Chapter 24: Eleonore y Sui
– ¿Estás segura que podrás hacerlo? – Preguntó la mujer a la delgada muchacha, bastante preocupada.
– Si puedo, tía – Respondió una adolescente Shaolin, tenía el cabello tan largo que tuvo que atarlo en dos largas trenzas, se había puesto un vestido azul para la ocasión.
– La señora del chelo es algo excéntrica – Susurró su tía, definitivamente estaba preocupada – Si su pianista no se hubiera lesionado la mano – Su tía en verdad estaba al borde de un colapso nervioso.
– Funcionará – Una deslumbrante mujer se detuvo frente a ellas, la tía de Shaolin la miró con espanto –Creo que la petite abeille lo hará bien – Dando un empujón en la espalda de Shaolin – Es hora, vamos – Shaolin asintió con la cabeza y ambas se escabulleron hacia el improvisado escenario, en el patio del castillo Châteauneuf–en–Auxois. Fueron anunciadas como el número sorpresa y al abrir el telón, empezaron a tocar. Aquella chelista de inmediato hizo que todos se estremecieran, no solo era imponente con su porte y su belleza, aquellos cabellos castaños eran el marco perfecto para sus largas pestañas y esos enormes ojos azules… pero se sentía como si una gran nostalgia emanara de ellos, una nostalgia tan grande que amenazaba con devorar todo a su paso… entonces se oyeron las notas del piano. Shaolin era todo lo contrario, delgada, con aquel vestido azul, presionando con delicadeza cada tecla del piano, sus melodiosas notas eran ternura e inocencia que contrastaba con la pasión del chelo. El abuelo Hao se emocionó tanto que no dudó en invitar a su esposa a bailar, la abuela Sui sonrió al ver a su nieta tocando el piano, estaban celebrando sus bodas de Rubí y tanto sus hijos y nietos así como sus amigos, los Vega, se habían esmerado en prepararles una fiesta. Tocaron seis piezas aquella noche, apenas terminaron los demás aplaudieron emocionados.
– Mifeng, no imaginé que mejoraras tanto – Un muchacho de ojos caramelo se acercó a la muchacha del piano.
– Mi nombre es Shaolin – La muchacha del piano le dio un pellizco en el brazo – Y tuve que practicar horas de horas para perfeccionar mi técnica, Ggio.
– Bien ya entendí – Ggio hizo una mueca y apenas Shaolin dejó de pellizcarlo se frotó el brazo.
– Petite abeille, ¿Es tu novio? – Preguntó la chelista, tras observar unos segundos a Ggio.
– Es mi amigo – Respondió Shaolin, no notó lo terriblemente sonrojado que se encontraba Ggio.
– Ya veo – La chelista se acercó a Ggio para susurrarle algo, casi de inmediato Ggio tomó a Shaolin de la mano y la arrastró hacia la pista de baile.
– ¡Hey, que haces! – Protestó Shaolin.
– Baila conmigo, Mifeng – Dijo Ggio, muy animado. La chelista sonrió unos segundos.
– Queremos agradecerle por el presente, madame Eleonore Ferrec – El abuelo Hao se acercó a ella llevando a su esposa Sui del brazo – Ha sido una presentación magnífica.
– Me pidieron que viniera, eso es todo – La chelista se apresuró a tomar una copa de la bandeja de uno de los mozos que pasó cerca de ellos – Tienen una nieta muy talentosa.
– Sí, lo sabemos – Se apresuró a responder la abuela Sui – Estoy tratando de convencerla para que se haga pianista profesional.
– Con que encuentre un hombre que la valore y la respete debería ser suficiente – La chelista se bebió el contenido de la copa rápidamente. La abuela Sui la contempló preocupada.
– Abuelo Hao, abuela Sui – Uno de sus nietos se acercó a pasos rápidos – Los Vega tienen otra sorpresa para Ustedes, vengan.
El abuelo Hao se despidió de la chelista con una reverencia, la abuela Sui tuvo que acompañarlo aunque no quería, la melancolía en esos ojos azules era tan profunda que daba miedo. Pronto llegaron a la mesa rodeados de Feng y Vega, dio un vistazo a la pista de baile y vio a su nieta bailando animadamente con Ggio, fugaces recuerdos vinieron a su mente, recuerdos de varios años atrás, de sus días de infancia, bajo la sombra de dos cerezos, en la lejana ciudad de Kansai.
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Dos mujeres caminaban lentamente por un corredor hacia el jardín mientras conversaban animadamente:
– ¿En serio hizo eso? – Preguntó la mujer de peculiares ojos azules que exhibía joyas llamativas y vestía elegantemente.
– Sí, Sota Senjumaru se atrevió a apostar con mi Azashiro, obviamente perdió – Respondió la otra mujer, vestía un kimono tradicional y sencillo, a diferencia de su acompañante, tenía unos hermosos ojos grises.
– Bueno, tu esposo tiene una respetada reputación no solo en el mundo de la diplomacia, también en las apuestas, Kanako – Ambas mujeres rieron. De pronto se oyó un grito proveniente del jardín y ambas salieron corriendo. Al llegar su rostro cambió súbitamente a uno de enojo – ¡Kuchiki Ginrei, baja de ese árbol enseguida! – Los ojos azules dejaron de verse amables para tornarse un tanto aterradores.
– Pero mamá, el cabello de Sui se atoró, la estoy ayudando – Respondió el niño que hábilmente empezó a romper las ramitas hasta liberar finalmente a su pequeña amiga. A los pocos segundos ambos niños se encontraban en tierra firme.
– ¿Te encuentras bien, Sui? – Preguntó su madre, preocupada, los cabellos de su hija estaban enredados con ramitas y hojas del cerezo. Los ojos de Sui estaban enrojecidos, al parecer estaba tratando de no llorar.
– ¡Pero Ginrei! ¡Mira como tienes las manos! – Gritó escandalizada la madre del chico.
