Chapter 30: Eleonore y Sui II

"No todo tiempo pasado fue mejor"

Corría raudamente cruzando las calles de suelo empedrado, esquivando a algunas personas, sin devolver el saludo a quienes le reconocían, pasando por alto el agradable clima y el despejado cielo de media tarde. Era inevitable que hubiera muchas personas aquel día, bueno, no era de extrañar, era el festival des Grans Crus de Borgoña, así que la pequeña villa de Noyers rebosaba de gente festiva por todos lados. El niño decidió correr un poco más. Ver tanta gente feliz empezaba a causarle envidia. Dobló una esquina sin notar una pequeña presencia, casi invisible, con la que tropezó para terminar en una aparatosa caída. "Genial" pensó mientras notaba a la pequeña niña que cayó sentada a escasos pasos de él, esperó que se echara a llorar o gritara llamando a su mamá, pero pasaron varios segundos y nada pasó. Algo alarmado se puso de pie y se acercó a ella, algunas personas empezaron a acercarse, con curiosidad.

- Oye, ¿Te encuentras bien? - Observó mejor a la niña, tenía varios raspones, los de las rodillas se veían bastante feos, pero ella parecía hacer esfuerzos sobrehumanos por aguantar los sollozos y contener las lágrimas.

- ¡Vamos, el festival terminará con un concierto en la plaza principal, no hay nada que ver aquí! - Habló un hombre mayor, de aspecto bonachón quien ayudó a la niña a ponerse de pie. Los curiosos empezaron a retirarse - Tú, deberías ser más cuidadoso -Dirigiéndose con tono de regaño al niño de oscuros cabellos y piel clara - A tu madre no le hará nada de gracia.

- Fue un accidente - El niño se justificó mientras seguía al hombre que daba suaves empujones en el hombro de la niña para guiarla hasta una pequeña botica. Si antes las heridas en las rodillas de la niña le parecieron feas después de ver al boticario limpiarlas le parecieron horribles, curiosamente la niña seguía sin decir una palabra - ¿Estará bien?

- Sanará - Respondió el boticario, colocando algo de gasa para cubrir las rodillas de la niña - Eres una niña muy valiente, si me dices tu nombre mandaré a este pequeño bribón a buscar a tus padres, seguro vinieron a ver el festival - El hombre sonrió pero la niña no respondió. Volvió a intentar ofreciéndole dulces, pero nada. Tras varios intentos decidió cambiar de estrategia - Muchacho, ¿Te quedaría con ella un momento? Iré a una estación de seguridad a reportar a la pequeña, seguramente sus padres son turistas y han de estarla buscando -Antes de que el niño protestara - Vuelvo en un rato, no me tardo - El boticario salió dejando a los dos niños solos.

- Menudo lío - El niño no estaba teniendo una buena tarde y el incidente solo empeoró la situación - No te recuerdo de ninguna parte - Observando nuevamente a la niña, cabellos oscuros, de uno años, ojos grises y rasgados... decidió intentar preguntarle cuál era su nombre en japonés, aún estaba aprendiendo ese idioma pero tal vez el boticario tenía razón y era de alguna familia de turistas, pero nuevamente no hubo respuesta - ¿Acaso no sabes hablar? ¿Eres muda o qué? - Dijo cruzando los brazos, malhumorado.

- No debo hablar con extraños - Finalmente la niña habló, en un impecable francés. El niño sintió un escalofrío, ella lo miraba acusadoramente.

- L-lo lamento, fue un accidente, iba distraído, peleé con mi padre y... ¿Hablas francés? - Pasaron varios segundos y la niña no respondía. Decidió analizar la breve respuesta que ella le dio "No debo hablar con extraños" - Me llamo Byakuya La Fer... Kuchiki -Emitiendo un breve suspiro - Ahora que sabes mi nombre ya no soy un extraño ¿Vale? - La niña asintió con la cabeza - Entonces puedes decirme dónde vives, puedo acompañarte a tu casa - Ofreció diligentemente.

- No vivo aquí - La niña le respondió con mucha naturalidad, a Byakuya le dio un tic en un ojo.

- Entonces ¿Vienes de París?

- No.

- ¿Al menos sabes dónde están tus padres?

- En casa.

- Si no eres de París ni de Noyers y tus padres están en tu casa... ¿Viniste sola o qué? - La paciencia no era precisamente una virtud de Byakuya.

