𝑪. 13
Luego de regresar de esa bonita semana rodeados de toda la tranquilidad que solo un lugar como ese puede brindar, Iero y Way retomaron sus actividades habituales, Gerard cumpliendo con su jornada diaria en el rancho donde trabajaba, alimentando y cuidando al ganado y Frank exhibiendo la nueva maquinaria a posibles compradores potenciales.
Aunque Gerard no lo reconociera en voz alta, sin la sonrisa de Frank en su vida todo pasaba monótonamente, los días eran iguales, la rutina le aburría y el trabajo le cansaba, las niñas eran las únicas que le daban un poco de color con sus risas y ocurrencias.
—Es sábado, podríamos ir a la velada de la iglesia —comentó Elizabeth, rompiendo el silencio que reinaba.
La familia estaba reunida en la pequeña sala de su hogar, las niñas jugaban con unas muñecas de tela, Elizabeth tejía algo con lana y Gerard fumaba un cigarrillo mientras bebía cervezas, la televisión estaba de fondo pero nadie le prestaba atención.
—¿A oír hablar del fuego del infierno? —preguntó Gerard dando un sorbo a la bebida.
—Estaría bien —refutó ella.
Al final no salieron a ningún lado esa noche pero tampoco hubo discusiones. Un par de horas más tarde, Elizabeth les dio de cenar a las niñas y después las acostó a dormir, salió a la cocina y se encontró a Gerard, lo vio a los ojos, esos verdes de los que se había enamorado años atrás, se dejó llevar y no se dio cuenta en qué momento se le acercó y comenzó a besarlo, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello.
Gerard respondió a las caricias y a los besos que rápidamente fueron subiendo de intensidad, con pasos torpes se dirigieron a la habitación deshaciéndose de sus ropas en el camino, cayeron en la cama completamente desnudos, Gerard sobre el cuerpo de Elizabeth, hacía bastante tiempo no compartían ese tipo de intimidad.
Ella se aferró a la amplia espalda de Gerard, mientras él besaba su cuello y comenzaba a penetrarla. Gerard cerró sus ojos recordando aquella mirada avellana que tanto adoraba y le volvía loco, pero el tacto de manos pequeñas y delicadas sobre su piel le recordaban que no era a él a quien le hacía el amor, por esa misma razón trato de ser más delicado con las embestidas, estaba acostumbrado a ser salvaje y dominante justo como él le pedía.
Su cuerpo reaccionaba a los estímulos y lo disfrutaba, pero su mente y su corazón no tenían paz, porque sabía que ella no era él.
A ella la quería pero a Frank lo amaba.
—Me pone nerviosa que no tomemos precauciones —habló Elizabeth un poco agitada, su comentario hizo que Gerard detuviera sus movimientos y la mirara a los ojos, confundido.
—Si no quieres más hijos puedo dejarte en paz.
—Los querría si los mantuvieras —ella le escupió con toda la arrogancia que pudo, sus cejas estaban unidas apretando su ceño y su rostro reflejaba una enorme mueca de desagrado.
Elizabeth alejó sus manos de la piel de Gerard como si su tacto le quemara, en ningún momento relajó la expresión de enojo y odio que había adoptado, Gerard no dijo nada, salió de su interior sin acabar y se acomodó en su lado de la cama. Se dieron la espalda y ella apagó la luz de la habitación, dejándolos en penumbras con el murmullo de sus pensamientos.
*
Aquella discusión ese sábado por la noche había desencadenado una serie de sucesos en los últimos meses, los cuales los habían llevado a estar ahora de pie frente al estrado.
Un hombre alto, de cabello blanco, alto y con facciones duras en el rostro había pedido a las partes y sus abogados que se colocaran frente a él, a las demás personas que les acompañaban les invitó a guardar absoluto silencio para leer la sentencia a viva voz.
—Este tribunal ha decidido que la custodia de las menores Elizabeth y Jennifer Way se le otorga a la demandante, el demandado deberá pagar a la demandante la suma de $125 de forma mensual por cada menor hasta que cumplan dieciocho años.