– Quería ayudar a Sui… – Intentó defenderse el niño.
– ¡Le hubieras avisado a un criado! – La mujer respiró hondo y bajó un poco el tono de voz – Eres un Kuchiki de línea directa, si te hubieras lastimado tu padre o yo nos hubiéramos puesto muy tristes.
– Pero Sui… – Ginrei volvió a replicar.
– Ella no tiene que preocuparse de las cosas como nosotros, además es una salvaje, mira como trae el cabello y la ropa – Sôya Kanako se aclaró la garganta sonoramente.
– Creo que los niños podrían darse un baño mientras bebemos algo de té, ¿Te parece, Fumiko? – Ofreció Kanako.
– Gracias, pero se ha hecho tarde, nos marchamos – Kuchiki Fumiko intercambió venias con las Sôya, Ginrei se quedó inmóvil – Vamos Ginrei, despídete.
– ¿No podemos quedarnos, mamá? Sui prometió que tocaría el piano – Pidió el niño. Su madre negó con la cabeza y finalmente, tras hacer un puchero se despidió y ambos se marcharon.
– ¡Auuuch! – Protestó la pequeña Sui, tras la partida de sus visitantes su madre estaba intentando quitar la "maleza" que tenía atrapada en el cabello.
– Ya falta poco, resiste – Intentó confortarla su madre.
– Mamá, ¿Por qué la señora Kuchiki es tan enojona?
– Fumiko tiene muchas ocupaciones – Ahogando una risa, sin mucho éxito – Además es de las personas que se preocupa demasiado.
– ¿Y por qué siempre dice que Ginrei es un Kuchiki de línea directa?
– Pues… ¿Te acuerdas cuando fuimos al cumpleaños de Yui, la prima de Ginrei? – Kanako tomó un cepillo y empezó a peinar la larga cabellera de su hija.
– Si, habían muchas niñas allí, fue muy divertido, aunque algunas paraban con la nariz alzada y decían que jugar era cosa de "bebés" – Respondió Sui.
– Pues eso, Ginrei tiene muchas primas, un par de primos más pequeños y en su familia es el único niño, así que por una tradición familiar, tarde o temprano se convertirá en el líder de los Kuchiki –Kanako tomó un par de ganchos para el cabello y empezó a hacerle un peinado.
– ¿Entonces Ginrei se volverá enojón y amargado también? – Sui se giró para mirar a su madre, con curiosidad, sus grises ojos emitieron un breve destello casi lila.
– No lo creo… bueno, espero que no – Dijo su madre, no muy convencida – Pero ese es un asunto que no debería preocuparnos, yo solo espero que un día conozcas a alguien tan maravilloso como tu padre y seas feliz, ahora siéntate y deja que termine de peinarte – Sui sonrió y su madre terminó de acomodar el pequeño desastre de la tarde. Ginrei solo la visitó una vez más esa primavera, no lo vio ni en verano ni en otoño. Los Kuchiki organizaron una fiesta de Navidad e invitaron a todos los miembros de la familia, sus abuelos insistieron en que los acompañaran, la mansión Kuchiki era enorme, tenía mucha decoración y con las nevadas parecía como sacada de un cuento de hadas. Mientras recorrían aquellos pasillos Sui se preguntaba como hacía Ginrei para no perderse. Durante la cena estuvieron en un extremo bastante alejado de la mesa principal en donde se encontraba Ginrei con sus padres y hermanas. Al terminar la cena finalmente las personas pudieron dejar las mesas y agruparse para conversar e intercambiar regalos.
Sui se escabulló hasta llegar al gran árbol, le gustaba la decoración, sobretodo la gran estrella en la parte más alta.
– Los árboles de Navidad no se pueden trepar –Susurró alguien cerca de su oído.
– Ya lo sé – Girándose – Feliz Navidad, Ginrei.
– Feliz Navidad, Sui – Ginrei sacó un pequeño paquete de su bolsillo – Espero que te guste.
– Gracias – Sui recibió el regalo algo apenada – Yo no te traje nada.
– No importa, estoy feliz que vinieras, por un momento temí que no te vería hasta primavera –Respondió Ginrei, parecía un tanto melancólico –¿No vas a abrirlo?
– No, aún no es medianoche – Sui guardó el paquete en el bolsillo – Mi madre no quería venir pero papá la convenció, nos vamos a China en verano, papá trabajará en la embajada como representante de Japón, dice que es un cargo importante – Sui parecía emocionada con la idea.
– ¿Qué? – A Ginrei la noticia le tomó por sorpresa –¿Te vas a China?
– Sí, conoceré lugares nuevos y misteriosos – Sui rodeó el árbol y se topó con un hermoso piano, blanco impoluto – Que lindo – Levantó con delicadeza la cubierta descubriendo las teclas y oprimió algunas – ¡Y está afinado!
– ¡Qué estás haciendo! – Kuchiki Fumiko se acercó a ellos notoriamente molesta, apartó a Sui y cerró la cubierta del piano – Es un piano demasiado valioso, me lo regaló la anterior señora Kuchiki, no vuelvas a tocarlo, ¿Entendiste? – El tono de voz de la madre de Ginrei fue tan amenazante que Sui se limitó a asentir con la cabeza.
– ¿Qué ocurre Fumiko? – Se acercaron dos mujeres luciendo joyas más llamativas que la decoración del árbol navideño.
– No es nada – Kuchiki Fumiko se enderezó y cambió su aspecto temible por otro más afable –Solo ésta niña que se atrevió a tocar el piano que me obsequio la señora Aiko.
– ¡El piano que te regaló Aiko–sama! – Exclamó una de las mujeres, como si Sui hubiera hecho algo malo.
– Que atrevida, pero, ¿No es la hija de Sôya Kanako? Ni siquiera lleva el apellido Kuchiki, no debería estar aquí – Comentó la otra mujer.