- Con mis abuelos... gritas mucho cuando hablas, eres un enojón - La cara de Byakuya se desencajó un poco, de pronto estaba enfrascado en un duelo de miradas con una niñita varios años menor que él. Las puertas se abrieron mostrando al boticario y una pareja de adultos con rasgos asiáticos.

- ¡Mifeng! - La mujer corrió a abrazar a la niña -¿Pero qué te pasó, que son todos esos raspones? ¡Mira como traes las rodillas! - Mientras la mujer exclamaba, Byakuya intentaba escabullirse sigilosamente, faltaban un par de pasos para alcanzar la puerta cuando sintió que alguien tiraba suavemente de su chaqueta. Se giró encontrando una extraña flor a la altura de sus ojos, la niña la sostenía.

- Toma, es del color de tus ojos - La niña sonrió mientras Byakuya aceptaba la flor - Aunque eres enojón haces caras muy graciosas - Byakuya dudó en considerar aquello como un cumplido.

Salió de la botica para emprender el camino de regreso a casa, con paso lento, recordando lo que precipitó su repentina carrera de la tarde. Kuchiki Soujun, su padre, había llegado sorpresivamente y no precisamente para mejorar los vínculos familiares, sino para anunciarle que sería la última vez que podría pasar las vacaciones con su madre. Aunque sus calificaciones eran buenas su padre deseaba que obtuviera "excelente" y había decidido que contrataría tutores privados para el verano. A Byakuya la idea le desagradaba muchísimo, no solo le estaban quitando el poco tiempo que tenía para estar con su madre, también le obligaban a permanecer más tiempo con la odiosa familia de su padre, en Japón... mientras caminaba volvió a contemplar aquella flor, mezcla de gris con lila, verla le hacía sentir un poco reconfortado... "También es del color de tus ojos".

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Cuatro años después, cuando la rama principal de los Kuchiki se dirigía a visitar a unos parientes en París, un adolescente Byakuya se las ingenió para escabullirse y visitar Noyers. Cualquier sentimiento negativo o amarga experiencia se disipó en cuanto llegó a la villa. Se sintió inmensamente feliz al ver a su madre otra vez, en verdad extrañaba aquella casa de estilo tradicional algo alejada del centro de la pequeña villa. Conversaron animadamente por horas, incluso su madre tocó el chelo para él, la música envolvía cálidamente todo el lugar, se sentía tan tranquilo y confortable, después de todo, estaba en casa otra vez. Lástima que las cosas buenas duren tan poco. Al día siguiente despertó a media mañana, nadie podría culparlo considerando que se fue a la cama de madrugada, bajó muy contento a la sala esperando encontrar a su madre, cuando oyó voces de dos personas discutiendo, sigilosamente se acercó a una puerta entreabierta, no tardó en reconocer a los dueños de aquellas voces:

- Por favor, deja que se quede unos días... lo cuidaré bien, si tanto dudas de mí puedes dejar a alguno de tus guardaespaldas o quedarte...

- Eleonore, ya te lo dije, Byakuya es un Kuchiki, venir aquí solo hará que los rumores y habladurías que tanto trabajo me costó acallar se aviven nuevamente y eso puede perjudicarlo.

- Pero Soujun...

- Byakuya tiene la oportunidad de convertirse en líder del grupo familiar algún día, para eso debe dejar su pasado atrás, venir aquí no es bueno para él -Soujun suavizó un poco el tono de su voz - ¿Acaso no leíste las cartas que envié? Sus calificaciones son excelentes, su habilidad en esgrima y kendo son sobresalientes e incluso su japonés es más fluido y está empezando a aprender inglés.

- ¿Y su curso favorito? ¿Los nombres de sus amigos? ¿Ha tenido alguna novia? - Eleonore no se daría por vencida fácilmente.

- Esos temas no son relevantes - Soujun intentaba terminar aquella conversación.

- Parece que Byakuya se siente solo, me preocupa - Eleonore intentó apelar al lado humano de Soujun.

- Byakuya debe ser capaz de lidiar con eso, él tiene que convertirse en alguien fuerte para poder batallar con cualquier situación que se le presente, de lo contrario no será capaz de dirigir a la familia -Soujun parecía estar perdiendo la paciencia.

- ¿Eso es lo único que te importa? Que se convierta en el siguiente líder de tu familia - La voz de Eleonore se quebró - Hablas como si no te importara la felicidad de tu hijo...

