Capítulo 4
La perplejidad pudo ser bien contenida por la dama que empuñaba la lanza, pues en todo el recorrido que significaba la inmutabilidad habría conocido a alguien de tal tipo, ni siquiera quienes son y fueron los dioses que conoció y derrotó en el pasado podrían haber actuado así, y tanto poder bruto albergado en un humano era algo ridículo.
—¿De dónde eres? ¿a quién sirves? ¿Por qué osas enfrentarme?
Impregnada de curiosidad le miró digno de reconocer su procedencia.
—No sé de dónde vengo, ni lo que soy, ¡mi Nombre es Son Gokú, y haré esto por los sueños y voluntades que arrebataste!
El rugir de su voz fue la más inconforme que pudo haberse levantado en contra de ella.
Quien optó a la defensiva esta vez fue la shogun, siendo su lanza el escudo que impidió un golpe directo como el anterior, y solo le bastó de ese para no vacilar con el contrincante que tenía frente a sus ojos.
Nunca había visto a alguien tan rápido, tan certero e impredecible. Sin una gota de poder elemental era capaz de hacer estremecer el plano gobernado por su propia conciencia, y si no era eso no supo reconocerlo, pero él solo era un humano y ella una entidad perpetua, había abandonado dicha debilidad por una razón y seguramente aquí iba a comprobarse.
Pero a pesar de todo, vio algo que para ella no era desconocido, aquella fuerza que impulsaba sus golpes y pasos, una voluntad que ardía a través del negro de su retina.
¿Quién era él? ¿Por qué hacía esto?
Uno de sus cortes podía partir un continente en dos, y con esa misma potencia buscó acabar con el mortal que se resistía, y para este punto, el agotamiento y las secuelas de su llegada a Inazuma comenzaron a debilitar el cuerpo de su contrincante, fue una abertura que no desaprovechó, y reluciendo su experiencia en batalla, se adelantó posándose a espaldas del joven de negra cabellera, quien solo vio la realidad alterarse frente a sus ojos y el ataque que le embistió de lleno.
Los rayos se inyectaban en su cuerpo y el dolor le hacía perder la razón, más, no cedió al ataque definitivo de la diosa, y con la voluntad que todo este tiempo le mantuvo de pie, avanzó, y lanzó el golpe con todo lo que tuvo, disipando la electricidad, y devastando el escenario, profanando el plano que durante años se ha mantenido congelado, y así, el final de esta batalla llegó.
Ella miró hacia arriba, completamente derrotada, consternada por la conclusión que no pudo predecir, pues el vencedor la señalaba sin mucha expresión, de hecho, solo pudo ver confusión en su gesto, podría costarle ver a través de una faceta simple, pero no en él, quien dudaba en terminar con su existencia, ¿por qué?, nunca lo sabría.
¿Qué ocurriría a partir de ahora? Ninguno de los dos tenía una respuesta, pero fue muy seguro que la conclusión final no era esta, no cuando una interrupción más presagiaba ese destino.
—Vaya, vaya, menos mal llegué a tiempo. —Una voz irrumpió en la silenciosa escena, sorprendiendo al par por igual. —Quien lo diría, ¿finalmente este hombre de otro mundo ha logrado hacerte cambiar de parecer Ei?
Ese nombre, distinto del que se proclama como la Shogun Raiden, y esa mujer que no fue una desconocida.
—Usted es la Sacerdotiza del templo...
—Es un gusto volvernos a encontrar, no me equivoqué cuando pensé que tenías un propósito al llegar aquí, ¿no piensas lo mismo Ei? —cuestionaba hacia la diosa que yacía en el suelo confusa.
—Esta solo es una prueba más de la voluntad que puede servir de inspiración para otros, quiero ser testigo de lo que está a punto de venir, no nos decepciones guerrero de otro mundo, aún debes convencer a la marioneta portadora de la verdadera voluntad indomable.
Tras esas declaraciones que le dejaron más incógnitas que respuestas, fue expulsado del plano y su llegada a la realidad causó alivio en aquellos que todo este tiempo le habían reservado su angustia, un nuevo sentimiento fue sembrado en él cuando una fémina corrió hacia él buscando ayudarle.
—¿Yoimiya?
Le miró cuanto pudo, viendo los estragos que la batalla marcó en él, sus heridas, cansancio y la ropa calcinada, cuando observó que a pesar del daño no había riesgo de muerte, ella le abrazó.
"¡Yoimiya, me estás ahogando!"
Exclamó entre risas, pero no tomó en serio la preocupación de la mujer hasta que las lágrimas se derramaban de sus ojos ámbar, y sus manos temblaban, por primera vez en mucho tiempo, comprendió cuan importante él puede ser para otro ser humano.
