Capítulo 2


Era un radiante día, y el apetito de Gokú comenzaba a expandirse, había pasado toda la mañana buscando Calavandas en los árboles cercanos, era una pequeña labor que se le fue encargada por Ayaka, pues ya la hacienda Kamisato no podía abastecerle con las grandes cantidades de comida que exige su cuerpo.

Habiendo conseguido un buen botín se dispuso a darse un pequeño capricho con el mismo, sin embargo, no pudo disfrutar de la cosecha, pues fue tomado de la mano y arrastrado con prisa por el campo. Reconoció de inmediato aquel cabello rubio, y las esferas doradas que lo adornan.

—¿Yoimiya? ¿Qué pasa?

Preguntó Gokú, ella se volvió con una gran sonrisa en su rostro.

—Ven, vamos a dar un paseo.

—Pero la señorita Ayaka me dijo que no debería salir.

—No pasará nada, estaremos lejos del peligro, ¡Vamos vamos!

Cautivado por su insistencia, se entregó a su contacto y a la fuerza que le arrastró fuera de la hacienda, lejos de su patio y de su seguridad, y encontró el atardecer brillante que bañaba un nuevo paisaje.

Escalaron aquella montaña que se levantaba a un lado de la hacienda Kamisato era tan alta que reveló mucho más de lo que pudo imaginar habría en el otro lado de las tierras de Ayaka, y a medida que subía la gran montaña, el territorio de aquel país se revelaba para él.

Inazuma aparentemente se dividía en muchas islas en medio de un gran océano, fue muy llamativo, lo suficiente para capturar la atención del hombre escenario tras escenario, y aunque no pudo ir muy lejos, notó los grandes montículos de tierra levantarse en medio del mar y en la lejanía podía notarse otros sitios que le incitaban viajar, el aire cambió su aroma también y la brisa fue más fresca.

—Esto es inazuma. — Dijo Yoimiya, quien con toda paciencia y emoción le indicó la ciudad que desde su paradero podía notarse, los pueblos, cultivos y senderos que conectaban esa que era la isla principal, el tiempo se pasó muy deprisa, tan así que el atardecer marcado en las nubes ya bañaba ese país con su dorado color.

—¿Por qué me trajiste aquí?

Gokú preguntó.

—Bueno, es que siempre pareces preocupado por tu futuro, pensé que mejorarías si sabes tu fortuna.

Explicó y fue cuando habiendo llegado a la cima encontró otro gran palacio, y un nuevo escenario donde los pétalos de cerezo descendían como copos de nieve.

—Este es el santuario Narukami, aquí podrás saber lo que el destino tiene para ti.

Con esa vaga explicación volvió a tomarle de la mano, adentrándole a las instalaciones hacia el centro del santuario, allí notó lo que no pasa por desapercibido, un árbol cuyo tronco parecía estar tallada la figura de un zorro, Yoimiya no se paró a contemplarlo, y avanzó hacia un puesto situado en el mismo templo.

—¡Vamos a leer tu fortuna!

El Juego consistió en extraer un palillo de entre tantos, y según su color cambiarlo por un papel de la fortuna, al menos, eso es lo que entendió de la explicación que le dio una de las vigilantes del templo, pero mentía si decía haber prestado todas su atención, pues la mayoría, se le fue arrebatada por esa mujer que desde una de las ventanas le miró detenidamente.

Fue la sensación de ser visto lo que le guio a ella, su cabello parecía reflejar el color de los pétalos de cerezo, pues cada hilo tenía ese mismo tono, y sus ojos, violetas como las Calavandas, la retina acusaba su curiosidad, y su sonrisita era incómoda.

Quién era o qué quería, eso no iba a saberlo, no ahora. Pues habiendo extraído el palillo colorido y recibido la profecía, Yoimiya le sacó del templo.

Tomaron reposo en uno de los miradores cercanos de la montaña, donde ni las cuidadoras del templo y alguna otra persona pudieran interrumpirles, allí Gokú reveló con incertidumbre el contenido de su presagio entregado, con la esperanza de encontrar el incierto destino que buscaba, más en la superficie del papel no hubo nada escrito.

—creo que se han olvidado de poner una predicción en este papel. —Dijo Yoimiya muy consternada. —Qué mal, pensé que esto saldría bien.

—No, claro que no, el paseo estuvo muy bien, no me lo esperaba. —Explicó, eso tranquilizó a la chica rubia que sonrió.

Continuaron hablando y en el proceso conoció a Yoimiya un poco más, descubrió que ella también vivía en la ciudad de Inazuma con su padre, no supo cómo sentirse al respecto, pues eso significaba que cada día que ella iba a verle, debía recorrer un gran trayecto hasta la hacienda Kamisato, pero de cierta manera, también lograba sentirse feliz.