– Vámonos Sui – Ginrei tomó a Sui de la mano y la llevó a un salón apartado donde varios niños revoloteaban despreocupadamente – Mi madre…
– La señora Kuchiki y esas señoras no dijeron nada que no fuera cierto – Sui observó con curiosidad a los niños más pequeños que jugaban en el desordenado salón, varias mujeres de aspecto sencillo, las nanas probablemente, trataban de poner algo de orden sin mucho éxito.
– Pero…
– Voy a extrañar los cerezos – Comentó Sui, Ginrei la miró confundido – Cuando me vaya a China, dudo mucho que encuentre dos árboles de cerezo tan grandes como los que hay en la casa de mis abuelos en Kansai.
– Puedo pedirle a mis padres que planten cerezos, miles de ellos, en los jardines de esta casa para que cuando vuelvas puedas verlos y subir a los que quieras – Ofreció Ginrei. Sui se echó a reír.
– No pueden plantar miles de ellos, el jardín no es tan grande, y para que pueda treparlos tendrían que pasar al menos 10 años, no creo que tarde tanto en volver, además creo que en diez años tal vez te hayas convertido en un tipo amargado y enojón.
– ¿Yo qué? – Ginrei realmente no tenía idea de lo que decía Sui, pero le preocupaba el tiempo que transcurriría antes de volver a verla.
– N–no es nada, yo me entiendo – Sui rio nerviosamente, no necesitaba preocuparse por el futuro, después de todo mucha cosas cambian en 10 años, e incluso en dos.
Precisamente dos años después, mientras salía con sus padres de un evento social en la embajada de Japón en China ocurrió un tiroteo en el estacionamiento. El chofer y guardaespaldas de su padre se apresuró a ponerlo a él y a su madre a buen recaudo, pero ella se había quedado inmóvil, había visto a un hombre tendido en el suelo en medio de un charco de sangre y se quedó sin voz e incapaz de moverse. Luego aquello sonidos retumbaron nuevamente en el lugar. Se encogió a un lado del coche, con las manos en la cabeza, tratando de no escuchar el aterrador sonido de las balas ni los gritos. De pronto un hombre se acercó corriendo y buscó protección en el coche de su padre. Tenía un arma en la mano. Se inclinó para utilizar el coche como escondite mientras cargaba su arma cuando se dio cuenta que había una muchachita allí. Le dijo algo en un idioma que no entendía, ella seguía encogida y asustada. Le oyó intentar decirle algo otra vez y luego:
– ¿Estás bien? – El hombre le sacudió los hombros, una pálida Sui levantó la mirada, entonces notó que era un muchacho bastante joven – Eres japonesa, ¿Verdad? – Sui se apresuró a asentir con la cabeza – ¿Qué haces aquí? – Sui señaló el coche, estaba tan nerviosa que sus manos temblaban.
– Mi… padre… – Fue lo único que logró articular mientras seguía señalando el coche. Nuevos disparos se oyeron. De inmediato Sui se encogió.
– No puedes quedarte aquí, es peligroso – El joven miró alrededor y vio el elevador, probablemente los padres de la niña huyeron por allí o estarían cerca –¿Cómo te llamas?
– S–sui – Sui levantó la mirada y sus ojos se encontraron con unos color caramelo.
– Sui, voy a tratar de llevarte a un lugar seguro, pero tienes que correr, ¿Podrás hacerlo? – Preguntó mientras levantaba la mirada para usar los espejos del coche para ver alrededor, al parecer aún no habían notado su escondite – Bien, a la cuenta de tres... – Sui le dio un tirón a la manga de su camisa y negó con la cabeza, estaba demasiado asustada –Sui, tienes que hacerlo, sé que puedes – Dejaron de oírse disparos y el joven empezó a correr medio agachado llevando a Sui a rastras. Llegaron al elevador y cuando presionaba el botón de llamado los disparos retumbaron nuevamente y uno le dio en un brazo. Por reflejo empujó a Sui al piso y empezó a disparar, apenas las puertas se abrieron empujó a Sui dentro y para sorpresa de Sui sus padres y su guardaespaldas estaban allí, apenas notó que estaba en un lugar seguro el joven cerró las puertas del elevador y volvió al estacionamiento. Sui intentó detenerlo, estaba herido por su culpa, pero su madre la abrazó llorando y en esos momentos solo pudo llorar también.
La noticia del atentado contra los miembros de la familia Shihôn ocupó las primeras planas en periódicos y noticieros en los siguientes días. Sui pasó varios días tratando de averiguar el nombre del joven que le había ayudado hasta que finalmente dio con él. Su madre la acompañó al hospital donde se encontraba internado pues ambas querían darle las gracias. Al principio la enfermera les indicó que estaba descansando y les sugirió que volvieran otro día pero Sui no se movió, decidió que esperaría el tiempo que fuera necesario pero no se iría de allí sin agradecerle, incluso su madre trató de disuadirla pero ella se mantuvo firme. Después de una hora las hicieron pasar a una salita a donde llevaron al joven en una silla de ruedas, llevaba una férula de yeso y un cabestrillo en el brazo derecho.
– Buenas tardes – Saludó el joven, en japonés, a pesar de estar sentado hizo una breve reverencia.
– Buenas tardes – Se apresuró a responder Kanako, la madre de Sui – Mi esposo y yo esperábamos que sus heridas no sean de gravedad – Dijo algo angustiada, no esperaba encontrarlo en silla de ruedas.
– ¿Eh? – Entrando en la cuenta que tal vez la silla de ruedas dio a entender que su estado era más delicado – Me trajeron en esta silla por protocolo, puedo caminar perfectamente, solo me hirieron en el brazo, nada más.
– ¿En serio? – Sui se acercó a verlo de cerca, sus ojos grises escudriñaron esos ojos caramelos, no parecía estar mintiendo – ¡Qué alivio! – Entregándole un pequeño arreglo de flores que había llevado –Muchas gracias por salvarme, eres mi héroe.