- Byakuya tiene todo lo que necesita, y si algo le falta solo tiene que pedírmelo - Soujun notó que la conversación se estaba dilatando demasiado, Eleonore parecía tener intención de tocar un tema que ya estaba zanjado hace mucho tiempo.

- El dinero no lo es todo, Soujun - Eleonore se armó de valor para lanzar la pregunta que le atormentaba por años - ¿Alguna vez te importamos Byakuya y yo? - El lugar se quedó en silencio, Soujun parecía estar eligiendo con cuidado las palabras con las que iba a responder - ¡Soujun! - Exclamó Eleonore, necesitaba una respuesta.

- Byakuya es mi hijo y...

- ¡No te estoy preguntando eso! Ten algo de dignidad y contéstame.

- Solo me importa el futuro de Byakuya - Las palabras de Soujun se hundieron como puñales en el corazón de Eleonore - Eleonore, tienes la oportunidad de rehacer tu vida, retomar la música, deja a Byakuya en mis manos y olvida, deja el pasado atrás.

- ¡Jamás podría olvidar a mi hijo! - El grito de Eleonore se apagó lentamente mientras se echaba a llorar, unas palabras se ahogaron en su garganta, unas que palabras que no alcanzó a pronunciar, "Porque olvidar a mi hijo sería olvidarte a ti, y no puedo".

Un adolescente Byakuya caminaba confundido por las silenciosas calles de Noyers. Era tiempo de cosecha así que la mayoría de las personas se encontraban en el campo, y las pocas que quedaban en la villa estaban abocadas a las labores domésticas, así que la villa parecía más una ciudad fantasma. Quería pensar que había escuchado o entendido mal. Sus pasos lo guiaron a una pequeña laguna, algo alejada de la villa, la conversación de sus padres seguí vívida, en su mente, y se repetía una y otra vez, algo frustrado, recogió algunas piedras y empezó a lanzarlas hacia el agua sin mucho cuidado, varias aves volaron espantadas.

- Si las lanzas así no llegarán muy lejos - Una voz interrumpió su momento de desahogo. Byakuya levantó la mirada y buscó alrededor - Deberías elegir las piedras más planas, inclinar un poco el antebrazo antes de lanzar podría ayudar - Una niña le observaba desde la rama de un árbol.

- No te he pedido consejos, además ¿Acaso nadie te dijo que es de mala educación espiar a las personas? - Byakuya definitivamente no estaba de humor ese día.

- Estaba observando las aves y las flores alrededor de la laguna, hasta que alguien rompió la tranquilidad del paisaje - Bajando hábilmente del árbol - No te estaba espiando "señor enojón".

- Has lo que quieras - Byakuya recogió más piedras y continuó lanzándolas, estaba demasiado ofuscado y sin ánimos para discutir con una niña, consideró que ignorarla sería lo mejor. De pronto, una piedra golpeó la que acababa de lanzar, hundiéndola mientras continuaba avanzando varios metros para finalmente hundirse también en la laguna.

- Te lo dije, una piedra aplanada puede rebotar en el agua y avanzar mucho si la lanzas con la técnica adecuada - La niña estaba a un par de metros de él, por un instante le pareció ver un breve destello lila en aquellos ojos grises, sacudió la cabeza, seguramente fue su imaginación - Ten, prueba con esta - La niña le ofreció una piedra. Dudó un poco pero finalmente la tomó y la lanzó, ciertamente pareció como si la piedra rebotara sobre la superficie de la laguna, pero no fue tan lejos como esperaba.

- Fallé - Dijo más para sí mismo.

- Solo te faltó inclinar un poco más el antebrazo, si practicas serás un buen lanzador de piedras - La niña no parecía para nada incómoda hablando con él.

- Supongo que lanzar piedras no es lo mío, me agradan más el esgrima y el kendo - Byakuya se inclinó para recoger una piedra aplanada y de superficie lisa.

- ¿Kendo?

- Es un deporte japonés, parecido al esgrima, usas unas espadas de madera para enfrentarte a alguien, requiere de fuerza, técnica y concentración - Explicó Byakuya - Por cada golpe que aciertes recibes puntos y al final el que obtiene más puntos gana.

- ¿Y has ganado muchas veces?

- No tantas veces como quisiera, pero estoy mejorando - Las aguas de la laguna volvieron a la calma y algunas aves empezaron a aterrizar. Byakuya dejó caer la piedra que había recogido.

