𝑪. 02

La mañana siguiente Way y Iero fueron llevados muy temprano al lugar donde se les entregaría el rebaño, el par de caballos, las dos mulas, los perros de cuido, el rifle y las provisiones.

La brisa helada de la mañana impactaba contras sus cuerpos mientras esperaban que les hicieran la entrega.

—Si se pierde una de estas, Ray los matará —le explicó Diego a Gerard, mientras contaba y revisaba el estado de cada una de las ovejas.

Frank por su parte había acomodado la tienda, una pequeña parte de las provisiones y el rifle sobre su caballo, montandose en el después.

—Otra cosa, muy importante, nunca nos pidas sopa, es difícil de empaquetar.

—Yo no como sopa —le respondió Way a Ramón, el tipo bajito que le miraba intensamente en ese momento y le hablaba sobre los pedidos de la despensa—. Ten cuidado Frank, ese caballo se asusta fácilmente —le gritó a su compañero al ver como su caballo relinchaba molesto y los perros corrían detrás de él.

—Dudo que haya un caballo que pueda derribarme —le respondió acercándose a él, apretando con fuerza las riendas del animal para dominarlo, mirando a Gerard con aire soberbio—. ¿Vas a seguir haciendo nudos? —preguntó refiriéndose a los amarres que Gerard estaba haciendo a las cosas que le tocaba llevar en las mulas—. Vámonos ya.

Una hora más tarde estaban llegando al punto específico en la montaña Brokeback, las ovejas se amontonaban y se empujaban entre ellas mientras avanzaban, los perros seguían y regresaban al rebaño a las ovejas que se salían del camino, Gerard iba detrás vigilando que se mantuvieran todos en el sendero y Frank casi hasta adelante, las guiaba, en su regazo sobre el caballo llevaba un pequeño borreguito que no podía seguirle el ritmo a las más grandes.

Allá arriba todo era distinto, el aire a pesar de ser helado se sentía puro y limpio, el verde de los árboles era demasiado vivaz creando el paisaje perfecto al combinarse con las manchas blancas de nieve que cubrían ciertas partes en lo más alto de la montaña, la gran elevación que llegaban a alcanzar los muchos pinos que poblaban aquel lugar era impresionante y el pequeño río con agua cristalina que corría libre en la misma pendiente era hermoso.

El resto del viaje y lo que faltaba del día transcurrió en silencio, Gerard agradecia que Frank no haya abierto más su boca puesto que no quería conversar con él, sentía que con él la fluidez de palabras se la daba de manera única, ni siquiera con sus hermanos platicaba de esa manera.

Montaron la tienda, buscaron agua y leña, comieron y se fumaron un cigarrillo en silencio hasta que Gerard se retiró al lugar donde tenía que pasar la noche.

Iero se sentó en una pequeña piedra junto a su tienda a observar la luna llena y el rebaño que dormía plenamente, sin poder quitarse de la mente esos orbes esmeraldas pertenecientes a su compañero.

La mañana llegó en un parpadeo para Frank, cuando salió de la tienda Gerard estaba sentado sobre un tronco frente a una estufa improvisada en el suelo, calentando un par de latas de frijoles y friendo huevos.

—Buenos días —murmuró el pelinegro sin volverlo a ver.

—Buen día —respondió y un bostezo se escapó de sus labios—. Oh mierda —con desespero pasó sus manos sobre sus ojos tratando así de apartar el sueño que sentía—. Me muero por tener mi rancho y no soportar más a Ray Toro.

—Yo también estoy ahorrando —dijo Gerard mientras movía los huevos con un tenedor—. Elizabeth y yo nos casaremos cuando baje de aquí.

—Es una mierda estar con las ovejas, sin fuego, sin nada —dijo Frank ignorando su comentario—. Toro no puede obligarnos a hacer algo ilegal.

La charla acabó ahí, el silencio entre ellos volvió, desayunaron de esa forma y en cuanto acabaron Frank se levantó de su lugar y fue a tomar su caballo para ir a vigilar el rebaño, el animal como siempre relincho fuerte al ser montado por él pero unos segundos despues se calmo, las miradas de ambos hombres se conectaron por un momento, fue Frank el que rompió el contacto entretanto Gerard lo observo hasta que se perdió entre los árboles.

Mientras cabalgaba en el amplio terreno Frank no podía sacar de su mente aquella pequeña frase "nos casaremos", no entendía porque se sentía tan molesto por saber que Gerard estaba comprometido pero estaba más enfadado consigo mismo por tener esos sentimientos con respecto a alguien que acababa de conocer.

Los días que le siguieron a ese fueron exactamente iguales, una rutina que se habían impuesto sin acuerdos previos, cruzaban unas cuantas palabras cuando se juntaban a comer, luego Frank volvía a partir a sus rondas de vigilancia, quedándose resguardado bajo la sombra de un pino mientras el tiempo continuaba avanzado, no quería estar tan cerca del pelinegro pero al final cuando se alejaba terminaba siempre pensando en él, en su forma extraña de mover los labios al hablar, de los pocos gestos que hacía con sus manos al narrar algo e inclusive en aquella ocasión donde vio una pequeña sonrisa dibujada en su rostro.