– Solo cumplía mi trabajo – El joven recibió las flores – Señora Sôya, le agradezco la visita pero quiero que sepa que no era necesario.
– Lo es – Habló Kanako – Sui es nuestra única hija, y a pesar que no es una Shihôn Ud. la salvó, Feng–san, mi esposo y yo estamos muy agradecidos.
– Muchas gracias, Hao–san – Sui se acercó y le dio un beso en la mejilla. Feng Hao desvió la mirada avergonzado – ¿Puedo venir otro día a visitarte? –Preguntó Sui.
– No será necesario, me dan el alta mañana –Respondió Hao.
– A mi esposo le agradará oír eso – Comentó Kanako – Supongo que desea descansar, una vez más muchas gracias por haber ayudado a nuestra hija – La enfermera volvió para llevar a Feng Hao a su habitación y las Sôya volvieron a su casa cerca a la embajada. Sui no mostró su usual alegría los días siguientes, sus padres pensaron que tal vez aún seguía conmocionada por los sucesos ocurridos. Una tarde, cuando volvía de la secundaria pasó por la embajada para saludar a su padre pero se sorprendió al encontrar un lujoso coche en la entrada, era más llamativo que el coche del líder de los Kuchiki. De pronto su vista se centró en uno de los jóvenes que esperaba de pie al lado del coche, llevaba un cabestrillo sujetando su brazo derecho, el rostro de Sui se iluminó.
– ¡Hao! – Corrió hacia él – ¿Cómo estás?
– Señorita Sôya – Feng Hao hizo una reverencia, intercambió algunas frases en Chino con su acompañante quien se apresuró a hacer una reverencia también – Me encuentro mejor, gracias.
– ¿Aún no sana tu brazo? – Señalando el cabestrillo – No debería estar trabajando.
– No estoy trabajando – Hao carraspeó, entonces Sui notó que llevaba puesto un uniforme de preparatoria – El señor Shihôn venía para la Embajada y como queda cerca de la preparatoria donde estudio decidió recogerme, es un hombre muy amable.
– Ya decía yo que te veías muy joven para ser guardaespaldas – Los ojos de Sui brillaron de emoción, un resplandor lila destelló en ellos. El acompañante de Hao volvió a conversar en chino con él. De pronto ambos se irguieron e hicieron una reverencia, Sui se giró y se encontró frente al líder de los Shihôn con sus dos guardaespaldas.
– Buenas tardes Shihôn–sama – Sui hizo una elegante venia.
– Buenas tardes, señorita Sôya – El líder de los Shihôn le devolvió el saludo – Su padre me ha hablado mucho de Ud. siento lo que ocurrió el otro día.
– Estoy bien, gracias a Hao–san – Sui sonrió.
– Me alegra oír eso, por cierto, invité a su padre a un almuerzo este domingo, creo que estoy en deuda por los momentos difíciles que pasaron por nuestro descuido, espero que nos puedan acompañar – Tal como había dicho Hao, el líder de los Shihôn era una persona amable.
– Mamá y yo iremos encantadas… ehmm… ¿Podría estar Hao–san allí también? – Preguntó Sui, con timidez – Él me salvó.
– Por supuesto – El señor Shihôn le habló a uno de sus guardaespaldas en un impecable chino – Nos vemos el domingo, señorita Sôya – Dijo a modo de despedida. El siguiente domingo los Shihôn se reunieron con los Sôya, y pronto ambas familias se hicieron cercanas, así que no era raro que Sui viera a Hao de cuando en cuando. Al principio él no era muy hablador, pero pronto se hicieron amigos. Incluso cuando los Sôya volvieron a Japón, la comunicación no se rompió.
– ¿A qué universidad piensas ir, Ginrei? – Preguntó Sui, acababa de terminar de tocar una pieza en el piano de la casa de sus abuelos, en Kansai.
– Mis padres quieren que vaya a Estados Unidos –Respondió Ginrei, se encontraba sentado en la mitad de la banca del piano, se notaba a leguas que la idea no le gustaba para nada – ¿Y tú, Sui?
– Creo que iré a Tokyo – Sui tampoco parecía muy animada – Quería ir a una universidad en Pekín, pero no pasé el examen del idioma a pesar que estudié mucho, mi pronunciación no es tan buena.
– ¿Tanto te gustó estar en China? – Ginrei se quedó varios minutos contemplando a Sui, pronto cumplirían 18.
– Creo que estudiar en el extranjero puede resultar bastante enriquecedor, deberías aprovechar que tus padres estén tan dispuestos a enviarte a Estados Unidos – Sui tocó algunas notas al azar en el piano.
– Creo que también iré a Tokyo, las mejores universidades de Japón están allí – Ginrei presionó algunas teclas también.
– Vas a enfadar a tu madre – Sui dejó de tocar –Estados Unidos es una buena opción.
– Ya no soy un niño, puedo decidir por mí mismo –Ginrei continuó presionando algunas teclas – No podrás deshacerte de mí tan fácilmente.
Lo cierto fue que durante el cuarto año de universidad se marchó a una pasantía en Estados Unidos. Los Shihôn habían abierto un par de textileras en Japón, una inversión arriesgada en esos tiempos, y Feng Hao había pasado a convertirse en asistente de Shihôn Fudo, quien acababa de comprarse una mansión en Tokyo. Sui no podía ser más feliz… hasta que Feng Hao intentó pedirle autorización a su padre para cortejarla formalmente, Sôya Azashiro se negó rotundamente. Incluso la envió a Kansai a pasar las fiestas en casa de sus abuelos. Como era de esperarse, la obligaron a ir a la fiesta navideña de los Kuchiki.
– ¿Qué haces en este rincón, alejada del resto de invitados? – Kuchiki Fumiko la encontró pensativa y melancólica, en un salón vacío.
