𝑷𝒓𝒐𝒍𝒐𝒈𝒐

La habitación estaba oscura, iluminada solo por la tenue luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas rotas. Elara estaba en el borde de la cama, las manos temblorosas, su mirada fija en la puerta cerrada. Esperaba, como siempre, que Jinx volviera. Sabía que tarde o temprano lo haría. Siempre regresaba.

Pero no era un regreso cualquiera. No había dulzura ni promesas de paz en esos momentos. Solo caos. Solo dolor. Y sin embargo, no podía evitarlo. Necesitaba esa destrucción, esa presencia que la desbordaba, que la hacía sentir viva, aunque a su vez la consumía lentamente.

Recordaba cuando eran pequeñas, cuando todo era diferente. Prometieron estar juntas para siempre, sin importar nada. Pero esa promesa se deshizo como polvo entre sus dedos, convertida en un lazo tan roto y retorcido como las piezas de sus corazones. Y ahora, todo lo que quedaba era el eco de esa promesa rota, resonando en sus mentes mientras se perdían en un mar de desesperación.

Elara cerró los ojos y se apretó el pecho, como si pudiera detener el dolor que se arrastraba en sus venas. Pero sabía que no podía. Jinx era su veneno. Y no había cura.

De repente, la puerta se abrió con un golpe seco. Y Elara, como siempre, volvió a caer en el abismo.

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