría sido sospechosa y daría mucho de qué hablar, pero si se trataba de unas simples copias no tendrían problemas, era común que los alumnos de semestres inferiores lo buscaran para pedirle apuntes viejos o consejos para algún examen.

—Ah, claro, pero no las tengo en este momento, yo... se las presté a un compañero.

—Bien, entonces a la salida me las llevas.

—Cla-claro, te busco a la salida.

Sebastián le sonrió con encanto y se dirigió a la puerta. Por primera vez, Katia observó a su amigo, que estaba recargado en la pared, pues no lo notó con anterioridad; la miraba con fijeza, así que tuvo que desviar su vista. Segundos después lo volvió a enfocar; él seguía en su misma posición, sin dejar de observarla, ¡la ponía nerviosa! Después de unos segundos, el joven dio la media vuelta y salió del aula.

Katia sintió las miradas de sus compañeros sobre ella. Los quiso ignorar pero Santiago, un chico amigable y divertido, hizo un comentario fuera de lugar.

—Uy, Katia, parece que te has vuelto muy popular entre los chicos de semestres avanzados —sugirió. Algunos otros rieron.

—Qué va —rio con nerviosismo. <<Si supieran por qué me buscan>> suspiró. Volteó con disimulo al sentir una mirada fija en su nuca y no se sorprendió de pillar a Ciara con el ceño fruncido, viéndola con atención.

<<Agh, de seguro que le va con el chisme a Gina... Da igual, no he hecho nada malo>>. Decidió dejar de pensar en el incidente del día anterior y volvió a concentrarse en sus apuntes.


***


No tuvo más opción, a la salida de clases Katia se dispuso a esperar a Sebastián en el pasillo. Al principio pensó buscarlo pero recordó que él era el más interesado, así que prefirió que el chico la encontrara a ella.

Después de diez minutos, empezó a desesperarse. <<Ya no lo esperaré>>. Se dispuso a irse a la biblioteca, cuando escuchó la voz de Sebastián.

—¡Katia! —Exclamó.

—¿Qué sucede?

—Emm, yo... necesito hablar contigo.

—Bien, habla.

—No aquí. —Le hizo una seña para que notara a los compañeros que pasaban por ahí.

—Vamos, están en sus asuntos, no nos escucharán.

—Mejor vamos a la biblioteca —sugirió. Se encogió de hombros como respuesta, total, ella iba para ese lugar.

Avanzaron unos pasos cuando escucharon la voz estridente y chillona de Gina.

—¡Amor, ¿qué haces con ella?! —Se acercó con paso firme, logrando que sus tacones sonaran contra el suelo. Katia rodó los ojos con fastidio.

—Vamos a la biblioteca –explicó.

—Se supone que ella te daría unas copias, ¿no es así, Katia? —La miró con altanería.

La morena entrecerró los ojos con molestia. <<La estúpida de Ciara sí le dijo>>.

—Sí, Gina, y esas copias están en la biblioteca —explicó con voz fastidiada.

—Pues vamos por ellas. —Se puso en marcha. Al notar que no la seguían, volteó hacia ellos—. ¿Qué esperan?

—Emm, amor, ¿sabes qué? Tengo práctica de futbol, si no me pongo en marcha llegaré tarde.

Gina los miró con sospecha.

—Pero hace un momento ibas con ella, además tu práctica empieza en quince minutos —masculló.

—Sí pero acabo de recordar que le dije al entrenador que llegaría antes, así que adiós. —Salió corriendo.

—¿Eh? ¡Amor, espera! —Gina salió tras él.

Esos dos siempre hacían el ridículo y el saber el secreto de Sebastián hacía que Katia sintiera más pena por él. Soltó un suspiro y se dio la media vuelta para llegar a su destino, cuando chocó contra alguien.

—Lo siento, yo... —Se quedó sin habla al ver al amigo de Sebastián frente a ella. Era un chico rubio, de cabello rizado, con unos lentes que cubrían sus ojos color avellana—. Tú...

—Sí, soy yo —dijo con tono indiferente.

—Emm... ¿Me das permiso? —Preguntó con timidez al ver que no se movía.

—No.

—¡¿No?! —Se inquietó—. ¿Por qué no?

—Mira, no queríamos recurrir a esto pero es inevitable. —Se acomodó los lentes. Katia empezó a temblar de miedo, ¿acaso la amenazaría? El rubio sacó una tarjetita de su bolsillo y se la extendió.

—¿Qué e-es eso? —Tomó la tarjera y vio que tenía apuntada una dirección.