– Kuchiki–sama – Sui se apresuró a hacer una reverencia, los años le habían enseñado a mostrar una careta de "diplomacia" – Solo estoy algo cansada.
– A mis oídos ha llegado cierto rumor, sobre un joven chino de apellido Feng – Fumiko jamás aceptaría a Sui como parte de su familia, si había alguna forma de quitarle la venda de los ojos a su hijo Ginrei, usaría todos los medios necesarios, incluso si tenía que ayudar a Sui, lo haría.
– No es algo que debe preocupar a los Kuchiki –Comentó Sui, desanimada.
– Muchacha, te recuerdo alegre y bulliciosa y hoy luces tan apagada, Aiko–sama te apreciaba mucho, por eso creo que puedo confiarte un secreto de la familia – Fumiko consiguió toda la atención de Sui –Un secreto que podría hacer que tus padres cambien de opinión con respecto al joven Feng.
Sui escuchó atentamente, y la esperanza volvió a su corazón, después de todo, si había una posibilidad y en tan solo seis meses, las cosas cambiarían completamente. Kuchiki Ginrei volvió de Estados Unidos antes de la fecha acordada por una noticia que hizo que partiera de inmediato a la casa de su amiga. El camino se le hizo extremadamente largo, pero quería ser el primero en decirle, el primero en ver su reacción. ¿Se alegraría? ¿Se sorprendería? Mientras pensaba en ello abrigaba una esperanza, tal vez ahora podría cambiar algunas cosas. Apenas el chofer estacionó el coche se bajó sin esperar que le abrieran la puerta. Tendría años para los formalismos, pero ese día no. El mayordomo abrió la puerta principal al oír el repetino y exagera sonido del timbre:
– Buenos tardes, Kuchiki–sama – Dijo con mucha solemnidad.
– Hola Sebastian, ¿En dónde se encuentra la señorita Sui? – El joven Kuchiki parecía estar a punto de echarse a correr en cualquier momento.
– En la sala de piano, practicando, ¿Desea que lo anun…? – El mayordomo no pudo completar su ofrecimiento, el recién llegado cruzó la sala y subió las escaleras corriendo. No era la primera vez que visitaba aquella casa. Era grande y acogedora, no tan grande como la mansión de los Kuchiki, pero se sentía un ambiente de armonía bastante agradable. Estuvo tentado de abrir de golpe las puertas de la sala de piano pero una suave y bella melodía llegó a sus oídos. Cerró los ojos y dejó que la música inundara sus sentidos. Lo primero que haría sería ordenar que se cultivaran cerezos en la mansión, todo un sendero de ellos, para que Sui pudiera disfrutar de ellos las veces que quisiera. Le obsequiaría un gato, sabía cuánto adoraba ella aquellos animales y aunque no fueran de su agrado si era para verla feliz, estaría bien. La música se detuvo y esa fue su señal para abrir las puertas, casi de inmediato la joven de unos 20 años, de larga cabellera negra y ojos rasgados de un hermoso tono de gris se puso de pie, sorprendida.
– ¡Ginrei! Me has dado un buen susto – Se llevó una mano al pecho, para luego sonreír – Un día de estos vas a darle un infarto al pobre Sebastian, nunca lo dejas anunciarte – El recién llegado caminó hasta quedar frente a la joven.
– Hola Sui – Saludó animadamente – Tengo increíbles noticias – Sin poder ocultar su emoción.
– Yo también, tengo algo que decirte, Ginrei – Soyâ Sui parecía más radiante ese día – Pero ya que te tomaste la molestia de venir hasta aquí, sé el primero en contarme, Ginrei.
– Eso sería una descortesía, Sui, tu primero – Trató de mantener las formas, aunque en el fondo se moría por contarle.
– Ginrei, te conozco lo suficiente como para saber que siempre quieres tener la última palabra, pero esta vez no te daré el gusto – Tomando asiento en la banca del piano – Te escucho.
– Bueno – Ginrei adoptó posición solemne – Esta mañana he sido proclamado como el nuevo líder de la familia Kuchiki – Hinchando el pecho de orgullo, irguiéndose a más no poder.
– Felicidades, Ginrei… o debería decir "Kuchiki–sama" – la joven se puso de pie para abrazarlo – De ahora en delante te esperan muchas responsabilidades, imagino que tus primos deben estar verdes de envidia – Sin poder ocultar una risita burlona – Pero tú lo mereces más que ellos –Dejando de abrazar a su amigo, quien no pareció muy contento por la breve felicitación.
– Gracias Sui, tengo pensado cambiar muchas cosas, ya verás – Mirándole a los ojos – Ahora dime Sui, ¿Qué noticias tienes para mí?
– Pues Ginrei, tú también vas a tener que felicitarme – Un ligero tono carmesí asomó en las mejillas de la joven – Ayer me comprometí con Feng Hao.
– ¿Qué? – La expresión de felicidad desapareció del rostro de Ginrei. Se formó una breve pausa, al parecer él pensaba que la joven le estaba bromeando, pero verla confundida le confirmó que ella no mentía – ¿Pero el tal Feng no es el asistente de Shihôn Fudo? – El tono de desprecio con el que Ginrei mencionó las palabras "Feng" y "asistente" indignaron a la joven.
– Así es – Respondió, mostrando el velo de diplomacia que le habían enseñado desde niña – Es un hombre maravilloso, muy fuerte, valiente e inteligente, salvó mi vida, mi padre puso esa misma expresión que tu cuando Hao vino a pedir mi mano, pero luego de hablar con él cambió y accedió.