"Estoy bien, ya estoy aquí"
Acarició el mechón de cabello que se derramaba por un costado de su dulce rostro.
"Creí que te perdería..."
La confusión le embargó, no supo cómo sentirse siendo el protagonista de esa preocupación. Pero poco pudo indagar en este sentimiento, pues el miedo se apoderó ante un enfrentamiento no concluido, porque ahí estaba la Raiden, quien gobernaba el plano real, destellando del mismo poder que su creadora, se acercaba, ¿a esto se refería la sacerdotisa?
—No lo entiendo...
Preso de la incapacidad de discernir entre la realidad y temor, intentó de todas formas reincorporarse también, pero el cuerpo le falló y cayó en los brazos de Yoimiya, una vez más.
Fue una daga en su corazón lo que sintió la chica rubia ante tal deplorable condición y lo próximo que estaba por ocurrir, este hombre no merecía este cruel desenlace, ni mucho menos ser partícipe de las decisiones cuestionables de la diosa de inazuma, pero, ¿qué poder tenía ella para cambiarlo?
El fuego de su visión se concentró en la punta de la flecha que apunto hacia la shogun, impulsada meramente por el sentimiento de injusticia que de ella se había apoderado, y gokú miró a esa mujer desde el suelo, ir en contra de todo lo que debería estar mal una vez más para salvar su vida, temió mucho más que a su misma muerte.
—Exterminaré a cualquiera que se levante en mi contra. —La Shogun aseguró, y su espada comenzó a bañarse del violeta incesante que llama a la muerte, y Yoimiya no se apartó aun cuando su mano hacía temblar su arco, y la luz de su visión comenzó a opacarse por el ataque final de la arconte, más nunca enfrentaría el vacío de ese corte, pues fue apartada bruscamente por el hombre que osó interponerse al castigo divino una vez más, y en consecuencia, recibió el ataque completamente.
Una luz intensa cegó a todos, y Ayaka, quien recientemente llegó a la capital, tuvo que verle caer, y tras la estela de energía electro, la sangre salpicar el escenario. Se reveló el espantoso acto y una gran cortadura marcarse en el torso del Son que se desplomó sin dar señales de vida.
—¡No!
Gritó Yoimiya e intentó acercarse, pero los soldados del shogunato se lo impidieron, y gokú, solo pudo escuchar la voz alarmada de su amiga, su llanto desgarrador mientras sus ojos se cerraban lentamente.
Sin fuerzas y energías, ¿cómo hacer frente al desafío?, esta shogun no titubeaba y era incompasiva, pero ya no podía hacer más, ni su espíritu guerrero le impulsó a levantarse, se entregó al silencio que allanaba su oído, dejó de sentir dolor y la oscuridad le acobijó.
"Ayaka, Yoimiya. Lo siento."
La muerte no era algo a lo que temiese, por alguna razón sentía que había vivido lo suficiente para no hacerlo, pronto se entregó la suavidad del césped, y una fría brisa refrescante compadecerse de él, percibió la sal impregnada en su aroma, el calor se tornó intenso y sofocante, pero no decidió abrir los ojos hasta que el chillido de una gaviota le despertó.
Rápidamente se irguió, buscando el daño y dolor inexistentes en su cuerpo, y el sitio que no reconoció.
Las olas bañaban delicadamente la costa, y el mar se extendía hasta donde la vista le daba, la sombra de algunas palmeras le resguardaban de los deslumbrantes rayos del sol, y en medio de esa pequeñísima isla, una vivienda se asentaba, "Kame house" se grababa en el frente. la melancolía apareció y el pecho se le encogió, algo en él percibía ese sitio familiar, pero no supo recordar, ¿esto era lo que se sentía morir?
—Llegaste antes de lo previsto.
Siguió de inmediato la conocida voz, y allá donde extendió la mirada, pudo ver una imagen que le dejó consternado. —Pensé que tardarías más tiempo, ¿ya estás satisfecho?
Ahí estaba él, no exactamente una imagen suya, pero seguramente una de un pasado lejano, donde los años de una dulce infancia hayan sido los protagonistas, esa verdad personificada en un ser semejante a él, un niño que tal vez tenga las respuestas que le agobiaron en vida.
Le tomó tiempo y valor antes de acercarse hasta la roca donde él reposaba tranquilo mientras veía la calma del mar y el atardecer marcarse en el horizonte, Gokú le acompañó y compartió de su calma.
—¿Qué es este sitio?
—un recuerdo de una vida pasada, una que empieza a erosionarse. —Le contestó con voz baja y tranquila.
