48. Caitán
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Un rescoldo de los recuerdos de Lucien semeja flotar en el ambiente. El viento del norte ha comenzado a soplar, agita las copas de los árboles y hace que tiemble. ¿O es mi corazón el que está temblando?
Nunca me ha interesado saber nada sobre mi procedencia. Para mí, los padres que me han cuidado con cariño y Adán son mi única familia. Pero ahora, después de haber visto un fragmento de los recuerdos de Lucien, las cuestiones no dejan de asolar mi mente y constreñir mi alma.
Froto los brazos y fijo la vista en los huesos, algunos están ensangrentados y destacan sobre la hierba.
Adán y los demás se encuentran examinando las ruinas que se pueden apreciar entre la maleza. Pedazos de antiguas edificaciones emergen de las enredaderas, procurando no ser olvidados. Son de piedra blanca, como un trozo de luna llena cincelada para dar forma a un relieve con motivo floral.
—¿Tienes frío? —pregunta Gabriel a mi lado.
—Un poco.
Se acerca hasta que su brazo toca el mío.
—Puedo darte calor —dice con las orejas rojas.
—Puedes.
Él suelta un respingo y baja la mirada hacia el suelo. Da un pasito para pegarse un poco más. La hierba en este lugar crece a una altura agradable, los dientes de león están a punto de desperdigar sus semillas.
De algún modo, todo parece estar cubierto por una fina capa de irrealidad.
—La próxima vez, antes de salir por la puerta, llevaremos una mochila con todo lo necesario —comento en un burdo intento de aliviar la tensión y vaciar el malestar que me está consumiendo—. No puede ser que siempre terminemos yendo por el bosque sin recursos.
Se encoge de hombros, restando importancia al hecho de que ambos estemos descalzos y sin nada más que las prendas de ropa que llevamos. Noa todavía viste un camisón.
—La montaña no es tan grande, podremos volver a casa si caminamos un poco.
—¿Cuánto es un poco?
—Ni idea.
El hombre que ha caído desde el interior de Brétema junto con Lux resopla y arruga su cara en un gesto de asco.
—Pensé que no te interesaba la gente, Gabriel. Siempre estabas metido en tu cabaña sin preocuparte por el resto —gruñe—. Pero resulta que no eres más que un puto desviado al que le gusta que los hombres le den por el culo. En cuanto se entere Lluvia, recibirás el castigo que mereces por...
No termina la frase. La sangre sale a borbotones por su nariz después de recibir un impacto que lo hace caer contra el árbol que tiene detrás.
Miro mi puño ensangrentado con la respiración agitada y, por un segundo, no entiendo qué es lo que acabo de hacer.
—¡Malasangre! —chilla el hombre mientras se cubre la nariz buscando que la sangre se detenga—. Has venido aquí para follar con nuestros chicos y...
Ah, estoy harto.
Salvo la distancia que me separa del enjuto individuo.
—¿Y qué? —digo. Unas zarzas rompen la tierra y se alzan para enredarse en sus piernas. Comienza a chillar con verdadero pavor—. ¿Crees que me importa lo que un asesino piense sobre mí?
Palmeo su mejilla unas cuantas veces hasta que deja de gritar.
—Mira a tu alrededor y ubícate —susurro—. Estás rodeado de lo que llamas monstruos. Así que mantén tu boca cerrada si no quieres acabar siendo sacrificado en este prado de la forma más miserable posible.
Me incorporo y las zarzas se retiran, sin llegar a desvanecerse. Alguien toma mi mano y usa un trozo de tela para limpiar la sangre. Al parecer, le he golpeado con toda mi fuerza. He dañado mis nudillos, percibo el escozor cuando la tela los roza.
El ceño de Gabriel se frunce todavía más cuando se percata de mi herida.
—Ya no tengo más paciencia —admito.
Él suelta su aliento, muy lentamente, como si hubiera estado conteniéndolo durante mucho tiempo. No sé si las palabras que le han dirigido le han hecho daño de alguna manera, así que atrapo su cara entre mis manos.
—No voy a permitir que te hagan daño —afirmo—. Tampoco pienso consentir que te insulten.
Entreabre sus labios y los vuelve a cerrar, atrapando sus palabras sin que pueda escucharlas.
—¡Increíble! ¿Lo habéis visto? —grita Lux con emoción apenas contenida—. ¡Le ha roto la nariz! Aplaudamos.
Suelto a Gabriel y me giro hacia los tres adolescentes, dos de los cuales se han puesto a aplaudir de verdad.
—Te lo mereces —apunta Noa todavía aplaudiendo—. Por mamón. Espera, ¿se decía así?
Adán enarca una ceja, esa en la que tiene una cicatriz.
—Sí, se dice así —aclara antes de meter las manos en los bolsillos de sus desvencijados vaqueros, tras eso, se dirige a mí—. Hace mucho tiempo que no te veo perder los estribos.
Echo un vistazo al desconocido, el cual se ha hecho un lamentable ovillo y vuelvo a centrarme en los niños y las ruinas que hay más allá.
—¿Qué es este lugar? —pregunto.
—Son las ruinas del antiguo Orballo —explica Noa recorriendo con sus dedos la columna rota que hay a su derecha—, se supone que está prohibido venir aquí.
—Porque es la morada de Brétema —aclara Lux y abraza a Adán como si fuera el último ser humano en el planeta—. Se dice que cuando no está por el pueblo, descansa aquí.
—Lo cual es mentira —interrumpe Noa—. La oscuridad siempre vaga por el bosque y prefiere descansar en los lagos. O al borde del río. Cualquiera que vigile a ese bicho puede darse cuenta.
—Eso tiene sentido —digo—. Si alguna vez fue la diosa del agua.
—Preservadora —corrige Adán.
—Guardiana —vuelve a corregir Lux—. Su deber era cuidar de la lluvia, ríos, lagos y estanques para que estos nunca perdiesen su pureza.
—¿Cómo sabes eso? —suelta Gabriel con cierta hosquedad.
—¿Cómo sé eso? —Lux ladea su cabeza como el zorro que es—. Oh, Niel se acaba de desmayar.
Corretea hacia el árbol en el que ese hombre permanece inconsciente.
—Déjalo —espeto—. El sangrado se ha detenido, así que no se morirá.
Lux lo acomoda con teatralidad y corta unas hojas de las hortensias que crecen contra un muro para cubrir el cuerpo de Niel.
—¿Por qué lo tapas como si estuviera muerto? —se ríe Noa—. Ya que estás, ponle esta flor.
Arranca una pequeña flor rosada de las muchas que pueblan este claro y se la ofrece a Lux. Tras cubrir el rostro de Niel con una hoja, posa la flor encima.
—Reposa con los dioses olvidados —musita.
—Se ha convertido en un bonito funeral para un facha —dice Adán sin poder contener la risa.
—Ahora es cuando tendría que decir algo como adulto responsable que soy —cruzo los brazos antes de seguir hablando—. No juguéis con la basura, os puede hacer daño.
Adán estalla en carcajadas y el ceño de Gabriel se vuelve a fruncir.
—Perdón —le digo—. Tienes razón, no es el momento para hacer comedia.
Sacude la cabeza, restándole importancia.
—Si este lugar está prohibido, seguramente hay algo que Lluvia quiere esconder —medita sin prestar atención a las risas de los demás—. El lago de las estrellas y la cueva contienen información sobre los supuestos dioses. Aquí encontraremos respuestas.
De pronto, el silencio cae entre nosotros. Aguardo, contando mis latidos uno por uno. Espero a que las ruinas nos cuenten su historia.
https://youtu.be/7PbAT6zOihc
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