8. Gabriel
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Caitán me ignora por lo que tiro de él para sacarlo del agua, sin éxito. Su mirada está perdida entre los árboles que hay al otro lado del lago; tiene el ceño fruncido como si estuviese resolviendo un complicado puzle.
—Podrías haber muerto —mascullo, agarrando con más fuerza su antebrazo. Él mueve el brazo para deshacerse de mi presa y termino por precipitarme sobre su cuerpo.
Caemos los dos al agua, hechos un lío de brazos y piernas. Me estremezco ante el contacto helado que me ofrece el líquido y me las arreglo para quedar sentado a horcajadas sobre Caitán. Tengo la ropa empapada, se pega a mí como una segunda piel.
—Gracias, pero no necesitaba refrescar las ideas —dice Caitán, elevando una mano para apartar pelo de su frente.
Con el ánimo todavía más crispado le remojo la cara.
—A mí me parece que sí. —Me incorporo sin ofrecerle ayuda y chapoteo hasta la orilla mientras escurro la camiseta que llevo puesta—. Si no llego a encontrarte, ahora mismo estarías muerto. Tienes el instinto de supervivencia de una mosca.
Caitán se ríe. El muy imbécil se está riendo. Me giro para decirle cuatro cosas más, pero él interviene antes de que pueda abrir la boca.
—Pude escuchar su voz. —Se mueve hasta quedar frente a mí. El agua se escurre por su morena piel y gotea en las hierbas sin hacer ruido alguno—. ¿No queréis saber lo que tiene que deciros?
Parpadeo sin dar crédito, no logro comprender lo que intenta decirme. Si salimos de las montañas por más de catorce días, Brétema se encarga de traernos de vuelta convertidos en cadáveres. En cuanto cae el sol, corremos el peligro de quedar atrapados en su interior y desaparecer para siempre. Vivimos con miedo de incumplir sus leyes.
—No —sentencio—. ¿Tú querrías hablar con un asesino? Lleva matando a nuestro pueblo desde hace cientos de años.
Comienzo a caminar de regreso a la atalaya, los pantalones se pegan de forma incómoda, sin embargo, tampoco quiero transformarme en gato.
—Lo siento —dice Caitán a mi espalda. Sigo andando sin dirigirle la palabra, apartando las malas hierbas que se cruzan en mi camino. Caitán se apresura para alcanzarme—. Pero creo que si escucho lo que tiene que decir encontraré una manera de que se marche.
Me detengo junto a un viejo roble. Siento el corazón palpitar con furia, haciendo que se me calienten la cara y las orejas. Odio cuando esto pasa.
—Lo único que conseguirás así es que te mate.
—Sentarse a esperar que un elegido haga las cosas por vosotros tampoco es que sea un plan brillante —rebate con tranquilidad. ¿Cómo puede estar tan tranquilo? No parece afectarle nada de lo que sucede a su alrededor.
—No hables de lo que no sabes —clavo un dedo en su húmedo pecho, empujándolo ligeramente hacia atrás—. ¿Supones que mis antepasados no lo han intentado? Han hecho todo lo posible por llegar a un pacto con Brétema, sin conseguirlo.
—Ella me ha dicho que sois unos traidores —revela. No sé de qué está hablando—. Cuando le pregunté si podría vivir en paz con vosotros en mi mente apareció la palabra traicionan. ¿No habréis hecho algo para enfurecerla?
—¿Cómo vamos a traicionar a algo con lo que ni siquiera podemos comunicarnos? —grito con exasperación—. Aquí la única persona que ha cometido una traición ha sido tu puto antepasado. Pero no a Brétema, traicionó a su pueblo. Así que deja de decir gilipolleces.
Agarra mi mano para apartarla de su pecho y baja la mirada, su cabello negro le cubre los ojos de tal manera que no puedo ver su expresión. Está respirando de forma agitada y ese es el único detalle que le delata.
—Solo estaba intentando comprender todo esto. Lo siento.
—Pues pregunta en vez de hacer locuras. Acabas de llegar, no puedes pretender conocerlo todo. —Sus verdes ojos se dirigen a mí sin decir nada durante unos instantes. Su mirada me llama la atención; incluso bajo la luna, sus ojos tienen un pequeño brillo—. Volvamos, me estoy congelando.
Busco las pequeñas muescas en los árboles para saber qué camino tomar. Desde que me convertí en protector he preparado el terreno para ver siempre a dónde me dirijo. Otros antes que yo han ido dejando sus propias huellas, ya que cada uno tiene una manera diferente de orientarse.
Caitán se mueve en silencio a mi lado. No ha empezado a bombardearme con preguntas como esperaba, parece estar sumergido de nuevo en sus pensamientos. Cuando vislumbro las ventanas iluminadas de mi casa, la luna está alta en el cielo. Debe haber pasado la medianoche.
Subimos las escaleras hasta retornar a mi pequeño nido. Hace rato que Noa se ha marchado junto con Lux, por lo que Caitán y yo volvemos a estar a solas.
Coge ropa de su mochila y se cambia con aire distraído. Tiene una espalda ancha que se estrecha un poco en la cintura, a pesar de ello, sigue siendo un hombre grande. Le tiro una tela a la cabeza para que se seque con ella.
—Qué hizo mi antepasado —habla en cuanto termina de vestirse. Relleno la tetera con agua para hacerme una infusión y así entrar en calor, aunque no me gustan demasiado. Prefiero un buen vaso de leche caliente con canela.
Tomo la taza con un gato dibujado que Lux robó en la ciudad y me siento sobre la mesa. Caitán agarra la silla para situarse cerca de mí.
—La familia Arcanova era la única que mantenía a Brétema a raya, tenían la capacidad de tranquilizarla. Es por eso que gobernaban Orballo. —Tomo un sorbo de la infusión con gesto de disgusto—. Fueron muriendo a causa de diversos accidentes hasta que solo quedó Lucien Arcanova. Él prendió fuego al pueblo y después gritó algo a Brétema antes de marcharse. Nunca lo volvieron a ver y desde entonces Brétema ha sido más agresiva que antes.
Caitán apoya las manos en la mesa, cerca de mi pierna.
—Si yo estoy aquí significa que él vivió lo suficiente para tener descendencia —dice, mirándose las manos como si el secreto del universo estuviera escrito en ellas.
—Si en el pueblo se enteran de que eres un Arcanova, no va a ser agradable. Hay demasiadas heridas que no han sanado, sobre todo entre la gente mayor.
—Pero tú no me odias. —Levanta las manos para apoyar la cabeza, en esa posición parece que esté soportando un fuerte dolor en las sienes. Es probable que así sea.
—No tiene sentido odiarte. —Me encojo de hombros terminando la asquerosa bebida—. No has hecho nada malo. Salvo ponerte en peligro de manera ridícula.
Caitán sonríe.
—Intentaré no hacerlo más.
Cansado, salto al suelo y me dirijo a la cama para desplomarme en ella. Le digo que se entretenga sin salir de casa hasta que llegue el amanecer y vayamos a encarar a Lluvia.
—Gabriel —musita Caitán sentándose en la cama. No me muevo desde mi posición, hecho una suerte de ovillo enredado en la manta—. Gracias por haber venido a salvarme.
Suelto un gruñido a modo de respuesta y entierro la cabeza en la manta, intentando restarle importancia.
Es la primera vez que recibo las gracias por haber salvado una vida.
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