– P–pero si te casas con un asistente perderás estatus y toda posibilidad de ingresar a un círculo familiar importante… nadie te invitará a un evento social y…
– Estoy cansada de vivir en medio de hipócritas apariencias – Sui contempló a su amigo, después de todo no era más que otro engreído Kuchiki – Creí que te alegrarías por mí, porque eres mi amigo, per acabo de darme cuenta que no eres más que otro egoísta aristócrata, menosprecias a Hao porque no tiene una gran fortuna ni desciende de una familia de alcurnia, estoy realmente decepcionada de ti, Ginrei – Muy indignada Sui caminó hacia las puertas de la sala de piano y las abrió, haciendo una exagerada reverencia – Debo felicitarle como merece, Kuchiki Ginrei–sama, nuevo líder de la honorable familia Kuchiki, espero que su futura esposa le dé una gran descendencia y le permita continuar con su tradición familiar, por favor, no pierda tiempo con una mujer humilde como yo, pues solo soy la prometida de un simple asistente.
– Sui, espera… – Ginrei se dio cuenta de su error. Era cierto que estaba comprometido, pero no estaba enamorado de la muchacha que sus padres habían elegido, estaba pensando en anular el compromiso ahora que era el nuevo líder familiar – Sui…
– No voy a empañar su trascendental paso, me retiro, Kuchiki–sama – Sui lo dejó solo, de pie en medio del ahora silencioso salón de piano. Una honda herida se formó en su pecho, una herida que no sanaría nunca.
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Dicen que la juventud es la primavera de la vida, tal vez porque en primavera los prados se llenan de flores con brillantes colores. Para una joven chelista francesa esa primavera fue la mejor de su vida. No solo fue invitada a salir de gira con la orquesta sinfónica de su país, sino que en algunas sedes donde tocaban solían invitar a un grupo reducido de integrantes para sesiones privadas muy bien remuneradas y casi siempre era convocada, sin duda era una temporada maravillosa. Llegaron a Japón para una serie de conciertos por dos semanas, pero ni bien llegaron una familia acaudalada contactó con ellos para una cena privada, al parecer el cumpleaños de alguien importante. El hotel era muy bonito y el bello paisaje que se podía ver a través de su balcón la inspiró a tocar un poco.
Lo increíble de la música es que puede llegar hasta el alma de las personas, y en esos momentos, mientras tocaba, recordó su hogar y la nostalgia la invadió, Noyers–sur–Serein seguramente estaría mostrando hermosas flores y sus árboles más verdes y frondosos que nunca.De pronto se sintió observada. Levantó la mirada y vio a un hombre observándola desde un balcón, dos pisos arriba, era muy apuesto, vestía muy elegante, pero tenía una mirada tan triste, Eleonore hizo lo primero que se le ocurrió, guiñó un ojo y le sonrió con picardía, casi podía asegurar que lo vio sonreír, volvió a concentrarse en su improvisado concierto en el balcón, hasta que terminó la pieza, se puso de pie y volvió a mirar hacia el balcón de dos pisos arriba, solo que ahora estaba vacío. De todas formas hizo una elegante reverencia, alguien llamó a la puerta, seguramente era tiempo de salir para la presentación privada.
El lugar de la presentación era espléndido, parecía una de las pinturas tradicionales asiáticas que vio alguna vez de niña en el museo principal de París, pero ésta era real. Como imaginó, una vez más su público eran personas de alto poder político y económico, que conversaban y cenaban mientras ellos no eran más que los músicos que ponían una cortina sinfónica a su velada. Por eso prefería los conciertos, en ellos el público era variado y todos esperaban en silencio mientras ellos tocaban. Después de su solo en el chelo volvió a sentirse observada, fingió acomodarse el cabellos mientras daba un vistazo al público y de pronto allí estaba, el apuesto extraño de mirada triste, contemplándola, y ella que no creía en las casualidades.
Una vez terminada la presentación volvieron al hotel, la fiesta en aquella casa de ensueño continuaría posiblemente, pero por más que intentaba, no lograba conciliar el sueño, aquellos ojos grises entristecidos venían a su mente una y otra vez. Los primeros rayos del sol asomaron en el horizonte, movida por un presentimiento, llevó su chelo hasta el balcón y empezó a tocar. Tocó una pieza corta, simplemente estaba tentando al destino, apenas terminó, oyó unos aplausos, levantó la mirada y allí estaba, el extraño de ojos grises, solo que esta vez sonreía, y quien no, si despiertas con la visión de una rubia con los cabellos revueltos por el viento, dueña de unos hermosos ojos azules, tocando el chelo cual serenata improvisada, todo un espectáculo y un privilegio que pocos mortales podrían gozar. Eleonore sonrió y se inclinó en una elegante reverencia. Minutos después estaban desayunando en el café del hotel, un lugar discreto y agradable. Lo primero que intercambiaron fueron sus nombres, obviamente Soujun era japonés y ella francesa, obviamente ella no sabía ni gota de japonés, y su inglés no era tan bueno, así que la comunicación fue algo complicada y con muchos momentos graciosos los primeros días. Soujun debía ser alguien muy importante pues siempre había dos o tres personas velando por su seguridad, la llevaba a lugares bastante caros y bonitos, e incluso acudió a varias de sus presentaciones reservando el palco principal para él solo. Le había dicho que una chelista debería vestir mejor y por eso le regaló costosos vestidos, brillantes joyas, sabía que no debía aceptarlos, pero aquél atisbo de tristeza parecía desaparecer de aquellos ojos grises cuando la veía sonreír, y pronto se dio cuenta que Soujun se había convertido en una especie de príncipe encantado, misterioso y triste… y ella sería la damisela que lo haría feliz. Que equivocada estaba, si tan solo lo hubiera sabido.
