45. Caitán

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Lluvia se presenta al amanecer. El sol todavía está medio dormido y deja que su luz baile entre las hojas de los árboles, casi con pereza, mientras la comitiva de unas cinco personas se detiene bajo la cabaña.

Puedo ver sus expresiones ceñudas desde la ventana que se encuentra en la cocina. Podría bajar. Si lo que Lux ha dicho es cierto, él no me hará nada. Lo que guardo en mi corazón es el tesoro más preciado de Brétema.

Tras respirar hondo un par de veces, abro la trampilla que lleva a la hierba húmeda. Una mano me detiene con firmeza. Gabriel tira de mí hasta incorporarme; su rostro indica que va a matarme de un momento a otro. Tiene el cabello rubio despeinado y las ojeras suplican por un sueño reparador.

—Deja de ponerte en peligro, estúpido.

Acaricio con suavidad su mano y él relaja su agarre. Sus orejas están rojas, puedo ver las pecas que pueblan sus hombros, ya que la camiseta que viste es demasiado grande para él.

Llevo su mano hasta mi corazón.

—Aquí. —Presiono para que sienta mis latidos. Por suerte, estoy tranquilo—. Lo que guardo en mi interior es valioso para Brétema, ella no dejará que nada malo me pase.

—Confías en algo que ha estado matando gente durante siglos —refunfuña—. A veces creo que se te olvida. He estado en el interior de esa cosa y todo lo que hay es oscuridad y huesos. Millones de huesos. De todo tipo.

Retira su mano y se aleja un par de pasos. La estancia todavía está sumida en la calma del sueño. Los demás están demasiado agotados tras lo que ha acontecido estas últimas semanas.

—No he dicho que sea un ser benigno. Tampoco considero que Lluvia sea una buena persona —aclaro y paso saliva por mi garganta. De pronto, siento que está reseca.

—¿Y qué es lo que pretendes?

—Intentar algo. Lo que sea —susurro con aprensión—. Estoy cansado de ver a los demás sufrir y no hacer nada por evitarlo.

Vuelvo a abrir la trampilla. Gabriel suelta un largo resoplido y me sigue a pesar de que está en pijama. Cuando llego abajo, Lluvia se encuentra de pie leyendo un desvencijado libro cuyo título se ha borrado tras el uso. A su lado, uno de sus acompañantes se ha convertido en un perro, pues juraría que antes solo había humanos.

—No has tardado en bajar, elegido —dice Lluvia de forma casual—. Por un instante, pensé que había llegado muy temprano. —Gira su cabeza para dirigirse a Gabriel—. Me alegra saber que has decidido entregarnos al elegido por el bien de la comunidad. Sin lugar a dudas eres un buen protector.

Antes de que Gabriel pueda abrir la boca para responder alguna barbaridad, acaricio la parte de arriba de su espalda. Lluvia se crispa al ver el gesto. Quizás se desmaye si beso a Gabriel. Debería probarlo. Céntrate, Caitán.

—No tengo por qué obedecer sus órdenes —comienzo a decir—. Vine a este pueblo para deshacerme de una supuesta maldición que podría atentar contra la vida de mi familia. Intenté ayudar a la gente de este pueblo, pero, ¿sabe que me parece? Que la gran mayoría de este pueblo no quiere ayuda. No existe tal elegido que vendrá a salvar Orballo; es un cuento que sirve para mantener la esperanza. Usted está utilizando su posición para crear una especie de "paraíso" en el que solo su mandato pueda ser escuchado.

Tomo aire para recuperar el aliento. El vello de mis brazos se eriza, aunque no estoy seguro de si es por el enfado que comienza a hervir en mi interior o por la baja temperatura.

Lluvia tiende el libro a una mujer alta de facciones angulosas. Esta lo recoge con el mayor cuidado.

—Orballo fue un paraíso en su inicio —expone echando a caminar por el claro—. Estaba protegido por la bendición de la diosa. Ella nos regaló la barrera y el poder de ser uno con el bosque.

