46. Adán

✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶

En cuanto Gabriel termina de hablar, la oscuridad se abalanza hacia nosotros sin dar tiempo a que nadie escape. Mi campo de visión se vuelve negro y el dolor de cabeza que estaba sintiendo hasta hace unos segundos desaparece como un mal sueño.

Respiro con alivio y avanzo un par de pasos. El suelo parece estar hecho de algo inestable, ya que mis pies se hunden ligeramente cuando intento moverme. Puedo percibir que Noa y Caitán están todavía a mi lado.

Alguien grita. No es Gabriel. Escucho sonidos de forcejeo, desesperación e incluso locura. Algo húmedo y caliente impacta contra mi mejilla. Llevo los dedos a la cara para comprobar qué es, pero estos son interceptados. Una pequeña mano se entrelaza con la mía.

—Creo que Xulia ha muerto —musita Noa con un hilo de voz.

Avanzo otro paso y de pronto la luz es tan fuerte que debo parpadear varias veces para adaptar la vista. No estamos en el mismo lugar. Ni siquiera considero que estemos en la misma época.

Es el pasado.

Un muchacho se recuesta contra el tronco de su árbol preferido. Es un ejemplar de roble, su corteza rugosa está plagada de musgo y una pequeña enredadera se entrelaza subiendo hasta las ramas. De alguna manera, sé lo que está pensando y sintiendo.

Es verano. El calor carga el ambiente y el mundo parece exudar humedad. Pero a él le gusta la sensación, así como también le encantan las lluvias que enriquecen la tierra que pisa. La lluvia siempre le recuerda a la diosa y su templo. Todos parecen haber olvidado lo que ella fue y ahora vaga por los bosques, convertida en un mero eco distante.

Se inclina para atar las botas con una lentitud premeditada. Ya no es el gordo Lucien, la pubertad lo ha alcanzado como un rayo, ahora es alto y esbelto. Se ha dejado crecer el cabello para poder llevarlo atado en una pequeña coleta.

—Lucien —susurro a pesar de que sé que todo esto no es más que un recuerdo.

—¿Cómo puede ser? —pregunta Noa.

—Solo estamos nosotros aquí —declara Gabriel con los brazos en jarra.

—¿Brétema ha matado a las otras personas? —dice Caitán con genuina pena en la voz.

Alzo la mano que tengo libre para pedir silencio.

Ahora hay un chico desgarbado al lado de Lucien.

—A este paso no vamos a llegar nunca —se queja el chaval. Hastiado, Lucien alza la vista a su joven y único amigo humano. Su expresión danza entre la molestia y el desdén.

—No hay que llegar a ningún lado. He salido a dar un paseo para ver cómo está el bosque y tú me has seguido.

Lluvia agita la cabeza negativamente mientras se sienta con brusquedad en el suelo.

—Lo que tú digas, pero hoy deberíamos haber ido a la plaza de la aldea porque Estrella va a estar allí y se muere por nuestras atenciones —habla con rapidez recogiendo un poco de tierra entre sus dedos—. No puedo esperar a entrelazarme con ella. ¿Te imaginas como se ha de sentir estar dentro de una mujer? Me da igual si es después de ti.

Lucien parpadea con perplejidad.

—Qué asco —espeta.

—Pues sí —comenta Noa.

—¿Por qué tenemos que escuchar marranadas del pasado? —dice Gabriel con exasperación.

—Es curioso. Estamos aquí, pero no es más que un recuerdo —medita Caitán.

—Callad —impero.

—No entiendo por qué no quieres hablar de entrelazamientos —rezonga Lluvia—. ¿No te preguntas cómo será tocar esas tetas?

Intento no reírme.

—Cierra la boca.

Permanecen en silencio observando los pinos, castaños y robles que cubren todo el campo de visión. Al cabo de un rato, descubren una preciosa cierva que olisquea la hierba que crece entre la arboleda.

—Creo que me arrepiento de haber elegido ser un protector —dice Lluvia.