Cuando partieron a China para continuar la gira, Soujun la llamaba todos los días, incluso la sorprendió reservando el palco principal del teatro de Pekín en su última presentación. Eleonore asumió que eso solo podía ser amor, y se entregó a la pasión, fueron días de ensueño, maravillosos días. No hubo día que no la llamara aun cuando estuvo en Corea, Taiwán o Singapur, y ya no le extrañaba que a media gira o al final de ésta él se apareciera con algún detalle, a pasar unos días con ella. La gira por Asia terminaba en Filipinas. Mientras estaban tras bambalinas vio a una de las jóvenes que tocaba el clarinete llorando mientras las jóvenes del grupo de violines intentaban consolarla. Al parecer su novio acababa de terminar con ella. Eleonore se sintió conmovida e intento darle consuelo también. Pronto descubriría que era muy mala idea. La joven enfureció apenas la vio, la abofeteó con su clarinete y la culpó por su separación, dijo que no entendía que podían ver los hombres en ella, si no era más que la amante de un japonés casado. Si Soujun era casado, ella no lo sabía. Ninguno había preguntado por el pasado del otro, pero al conocerlo en un hotel asumió que era un hombre libre. Las dudas la invadieron, y cuando él fue a verla le preguntó. El silencio se convirtió en la respuesta más dolorosa de su vida. Odiaba el silencio, por eso tocaba el chelo. Partió a Francia con el corazón roto y terminó autoexiliándose en su casa de Noyers–sur–Serein. Antoine y Paulette se desvivían por cuidarla, temiendo que estuviera enferma como su padre, que había fallecido un año atrás. La casa se tornó silenciosa entonces, por eso, había partido a la gira ni bien recibió a invitación y sin embargo, ahora estaba allí, pasando días en doloroso silencio.
El nacimiento de Byakuya fue todo un suceso. Paulette arrastró al médico, a una vieja partera y a un grupo de beatas de la iglesia para que oraran por ella. Es curioso como las mujeres maduras están desprovistas de prejuicios, incluso las más religiosas. Nadie pareció sorprenderse al ver al niño de oscura cabellera y ojos grises y rasgados que con su llanto rompió el silencio en el que Eleonore se había sumergido. Soujun le había roto el corazón y le había matado en vida, o al menos eso pensó. El llanto de su hijo fue como un nuevo despertar para ella y los siguientes días la alegría volvió a la casa de los Ferrec. Paulette era una excelente nana y Eleonore trataba de no aceptar conciertos a mucha distancia para no estar mucho tiempo lejos de casa. La música volvió a aquella casa de estilo antiguo, con rojos tejados y pronto a todo Noyers–sur–Serein.
Cuando Byakuya cumplió cinco años le propusieron salir a Inglaterra por una semana. La paga era buena y en verdad estaba necesitando el dinero, decidió llevar a su hijo, ya era un niño capaz de comportarse. Le dejaría tras bambalinas mientras durara la presentación y pasearían durante el día, conocer un lugar distinto a su pequeño y amigable pueblo de Noyers–sur–Serein podría ser bueno para Byakuya, al menos eso pensó. El día de la última presentación ocurrió algo inesperado. Byakuya que solía contemplarlos tras el telón mientras tocaban no estaba. Su corazón de madre tuvo un mal presentimiento. Sus amigos de la orquesta se echaron a buscar para ayudarla. Los minutos pasaban y el miedo aumentaba. Hasta que su pianista lo encontró, estaba en el palco principal, con un grupo de magnates locales y un invitado extranjero. Al parecer les había parecido curioso encontrar a un niño con rasgos claramente asiáticos hablando francés y creyeron que se trataría del hijo de alguien importante y decidieron cuidarlo hasta dar con los padres. Eleonore abrazó a su hijo y dio las gracias antes de retirarse, en el grupo, había un hombre algo mayor con rasgos asiáticos, le parecía haberlo visto antes en algún lado, pero no recordaba donde.
Pasaron varias semanas antes que la realidad la golpeara de nuevo. Hay secretos que no pueden ocultarse por siempre, y sentimientos que no desaparecen fácilmente. Estaba practicando con el chelo cuando oyó el ruido del motor de un coche y a los pocos minutos una espantada Paulette entraba pidiéndole que fuera al patio. Salió y se quedó boquiabierta, Soujun estaba allí, de cuclillas, conversando con su hijo, era increíble el parecido que tenían esos dos, Byakuya sonrió apenas la vio y señaló a Soujun: "Mamá, dijiste que papá nunca vendría pero mira aquí está" le dijo emocionado, después de todo había llegado a esa edad en que todo niño pregunta por su papá. Intercambió miradas con Soujun y muchos sentimientos se arremolinaron en su interior.
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Shaolin finalmente logró que Ggio le dejara descansar. Por alguna extraña razón la sacaba a bailar una y otra vez y eso empezaba a fastidiarle un poco. Por el momento se había desecho de él enviándolo a buscar algo de beber. Fue cuando oyó a sus tías murmurar, cosas nada buenas sobre la señora que tocaba el chelo. Intrigada se puso de pie y empezó a recorrer el lugar, buscándola. Los clanes Feng y Vega eran bastante extensos por lo que había muchas mesas e invitados. Es curioso como en el clan Vega las familias tenían muchos hijos e hijas, en cambio en el clan Feng la mayoría eran varones, en su generación ella era la única mujer.
– Pero tienen mucho alcohol, déjenme beber un poquito más… – Oyó a alguien protestar. Shaolin se sorprendió al ver a la hermosa chelista completamente ebria, tambaleándose mientras dos de sus tías trataban de mantenerla sentada sin mucho éxito – Petite abeille... – Susurró al verla –Tráeme una copa, ¿Si?
– No lo hagas Shaolin – Ordenó una de sus tías –Regresa a la fiesta, nosotras nos encargaremos de la señora Ferrec.
– Pero no parece estar bien – Comentó Shaolin.
– Tu tío está preparando el coche para llevarla a Noyers–sur–Serein, vamos señora Ferrec, pronto estará en su casa – Intentando hacer que se ponga de pie para llevarla a una de las salidas del jardín.
