Capítulo 1.


El día que todo cambió, Katia llegó a la universidad sin mucho ánimo. Le gustaba mucho su carrera, Ingeniería Industrial, pero no se llevaba muy bien con sus compañeros, todo gracias a Gina Leal, su archirrival desde el jardín de niños.

Era extraño que hayan coincidido tanto tiempo juntas, pero eso fue gracias a sus padres, que eran mejores amigos. Creyeron que su amistad continuaría con su descendencia, así que las ingresaron al mismo colegio desde que eran unas niñas. No obstante, Gina era muy diferente a sus progenitores.

A pesar de tener dinero, los señores Leal eran amables y considerados, pero Gina no era así. Mucho tiempo Katia creyó que traía la maldad por dentro, que había nacido podrida, ya que siempre se encargó de tratarla mal sin motivo. Cuando iban al kínder le rompía sus crayones y tiraba sus libretas a la basura, en la primaria inventó el rumor de que tenía piojos, logrando que los demás niños no quisieran acercarse a ella; lo peor fue que le pegó un chicle en el cabello y tuvo que cortarlo, eso hizo creer a sus compañeros que era verdad el asunto de los parásitos.

En la secundaria puso a todos en su contra e incluso le quito a su mejor amigo, Javier. A Katia le gustaba pero Gina se las arregló para salir con él y que dejara de hablarle; duraron dos semanas y lo cortó, solo lo hizo para molestarla, ella misma lo comprobó cuando la escuchó decirle eso a una de sus amigas. Él jamás le volvió a dirigir la palabra y eso le dolió mucho.

En el bachillerato se encargó de que nadie la invitara a las mejores fiestas; una vez le robó una libreta donde tenía una tarea que valía el treinta por ciento de la calificación, logrando que bajara su promedio general; cuando tenía oportunidad le metía el pie para que tropezara y le puso un apodo horrible, todos la llamaban "la piernas-chuecas". Cuando comía su almuerzo pasaba echándose perfume "discretamente" y le caía todo a su sándwich, arruinándolo.

Gracias a ella, toda su vida la había pasado siendo un cero a la izquierda y estaba logrando que la universidad fuera igual. Era absurdo que a su edad existieran ese tipo de problemas pero al parecer Gina no maduraba y Katia prefería apartarse antes que pelear con ella, ya que era muy apocada y nunca pudo ser capaz de defenderse. Fue en la universidad donde empezó a expresarse más y contestarle a Gina cada vez que hacia uno que otro comentario hostil, pues después de tantos años, ya la tenía harta.

Fue una broma del destino terminar en la misma carrera que ella pero, en su defensa, a Katia le llamaba la atención, Gina solo ingresó para seguir a su novio, que estudiaba lo mismo.

Cuando ingresó al aula de la primera clase, como siempre, nadie volteó a verla. Pequeña, de piel y ojos oscuros, con su cabello lacio amarrado en una coleta malhecha y abrazando su mochila con ambos brazos. Vio a Gina sentaba al fondo, con sus rizos castaños y su sonrisa perfecta, al lado de su séquito: Karen y Ciara. La primera era una morena de piel canela y cuerpo de infarto y la segunda era una chica de cabello dorado y ojos verdes. Las tres se veían tan bonitas, bien peinadas y maquilladas, todo lo contrario a ella.

Se dirigió a su asiento, dejando la mochila en el suelo, y se sentó a esperar a que llegara el profesor de la primera hora. No pasó mucho tiempo cuando llegó el doctor Álvaro Villegas para darles la materia de Liderazgo. Ella no era muy fan de esa asignatura pero él era muy bueno en dar la clase. En el momento en que se sentó en su lugar correspondiente, dejó su maletín en la mesa, lo abrió y empezó a revisar unas hojas. Tanto Katia como sus compañeras lo vieron con atención. Álvaro era un hombre muy atractivo, se notaba que se ejercitaba bastante, de cabello negro, unos bonitos ojos castaños, barbilla partida y un perfil varonil; no sabía su edad con exactitud, le calculaba unos cuarenta años, pero aun así era guapo, interesante y carismático. No sabía nada de su vida personal más que lo poco que les había compartido en clases pero sí tenía conocimiento de que no era casado. Además de impartir algunas materias, era el psicólogo del instituto.

Álvaro dio su materia sin ningún contratiempo y les dejó de tarea investigar información de la inteligencia emocional, ya que discutirían ese tema en la siguiente clase.