Gerard por su parte no entendía el comportamiento de Frank por un lado extrañaba sus extensas pláticas y su sentido del humor, quizás por esa razón se había descubierto así mismo observando su silueta hasta lo alto de la colina, donde solía irse a pasar el día o a veces a tratar de cazar. Mientras Frank cumplia con sus actividades diarias, Gerard se encargaba de preparar la comida para ambos y que ésta estuviera lista para cuando Frank volvía de sus recorridos, también conseguía agua y limpiaba los trastes.

Era extraño ver a Iero distante, había ocasiones en las que Gerard sentía el impulso de ir hasta él a la colina y platicar de cualquier cosa, pero vamos, él no era un ser sociable para hacer tal cosa, así que terminaba reprimiéndose y pasando el rato dentro de la tienda, tallando con una navaja pequeñas figuras en madera.

Para cuándo el día viernes llegó, Gerard estaba puntual esperando a Diego en el puente, había llevado consigo el par de mulas y su caballo.

—Está bien —dijo Gerard a la vez que negaba y terminaba de acomodar las cosas sobre el animal.

—¿Hay algo mal? —le preguntó Diego.

—¿Porqué no trajiste la leche en polvo y las patatas? —respondió Gerard mientras volvía a revisar la lista que le había entregado con anterioridad.

—Solo tenemos eso.

Se quedó pensativo unos segundos antes de responder.

—Bueno, aquí tienes lo de la semana que viene —le entregó un pequeño papel, Diego frunció un poco el ceño.

—Creí que no comías sopa.

—Estoy harto de frijoles.

—Demasiado pronto para estar harto de frijoles.

Gerard no le respondió nada tan solo comenzó a caminar jalando por las riendas a los animales.

—Vamos.

El camino de regreso se le hizo mucho más lento, los animales avanzaban con parsimonia y para cuando Gerard alcanzó el pequeño río que debía cruzar para encontrarse con la tienda donde estaba Frank, un enorme oso negro se interpuso en su camino.

El animal estaba en el agua, al verlo no dudo en empezar a gruñir y mostrar sus enormes dientes blancos asustando así al caballo que montaba Gerard, el cual se encabritó y lanzó a su jinete de bruces contra las rocas que rodeaban el río.

El corcel negro corrió despavorido camino abajo nuevamente arrastrando consigo al par de mulas que iban amarradas a la montura, mientras que Gerard se incorporaba del suelo un poco aturdido por el golpe que se había dado en la cabeza, comenzó a recoger los alimentos y demás cosas que le habían sido entregadas y ahora estaba esparcidas entre las piedras del camino.

—Oh oh, alto oh oh —les gritó al ver que no paraban de avanzar, los animales hicieron caso omiso a su llamado así que no le quedó más alternativa que correr tras ellos.

Frank había vuelto al punto de encuentro, donde se suponía que debía estar Gerard esperándole, sin embargo, no había rastro suyo, mientras lo esperaba montó la tienda y encendió una pequeña fogata para darse calor.

La noche cayó y su compañero aún no aparecía, Iero extrajo de sus pertenencias una botella de licor, unos cuantos sorbos después, cuando la luna ya se observaba más arriba del nivel de los pinos, la figura de Gerard emergió entre las sombras.

Frank se concentró en las llamas del fuego tratando de ignorarlo pero por el rabillo del ojo pudo notar que este lucía cansado.

—Ven aquí cabrón, quédate quieto —lo escuchó susurrarle al caballo mientras lo amarraba a un tronco cerca de la pequeña tienda.

Sin embargo algo en su interior, aquello que lo tenía molesto, lo obligó a ponerse de pie y hablarle con voz fuerte.

—¿Dónde diablos estabas? Paso todo el dia cuidando ovejas y cuando bajo hambriento me encuentro solo con los putos frijoles.

Gerard no le contestó, solo paso a su lado quitando el sombrero que cubría su cabeza y parte de su rostro, al verlo más de cerca notó y comprobó en sus facciones su cansancio y que en la parte lateral derecha de su cabeza había una enorme raspadura, eso hizo que relajara su actitud enormemente y suavizó su tono de voz.

—¿Qué ha pasado, Gerard?

—Apareció un oso en el río —le respondió cuando ya había tomado asiento en el tronco frente al fuego—. Espantó al maldito caballo y las mulas tiraron casi toda la comida, ahora solo tenemos frijoles —estaba tiritando un poco a causa del frío y el cansancio que invadía su cuerpo. Frank le ofreció un poco de agua de su cantimplora—. ¿Tienes whisky?

Frank dudó un poco pero terminó pasándole la botella de la que hacía poco tiempo había estado tomando, Gerard de un solo trago ingirió casi la mitad del contenido, éste quemó su garganta al primer contacto pero le inundó de calor casi de inmediato.

—Mulas del demonio.

—No puedo creermelo, maldita sea —escupió Gerard con enojo.

Frank por su parte se quitó la pañoleta que cubría su cuello y la sumergió en una pequeña olla con agua tibia que estaba junto al fuego, la escurrió entre sus dedos y se acercó despacio hasta Gerard que yacía con la vista al suelo, colocó con delicadeza el paño contra la herida, haciendo una leve presión para limpiarla de la sangre seca y las pequeñas piedrecitas que se habían alojado ahí.

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