—¿Quién soy?
—Eso no tiene importancia.
—¿Por qué no? —Cuestionó un poco frustrado.
—Porque eso no va a darte el propósito que buscas, ni permitirte cambiar lo que ya está echo—Le respondió, silencio fue lo único que pudo responder.
—Se puede vivir sin un propósito, y ser feliz con poco. —aseguró, saltando de la roca y encarándole. —Darles prioridad a las cosas equivocadas y nunca rendirte, eso es lo que te diferencia de quién eres ahora.
—¿Y cómo sé lo que debo hacer? Ya no tengo fuerzas para seguir.
—Es nuestra naturaleza pelear, y eso no puede cambiarse. Pero si le das una razón a eso, serás imparable, ¿quieres saber por qué estás vivo? Ve y busca una respuesta, intenta vivir la vida que no pudimos.
—¡Por favor, no mueras! —Yoimiya clamaba, con lágrimas derramándose sobre en inmóvil cuerpo, rechazando aceptar la conclusión que suponía ese estado. Pero fue obligada a apartarse por los guardias del Shogunato y enfrentarse a la tenebrosa e inmisericordiosa silueta de la shogun.
—Aquellos que sean aliados del enemigo, también deben morir. —Habló la mujer, afilando la hoja de su arma con el suelo que atrás quedaba con cada paso, iba a morir, y por propia mano de la shogun, toda su vida, sus memorias parecieron desvanecerse con el tajo que fue lanzado, y el destello violeta la luz que opacó todo, se despidió de su padre, de los niños y habitantes de esa que es su amada ciudad, de ese hombre que le enseño una belleza que vive ignorada, fue una vida corta, pero plena, y así como la luz de los fuegos artificiales, dio su existencia por extinguida.
Los espectáculos nocturnos son hermosos, porque la oscuridad de la noche es la cual hace resaltar la luz, ocurrió lo mismo en ese momento, y los rayos violetas fueron calcinados por el destello dorado que se incendió, y aquella aura nació como un nuevo amanecer.
Esa calidez fue bien conocida por Yoimiya, radiante, bella y divina y como ese lindo recuerdo, la silueta de ese hombre se erguía, lento y poderoso, imbuido de esa aura que parecía otorgada por el mismo sol, la luz más hermosa que jamás vio.
—Tú...
La shogun, aunque era una marioneta, no evito fruncir el ceño de asombro, siendo una reliquia perfecta, falló ante la naturaleza desconocida de este ser, ante la fuerza que no pudo doblegar incluso con la muerte. Vio amenazada su existencia ante la presión de este guerrero.
El color de sus ojos pudo compararse al destello que anuncia el paso de la noche sobre el océano, su cabello parecía se quemaba de ese mismo poder, y la energía ferviente hervía alrededor de su cuerpo, Ayaka quedó perpleja por el renacer de ese hombre, regresando de la muerte misma para seguir peleando por aquello que ella no podía.
—Más vale que te calmes. —Gokú gruñó. —No permitiré que causes más dolor a la gente de inazuma.
Un golpe, tan poderoso que la estela violeta se evaporó, y más allá el palacio de la shogun se redujo a escombros, nadie se atrevió a enfrentarlo después de tal muestra de fuerza bruta que pudo empujar a la todopoderosa diosa de Inazuma, todo guardia soltó su lanza y huyó por el pánico, sin embargo solo pocos se quedaron para reconocer a la persona que inspiraba tanta ira.
—¿Goku?
Ante el débil llamado, él se volvió.
—Yoimiya, evacuen la ciudad. —Indicó.
—¿Pero, y tú? ¿Qué pasará ahora? ¡No voy a dejarte!
Ante esa determinación, él solo sonrió, como si aquel odio grabado en sus gestos, hubiese sido borrado, no había miedo en sus ojos, solo alegría.
—Muchas gracias por salvarme. —Dijo él. —gracias por ser mi amiga, gracias por no dejarme solo.
Los escombros explotaron y la atención del joven se centró en la mujer que intacta se levantó, entonces, sus pasos pesados dejaron a Yoimiya y le dirigieron a donde su rival, sus ojos acribillaban a la par de la inexpresiva retina de la shogun, la chica supo en ese instante, que cualquier cosa que su corazón tendría para decir, posiblemente no sería escuchada.
—Ahora lo entiendo. —Dijo la mujer. —Aquel que hizo temblar los cimientos de mi nación, no fue otro más que tú.
—Ya doblegué la voluntad de la otra shogun—proclamó el Son. —Si no peleas con todas tus fuerzas, caerás también.
—Concuerdo en eso, es por eso que no cometeré el mismo error.