—Es la dirección de Sebastián. Aquí en la universidad no podremos hablar contigo, hay mucha gente y Gina y sus secuaces no ayudan, así que es preferible que el sábado vayas a su casa —explicó con voz calmada—. Llega al mediodía, así discutiremos nuestra situación y podremos llegar a un acuerdo conveniente para los tres.

<<Estos niños ricos>> caviló. <<Hacen ver como si todo fuera un negocio>>.

—E-está bien, iré —dijo con firmeza.

—Más te vale.

—¿Eh? ¿Me estás amenazando?

—No, Sebastián no quiso recurrir a eso. Si me hubiera dejado encargado a mí, otra habría sido nuestra conversación. —Le guiñó el ojo. La chica se estremeció al escucharlo <<Da miedo>>—. Por cierto, mi nombre es Raymundo. —Le tendió la mano. Le correspondió el saludo por educación más que por gusto.

—Soy Katia.

—Ya lo sabía. Lindo nombre, por cierto.

—Gra-gracias. —<<No sé por qué me siento avergonzada, es obvio que él no está interesado en mí>>.

—Como sea, Katia, nos vemos después.

—Cla-claro.


***


El resto de la semana no fue mejor. Sebastián quería acercarse a Katia pero Gina era como una garrapata que no lo dejaba en paz, así que desistía en sus intentos, agregando el hecho de que volvió a su modo más infantil y comenzó a hacer comentarios desdeñosos acerca de la apariencia de su compañera.

A diferencia de algunas chicas, a Katia no le gustaba arreglarse mucho, tenía la mentalidad de que iba ahí para estudiar, no para lucirse. La mayoría de sus compañeras acudían con ropa de marca, se maquillaban y se hacían peinados muy elaborados, no las juzgaba, al contrario, le parecía admirable, pero Katia no era así, ella usaba alguna blusa con algún estampado bonito, pantalones de mezclilla y amarraba su cabello en una coleta baja. Le era preferible alargar sus horas de sueño que despertarse tempranito para arreglarse.

Sobre los comentarios de Gina, algunos compañeros, los más maduros, la ignoraban, pero algunos sí que se reían y en el fondo eso le dolía. Sin embargo su malestar no duraba mucho, pues recordaba que su relación era una farsa y vivía en un mundo de fantasía que podía desmoronarse en cualquier momento. <<Ella está peor que yo>> se regocijaba en su interior.

El ansiado día llegó. Contrario a la rutina de siempre, esa vez decidió arreglarse un poquito, dejó su cabello suelto, se puso una falda y un poco de brillo labial.

—¿A dónde vas tan guapa? —Preguntó su madre al verla bajar—. ¿Te verás con algún chico? —A su papá no le hizo gracia escuchar eso, pues frunció el entrecejo con molestia.

<<Sí, de hecho me veré con dos pero son gays>> contestó en su mente.

—No, con unas amigas.

—¿Con Gina? —El semblante de su mamá se iluminó. Ellos se llevaban tan bien con los señores Leal que nunca se atrevió a contarles cómo era Gina en realidad.

—Sí, con ella y otro grupo de amigos.

—¡Qué bien!

—¿No vas a desayunar primero? —Preguntó su progenitor.

—No, tomaré algo por ahí, es que quedamos de vernos a mediodía.

—Está bien pero comes algo, no te vayas a malpasar mucho.

—No, papi, estaré bien.

Tomó un taxi y se dirigió al lugar correspondiente. Mientras avanzaban, el paisaje cambiaba, las casas eran cada vez más grandes y bonitas. Entraron al fraccionamiento y no pudo evitar maravillarse al ver mansiones tan elegantes. <<Creo que están más bonitas que la casa de Gina>> caviló.

—Aquí está, número ochocientos sesenta y seis. —El taxista paró frente un portón negro.

<<Al menos no fue el seiscientos sesenta y seis>> pensó aliviada. Un portero salió de una caseta.

—¿Puedo ayudarlos en algo?

El taxista bajó la ventanilla para que pudiera hablar.

—Sí, soy Katia González y vengo a hablar con Sebastián.

—Oh, sí, el señorito la espera.

Casi se soltó a reír cuando escuchó la palabra "señorito", sin embargo pudo controlarse. El taxista la dejó justo frente a la puerta, pagó, se bajó del vehículo y tocó el timbre para acabar con eso de una buena vez.


***


Después de hablar con Sebastián, él se quedó más tranquilo, al menos Katia prometió no decir nada.

—Emm, ¿quieres beber algo? —Preguntó de repente.

La joven salió de sus pensamientos y lo enfocó con atención.

—¡Sí! —Exclamó.