Gerard mantenía su vista pegada al suelo mientras la sentencia se leía, sus ojos estaban completamente rojos, sus manos temblaban y en un vago intento por calmarse, comenzó a estrujar su sombrero entre sus dedos, sentía tanta impotencia y dolor en su interior, él no quería que alejaran a las niñas de su lado.
En cambio Elizabeth escuchaba atenta al juez manteniendo un pequeño aire de suficiencia.
—El divorcio de Elizabeth y Gerard Way es efectivo a partir de hoy, 06 de noviembre de 1975.
El juez golpeó el mazo contra la base de madera dando por terminada la sesión, luego de que la máxima autoridad se retirara, todos se levantaron de sus lugares para salir del recinto mientras la pareja se quedaba con sus respectivos representantes para recibir la sentencia por escrito.
*
Frank tamborileaba sus dedos sobre el volante del carro cantando una canción que se reproducía en la radio, ya estaba llegando a Wyoming y estaba más que feliz porque después de meses al fin vería a Gerard, a través de sus postales se había dado cuenta de su situación y aunque quiso estar a su lado para apoyarlo Gerard le había dicho que era mejor que no, necesitaba hacer eso solo.
Condujo muchos kilómetros más hasta que dio con la dirección del nuevo hogar de Gerard, sonrió grande cuando aparcaba la camioneta y le vio, lucía diferente con su cabello negro mucho más largo que la última vez que le había visto, casi tan largo como cuando le conoció.
Bajó de su vehículo sin hacerse de esperar, sonriendo tanto que sus mejillas se arrugaban y sus ojos se achinaron.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Gerard al tiempo que lo estrechaba entre sus brazos en un cálido y fuerte abrazo.
—Vine a buscarte —le dijo tomándolo de la nuca para besarlo pero Gerard le sonrió y negó, luego se separó y le indicó que lo siguiera a su vieja camioneta.
Dentro estaban un par de niñas que los observaban un poco tímidas.
—Niñas, él es Frank, Frank, ellas son mis hijas, Eli y Jenny.
Frank se acercó a la ventana abierta de la camioneta y vio a las chicas, mucho más grandes que aquella vez que las divisó cuando se reencontró con Gerard después de haberse conocido en Brokeback.
—Hola —les dijo.
—Saluden chicas.
—Hola —dijeron ambas.
Gerard se volvió a alejar de la camioneta para hablar con Frank, quien no quitaba esa sonrisa perlada de su rostro, sus ojos por algún motivo brillaban y a pesar de que Gerard se moría de ganas por volver a tomarlo entre sus brazos y besarlo, mantenía la distancia y bajaba su mirada para evitar caer en tentación, además de que sabía que lo que le diría a Frank lo lastimaria.
—Tu última postal decía lo del divorcio.
—Si.
—Pues aquí estoy —le dijo Frank acercándose a él—. Tuve que preguntar en Riverton donde vivías ahora.
Way no decía nada y las expectativas de Frank decaían con cada segundo que pasaba, así como su sonrisa se desvanecía.
—Bueno... yo pensé que eso significaba que...
—Frankie, no sé que decirte, tengo a las chicas ahora —Frank le vio sin entender a qué se refería, se relamió los labios e instó a Gerard a continuar hablando—. Lo siento muchísimo, sabes que solo las tengo una vez al mes y el mes pasado falle por la recogida del ganado... así que...
Se quedó en silencio observando una camioneta blanca que pasaba por la carretera que estaba contiguo a su hogar, siguió con su vista el recorrido que está hizo hasta que se perdió en el camino.
—Está bien —respondió Frank bajando la mirada y mordiendo sus labios.
—Frankie...
—Nos vemos luego entonces.
A Gerard se le estrujó el alma cuando vio como los ojos llenos de vida de Frank se convirtieron en un mar rojo, aquel brillo y la bonita sonrisa que llevaba al llegar habían desaparecido y sabía que la culpa era solamente suya.
Cuándo lo vio darle la espalda para montarse en su camioneta, quiso tomar su mano y jalarlo hacia él para abrazarlo contra su pecho, decirle que le quería, que quería ver su sonrisa siempre, sin embargo se detuvo porque sabía que si lo hacía las cosas se pondrían más difíciles.
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