En medio del descanso, Yoimiya tomó una esfera que sacó de uno de sus bolsillos y la abrió, gokú notó que tenía muchos dulces y comida, misma que puso a disposición de ambos, mientras las últimas luces del día desaparecían en el inmenso océano.

—Inazuma es un lugar muy bonito ¿no lo crees? Los niños son muy inquietos y juguetones, los pétalos de cerezo adornan los senderos y el mar es muy bonitos. Con los conflictos, intento crear eventos que hagan a los demás olvidarse de sus problemas.

Ante los incrédulos ojos del son, un pequeño objeto fue enseñado, una gema anaranjada como el atardecer en cuyo interior se grababa un extraño símbolo, y de la nada, el objeto comenzó a brillar, y su luz se intensificó tanto en las manos de la chica que fue imposible para él apartar la vista.

Ella tomó su arco y apuntó hacia el cielo, así el evento dio inicio, las luces abandonaron la roca y se levantaron por encima de ellos, navegando por el aire lentas y cautivantes, reventando, consumiéndose y volviendo a renacer desde la luz, parecía magia lo que acontecía frente a los incrédulos ojos del joven, pero sin saber a ciencia cierta lo que era, estuvo seguro de algo, aquel espectáculo parecía un espejo de las expresiones de esa mujer, tan cálidas como cada uno de sus gestos, brillantes como su sonrisa y apacibles como su compañía.

Ambos se congelaron en ese instante que pareció ser eterno. Por accidente, ella puso su mano sobre la suya, y aunque intentó apartarse de inmediato, desistió completamente, porque él no lo hizo, aunque también lo haya notado. Le miró con dulzura y se entregó a esa reacción tan inocente como la que podía notar en su amigo, continuó así hasta que las luces, cual nido de mariposas dejaron de aletear, y eventualmente desaparecieron.

—¿Te gustó?

—Así es, fue como ver luciérnagas muy brillantes, ¿Cómo lo hiciste?

Preguntó el varón.

—Gracias a mi visión, Es el poder que me dieron los dioses, tengo el control del elemento pyro y lo uso para dar forma a los fuegos artificiales de mi familia.

—Fue muy genial, nunca había visto algo así.

—¿Verdad que sí? Intento que sean lo más bonitos posibles, es el legado que debo cuidar, muchos esperan bastante de mí, y es mi deber corresponder.

Él también se dejó llevar por la actitud noble de la mujer, y no evitó recordar que, al igual que sus fuegos artificiales, ella ha traído luz y tranquilidad a su caótica vida, entendió entones el propósito de la chica.

El día siempre pasaba tan rápido cuando Yoimiya estaba cerca, al menos remediaba la aburrida rutina de ver las mismas cosas que ocurrían día tras día, pero ahora, la incertidumbre por el exterior era algo que robaba mucha de su atención y por fin Yoimiya le había entregado una pequeña paz a su confuso ser, de algún modo, ella lo sabía también.

—Aunque no reconozcas nada, y si aún no recuerdas quién eres, no te preocupes, yo continuaré a tu lado ayudándote en lo que necesites. —Ella afirmó. —Aunque no tengas a nadie en este mundo, yo estaré contigo.

Ayaka vertía algo de té en un pequeño recipiente, mientras se estiró para agarrar una pieza de galleta, dejó notar en su espalda una gema celeste, Gokú la reconoció de inmediato.

—Vaya, tú también tienes una visión como Yoimiya.

Resaltó señalando al objeto que colgaba. —Pero la tuya es diferente.

Ella solo soltó una débil risita, porque le resultó curioso su ignorancia ante algo que anda de boca en boca como lo eran las Visiones.

—Tienes razón, esta es mi visión y puedo canalizar el poder Cryo a través de ella. —con su explicación hizo un pequeño movimiento de manos que congeló el té que gokú sostenía, la expresión de asombro fue muy genuina, y verdaderamente se le veía muy consternado, tanto que fue un poco raro que alguien desconociera un poder similar.

—Es increíble...

—Sí, pero no sé cuánto tiempo más la podré conservar. —Comentó melancólicamente. —El decreto de captura de visiones, ha permitido que a muchos se les sea arrebatada su visión, y con ella nuestra voluntad.

—¿Y por qué permiten eso?

—La Shogun es nuestra diosa después de todo, y nadie se atreve a cuestionar su mandato, solo son pocos los que se oponen a su forma de actuar.

—¿Una diosa? ¿y tan fuerte es?

