Vigésima

"Y eres tú, el único que invade mi mente con una sola mirada, mis pensamientos te pertenecen, mis deseos son tuyos. Te ganaste todo de mi y quedé en deuda sabiendo que lo que me das es demasiado para pagarlo en una sola vida."






Después de la desolación que sufrió al no encontrar ni una pisca de lo que fueron sus alas, a pesar de buscar hasta en la copa de los árboles por una pluma nada apareció.

Su regreso fue más largo que su expedición. La lluvia no les dio tregua ni consuelo ante la desilusión, en cambio pareció reírse en sus caras y aumentar la lluvia como si ensayara para un segundo diluvio. El llegar a la cabaña fue sumamente reconfortante y acogedor de no ser porque el frío reinaba el lugar.

Otabek no tuvo tiempo de encender la chimenea antes de seguir a Yura hacia el bosque y las consecuencias ahora se presentaban.



—Tenemos leña para esta noche, mañana iré a otra cabaña, la mas cercana de aquí por más —ya que entre la humedad del clima no lograría sacar buena madera por su cuenta— ¿Yura?

Otabek estuvo tan ensimismado en intentar encender la chimenea que al fijar su vista en el antiguo ángel se congeló. Seguía al pie de la entrada, creando un charco de agua entre las gotas que resbalaban por sus ropas, algunos cabellos pegados en su rostro y los demás creando una media cortina que le impedía ver del todo su expresión aunque ya sabia el resultado.

—No puedo imaginarme lo duro que debe ser —era un idiota tratando de tener tacto hacia las personas, el dar palabras de aliento no era lo suyo así que, después de su vago intento de empatia ayudó al chico a desvestirse hasta donde su privacidad de permitía, pasó una toalla sobre su cabello y lo secó entre varios movimientos, despeinandolo en el proceso.


—Termina de desvestirte y ponte ropa abrigadora, prepararé algo caliente —Lo que menos quería era un ángel enfermizo si es que esas criaturas eran capaces de hacerlo... Aunque lo dudaba. Realmente ignoraba que tan vulnerables llegaban a ser.


Alcanzó a dar un par de pasos alejándose en dirección a la pequeña cocina, un sitio que quedó lejos ante un abrazo frágil de unos brazos que le rodearon desde la espalda y haciéndole notar que, aun seguía empapado de pies a cabeza y que le impedían seguir su camino.


—Vas a resfriarte, quítate la ropa —al igual que el castaño Yura pensó en lo frágiles que eran los seres humanos, lo despistados y poco conscientes de su situación tan débil. Si permitía que Otabek enfermara por su culpa buscando algo que ya estaba perdido terminaría siendo imperdonable para él.

Acabó colando ambas manos bajo su camiseta, la humedad la hacia pegarse a su cuerpo y en un intento por alejarla de su piel prefirió tocarla directamente.

Gran error.

La curiosidad de los ángeles era famosa por ponerlos en aprietos, esa necesidad por saciar sus preguntas los hacia seguir sus instintos y el que desarrollaba el menor en ese momento fue su instinto de exploración, recorrer el abdomen de Beka, percibir lo fría de su piel y cada relieve, extraordinario para él y cayendo en cuenta que, eso era parte de la belleza física, un cuerpo firme, trabajado a causa del esfuerzo y que, estéticamente lo hacían verse bien. En pocas palabras, Otabek Altín estaba malditamente bueno.

Pensar que en muchas ocasiones durmió sobre ese pecho, que esos fuertes brazos le abrazaban y que, él estúpidamente sólo tenía mente para ser mimado, desperdició todas las oportunidades de poder tocarlo, ya que solo en su mente admitía que se sentía condenadamente bien ese tacto.

—Yura, para —la risa del mayor lo devolvió a la tierra, no se percató que entre cada movimiento lejos de causarle extrañeza al humano solo le generaba cosquillas cada que rozaba uno de sus costados con la yema de los dedos.

Así recordó que tenía que desvestirlo y no manosearlo como adolescente hormonal.

—Entonces quitate la ropa de una vez —la vergüenza de su propio acto le hizo ofuscarse y retroceder dándole -por fin- el espacio necesario para deshacerse de su camiseta. Y el proceso fue tortuoso a sus sentidos.

¿Como demonios iba a desviar la mirada de semejante espectáculo? Todo ocurría en cámara lenta, odió su perfecta visión incluso en la oscuridad que solo era batallada por un par de velas colocadas estratégicamente en el lugar y aunque una ráfaga de viento azotara y entrara por la ventana y apagara todas las luces podría seguir viendo a detalle el como Otabek se desnudaba.

Perdió el aliento al recorrer con la mirada su espalda asemejándola a la de un guerrero espartano y de nuevo, se preguntó donde cojones estuvieron sus sentidos que perdieron toda esa magnificencia hecha hombre.


—Por dios... —el asombro le quitó las fuerzas para seguir manteniendo la boca cerrada, de no tener pegada la mandíbula ahora estaría rodando junto con el cinismo de estarlo mirando sin tapujos conforme Otabek desabrochaba su cinturón, posteriormente la bragueta y por último se llevaba el aliento de Yura.

Era estúpido si lo pensaba, lo había visto con poca ropa muchas ocasiones, cada que lo veía salir de una ducha y él, jamás se inmutó, por ello la seguridad de Beka para desnudarse enfrente de él, porque sabia que los ángeles no podían tener ese tipo de pensamientos al ser puros. Sin embargo, muchos ángeles cayeron por la lujuria y hasta ese momento Yura comprendió parte de esa tentación.

Pecó con cada pensamiento revoltoso que se creaba en su mente y el deseo de volver a tocarlo se hacia más fuerte.


—Maldita sea Otabek, date prisa




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