- Si ganaras todo el tiempo no podrías ver las cosas que puedes mejorar y al final el kendo te parecería aburrido - Una suave brisa movió sutilmente la larga cabellera de la niña, Byakuya notó que el adorno que llevaba la niña en el cabello era en realidad una flor.

- Esa flor - Señalando el lado derecho de la cabeza de la niña - Tengo la impresión de haberla visto antes.

- ¿Esta? - Deslizando la flor para sujetarla con las manos - Es una rosa de mayo - Ofreciéndola a Byakuya - Te la regalo - Byakuya parpadeó desconcertado. Tomó la flor y volvió a contemplar a la niña.

- ¡Mifeng! - Un niño llamó desde la zona de los árboles.

- ¡Ya voy, Ggio! - Observando con cierta curiosidad al dueño de aquellos ojos grises - Al principio me pareció algo desaliñado, pero ahora que te veo de cerca creo que el cabello largo te queda bien, nos vemos - Dijo antes de echarse a correr para encontrarse con el niño que le esperaba entre los árboles.

A Byakuya por un instante le pareció que el niño le observaba fijamente, a lo lejos, y casi podría asegurar que le mostró la lengua, antes de desaparecer con la misteriosa niña en el bosque. Después de echar un último vistazo a la laguna decidió que era hora de volver a casa. Supuso que las cosas no estarían muy bien, pero no imaginó que se complicarían tanto. Apenas tuvo unos minutos para despedirse de su madre, y en lugar de intercambiar palabras dulces y de consuelo, terminó reclamándole por ponerlos a su padre y a él en el mismo lugar, como si fueran iguales, haría lo que fuera para no parecerse a su padre, o al menos eso creía, su padre los había abandonado y vuelto solo porque necesitaba un heredero varón, aun así sentía como si Eleonore quisiera que Soujun se quedara con ellos, a jugar a la familia feliz, su madre se aferraba a un imposible, algo así jamás sucedería. Lamentablemente las respuestas de su madre no pudieron tranquilizar su corazón, todo lo contrario, sintió como si para su madre, Soujun fuera lo más importante, incluso más importante que él.

"Byakuya, existen diferentes formas de amor, un día lo comprenderás"... "Uno no elige de quien se enamora, pero al menos prométeme que si algún te casas será por amor".

Los días transcurrían monótonos y rutinarios, durante la época estudiantil en el internado, clases por las mañanas, actividades deportivas o largas horas de estudio en la biblioteca por las tardes, podía dejar el internado durante las fiestas navideñas y las vacaciones de verano para viajar a Japón y "fingir" que disfrutaba de la compañía familiar. Con los años había aprendido a llevar las apariencias, a ocultar sus sentimientos, incluso había empezado a mostrarse algo rebelde con su abuelo cuando un día, a mitad de verano, se le acercó sigilosamente para comentarle sobre cierta joven que deseaba que conociera... "prometida" le oyó decir. Byakuya llevaba años dejando ir cosas, alejándose de las personas y lugares que en verdad adoraba, sacrificando tanto... después del incidente con sus padres en Francia decidió que pondría un límite a las decisiones que los Kuchiki tomaran por él, y esa era una de esas situaciones. Utilizando el mayor tacto posible eludió todo intento de su abuelo de hablarle sobre la misteriosa joven, y vaya que su abuelo se la ponía difícil, era bastante insistente.

El último año en el internado, mientras se encontraba en medio de un ejercicio de equitación, notó un movimiento inusual en el área donde los tutores vigilaban atentamente que las prácticas se realizaran sin ningún contratiempo, un mensajero se acercó con paso presuroso para comentar algo a los tutores, el ambiente pareció tensarse pero a los pocos segundos el mensajero dejó el lugar y los tutores parecían debatir algo entre ellos. Intrigado por el extraño suceso, optó por completar los saltos y cuando se disponía a dejar el caballo con uno de los peones para que lo traslade al establo, uno de los tutores se le acercó. Si era algún otro intento de su abuelo para que acudiera a otra cita prenupcial tendría que utilizar un lenguaje poco usual en él, porque en verdad se le estaba agotando la paciencia, para su sorpresa, ése no fue el tema de la breve conversación. Su rostro perdió toda expresión en cuanto recibió la noticia. Incrédulo caminó a pasos acelerados hasta la dirección, aunque eso implicaba que atravesara medio internado con el traje de montar puesto. Ignoró los comentarios y "grititos" que emitieron algunas de las estudiantes femeninas que lo veían pasar, era demasiado consciente del efecto que tenía en las féminas pero en aquel momento necesitaba asimilar la noticia que acababa de recibir.