En ese momento Raymundo —que estaba en la mansión— bajó las escaleras y los encontró en la sala.

—Ah, tú también estás aquí. —Lo miró con impresión.

—Sí. —No le prestó mucha atención a la chica—. Por cierto, Sebastián, se acabaron las palomitas, ¿podrías pedirle a alguien que nos traiga más?

—Claro.

—¡¿Palomitas?! —Exclamó Katia. Su estómago rugió en ese momento, logrando que ambos chicos la enfocaran; se ruborizó por la vergüenza—. Lo siento, es que no comí nada antes de venir.

—Si quieres puedes subir a mi habitación, estamos jugando videojuegos. —Se encogió de hombros.

Era la primera vez que un chico la invitaba a su cuarto. Si no hubiera sabido la verdad, se habría puesto muy nerviosa.

—Claro, por qué no, digo, no es que vaya a ver algo indebido, ¿cierto? —Rio con nerviosismo.

—Por supuesto que no —contestó Raymundo—. ¿O es lo que buscas? ¿Acaso te gusta el yaoi?

—¡¿Eh?! ¡Claro que no! —Sintió sus mejillas arder.

—Ah, pero sí sabes qué es eso. —Le mostró una sonrisa ladina.

—¡Pues sí! Pero no significa que vea eso, eh. —Lo señaló con su dedo índice.

—Nadie dijo lo contrario.

—¡Pero lo sugeriste!

—¿Lo sugerí yo? ¿O fuiste tú? —Sus ojos brillaron con malicia.

—Sebastián —lo enfocó—, cálmalo. —Señaló a Raymundo.

—Yo no tengo la culpa, ella empezó. —Se defendió.

Sebastián rodó los ojos.

—Parecen niños... —Masculló pero en el fondo no parecía molesto, al contrario, lucía como si estuviera feliz de vivir ese tipo de momentos absurdos con gente animada como lo eran Raymundo y Katia.


***


A partir de la siguiente semana, la situación en la universidad cambió de manera radical para Katia. Gina ya no era tan hostil con ella, no sabía qué le dijo Sebastián pero lo que sea que haya hecho, funcionó, pues la castaña dejó de burlarse de su aspecto. Por su parte Ray —la dejó llamarlo así de cariño— la presentó con los chicos de su curso; tal vez no podía convivir mucho con ellos pero ya no se sentía tan sola, incluso se llegó a encontrar a alguno que otro en las horas libres y platicaban sin problema. Le era agradable tener con quién conversar.

El viernes, después de clases, Ray la invitó, junto con otros compañeros, a una pizzería que estaba a una cuadra de la universidad. Fue una suerte que Sebastián no pudiera ir, le caía muy bien pero su asistencia confirmaría la de otra persona que no tenía ganas de soportar: Gina. Era preferible evitarla, a Ray tampoco le caía bien —con justa razón— y Sebastián la aguantaba porque no tenía opción.

Después de una hora, decidieron finalizar la reunión, pues algunos tenían que hacer proyectos importantes, otros tenían que ir a sus talleres y unos más adelantar tarea. Raymundo enfocó a Katia con atención.

—¿Quieres que te lleve a casa? Mi auto está estacionado a unas cuadras.

—No, me quedaré un rato en el servicio, últimamente no he adelantado horas —comentó.

—Está bien.

Ray la acompañó hasta la entrada de la universidad. Se despidió de él con efusividad y se dirigió a la biblioteca. Linda le entregó un folder en cuanto llegó.

—¿Y esto? —Lo hojeó.

—Llévale ese folder al doctor Álvaro, ¿sí?

—¿Qué es?

—Unos formatos, me pidió sacarles copias.

—Oh, ya. Ahí voy.

Como psicólogo escolar, Álvaro tenía que llenar muchos formularios y cosas por el estilo. Se dirigió hacia su oficina, que era la misma donde atendía a los alumnos que lo buscaban para resolver sus problemas. Buscó a su secretaria Maribel pero no la vio por ningún lado; pensó dejar los papeles en su escritorio pero tenía varios bonches de hojas y se le hizo feo darle más. <<Mejor se los doy a él en persona>>.

Sin pensarlo dos veces, abrió la puerta, acto del que se arrepintió en seguida —si ya había tenido un incidente con Sebastián y Ray, ¿por qué no aprendía a tocar la puerta?—, pues el doctor Villegas se encontraba comiéndole la boca a una alumna.



¡Capítulo dos listo! Uy, otro secreto xD Espero que les guste. 

Se vienen cosas.

Gracias por leer.

Gracias por todo tu apoyo DallanaTolentino

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