Un aura violeta y densa rodeó a la mujer, y poco después, la cegadora luz se igualó al aura dorada de su rival, he allí la fuerza absoluta de la arconte, perfecta en todo sentido, el poder que Ei, la verdadera diosa, le encomendó.
Sus túnicas cambiaron, y con ello su divinidad alcanzó el auge del poder absoluto, una figura que nadie ha visto, ni ha debido descubrirse, porque aquel homúnculo no titubea, no tiene piedad, y no comete errores, muy diferente al oponente que momentos atrás, y por sus dudas, sucumbió a la fuerza del guerrero de otro mundo.
Para gokú el poder de la diosa era un completo misterio, más ahora con la fortificada defensiva y barrera que se hubo materializado en un torso y extremidad que sostenían una espada aún más grande y poderosa de la que la shogun sostenía con sus propias manos, rodeando a su ama protegiéndola de cualquier poder ajeno al suyo.
Las condiciones de este combate, su contrincante, este poder... ¿Cuál sería el desenlace? Sin ninguna duda uno muy malo para él, esta vez, una preocupación se alojó en su corazón, porque tal vez debió haber dicho más, debió hacer más por las personas que con tanto afecto cuidaron de él, pero eso era algo bueno, su razón por querer mantenerse con vida finalmente había llegado, porque mientras fuese así, él podría continuar peleando. ¿Y qué si su cuerpo iba a colapsar? ¿Qué importaba si se dejaba consumir por la ira? ¿Qué pasaría si dejaba escapar todo su potencial como guerrero?
Yoimiya miró hacia atrás antes de cegarse por la luz que se anticipó al choque de energías, tan intenso fue el estruendo que, el peñasco en el que se levantaba el palacio de la shogun se desmoronó ante el terremoto, los mares se sacudieron y las nubes crearon torbellinos.
La espada gigantesca resistía la presión del guerrero, tal era que, parecía una barrera impenetrable que ningún filo podría atravesar, evaporando cualquier rastro del elemento electro que desbordase de su técnica definitiva. Las fuerzas batallaron para sobreponerse sobre la otra, más el poder de ese hombre creció y creció, hasta tal punto que la diosa de inazuma se vio obligada a retroceder.
El mar se alborotó con la llegada de los dos guerreros, y el cielo se tornó oscuro en una prematura noche que invocaba el poder de la arconte, solo era la resplandeciente luz la que se oponía a las tinieblas, admirada por las incontables miradas que presenciaron una batalla de escalas divinas, con un vacío en su corazón, tanto Ayaka como Yoimiya fueron condenadas a la tortura casi interminable de presenciar esta batalla.
Gokú voló feroz contra la arconte, y en el trayecto, eludió el movimiento que buscó partirlo a la mitad, y su puño lleno de cólera se estampó contra el espectro que rodeaba a Shogun, pero no logró lastimarla como ya lo hizo con su contraparte, ¿sería su agotamiento tras casi haber regresado de la muerte? Eso no le importó, atacó y atacó cuanto pudo, porque este nuevo poder le agotaba la poca vitalidad que le quedaba, y esa mujer era testigo de esa voluntad, porque muy evidente era el daño que acribillaba ese mortal cuerpo, y aun así era capaz de arrojar su fuerza contra ella.
Cual estridente lluvia, la espada y los rayos cayeron sobre él, y eludió todos y cada uno de esos ataques, pero no pudo contra el golpe que vino directo desde la shogun, causando una grieta inmensa en el fondo del mar.
¡No!
El grito de Yoimiya fue desgarrador, y corrió hacia la costa siendo seguida por Thoma y Ayaka.
El clamar de su nombre fue transportado incluso por entre el abismo oceánico que le tragaba, y esa simple palabra, le obligó a abrir los párpados una vez más.
"Debo ganar" pensó "Quiero ganar"
La sensación que despertó en él fue familiar también, y dirigió ese poder hacia sus manos, una nueva forma de pasar a la ofensiva que fue anunciada con el resplandor que opacó la oscuridad oceánica, y de ahí nació lo que parecía ser una ráfaga, poco pudo detallarse antes de que el inesperado ataque alcanzase a la shogun y la inminente explosión volvió a sacudir todo el país.
El alivio en los allegados de Gokú se notó cuando pudieron ver esa luz que le envolvía levantarse, menos intensa que antes, pero distinguible en la lejanía, y la razón era bien conocida por el hombre, porque con cada gota de sangre que abandonaba sus venas, y con el desgaste que sufría su maltrecho cuerpo, era cuestión de tiempo para que su propio poder le cobrase factura.
Fin del Capítulo 4
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