𝑪. 12

El tiempo seguía su constante ritmo, avanzando cual enemigo silencioso, siempre al acecho, implacable y posesivo.

Los minutos, las horas, los días y los meses acometían sin piedad en la vida de todos los transeúntes protagonistas de la delicada historia de la vida.

Para Gerard Way las cosas no pintaban bien, absolutamente nada bien, desde que Frank había vuelto a su vida todo había cambiado, ellos llevaban viviendo la misma dinámica un par de años ya, viéndose un fin semana o incluso una semana completa en la montaña alejada de todo y todos, quizás lo hacían tres o cuatro veces por año, sabían que no era suficiente para llenar el vacío del alma y el enrarecimiento del corazón que provocaba la ausencia ajena pero almenos se tenían.

Sin embargo la situación sentimental y familiar entre Gerard y Elizabeth era desastrosa.

Discusiones y peleas era lo que menos faltaba en su pequeño hogar, Elizabeth discutía con él sobre todo casi siempre, porque ella quería trabajar más, porque él debía cuidar más a las niñas, porque quería una mejor casa, porque necesitaban más dinero, esas y otras situaciones.

*

Frank por su parte estaba trabajando arduamente en el negocio del padre de Anne, quería ahorrar la mayor cantidad de dinero posible para conseguir su propio rancho, además era el mejor vendedor de tractores que tenían y su trabajo valía cien por ciento la pena.

Si bien añoraba tener a Gerard a su lado, sobrevivía tratando de ser un buen esposo para su mujer que casi siempre estaba inmersa en cálculos, números y dinero, y un buen padre para el pequeño Robert.

—Nena ¿Has visto mi chaqueta azul?

—No, la última vez que te la vi la tenías puesta, el día de la tormenta de granizo.

—Yo podría jurar que la vi aquí —respondió Frank revisando dentro del enorme clóset café que tenían en su habitación.

—Frank —le llamó Anne, exhalando una bocanada de humo del cigarrillo que estaba consumiendo—. Tú has viajado siempre a Wyoming todos estos años, ¿porqué tu amigo no puede venir a Texas a pescar?

—Porque las montañas que nos gustan no están en Texas y no creo que su camioneta aguante el viaje hasta acá.

—El nuevo modelo de tractor llega la próxima semana —le recordó ella volviendo a dirigir su mirada hacia su calculadora y las muchas hojas que tenía esparcidas sobre su escritorio—. Y eres el mejor vendedor que tenemos.

—Volveré en una semana Anne, no te preocupes, bueno a no ser que me congele —le respondió Frank, rascando su cabeza con desesperación, volvió sobre sus pasos rumbo a la salida de la habitación pero se detuvo en frente al escritorio de Anne—. Me congelaré sino encuentro esa chaqueta.

—Tu maldita chaqueta, pues yo no la tengo —dijo ella un poco alterada—. Eres peor que Bobby cuando se trata de perder cosas.

—Hablando de Bobby —interrumpió Frank—.¿Ya viste el asunto de su escuela? ¿Sobre conseguirle un tutor?

Anne levantó su vista un momento, una pizca de culpabilidad se pintaba en ellos.

—Pensé que tu lo harías.

—Me quejo demasiado y no le agrado al maestro, es tu turno.

—Cierto, lo haré, llamaré más tarde.

—Bien.

Frank suspiró y se acercó a ella para dejar un pequeño beso de despedida en sus labios.

—Me voy, me esperan catorce horas de viaje.

—No me parece justo Frank, que a ti te toque viajar y él jamás pueda venir aquí.

Él no le respondió más, se despidió simplemente con un gesto de su mano.

*

Gerard terminó de empacar en su bolsa de rayas gris con celeste, ropa para los días que estaría fuera, su cepillo de dientes y demás cosas para su aseo personal, luego besó las frentes de sus hijas, quienes jugaban con sus muñecas en la sala de la casa, las niñas ya tenían siete y seis años, eran lindas e inteligentes.

—Gerard, hay una plaza en la planta de energía, la paga es muy buena.

Elizabeth yacía sentada en el comedor en la cocina, viendo cómo su esposo recogía y empacaba cosas, ella tenía a su lado una taza de café y los implementos que Gerard solía llevar para pescar.

—Mmm no lo sé, con lo torpe que soy seguro me electrocutaría.

—Papá, el día de campo es el fin de semana, ¿Habrás vuelto para entonces?

—Por favor, por favor —le pedían las niñas a coro.

—Si, iré con ustedes, siempre y cuando no canten.

Las niñas sonrieron ante su broma y asintieron, Gerard rápidamente colocó sobre sus hombros el bolso, tomó su chaqueta de cuero café, su sombrero y la caña de pescar, estaba dispuesto a salir cuando la voz de ella le detuvo.

—¿No olvidas algo?

Sobre la mesa estaba la red y la caja de anzuelos, él se regañó mentalmente por haberla olvidado, la tomó, le agradeció a Elizabeth y sin más despedida que esa se marchó.

*

Frank había llegado a la montaña hace más de una hora atrás, como de costumbre había desempacado las frazadas, montó la tienda y como Gerard aún no llegaba le dio tiempo de hacer la pequeña fogata junto a la orilla del río.

Estaba empezando a cocinar algo para el almuerzo cuando el sonido de un vehículo arribando le hizo levantarse de su lugar, inevitablemente sus ojos avellanas brillaron con alegría cuando le vio bajar de su camioneta celeste, tan hermoso como siempre, su cabello negro ahora bastante corto hacia que su blanca piel reluciera, el sombrero blanco que llevaba en su cabeza hacia un buen juego con esa chaqueta.

Suspiró tan contento por verlo, su corazón latía rápido al verle avanzar hasta él con esa sonrisa chueca en sus labios.

—Llegas tarde Gee.

—Ehhh, mira lo que traje.

La sonrisa de Frank se ensanchó aún más al notar al par de caballos que Gerard había llevado en un pequeño cabezal unido a su camioneta, ambos animales eran hermosos, tenían colores muy bellos y se notaba que estaban muy bien criados.

—Tengo hambre —dijo Gerard.

—Los frijoles casi están.

Está vez fue el turno de Gerard de sonreír puesto que era parte de esa linda costumbre comer siempre frijoles, todos esos pequeños detalles los heredaron de aquellos días en Brokeback.

Antes de que el crepúsculo cayera decidieron dar un paseo por el bosque tropical formado por altos y frondosos pinos, el suelo estaba cubierto de musgos y césped verde, gracias a la cercanía del río, la humedad mantenía el verde vivaz en cada planta que ahí se encontraba.

Cuando llegaron a una parte del camino en el que ambos animales podían avanzar juntos, Gerard se apegó a Frank, lo abrazó por los hombros y se deleitó con sus labios, suaves y carnosos, su sabor dulce con un leve toque a tabaco.

Frank correspondió contento el beso, dejándose llevar por los labios dominantes del dueño de su corazón.

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