—Debe ser divertido poder elegir. Yo tengo que heredar el papel de mi padre y seguir con su labor de liderazgo de la aldea. —Lucien juguetea con una de las hojas de la enredadera.

Lluvia clava su mirada ceñuda en él sin decir nada. Se levanta de golpe y le ofrece la mano.

—Siendo el líder puedes hacer las cosas como quieras. El pueblo está a tus pies.

—Yo no lo veo así.

Comienzan a caminar. Van a salir del bosque y llegar a pueblo. Los seguimos, ya que el mundo parece estar delimitado por la escena que se nos presenta. Se detienen cerca del pazo de la familia Arcanova.

Lucien piensa en un tiempo en el que los Arcanova eran llamados extranjeros. Habían echado raíces en aquel mágico lugar hacía ya trescientos años, cuando su antepasada se enamoró de la oscuridad. Para ella no era Brétema, sino Lymna. La diosa le concedió las canciones que detenían su corrupción.

—Ah, entiendo —exclama Caitán.

Lucien se despide de Lluvia cuando el sol ya ha abandonado su brillo. El rojizo atardecer se aprecia en el firmamento, dejando entrever la bóveda de estrellas remarcadas por las hojas frescas por el rocío que precede a la noche.

Después de ver la silueta de su amigo desaparecer en el camino, se queda un rato en la entrada del bosque aprovechando la vista desde el claro.

—¿Eres el hijo del líder? —La aniñada voz le sobresalta y dando un respingo, Lucien se da la vuelta para ver a la joven que le habla. Es pequeña, con unos enormes ojos almendrados de una tonalidad azul brillante que miran con curiosidad. El rostro es redondeado y saludable, quizá un poco ancho para su gusto. El pelo castaño le cae en dos trenzas largas y lo más curioso es que posee un par de orejas de cierva en vez de humanas—. ¿No?

—Sí. Vivo ahí. —Señala Lucien con la cabeza hacia la vidriera principal del pazo.

La chica asiente toquetea sus pantalones cortos con timidez.

—Me llamo Thirza, ¿sabes qué significa? —Lucien niega con la cabeza. Tampoco le interesa demasiado saberlo—. Agrado.

—Qué bien. —Frota con fuerza los brazos, empezando a sentir el frío de la noche. Las sombras ya se han abalanzado sobre el mundo, dejando todo sumido en contrastes con la tenue iluminación de las estrellas.

Sin embargo, el frío no llega a mí. Tengo que recordar que soy Adán para no perderme en este recuerdo. Aprieto la mano de Noa y ella me devuelve el apretón.

—Espera aquí un momento —dice Thirza y tras eso sale corriendo hacia las malas hierbas. Al cabo de un tiempo, relativamente escaso comparado con la carga en sus delgados brazos, vuelve a su lado. Jadea por el esfuerzo de la carrera—. Tienes frío, ¿verdad?

Le tiende una manta de lana, que acepta sin mucha convicción. Thirza le toma de la mano, obligándole a sentarse allí mismo entre las rosas blancas. Lucien entra en calor con la lana trabajada que le cubre.

—No entiendo nada. ¿Por qué percibo lo que siente? —murmura Gabriel.

Thirza le ofrece una especie de dulce marrón que huele a las mil maravillas. Se mete un pedacito en la boca, notando como se derrite entre su paladar y la lengua.

—¿Y tu nombre? ¿Qué significa? —cuestionó ella al cabo de un rato.

—Luz. Me lo puso mi madre porque nací con el amanecer. —Sopesa las palabras antes de que salgan de su boca. No está acostumbrado a llevarse con nadie más que no sean Lymna y Lluvia—. Lo cierto es que no la conocí. A mi madre, quiero decir.

Su padre lo llama y Thirza se levanta de golpe. Está asustada.

—Es precioso. —Dicho esto, se transforma en una cierva. Deja su ropa tirada en el suelo y se aparta—. Espero volver a verte.

Intercambian una mirada antes de separarse. Mientras este pequeño pedazo de mundo se deshace, puedo ver a Brétema escurriéndose entre las flores.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top