—¿Tienen alguna duda...? —Calló un momento—. ¿No? ¿Nadie? —<<Sí, ¿por qué está tan buenorro?>> pensó Katia. Además de ella, estaba segura que muchas otras tenían el mismo cuestionamiento, sin embargo y por obvias razones, no preguntaban eso en voz alta—. Veo que no hay preguntas, así que nos vemos mañana.

Después de otras dos materias, tuvo una hora libre que aprovechó para comer y adelantar tarea. Se sentó en el pasillo, sacó el emparedado que se preparó en la mañana y un jugo; abrió su libreta de Cálculo vectorial para repasar los últimos ejercicios. <<Al menos la zorra de Gina ya no le echa loción a mi sándwich, al fin puedo comerlo, solita, pero sin perfume>> Pensaba Katia mientras intentaba concentrarse en los ejemplos que tenía en frente.

En un momento su vista se enfocó en el guapísimo Sebastián Roiz, el chico más popular de la carrera; era de séptimo semestre y además de ser un excelente deportista y colocarse como capitán del equipo de futbol de la escuela, llevaba las mejores calificaciones, siempre estaba en el cuadro de honor y fue escogido por sus compañeros como jefe de grupo por su responsabilidad y liderazgo innatos. Sus ojos azules, su cabello oscuro, su sonrisa perfecta, aunque Katia odiaba admitirlo, era una chulada. Solo tenía un pequeño defectito y era ser el novio de Gina Leal.

—¡Mi amor! —Escuchó la voz chillona de Gina. Sin vergüenza alguna, se lanzó hacia él y rodeó su cuello con sus brazos—. ¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú, amor?

—¡Ahora que te veo estoy mejor! —Exclamó en voz alta. Siempre le dio la impresión de que alzaba su tono para presumir a las demás que tenía un novio tan perfecto.

—Me alegra...

Sin darle tiempo a decir más, lo besó apasionadamente. Él le correspondió y colocó las manos en su cintura. Katia rodó los ojos <<En verdad hacen el ridículo>>. Enfocó a Karen y a Ciara, que los veían con admiración. <<De seguro aspiran a tener una relación igual de asfixiante... Qué patéticas>>.

Se volvió a enfocar en su libreta y repasó los últimos ejercicios, pues la siguiente hora le tocaba esa materia y el ingeniero encargado de impartirla les advirtió acerca de una pequeña evaluación que pondría.

—Te veo después, amor, tengo clase. —Escuchó la voz de Sebastián.

—Claro. ¿Nos vemos a la salida?

—Tengo entrenamiento, ¿me esperarás?

—Ah, no puedo, tengo que hacer un proyecto con algunos compañeros.

—Entiendo —indicó Sebastián. Katia volteó de reojo y vio su hermosa sonrisa—. Te veo después.

Después de un rato, la chica se dirigió a clase de Cálculo. Agradecía que esa materia no la tomaba con Gina, solo con Ciara. Ambas se dirigieron al aula correspondiente, cada una por su lado. No es que le desagradara por completo pero tampoco le caía bien, después de todo era la mejor amiga de su rival.

Se sentó en el asiento de siempre y el ingeniero Ramírez, tal como lo prometió, les puso un pequeño examen. Contestó los ejercicios sin dificultad, pues se le daban bastante bien las matemáticas; una vez que terminó, le extendió la hoja al profesor, que le indicó que podía salir. El resto del día se mantuvo tranquilo. Al finalizar sus materias, se dirigió a la biblioteca para hacer su servicio social.

A diferencia de los padres de Gina, los de Katia no tenían dinero, así que tenía que esforzarse en mantener un buen promedio y hacer servicio para poder conservar su beca del cincuenta por ciento. La Universidad Máxima de Educación Superior a pesar de ser una de las mejores, no era tan cara, no obstante la beca era una buena ayuda para su familia.

La bibliotecaria le pasó unos libros para que los sacudiera y los acomodara. Después de un rato, decidió comerse una manzana pero no podía hacerlo con las manos polvosas, así que le dijo a la bibliotecaria que iría al baño.

—Claro —le respondió sin dejar de mirar el libro que tenía frente a ella. A Katia le pareció curioso que el título fuera sugerente y la portada tuviera unas flores.

Salió de la biblioteca con paso lento. <<Agh, está en la parte de arriba>> recordó con flojera. <<Hubiera traído gel antibacterial para no tener que ir a lavarme>>. De repente se fijó en un pequeño baño que estaba frente a ella, no era para uso de los alumnos sino de administrativos. Volvió a entrar a la biblioteca.