La información estimuló sus sentidos, y de pronto su interés por la desconocida diosa consumía cada gota de su curiosidad, más notó de inmediato que esa era la preocupación que al igual que Ayaka, se notaba en Yoimiya y con seguridad, en mucha gente más.

La señorita Kamisato solo suspiró.

—La Shogun Raiden es la máxima autoridad que rige este país, nada ni nadie puede cuestionar su mandato, y para ella, las visiones son una anomalía que debe ser detenida, el clan Kamisato ni ningún otro está exento de esa decisión. —Explicó y se puso de pie dejando el tema. —Por cierto, Son Gokú, ¿puedo pedirte un favor? El día de mañana Thoma debe recibir un encargo desde los puertos de Ritou, nos hace falta personal y creo que es momento de que empieces a desenvolverte en este país.

(...)

Con las indicaciones de Ayaka, finalmente emprendió su aventura por el país electro.

Guiado por Thoma, tomaron senderos que rodeaban las tierras de la princesa garza, con rumbo hacia los puertos de Ritou.

Thoma también era una persona muy amable, le guiaba y enseñaba cosas típicas de ese país, como las zonas peligrosas y no peligrosas, los senderos más cortos para atravesar el campo, los pueblos aledaños a la capital, y lo que era más evidente, él también tenía una visión.

Acamparon un par de días en el campo antes de acercarse a los puertos de Ritou, en ese lapso, Thoma le explicó cosas que cualquier persona debería tener en cuenta, descubrió entonces que allá afuera hay muchos peligros, monstruos y bandidos de toda clase, pero aquello que era de más interés, La Shogun.

Por boca del chico rubio, supo que la diosa electro no solo perjudica a los poseedores de una visión, sino a toda su población.

Allá afuera había el resto de un continente, y seis países gobernados por su respectiva divinidad, pero inazuma excluyó todo eso marginando a su población en las decisiones cuestionables de la Shogun. Había quienes se oponían desde un perfil bajo, el clan Kamisato no estaba de acuerdo, pero siendo una de las tres comisiones más importantes, no podían actuar directamente, había una resistencia allá afuera que día a día combatía contra su ejército, pero poco más se podía hacer.

"¿Qué tan fuerte es la shogun?"

Llegaron al puerto, y para sorpresa de Thoma, el desembarco fue más rápido de lo que esperó, porque estupefacto, observó los grandes barriles de cargamentos ser tomados con ligereza por ese hombre, eso, aunque su físico lo anunciara, simplemente era sobre humano.

Claro que había seres que sin una visión podían ostentar de ese poder bruto, pero aún, entre tanta gente común, era rarísimo dar con alguien así.

Qué era o quién era antes de su accidente fue un completo misterio. Él solo podría empujar un carro de carga que necesitaría al menos de diez hombres, y así fue, pues todo el presupuesto destinado al transporte fue ahorrado por Thoma, quien incrédulo siguió perplejo al Son que no dejó escapar ni una gota de sudor en todo el trayecto hacia la capital de Inazuma.

Thoma no tenía ni la más mínima idea de la procedencia del Son, no tenía rasgos de los bandidos que podría distinguir, ni otras características de otros criminales o personas que recurrían el lugar del accidente que le llevó a la hacienda Kamisato, y muy evidente era que todo cuanto se le presentase era algo nuevo para él, nada familiar excepto cuando se paraba a contemplar la inmensidad del océano, podía notar entonces la melancolía que solo Gokú no era consciente que le embargaba.

—¿Tan importantes son las visiones?

Una noche mientras ambos jóvenes reposaban bajo la luz de la luna y el calor de una fogata, la duda nació.

—Claro que sí, en ellas se guardan las voluntades de las personas, pues estas se otorgan a quienes tengan una fuerte determinación, o al menos así es como lo veo yo. —Dijo Thoma.

—¿Y qué sucede si te la quitan?

—Lo seguro es que pierdas tu identidad, y todo propósito que hacía encender la fuerza de tu visión, solo serías un espectro sin sentido en la vida, eso es lo que se ha visto hasta ahora.

—¿Y no temes que es pueda pasar contigo, o con Ayaka? — Thoma solo sonrió.

—Es por eso que buscamos una forma de detener el decreto, pero el solo ir en contra de la Shogun Raiden hace que sea una tarea complicada, por no decir imposible, un solo fallo no solo nos costaría la posesión de la visión, si no nuestra propia vida.

Con esa explicación el tema dio por finalizado, aunque el joven no supo qué sentir al respecto, la impotencia de no saber cómo sería el futuro, pero las dudas poco le duraron, pues los problemas aparecieron.