—Primer error, la diosa no os dio la bendición —dice una voz a mi espalda—. Fue un dios. Él unió vuestras almas con las de un animal.

Adán se acerca con las manos hundidas en sus bolsillos. No lleva las gafas, por lo que sus ojos están entrecerrados. Detrás de él se encuentran Lux y Noa. Dentro de poco, el claro se llenará de tal manera que tendremos que cambiar de lugar.

—¿Qué sabrá un niño criado en el exterior sobre nuestra cultura? —Mueve la cabeza hacia la mujer y esta se aproxima a mí para entregarme el libro.

—Tú lo has leído, yo lo he visto —rebate Adán dando golpecitos a la sien con su dedo índice.

—Ah, locos hay en todos lados. Mis condolencias —se burla Lluvia. Una sonrisa socarrona inunda sus labios.

—¿Cómo?

Detengo a Adán antes de que pueda asestarle un puñetazo. Estoy seguro de que los acompañantes de Lluvia cargan con armas de algún tipo. Sin embargo, Noa se adelanta con demasiada rapidez y le asesta una bofetada a Lluvia que resuena en el leve silencio que se ha formado.

Lux se las arregla para agarrar el cuello del vestido de Noa y arrastrarla hacia atrás. Gabriel ni siquiera se ha inmutado.

—Continuaré con lo que estaba diciendo. —Menea la cabeza con divertimiento, ignorando lo que Noa acaba de hacer—. Un hermoso paraíso, sin lugar a dudas. En aquel entonces consta que el exterior contactaba con nuestros ancestros, pues eran capaces de resolver problemas de lo más variopintos. La magia fluía por sus venas con mucha más fuerza que hoy en día.

» Y un día llegó la oscuridad. La diosa desapareció por completo y su nombre fue olvidado por nuestro pueblo. Los niños comenzaron a nacer como bestias en vez de como humanos. Si se dejaban con vida, la magia, la sangre bendita que nos protege se corrompería y terminaríamos siendo nada más que meros animales sin capacidad de raciocinio. No debemos dejar que se reproduzcan y lo más justo para todos es que sean sacrificados al nacer. La pureza de nuestra raza es más significativa. Su supervivencia es más importante.

Adán intenta zafarse de mi agarre.

—Estás equivocado. Toda tu puta estirpe de mierda está equivocada. —Alza la voz para que cualquiera en varios metros a la redonda se entere—. Y ahora comienzo a comprender por qué Lucien Arcanova quemó el pueblo.

—Lucien Arcanova era un hombre desquiciado que por desgracia tuvo la mala suerte de enamorarse de un corrupto. Fruto de ese repulsivo amor, surgió otro corrupto —explica con un tono de voz condescendiente—. Una verdadera lástima, sí. Yo mismo tuve que enviar a la pequeña y a su madre con el dios de la muerte.

Mi hermano se queda quieto como si le hubieran golpeado. Se lleva ambas manos a la cabeza y lanza un grito. Froto su espalda intentando reconfortarlo y aliviar lo que sea que esté haciéndole sufrir.

—Su esposa, su hija, su hermano, todos... —murmura como en un delirio.

—Con todo esto, lo único que quiero decir es que por el bien del pueblo hemos decidido que ya es hora de que dejéis esta tierra sagrada. —Hace un gesto a las cinco personas que ha traído con él. Y al perro. ¿Es un perro o una persona? Maldita sea. Se mueven en nuestra dirección, con precaución—. No me malinterpretéis, os llevaremos al borde de la barrera y desde ahí podréis volver a vuestras vidas. Lejos.

Gabriel se pone delante de mí.

—No.

—Mi querido Gabriel, no hagas esto más difícil para ti.

Gabriel señala un punto detrás de Lluvia. Allí, en medio de los castaños y los helechos, Brétema aguarda.

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