Al llegar a la oficina del Director encontró al mensajero de los Kuchiki quién pareció ponerse un poco nervioso al verle, ya no era el niño que su padre hacía llevar a rastras con sus guardaespaldas, esos días quedaron atrás, se había convertido en un hombre. Tras tensos segundos el mensajero finalmente le confirmó lo sucedido: Eleonore la Ferrec, su madre, había muerto.

Le resultó imposible conciliar el sueño, así que se sintió adormilado durante todo el viaje. De pronto la villa Noyers con su ambiente tranquilo y feliz parecía un lugar lúgubre y gris. Antoine y Paulette corrieron a recibirlo con un paraguas para protegerlo de la lluvia mientras bajaba del coche. Al parecer intentaban darle el pésame pero apenas y alcanzaba a oírles hablar. La iglesia de la villa estaba casi vacía, tal vez el mal tiempo, o la rapidez con que se programaron los actos fúnebres a pedido de los Kuchiki, o el hecho que su madre hubiera... aun cuando se esmeraron en ocultar las marcas en su cuello con un vestido alto, él fue capaz de verlas. Se quedó quieto al lado del féretro, perdiendo la noción del tiempo, contemplando a su madre. Tres años y medio sin ningún tipo de contacto con ella, por una actitud egoísta e infantil, sintiéndose víctima de algo, cuando la verdadera víctima era otra, ahora no volvería a oír su voz ni el sonido del chelo en la vieja casa de estilo tradicional, no le envolverían sus brazos ni sentiría otra vez la calidez de sus manos, se había marchado sin despedirse, en medio de un abismal dolor.

En cuanto la lluvia cesó los trasladaron al cementerio de Noyers. Esperar que le dieran un lugar en la sepultura familiar de los Kuchiki era pedir demasiado. Todo era demasiado discreto y rápido, no fue hasta que echaron el primer puñado de tierra que se dio cuenta de la magnitud de las cosas: Su madre no estaba ni estaría nunca más. Una repentina lluvia se precipitó sobre los pocos concurrentes que se apresuraron a abrir sus paraguas para protegerse, y pasaron algunos minutos antes que notaran su ausencia. En medio de la lluvia aceleró el paso, como tratando de negar lo sucedido, las gruesas gotas de lluvia disimularon sus lágrimas de dolor. Se sentía tan frustrado. Tomó un sendero empedrado que llevaba hasta un grupo de árboles, el lugar estaba tan calmo que podía oír el sonido de las gotas de lluvia cayendo y los latidos de su propio corazón. Se había convertido en el mejor estudiante del internado, sobresalía en todo, era el orgullo de su padre, pero ahora sentía que fue el peor hijo, egoísta e ingrato. Golpeó el tronco de un árbol para terminar apoyando la frente en él, sollozando como un niño pequeño, esperando palabras de consuelo de su madre, que no llegarían nunca.

- ¿Duele mucho? - Le pareció oír una voz, por un momento pensó que tal vez se estaba volviendo loco, pero la voz dijo algo más - ¿Como si quisieras que alguien te arrancara el corazón y lo tirara lejos?

- Quiero estar solo - Supo que la dueña de aquella voz no hablaba de su puño recientemente lastimado, pero lo último que deseaba era que alguien lo viera llorando.

- La muerte es parte de la vida - La lluvia continuaba cayendo inclemente - No debemos lamentarnos por quienes no están más en este mundo...

- Lo que dices no tiene sentido... - Se volvió para confrontar a la misteriosa joven pero su vista estaba algo nublada, tal vez por las lágrimas, tal vez por la lluvia, o ambas.

- Debemos aprender a recordarlos con alegría - Era una joven delgada de baja estatura, al parecer con el cabello oscuro y corto, Byakuya no estaba seguro pues ella estaba tan empapada como él. La joven le entregó un ramo de flores y por un segundo, pudo ver unos hermosos ojos grises, algo opacados, quizás por la lluvia - Nacimos libres, así que no pertenecemos a nadie, no dejemos que nadie decida por nosotros.