—Señorita Linda —se dirigió a la encargada. Ella no despegó la vista de su libro.

—¿Sí?

Su flojera para subir escaleras era muy grande, así que inventó.

—El baño de niñas queda muy lejos y en verdad me urge ir, ¿no tendrá las llaves del baño de enfrente? —Puso cara de urgencia.

Linda hizo una mueca y le extendió unas llaves.

—Es la dorada —dijo sin mucho interés—. Ahorita que regreses acomoda los libros de allá. —Señaló un estante.

—Claro.

Se dirigió con paso rápido y observó el juego de llaves que tenía en las manos. <<La dorada, la dorada... Ah, ya sé cuál es>>. Sin pensarlo mucho, metió la llave correspondiente en la cerradura y abrió la puerta pero en seguida sintió que le bajó la sangre a los pies, pues lo que vio la dejó perpleja: Sebastián Roiz estaba semidesnudo, besándose con su mejor amigo.

En cuanto se percataron de su presencia Sebastián y su amigo se separaron con rapidez y la enfocaron con los ojos bien abiertos.

—¡¿Qué haces aquí?! —Exclamó Sebastián con una mezcla de impresión y molestia. Empezó a colocarse la camisa mientras el otro chico se abrochaba los pantalones.

—Yo... es que y-yo... —Odiaba ponerse nerviosa, pues empezaba a balbucear. Los muchachos se vistieron con la velocidad del rayo y la enfocaron.

—¿Tú?

—¿Y-yo?

Él le hizo un gesto con la mano para instarla a continuar, pero solo pudo salir corriendo; volvió a entrar a la biblioteca, segura de que no la seguirían.

Llegó a su destino con el corazón desbocado, latiendo tanto que sentía que saldría de su pecho. <<¿Qué carajos acabo de ver?>>.


***


Sebastián Roiz odiaba su vida perfecta, siempre le dio la impresión de que era una farsa. Vivía para complacer a los demás antes que a sí mismo. Desde muy pequeño se esforzó en estudiar mucho para ser el mejor de su clase, sus padres lo metieron a innumerables actividades como natación, tenis, clases de piano, de idiomas, y él demostró ser el mejor en todo lo que hacía. Por supuesto que tuvo que hacer sacrificios, ya que no salía a jugar con los otros niños de su fraccionamiento, pero para sus padres sus actividades deportivas y extracurriculares eran lo más importante.

Ya en el bachillerato se enfocó solo en el futbol y pudo tener más vida social, aunque en la sentimental no corría con tanta suerte, pues desde muy joven fue comprometido con Gina Leal; sus padres eran dueños de una famosa compañía automotriz y los de ella eran inversionistas, estaban seguros que su unión multiplicaría su fortuna.

Al principio estaba bien con eso, no le interesaba ninguna otra chica y Gina le parecía tolerable —a veces su voz era un poco estridente pero sabía que no todo podía ser perfecto—, sin embargo eso cambió cuando entró a la universidad.

Desde el primer momento en que conoció a Raymundo Hernández, supo que era especial. Su fascinación por él aumentó en el curso de los días, cuando lo fue conociendo mejor. A pesar de que eran todo lo contrario, pues Raymundo era flacucho, malo en la escuela, despreocupado, de los que preferían jugar algún videojuego en vez de estudiar para algún examen importante, su forma de ser era el complemento adecuado para la personalidad perfeccionista de Sebastián.

Su relación se fue dando poco a poco. Empezó por roces sutiles, juegos inocentes, miradas furtivas, besos robados, hasta que decidieron empezar un amorío clandestino. Por supuesto que no era su ideal pero era lo que había. Sebastián estaba seguro que, si sus padres se enteraban de su relación, lo mandarían al extranjero o lo desheredarían y no estaba dispuesto a lidiar con algo así. Raymundo entendía eso y su propia personalidad desganada hacía que no presionara a su amigo, prefería vivir el momento.

En el instante en que decidieron encerrarse en el baño para tener una rápida sesión de besos y caricias, no imaginaron que alguien los descubriría. El entrenador solía darle las llaves a Sebastián para que guardara los balones y los demás objetos que usaban para las prácticas y él, tomando en cuenta la falta de alumnos a esa hora, aprovechaba para encerrarse con Raymundo en los lugares donde nadie iba... o casi nadie.

