5. Caitán
✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶
Intento recuperar el aliento mientras me siento, sin llegar a lograrlo del todo. Lux pesa mucho más de lo que había imaginado y llevarlo cuesta arriba monte a través no ha sido la mejor de las ideas. Me preocupa la herida del zorro, aunque supongo que si ha podido saltar así estará bien.
El gato se estremece durante un momento antes de que su cuerpo comience a cambiar; las luciérnagas parecen haberse congregado en el lugar, pero en cuanto adapto los ojos a la penumbra me percato que son pequeñas fuentes de luz sin más. Todo el cuerpo del animal sufre un cambio radical en pocos segundos: sus patas pasan a ser brazos y piernas, la espalda se arquea y puedo ver como el pelaje se retira revelando una piel tirando a pálida con pecas en los hombros. Gabriel se incorpora de un salto, completamente desnudo.
—Eres rubio. —Ese es el primer pensamiento que se me cruza por la cabeza en cuanto veo el cabello trigueño que le cae sobre los ojos. Lo lleva corto en la nuca pero algo largo por delante, un poco despeinado. Gabriel me ignora mientras toma entre sus manos lo que parecen unas cerillas y enciende un candil que está sobre una mesa—. Y tienes los ojos del color de la canela.
—Y tengo un espejo. No es necesario que me describas —se limita a decir mientras revisa la estancia.
Su cuerpo es fibroso y delgado, con unas piernas fuertes cubiertas de vello cobrizo. Se mueve por la habitación en la que nos encontramos sin hacer el menor ruido con sus pisadas, como si en ningún momento hubiese dejado de ser un gato.
—Me ha sorprendido tu aspecto. —Me levanto también y dejo la mochila en el suelo.
Él se detiene a medio camino entre la pequeña cocina y un arco desde el que se divisa su cama, separada en otra estancia.
—Por qué —pregunta sin preguntar, más bien demanda la respuesta.
Llevo la mirada directamente a sus ojos canela, tiene una expresión que baila entre la confusión y el enfado.
—Pues porque eres un gato negro de ojos dorados, no entiendo cómo es que tu forma humana tiene ese aspecto. —Intento explicar—. Es decir, eres rubio. ¿No tendrías que ser moreno?
Rompe el contacto visual para meterse en la habitación sin responder a mi pregunta.
El lugar en el que me encuentro hace las veces de cocina y salón. Tiene una encimera hecha de granito con un horno de piedra antiguo en un lateral, preparado de tal manera que no dañe la madera que compone la casa. También hay una especie de fregadero que tiene un cubo al lado, intuyo que para traer agua limpia. Una pequeña mesa descansa en el centro, con solo una silla. Parece que no le gusta comer en compañía. Hay también una suerte de diván apoyado bajo la ventana. Hay libros por todas partes, tirados de cualquier manera, algunos incluso abiertos en el punto dónde los ha dejado de leer. Más allá de eso, no hay nada decorativo, salvo un tallado de un gato de tamaño mediano sobre la mesa.
Al fondo de la estancia está el arco por el que se ha metido Gabriel y una puerta cerrada.
—El color que tengamos en nuestra forma animal no afecta de manera alguna a la humana —responde al fin. Regresa al salón, esta vez vestido con unos pantalones holgados de lo que asemeja lino. Tiene el ombligo hundido hacia dentro y se forma una ligera curva en su vientre a causa de eso—. Qué estás mirando.
Suelto un sonido parecido a una e sin llegar a serlo.
—Creo que todavía no asimilo que seas humano. —Doy un par de zancadas hasta quedar frente a él. Somos casi de la misma altura, quizás me saque un centímetro, como mucho dos. Sin pensar, llevo la mano hasta su cabeza y entierro los dedos en su cabello para comprobar si es tan sedoso como aparenta. Lo es.
Si Gabriel pudiera matar a alguien con la mirada, ahora mismo yo estaría criando malvas. Retiro la mano con rapidez, sabedor de que he sobrepasado el límite de la confianza.
—Perdón.
—No habrá próxima —sisea, visiblemente molesto.
—Fue sin pensar, lo juro.
Él se sienta en el extraño diván hecho de hierro forjado y algo que parece confortable.
—Voy a calentar agua para que puedas lavarte. —Señala la puerta cerrada—. Hay un baño, pero para que se vaya la mierda tienes que echar dos calderos de agua. Procura no ir cuando has comido demasiado o se atascará.
Asiento sin saber muy bien qué decir. Seguramente no haya papel higiénico. Me estoy arrepintiendo de haber dejado atrás un rollo de papel higiénico. Está claro que si el mundo entra en crisis, lo primero que va a desaparecer es ese bien preciado.
—No hay papel higiénico, ¿verdad? —Pongo voz a mis temores.
Por el rostro de Gabriel pasa una sonrisa fugaz, como si estuviese esperando esa pregunta.
—Te limpias con agua.
Vuelvo a asentir visiblemente disgustado. Ni siquiera sé por qué hemos terminado llegando a esta conversación.
—Ve a cambiarte. —Establece él y me tiende una vela—. No sé si lo has notado, pero apestas a sudor.
Levanto mi cazadora para olisquearla y efectivamente apesto a sudor. Y a perro. Recojo la mochila y voy hasta el supuesto baño. Es una estancia pequeña con el espacio justo para un rudimentario inodoro y una bañera antigua, de esas que tienen cuatro patas de metal engarzado. Hay otra trampilla en el suelo de un tamaño pequeño.
Gabriel se acerca por detrás sobresaltándome con su sigilo y abre la trampilla. Hay una polea con un cubo y él lo hace bajar hasta que se escucha el inconfundible sonido del agua. Lo sube con la destreza de alguien que lleva años haciendo lo mismo y vierte el contenido en un enorme barreño que hay tras la bañera.
—Échame una mano para acabar antes. —Me acerco hasta la abertura y compruebo que efectivamente no se ve nada. Muevo la cuerda para que baje el cubo hasta que siento que impacta contra el agua y espero a que se llene—. Haz eso cinco veces más mientras enciendo el fuego.
Se marcha de nuevo a la cocina y me quedo sumergido en mis pensamientos mientras realizo el monótono trabajo.
Estoy en medio de la montaña con un desconocido que puede convertirse en gato.
Hay una entidad que puede matarme en cualquier momento si se le antoja.
No hay papel para limpiarse el culo.
Dónde demonios me he metido.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top