– Qué flores tan raras… – Dijo la chelista al ver las rosas de mayo – Esas son grises, como los ojos de mi Soujun… son lindas… se ven felices – Shaolin vio como sus tías se las ingeniaban para subirla al coche y luego este se marchó. Shaolin se quedó un rato en ese lado del jardín, contemplando las rosas de mayo.
– Mifeng – Ggio corrió hacia ella – Te estuve buscando, aquí tienes tu bebida.
– Noyers–sur–Serein es una de las villas cerca de aquí, ¿Verdad? – Preguntó pensativa.
– Sí – Respondió Ggio.
– Creo que me gustaría visitarla uno de estos días.
Un par de semanas después, a escondidas, dos adolescentes se escabulleron para visitar la villa Noyers–sur–Serein. Encontrar la casa de la chelista no fue tan difícil, al parecer la familia Ferrec era muy querida en la villa. Llamaron al portón de la casa de estilo antiguo pero bien cuidada, y un hombre algo mayor pero de aspecto amable les abrió.
– Buenas tardes, venimos a visitar a la señora Ferrec – Anunció Shaolin. Ggio miraba a todos lados, temeroso que alguien los descubriera.
– Pasen – El señor les dejó entrar – Soy Antoine, ustedes son de la villa Feng, ¿Verdad?
– Si – Respondió Shaolin.
– La señora Eleonore nos ha contado que son una familia muy grande, sabíamos que un clan de chinos viven por el castillo pero no es usual verles por aquí – Antoine les guio hasta un salón donde Eleonore se encontraba bebiendo una copa de vino.
– Señora Eleonore, tiene visitas – Dijo tras aclararse la garganta – Le pediré a Paulette que les traiga algo, siéntanse como en su casa – Comentó Antoine antes de retirarse.
– Petite abeille, viniste con tu novio – Eleonore dejó su copa sobre una mesa.
– Ya le dije que no es mi novio – Shaolin ignoró el terrible y marcado sonrojo que asomó en el rostro de Ggio.
– Bueno, supongo que algunas cosas toman tiempo – Eleonore le lanzó una mirada inquisitiva a Ggio –Es extraño tener visitas.
– Le traje estas flores – Shaolin le entregó un pequeño ramo de rosas de mayo grises – Dijo que le parecían bonitas.
– Lo son – Eleonore las recibió, un atisbo de esperanza resplandeció en sus apagados ojos azules.
– Mi abuela estaba muy contenta por el concierto, Ud. toca muy bien, señora Ferrec – Shaolin sonrió, sintió que había hecho algo bueno.
– Tu también tocas muy bien… ¿Podrías tocar un poco más conmigo? – Pidió repentinamente, después de dejar las flores sobre un viejo piano – No está muy afinado, pero debería sonar bien.
– Claro – Respondió Shaolin muy animada. Ggio se sentó para observarlas en su improvisado concierto y quedó fascinado. Era la misma pieza con la que abrieron la presentación en el aniversario de los abuelos de Shaolin, pero se oía tan diferente. Al concluir se oyeron aplausos, el señor Antoine y su esposa estaban emocionados hasta las lágrimas. Ggio sintió lo mismo, como si una mezcla de alegría y tristeza lo envolvieran al mismo tiempo. Compartieron un pequeño lonche y la señora Ferrec le habló a Shaolin de sus días en el conservatorio de música en París, le ofreció contactarla con gente de allí pero Shaolin rechazó la oferta – Voy a convertirme en la asistente de la señorita Yoruichi –Dijo muy convencida.
– Tu abuela comentó que deseaba que te convirtieras en pianista profesional – Eleonore se quedó un buen rato observando a Shaolin.
– Mi abuela también me dijo que no debo dejar que los demás decidan por mí – Se escudó Shaolin, sintiéndose algo incómoda por el repentino escrutinio al que estaba siendo sometida.
– Tus ojos… son grises – Susurró Eleonore –Recuerdo que en la fiesta todos tenían ojos ambarinos, como los de tu novio.
– Ggio no es mi novio – Volvio a negar Shaolin –Heredé los ojos de mi abuela, tal vez no lo notó, pero ella también tiene ojos grises.
– Ya veo – Eleonore sonrió con amargura – Mi hijo también tenía ojos grises, aquellas flores me los recordaron – Shaolin sintió que estaba por tocar un tema incómodo, así que decidió cambiar la conversación.
– ¿Va a tener alguna presentación estos días? Es que me gustaría oírla tocar nuevamente.
– Me temo que no… en realidad he rechazado todas las presentaciones – Eleonore se puso de pie y empezó a acariciar las flores – Creo que me tomaré un descanso.
– Es una pena, toca tan bonito – Shaolin notó que Ggio hacía una mueca, se hacía tarde y tenían que volver a casa – Creo que es hora de irnos.
– ¿Tan pronto? – Paulette volvía con más postres y panecillos.
– Podemos volver otro día – Ofreció Shaolin, a Ggio no le hizo mucho gracia el comentario.
– Siempre serán bienvenidos – Respondió Paulette. Antoine se ofreció a llevarlos pero Ggio rechazó la propuesta, dijo que si los veían llegar con él seguramente les castigarían, al final se fueron ocultos en un camión y llegaron llenos de heno.
– Tú y tus grandes ideas – Protestó Shaolin mientras se escabullían por uno de los jardines laterales del castillo.
– Solo me preocupo por nosotros, para empezar no debimos ir hasta Noyers – Ggio miraba alrededor como temiendo que alguien los descubriera.
– Aquella señora estaba muy triste – Comentó Shaolin – Creo que su hijo murió o algo así, por eso se siente tan sola, trataré de visitarla otro día, no tienes que acompañarme si no quieres.
– Te acompañaré aunque no quieras – Replicó Ggio – No puedo dejar que vayas sola por ahí, metiéndote en problemas – Shaolin sonrió. Ninguno de los dos imaginaba lo que estaba por suceder, pronto todo cambiaría.
Saludos
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