Unas extrañas personas de pronto obstruyeron el paso, personas cuyos rostros se perdían bajo las sombras de sus sombreros, y las espadas fueron desenvainadas amenazantemente.

—¿Quiénes son ellos?

—Son bandidos samurái, merodean las islas y cometen muchos crímenes, seguro vienen por la mercancía. No te preocupes, quédate atrás. —Dijo Thoma, y haciendo brillar su visión de Fuego, avanzó al frente para encarar al grupo de ladrones. Pero Gokú no era un simple refugiado como Thoma creía, y el primer indicio de la naturaleza rara de este hombre se dio con el evento que estaba por desatarse.

Una nueva emboscada, de entre los arbustos cercanos, una gran cantidad de bandidos se aproximaron hacia el joven Son que miró perplejo el ataque sorpresa.

Eludió los filos que a él se aproximaron, y por instinto, golpeó al samurái, un puñetazo cuya potencia fue tal, que aquel hombre terminó incrustado en las paredes de un risco cercano, y con la colisión vino los estragos que alertaron al resto de bandidos y al mismo Thoma, que los observó huir despavoridos ante esa ridícula muestra de fuerza bruta.

Pero si alguien estuvo consternado, ese fue el mismo Son, que, tras haber ejecutado ese golpe, sintió en él un poder ferviente que rebosaba en su interior, y aquel sentimiento familiar que le embargaba al lanzar golpes al aire, sintió su cúspide, no supo recordar su pasado, sin embargo, sí algo más que le conectaba a él.

—¿Por qué no vamos a la hacienda Kamisato? — Gokú preguntó un poco curioso mientras arribaron a la entrada de la capital.

—Porque estos suministros deben depositarse en una tienda que está vinculada a la comisión Yashiro que la señorita Ayaka maneja. —Le explicó Thoma. —Solo evita hacer contacto con los guardias del shogunato. —Indicó después, pero era casi imposible no hacerlo, ya que, la inmensa cantidad de soldados transitaba por las calles, presionando a los habitantes e intimidando a la población no se podía pasar por alto, poco a poco la realidad se revelaba para gokú.

Ayaka le había advertido que no podía meterse en problemas, era un desconocido, sin más documentación que un salvoconducto del clan Kamisato, y eso parecía ser apenas suficiente para no tener problemas, si era así, ¿qué sería de aquellos que no contaban con su misma suerte?

En medio de ese caos, un pequeño evento grato aconteció, porque supo distinguir la dorada cabellera que por el centro de la ciudad se mecía con alegría y ánimo. Aquellos ojos también le reconocieron, y brillaron como la luz del sol, radiantes como ella.

Parecían estaban destinados a encontrarse sin importar las circunstancias, así al menos era como Yoimiya empezaba a verlo.

De dónde venía, ella no tenía idea, saber quién era mucho menos, al igual que él, solo tenía su nombre y eso bastaba. Aún la incertidumbre la carcomía, porque de las estrellas este hombre había caído y así como la luz que le bañaba, seguía deslumbrada por el carisma que irradiaba.

No pasó mucho tiempo antes de ser apresado por ella nuevamente, prometió a Thoma ser cuidadosa y evitar inconvenientes, y así, le llevó.

Yoimiya era una mujer muy conocida en toda la ciudad, no importaba en qué rincón de la misma le llevase, había alguien que la reconocería y saludaría con júbilo, los niños la seguían y admiraban las luces que les dedicaba, ella era muy dulce y amable, le enseñó todo cuanto pudo de la ciudad, arrastrándole de aquí para allá.

Finalmente, su recorrido finalizó en una pequeña casita al sur de inazuma, donde gentilmente fue invitado a seguir.

—¡Papá, traje un amigo, Se llama Son Gokú! —Con fuerte voz la chica anunció al entrar.

—¿Kokun?

El hombre repitió saliendo de la cocina, muy confuso.

—¡Son Gokú, Se llama Son Gokú!.

—ah, un amigo, bienvenido, Sigan sigan, la cena estará lista dentro de muy poco.

El hombre parecía padecer algo de sordez, pero era muy amable y tan conversador como Yoimiya.

Aquella pequeña casa difería mucho a la de Ayaka, era mucho más pequeña, pero acogedora, el padre de su amiga también fue muy amable, escuchó la historia de la tienda y su fama con los fuegos artificiales.

La cena caliente, la calidez del fuego, esto era un hogar, y, al igual que el contemplar el mar, esto despertó en él un sentimiento nostálgico, estar en una mesa rodeado de tanta gente cercana, las risas, el sabor casero de la comida, la sensación de un hogar.

¿Dónde estaba el suyo?

Fin del Capítulo 2

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