41. Caitán
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Los pequeños descansan apaciblemente a mi lado. Al percatarse de que están a salvo, han dejado de usar su forma animal. Menta está durmiendo boca arriba con una de sus manos sobre su vientre, su otra mano sostiene la de Runa. Ella dormita encogiendo su pequeño cuerpo. Su lenguaje corporal deja vislumbrar lo que ha sufrido a manos de la gente del pueblo.
Jamás entenderé la discriminación y mucho menos cuando implica a niños inocentes. Es evidente que no existe ningún lugar idílico en el mundo, en todas partes, la humanidad se empeña en hacer daño.
Me pregunto qué pasará cuando Brétema ya no esté. Residir en el exterior no va a ser nada agradable para alguien que ha vivido siempre con unas normas diferentes a las que rigen nuestro país a día de hoy. Quizás debería intentar hablar con ellos y hacerles entender que seguir dentro de la barrera los protegerá de una realidad bastante gris.
¿Qué harán sin documentos que acrediten su nacionalidad? Solo podrán acceder a trabajos en los que serán usados durante horas para ganar un dinero que seguramente no llegue para mantener a sus familias.
Esto es algo que ya he explicado a Gabriel, pero él lo comprende a medias.
Emito un largo suspiro. No debería intentar salvar a todos. Sé que eso solo me traerá sufrimiento. Incluso antes de convertirme en veterinario, siempre he buscado la manera de proteger y cuidar a todos los animales heridos que me encuentro.
Cierro los párpados durante un instante. Ese instante se alarga como las sombras en el crepúsculo. Caigo dentro de un sueño inquieto, inmerso en una oscuridad cuyo nombre ha sido olvidado. Sé que camino por un sendero hecho de miles de huesos con la seguridad de alguien que ya ha estado allí con anterioridad.
Es el interior de Brétema.
Todo su ser palpita a mi alrededor, las sombras lanzan un ligero toque de vez en cuando, asegurándose de que me hallo ahí.
No estoy seguro de si es un sueño.
Percibo un brillo en la distancia, tenue y blanquecino. Similar al que emiten las flores que crecen cuando pienso en Gabriel.
Mis pies se hunden en los huesos en el segundo que alcanzo la fuente de luz. Se trata de una esfera, me llega hasta las rodillas y parece sólida. Con cuidado poso mis dedos sobre ella y estos traspasan la fina piel de la esfera.
Una suave voz reverbera en mi corazón.
¿Por qué estás aquí?
—No lo sé.
Verte es un recordatorio de su muerte. No quiero que te acerques más. Saca tus manos de mi alma.
Retiro mis dedos y me siento a su lado. En cuanto lo hago, las plantas crecen a mi alrededor. La hierba fresca se funde con los huesos de cientos de animales.
—¿Eres Brétema?
Supongo que ahora es así como han decidido llamarme.
—Menta dijo que tenías un nombre. ¿Cuál es? —pregunto. Por un momento imagino el enfado de Gabriel cuando se entere de que he estado hablando con la asesina de su pueblo. Sin embargo, quiero comprender.
Menta. Es un buen niño. Siempre deja ramos de flores en la orilla del lago.
Permanezco en silencio, invitando a que la oscuridad revele su nombre.
Lymna.
—Es un nombre bonito, ¿tiene algún significado?
Eres tan parecido a él... Desde que se refugió en el corazón de los Arcanova, nunca había aparecido un heredero que mostrase su esencia de una forma tan vívida.
Observo la palma de mi mano. De ella emerge una extraña flor plateada.
—Siempre he podido escucharlo. Como un amigo imaginario, pero real —explico mientras arranco la flor y se la ofrezco—. Lamento haberte arrebatado a tu ser querido.
Lymna se ríe de forma estridente. Esa risa hace que los huesos tiemblen.
Los humanos siempre me despojan de todo lo que amo. Prometen y jamás cumplen sus promesas.
De alguna manera sé que esta conexión se va a romper pronto, por lo que lanzo una última pregunta.