Después del incidente con aquella chica, Raymundo veía a su mejor amigo caminar de un lado a otro con preocupación.

—Deja de hacer eso.

—¡No puedo! —Se quejó—. ¿Entiendes la gravedad del asunto? —Su amigo se encogió de hombros—. ¿Qué significa eso? —Estaba exasperado. Casi nadie lo había visto de esa manera, solo sus padres y él.

—Es una situación comprometedora. —Se recargó en la pared del pasillo—. Solo hay que hablar con ella.

—¿Crees que funcione? —Pasó las manos por su rostro—. Es decir, no tiene motivos para odiarnos pero sé que Gina y ella no se llevan bien.

—No tenemos que ver con eso —murmuró—. Y todavía tenemos el otro método.

—¿Otro método? —Alzó una ceja.

—Sí, amenazarla de muerte —dijo como si fuera lo más obvio, aunque una sonrisita ladina delataba que solo bromeaba.

—¡No podemos hacer eso! —Exclamó—. ¿Sabes qué? Déjamelo a mí, yo hablaré con ella.

—Creo que está en la biblioteca.

—Iré a buscarla.

—Suerte con eso. —Sacó un cigarrillo.

—¿Qué haces? —Se quejó antes de dar un paso—. Está prohibido fumar, si te ve algún directivo estarás en problemas.

—No será la primera vez. —Sacó su encendedor.

Sebastián prefirió no discutir con él, se dirigió a la biblioteca y miró alrededor. Linda, al notarlo, le sonrió.

—¡Sebastián! —Exclamó con alegría. Él era uno de sus alumnos predilectos, pues aparte de verlo seguido por ahí, le gustaba deleitarse la pupila con su impresionante físico.

—Hola, Linda. Oye, una pregunta, ¿no has visto por aquí a una chica bajita, de piel oscura, con una blusa rosada?

—¿Katia? —Se sorprendió un poco—. Ya se fue, dijo que se sentía un poco indispuesta, es tan despistada que ni le firmé sus horas de servicio, ya mañana lo haré. ¿Por qué la buscas? —Lo miró con atención. Si había algo que a le gustara más a Linda que las novelas eróticas, sin duda era el chisme.

—Ah, lo que pasa es que le presté unas copias —dijo nervioso—. Pero bueno, ya después la buscaré.

—Claro —sonrió y regresó su vista a su preciado libro.

Sebastián salió de la biblioteca con actitud derrotada y se dirigió a Raymundo.

—¿Hablaste con ella?

—No, ya se fue —masculló.

—Ah. —Lanzó un suspiro—. Supongo que mañana a primera hora tendremos que interceptarla.


***


Cuando Katia llegó a casa, aún estaba impresionada. Su mamá estaba en la sala de estar viendo televisión cuando la enfocó.

—Cariño, llegaste temprano.

—No me siento muy bien —le dijo la misma excusa que a Linda.

—Oh, ¿qué tienes? ¿Te duele algo?

—Sí —asintió—. La cabeza. Iré a mi cuarto a recostarme.

—Primero come algo —sugirió.

—No tengo hambre.

—Bueno, tómate una pastilla y recuéstate un rato.

—Claro.

Subió las escaleras para ir a su cuarto y dejó la mochila en el suelo. <<No puede ser>> pensó. Se sentó en la cama a rememorar la situación. Desde hacía un año, Gina siempre presumía tener el mejor novio del mundo, se regodeaba de ver a las demás celosas por la suerte que tenía de estar comprometida con Sebastián, pero ahora que sabía la verdad, su visión era muy diferente.

De repente estalló en carcajadas.

—No puede ser —murmuró entre risas. Gina, su archirrival, era una cornuda. ¿Qué haría si se enteraba? De seguro pondría el grito en el cielo. Sus carcajadas eran tan fuertes que su madre abrió la puerta de su habitación y se asomó.

—Hija, ¿estás bien?

—Sí, ma-mamá —dijo sin dejar de reír.

—¿Qué te pasa? —La miró con inquietud. Le preocupaba que su hija se hubiera vuelto loca de repente.

—E-es que... vi un video gracioso. —Logró calmarse y alzó su celular.

—Oh... Ya recuéstate.

—Sí, sí, lo haré.



¡Empezamos fuerte!

Espero que les haya gustado el primer capítulo, pronto traeré más.

Gracias por apoyarme siempre GabyCoutino



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