Byakuya estuvo a punto de preguntarle quién era, pero se oyeron pasos y gritos de personas llamándolo, era el personal de seguridad que le envió su padre, dudó en responder pero recordó que Antoine y Paulette también podrían estar preocupado por él y tuvo que asomarse por el sendero para que vieran donde se encontraba. Cuando quiso conversar con la muchacha fue como si ella se hubiera desvanecido. Su turbación aminoró al notar que aún tenía el ramo de flores en sus manos, no lo había imaginado, alguien habló con él ese día y le transmitió reconfortantes palabras, como adivinando como se sentía.

Se quedó unos días en París, su abuelo consideró que tal vez necesitaba un respiro antes de volver al internado e incluso estaban deliberando en si debía ir al internado o realizar los exámenes finales desde Japón. La residencia de los Kuchiki en Francia tenía un estilo más moderno, muy espaciosa, con un sendero que podía utilizarse para pasear a caballo o incluso en coche. Aunque era invierno salió temprano esa mañana, las flores que le había regalado la misteriosa joven en el cementerio empezaban a sufrir los estragos del paso de los días, y como un intento de salvar al menos una, decidió buscar un terreno bueno para cultivarlas. Había descubierto que eran rosas de mayo, flores raras de encontrar en Francia, y el color (no estaba seguro si eran grises con matices lila o era porque se estaban marchitando) era una rareza también. Caminó un buen rato, pero ningún terreno le parecía lo suficientemente bueno para las flores, después de vagar por aquí y por allá decidió que buscaría un lugar bajo la protección de un árbol. Iba distraído buscando un buen árbol que no vio el coche venir, de pronto todo se tornó oscuro y pareció sumergirse en un profundo sueño.

Decir que aquello le molestaba sería mentir. Se sentía en calma, en medio de todo aquel silencio y oscuridad, el dolor no existía, no tenía ni miedo, ni hambre. Una pequeña pero brillante luz interrumpió la tranquilidad del lugar, de pronto estaba en Noyers chocando con una niña pequeña... luego a la altura de la laguna, lanzando piedras para finalmente revivir borrosamente la escena del cementerio... oyó una melodía de piano y lentamente abrió los ojos. Si hubiera sabido que el despertar sería tan doloroso hubiera esperado un poco más, estaba en una cama de hospital con muchos artefactos extraños que emitían molestos pitidos, y entonces divisó a una joven delgada y de baja estatura, quien, apenas notó que había abierto los ojos salió por la puerta y volvió a los pocos segundos con un médico y dos enfermeras, se acercó a él y le tomó la mano, mientras el resto de las personas hablaban entre ellos, revisaban las máquinas y le preguntaban cosas que no entendía del todo, sus sentidos estaban fijos en la joven, cabellos oscuros y cortos y unos hermosos ojos grises:

"Estás aquí... eres tú".

Con el paso de los días empezó a recordar algunas cosas, pero no eran del todo claras, según le comentaron sufrió un accidente de coche y además de lastimarse un hombro recibió un golpe tan fuerte en la cabeza que tuvieron que operarle así que ahora tenía el cabello casi al ras. Su lamentación por la pérdida de su cabello y la molesta cicatriz, que los médicos aseguraban que sería imperceptible con el paso de los meses y el crecimiento del cabello, fue interrumpida por la llegada de una joven:

- Buenas tardes, Kuchiki-sama - Saludó con mucho respeto y una elegante reverencia.

- No tienes que ser tan formal, resulta incómodo, además tenemos la misma edad - Dijo mientras se cubría la cabeza con una boina.

- No podría, Ud. pertenece a la rama principal y...

- Hisana - Pronunció sereno y con ternura - Somos familia, deberíamos guardar las formalidades para los aburridos eventos de los conservadores ancianos, me gustaría que me llamaras por mi nombre.

- P-pero fui yo quien conducía.

- No quiero que vuelvas a disculparte, fue un accidente, yo iba distraído - bajándose de la cama para dar un par de pasos y quedar de pie frente a Hisana - En un par de días me darán el alta, así que todo está bien.

- También siento mucho lo de las flores, Byakuya-sama - Hisana hizo una pequeña reverencia para disgusto de Byakuya, al hacerlo había perdido de vista sus hermosos ojos grises.

"No te preocupes por eso, de ahora en adelante me encargaré de regalarte muchas flores como esas"

Aqui la autora nos comunica que el capitulo proximo sera el final de esta hermosa historia, siendo narrada 10 años despues de donde se quedo el capitulo 29, asi que esperenlo con muchas ancias, saludos.

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