—¿Soy el elegido?
Tú nunca has sido el elegido. Ahora eres la mitad de un dios que ha decidido morir.
Me despierto bruscamente tras las últimas palabras de Lymna. Respiro con cierta dificultad y tengo la impresión de que mi alma se ha ido durante el tiempo que permanecí dormido.
Gabriel está frente a la ventana abierta con su hermana convertida en cuervo en sus brazos. Trata de calmarla mientras ella solloza a través de su negro pico.
Obligo a mi agarrotado cuerpo a moverse. Menta y Runa están también despiertos, el primero se frota los ojos y la segunda está bostezando.
Me apresuro a llegar al lado de Gabriel.
—¿Qué ha pasado?
—No para de llorar, así que es lo que estoy intentando averiguar —explica antes de alzar a Noa y posar su cabeza contra su pecho—. Tienes que calmarte y decirme qué es lo que ha pasado.
—Lux —dice con un hipido—. El fantasma nos engañó... Ahora podría morir...
—Sigo sin entenderte bien, ¿dónde está? ¿Y mamá?
—En la mansión Arcanova.
—Tenemos que ir, quizás pueda ayudar —irrumpo. La ansiedad empieza a posarse en mi interior de nuevo.
Gabriel lleva a su hermana hacia su habitación. Se trata de una estancia reducida y escasa en cuanto a mobiliario. Hay una cama desorganizada, una estrecha mesa a su lado repleta de objetos brillantes de todo tipo. Desde pequeñas piedras pulidas, monedas, collares, un reloj, anillos. Al parecer comparte eso con sus compañeros cuervos. Tiene un precioso móvil hecho de un montón de cristales pulidos que cuelga del techo junto con plumas negras.
La deposita sobre la cama y ella da unos cuantos saltitos por las mantas sin convertirse en humana.
—No podemos dejarlos ahí. Hay algo malo en esa casa —suplica.
—Está bien, quédate con Caitán y cuida de los niños.
—Pero... —decimos casi a la vez Noa y yo.
—Todavía hay gente que quiere a Caitán muerto. Y a los pequeños —expone Gabriel—. Por no hablar de que Colmillo está herido y todavía no ha despertado. Necesitamos que alguien se quede. Soy un protector. No dejaré que nada malo les pase.
Una punzada de dolor atraviesa mi pecho. Gabriel parece notar que algo va mal en mí porque entrelaza sus dedos con los míos.
—Todo este tiempo no he podido demostrar lo que soy capaz de hacer —habla tanto para su hermana como para mí—, pero voy a luchar. No importa lo que haya en esa casa, traeré a todos sanos y salvos hasta aquí. Confiad en mí.
—Siempre he confiado en ti —digo.
Dejamos la habitación de Noa para que ella pueda cambiar su forma. Los niños están inquietos, sentados muy juntos, como si temiesen que algo malo fuese a entrar por la puerta.
Gabriel se prepara con las prendas que encuentra disponibles. Viste unas muñequeras de cuero trabajado con unos símbolos que me recuerdan a los que hay tallados en los acantilados, no muy lejos de mi casa. Me quedo momentáneamente paralizado cuando veo que desliza sobre su pecho una camiseta que pone: Let's get one thing straight, I'M NOT.
—¿Esa camiseta es tuya? —No puedo evitar que la pregunta salga.
—Sí, Lux siempre está regalándome camisetas de todo tipo.
—¿Y te gusta?
—Los colores de las letras son agradables y es cómoda.
—Pero no sabes lo que significa, ¿no?
—Creo que me da igual —comienza a decir y, de pronto, deja de abrochar sus pantalones—. Espera... No. Mejor no me lo digas ahora. Después. Quiero salvar a Lux, no matarlo.
Agarra la espada hecha de huesos que ha estado acarreando desde que salimos de Brétema y se dirige hacia la trampilla. Lo detengo con un abrazo.
—A mí me gusta que vayas a pelear con esa camiseta. —Beso con suavidad sus labios—. Por favor, vuelve sano y salvo.
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